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Las figuras de autoridad dentro de la cultura de los antiguos californios

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra península de Baja California inició su poblamiento hace aproximadamente unos doce mil quinientos años, las evidencias encontradas tanto de puntas de lanzas del tipo Clovi, así como los análisis de restos de fogatas, hacen coincidir a los historiadores en esta datación, sin embargo aún hay discrepancias sobre la procedencia de los primeros grupos que arribaron a la península y los lugares en donde se asentaron.

Conforme estos grupos se fueron adentrando en nuestra península continuaron con la práctica del nomadismo y de la recolección de semillas, frutos y plantas, así como la cacería de todo tipo de animales. Conforme los sitios lo permitían, principalmente aquellos donde abundaba el agua la cual provenía de manantiales surgidos de fuentes subterráneas y por lo tanto había una gran cantidad de animales y plantas, una gran cantidad de californios empezaron a asentarse por largos periodos en estos sitios, sin embargo, el clima desértico de nuestro territorio ocasionaba que en ciertas temporadas tuvieran que retomar su vida nómada. Además de lo anterior, hubo asentamientos más o menos permanentes en ciertas ensenadas aledañas a zonas costeras en donde había una gran cantidad de animales como peces, mariscos, aves acuáticas y diversos mamíferos marinos de los cuales estos grupos se alimentaban. Se sabe de la permanencia por largos periodos, que incluso abarcaban varios años en estos sitios, por las grandes acumulaciones de conchas que dejaron.

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Es de nuestro conocimiento, por los escritos que dejaron diversos exploradores europeos y sacerdotes que exploraron nuestra península durante los siglos XVI al XVIII, que la base de la sociedad de los Californios era la familia, la cual se constituía por el hombre y una o varias mujeres con las cuales procreaba los hijos(as). En sí estamos hablando que era una sociedad patriarcal y poligámica, tal como lo fueron todos los demás grupos en el mundo, de acuerdo al periodo evolutivo paleolítico, que era en el que se encontraban los Californios a la llegada de los Europeos. El hombre era quien ejercía la autoridad definiendo cuándo tenían que asentarse o partir de un sitio, el rumbo al que se dirigirían, y en sí era quien regulaba las relaciones de autoridad al interior de su grupo familiar. Las mujeres quedaban limitadas a ser las recolectoras de alimento así como las encargadas de la crianza de los hijos, las que elaboraban el vestuario de ellas y sus hijas, puesto que los varones permanecían desnudos toda su existencia, así como los utensilios domésticos como cestas, redecillas, etc.

Estos grupos familiares se agrupaban en contingentes de unos 40 o 50 miembros y definían un territorio en el cual se desplazaban en la búsqueda de agua y alimento. Este territorio era defendido ferozmente por los hombres, puesto que de su cuidado y preservación dependía la vida de sus integrantes. A este tipo de agrupaciones, los jesuitas las denominaron rancherías. Dentro de ella, no existía una figura de autoridad definida o permanente, más bien la autoridad se daba, de forma temporal, a aquella persona que demostraba habilidades para desempeñar alguna actividad específica como por ejemplo la caza, la guerra o la negociación con otras ranchería, pero una vez pasado el episodio en el cual era requerido, cada una de los integrantes del grupo regresaba a sus actividades sin reconocer mayor liderazgo que el suyo, o en el caso de las mujeres casadas, el del esposo.

Es importante mencionar que una de las figuras que siempre era muy respetada y que su opinión siempre pesaba en las decisiones de una o más rancherías, era el  guama o hechicero. Este personaje era el depositario de las tradiciones y rituales que habían ido acuñando estos grupos nómadas a través de centurias. El guama tenía un gran conocimiento de formas de curar a través de manipulación del cuerpo del enfermo, inhalación del humo de ciertas hierbas e incluso pequeñas cirugías. Aunado a lo anterior era el encargado de llevar a cabo los rituales más importantes en la vida de un grupo: los rituales de paso de la niñez a la adultez tanto de hombres como mujeres, las honras fúnebres, la repartición de pieles para vestimenta entre las mujeres, la comunicación con los muertos, el nacimiento, etc. Es por todo lo anterior que este personaje era el guardián del conocimiento espiritual, que a decir de los misionero, era un amasijo de contradicciones y galimatías en las que él mismo se autopromovía como el único capaz de mantener el equilibrio entre nuestro mundo y el sobrenatural para evitar su destrucción y la muerte de todos. Sin embargo aún el guama o hechicero no siempre detentaba la figura de autoridad de forma permanente. Por lo general el guama ejercía su ministerio entre varias rancherías por lo que solamente en la que estaba residiendo en ese momento era capaz de tener un cierto ascendiente sobre sus integrantes, dejando al resto a su propio albedrío.

Es importante aclarar que los primeros europeos que llegaron a la península creyeron ver entre los líderes incidentales de los grupos con los que se topaban a reyes y reinas, y así lo dejaron establecido en sus informes, sin embargo esto se debía a que estos exploradores procedían de lugares donde lo más común era el ser gobernados por reyes (o reinas) y una amplia jerarquía de nobles, por lo que simplemente trasladaron estas percepciones sobre lo que observaron en los Californios. Cuando los jesuitas empezaron su estancia en la California, la cual se prolongó por 70 años, empezaron a derrumbar estas ideas fantasiosas de supuestos reyes y reinas entre los grupos de indígenas de la California, y a lo más que llegaron a denominar fueron capitanejos en ciertas rancherías de Californios.

Es probable que si los habitantes nativos de nuestra California hubieran tenido más tiempo para continuar con su evolución, sin la injerencia de los colonizadores europeos, hubieran llegado a construir instituciones de autoridad que se asemejaran a un reinado, puesto que esta forma de gobernanza era la primera que se llevó a cabo en todas las civilizaciones, sin embargo no tuvieron tiempo para ello.

Referencia

Rodríguez Tomp,  R.E. (2006). El ejercicio de la autoridad entre los grupos indígenas de Baja California. Gobierno del Estado de Baja California Sur, Instituto Sudcaliforniano de Cultura

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Las guerras entre los grupos étnicos originales de la California

 

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La península de Baja California es hermosa en paisajes tanto al interior como en sus costas. Sus sierras y llanos contrastan con el maravilloso blanco-azul de sus playas y mares, lo cual lo hace un lugar idóneo para habitarse desde hace miles de años. Sin embargo esta belleza que se aprecia aún hoy en día no bastaba para mantener en paz a sus habitantes sino que de forma frecuente se trababan guerras entre ellos con no pocas víctimas.

Al interior de las bandas o rancherías de pericúes, guaycuras y cochimíes se establecía un equilibrio más o menos permanente debido a la consanguinidad de los integrantes. Por lo general el grupo consistía en los ancianos que eran los ascendientes vivos más antiguos de este grupo y los demás hombres y mujeres eran sus hijos y nietos. También a estos grupos se sumaban hombres y mujeres de otras bandas que se unían a través de ceremonia de casamiento  o con una simple manifestación de intención de estar juntos. Lo anterior favorecía por un lado la renovación genética a efecto de evitar la concepción consanguínea, y por otro lado permitía el establecimiento de alianzas entre estos grupos lo que garantizaba el acceso a fuentes de alimento, agua y territorios que de otra forma estarían vedados.

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En ocasiones, las diferencias entre las bandas o rancherías se originaba por parcialidades y rencores de unas contra otras, como menciona Miguel del Barco. El origen de ellos eran, por poner algunos ejemplos, las relaciones sexuales no consentidas entre integrantes de diferente grupo, el penetrar en territorios y convertirse en competidores serios de los escasos recursos de alimento y bebida que había en ellos. Los jesuitas comentan en sus escritos que a veces estos conflictos eran por situaciones tan pueriles como negarse el saludo o tomar momentáneamente un objeto que pertenecía a otra persona. Una vez que se iniciaba el agravio las situaciones iban subiendo de tono ya que uno de ellos le infería alguna hostilidad o daño al contrincante y así sucesivamente. Al final, cuando alguno de los pendencieros consideraba que se le había infringido demasiado daño o que él estaba en desventaja para ofender al rival entonces procedía a llamar en su socorro las rancherías amigas, para dar todas juntas sobre las contrarias.

Los californios, sabedores de las graves consecuencias que podría acarrearle para su salud el hecho de ser herido en estos combates (rozones, heridas graves, luxaciones, fracturas, etc.) procuraba rehuir el enfrentamiento físico lo más posible. Simplemente hay que imaginarnos que en aquellos años, los diferentes grupos étnicos originales requerían de tener todos sus miembros y sentidos corporales en buen estado para arrancar al desierto el alimento y bebida necesaria, ya sea en el mar, la sierra o la llanura, y el hecho de tener alguna lesión los exponía a dejar de conseguir alimento mientras se curaban, o en el peor de los casos, a sufrir de una infección que desencadenara una gangrena o septicemia. Es por lo anterior que cuando los grupos habían decidido enfrentarse con otro, se encargaban de publicar a los cuatro vientos, de forma estruendosa, que estaban haciendo acopio de flechas, arcos, pedernales y demás herramientas, para hacer la guerra, y cerciorarse que la banda enemiga lo supiera. En muchas ocasiones este tipo de estrategia daba el efecto deseado y la banda menos fuerte ponía pies en polvorosa, huyendo.

Cuando se realizaba el combate entre estos grupos, el hombre más hábil para el manejo de las armas o conocedor del terreno donde pelearía y de técnicas de guerra, era el que tomaba el liderazgo (que sólo duraba durante este periodo de guerra). Los hombres, de cada bando, se organizaban en pelotones, los cuales se dirigían al terreno seleccionado para pelear entre grande algazara y gritería con el fin de intimidar a sus oponentes. Después de unos minutos en que ninguno de los bandos demostraba miedo o deseos de retirarse, venía la confrontación armada: por turnos, los pelotones delanteros iniciaban la lucha cuerpo a cuerpo o lanzándose flechas y otros objetos, y cuando este grupo se cansaba, se le acababan las flechas o simplemente se retiraban, el pelotón siguiente pasaba al frente a enfrentar al grupo oponente.

Según el jesuita Miguel del Barco, nos comenta en sus crónicas que las armas que utilizaban estos grupos para la guerra eran: el arco y la flecha, que dicho sea de paso, la mayoría de ellos eran expertos y podían acertar a objetos a distancias grandísimas, también utilizaban largos palos, como lanzas, a los cuales les endurecían la punta al ponerlas al fuego. Los cochimíes que vivían en las inmediaciones de la Misión de San Borja, y más al norte, también utilizaban una especie de picadera de cantero; por un extremo con pico y por otro la boca o hachuela de corte. También estos mismos grupos utilizaban una garrucha de pozo, de un palmo de diámetro, con su canalita en medio, y con su cabo, de palmo y medio de largo.

Durante estas guerras había muertos y heridos por ambos bandos, y si tomamos en cuenta que estos enfrentamientos eran constantes, podemos decir que constituían un mecanismo de selección natural en donde los fuertes, diestros y más hábiles sobrevivían. En conclusión, el sacerdote Miguel del Barco, el cual residió durante casi 32 años en la Misión de San Francisco Javier de Vigge-Biaundó, comenta que en estas batallas vencía, no quien tenía más destreza o más pujanza y valor, sino quien se mantenía más firme contra el miedo propio, o acertaba a infundirle al enemigo. Así crecían, y se hacían generales los rencores, las parcialidades y las guerras, al paso de unos y otros se disminuían con recíprocas muertes. Como bien comentamos al principio, la presión emocional y psicológica sobre el enemigo era el factor determinante para el triunfo de estos enfrentamientos, tal como lo es ahora.

 

Bibliografía

Historia General de Baja California Sur. I. La economía regional. Dení Trejo Barajas (Coordinación general). Edith González Cruz (Editora del volumen).

 

 




Cortés y los californios: primeros testimonios indígenas en California

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El encuentro de personas pertenecientes a culturas diferentes siempre obedece a expectativas y a prejuicios, y esto no estuvo ajeno de ocurrir durante la llegada del contingente encabezado por Hernán Cortés a estas costas de California. Las huestes de recién llegados venían con el ímpetu que da el creerse con el derecho de asentarse y colonizar las tierras y mares que de antemano consideran “de su propiedad”, y las cuales, de acuerdo a sus creencias, estaban habitadas por seres infrahumanos a los cuales se les debería convertir no sólo a la religión que ellos detentaban sino atraerlos, por las buenas o por las malas, hacia su cultura y modo de vida.

La presencia de Cortés en la California obedecía al proyecto expansionista de la Corona Española, la cual buscaba a toda costa apoderarse del mayor número de recursos naturales y humanos de estas tierras que se encontraban en la región que les había sido asignada con base al Tratado de Tordesillas (1494) que firmaron con sus rivales, los portugueses. Si bien es cierto que la llegada de los españoles a lo que posteriormente se conoció como América, había sido de forma accidental y fortuita, puesto que ellos buscaban una ruta marítima a las islas de Especiería por el Occidente, de ninguna manera iban a despreciar un territorio en el cual, desde el principio, encontraron con grandes riquezas minerales y recursos humanos. El primer paso para asegurar el dominio de estos territorios fue pactar alianzas con diferentes grupos de naturales con el propósito de derrotar a un grupo de pueblos que mantenían la hegemonía en una buena parte de estas tierras, la famosa Triple Alianza (los señoríos de Texcoco, Tenochtitlan y tlacopan). Con la caída de Tenochtitlan (1521) se redujo en gran medida la resistencia de los pueblos nativos ante el avance de los colonos recién llegados, por lo que se iniciaron una serie de exploraciones y “posesiones” que ensancharon aún más el dominio español.

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Cortés, hombre hábil, que había demostrado con creces su carácter apasionado y perseverante, decide continuar con la búsqueda de una ruta que permitiera retomar el acceso a las islas de Especiería. Para tal fin suscribe las famosas “Capitulaciones” con la Corona Española (1529) en las que se compromete a realizar la exploración y colonización de islas y tierras en el lado de la Mar del Sur, obviamente con la respectiva recompensa pactada en los mencionados documentos. En el año de 1532 envía una expedición al mando de Diego Hurtado de Mendoza con el propósito de explorar estos sitios del noroeste, lamentablemente tuvo un trágico final. Posteriormente en 1533 vuelve a la carga enviando un nuevo contingente a cargo de Diego Becerra de Mendoza, el cual a las pocas semanas de partir enfrenta una rebelión en donde es asesinado su capitán, quedando al mando de los amotinados el piloto Fortún Jiménez, el cual encabezó este movimiento sedicioso.

En esta última expedición, el barco encuentra a su paso una larga extensión de tierra de la cual ignoran si era una isla o una península. En su recorrido, Jiménez y sus hombres deciden desembarcar en una bahía con el propósito de rellenar sus ya casi vacíos depósitos de agua y conseguir alimentos, además de lo anterior descubre una gran cantidad de madreperlas las cuales empiezan a explotar. Hasta el momento se desconoce cuál fue el motivo que inició la lucha entre los recién llegados y los naturales que habitaban el lugar. De acuerdo a Pablo L. Martínez “los blancos intentaron violentar a las mujeres indígenas, lo que provocó el furor de los nativos, quienes se echaron sobre los españoles, matando a Jiménez junto con veinte compañeros”[1], esta versión se supo debido a que algunos españoles que quedaron en el barco, al ver que sus compañeros eran asaltados por los naturales, deciden abandonar apresuradamente el sitio y ponen rumbo hacia Sinaloa en donde son apresados por gente de Nuño de Guzmán, a quien narran sus peripecias en este sitio.

Bernal Díaz del Castillo, da otra versión sobre los motivos del ataque de los californios a la gente de Jiménez: “Y como saltó en tierra y los naturales de aquella bahía o isla estaban en guerra, los mataron, que no quedaron, salvo los marineros que quedaban en el navío”. Esta versión es poco probable debido a que si bien es cierto que los grupos nativos de la California son descritos por los jesuitas como belicosos entre ellos y que por cualquier motivo iniciaban pleitos entre sus rancherías, las cuales involucraban al poco tiempo a varias de ellas, cuando llegaban grupos de exploradores europeos, lo primero que hacían los naturales era escapar hacia el interior de sus tierras y sólo después de pasado ciertos días se acercaban a conocer a los extranjeros. Era imposible que los hubieran confundido con otro grupo de nativos de la California puesto que ni su apariencia física, vestimenta, armamento o lengua era conocido por los habitantes de esta tierra.

En lo que respecta a la primera hipótesis, que fue sostenida por Pablo L. Martínez, en donde se dice que los españoles intentaron abusar de las mujeres indígenas causando el enojo y agresión de los naturales, esto es también muy remoto. No olvidemos que tanto los guaycuras como los pericúes eran los grupos étnicos que poblaban la ensenada de La Paz así como islas cercanas, y entre sus costumbres estaba el ofrecer a sus mujeres a los visitantes para que tuvieran sexo con ellas, lo anterior como una muestra de amistad, por lo que es difícil que se hayan molestado si acaso algunos de los recién llegados quisieran cohabitar con sus mujeres.

Existe una tercera hipótesis que hasta el momento considero como el detonante más probable de la agresión de los naturales al contingente de Jiménez. Esta hipótesis la ha desarrollado el investigador Julio César Montané Martí y ha expuesto en sus libros el historiador Carlos Lazcano Sahagún: “Algo más probable quizá fue la defensa de las fuentes de agua por parte de los guaycuras. Los navegantes españoles siempre andaban en busca de agua fresca y en cualquier punto que se detenían, una de sus prioridades era el agua. Para los indios californios, debido a lo hostil de la geografía californiana, el agua también era una prioridad y la defensa de sus fuentes motivo de guerras y ataques. El misionero Jaime Bravo menciona en una de sus cartas como los guaycuras de la bahía de La Paz defendían el único aguaje que tenía: “. . . mezquitales y otros árboles que estaban inmediatos al aguaje, desde donde disparaban flechazos los guaycuros a los buzos, siempre que venían a hacer aguada, y para poderla hacer, habían de estar disparando tiros a dicho monte”[2].

Retomando el hilo de las expediciones enviadas hacia lo que hoy se conoce como la península de Baja California, Hernán Cortés, tal vez frustrado por el triste desenlace de sus empresas así como las grandes pérdidas económicas y en hombres que tuvo en ellas, decide encabezar él mismo una nueva exploración. Fue durante los últimos meses de 1534 y principios de 1535 que prepara un nuevo contingente así como varios barcos con los cuales parte del puerto de Chametla, del actual estado de Sinaloa, el 18 de abril de 1535, rumbo a la tierra en la cual yacían los restos de Fortún Jiménez y varios de sus hombres. De acuerdo a los diarios de navegación, se sabe que Cortés avistó tierra peninsular desde el 1 de mayo, pero fue hasta el 3 del mismo mes que decide desembarcar en el mismo sitio donde había llegado Jiménez y toma posesión del sitio nombrándolo “Santa Cruz”.

Desde el principio, la relación de Cortés con los californios fue fría y distante. Los nativos veían con desconfianza a los recién llegados, principalmente por la amarga experiencia que habían tenido un poco más de un año atrás con la llegada de Fortún Jiménez y sus hombres. No olvidemos que los exploradores españoles, al fin hijos de su tiempo, tenían una actitud de superioridad en cuanto a los grupos étnicos, a los cuales consideraban sus vasallos y para ellos, cualquier territorio que encontraran en estas latitudes “era tierra conquistable” y de la cual podían tomar posesión sin necesidad de pedir consentimiento a sus moradores. Además de ello, lo usual es que los contingentes de exploradores, dispusieran de los recursos como el agua, la flora y fauna que ahí existían para su beneficio, sin pedir permiso ni pensar en las consecuencias que esto acarrearía a los grupos que habitaban estos lugares desde hace miles de años. Como ya mencioné, este tipo de prácticas no eran sólo propias de los españoles, sino que eran comunes a todos los reinos existentes en ese entonces en todo el orbe. Tal vez al día de hoy nos parezcan prácticas abusivas y carentes de toda legalidad, pero recordemos que estamos analizando hechos acontecidos en el siglo XVI, en donde eran atribuciones totalmente legales y de acuerdo a la mentalidad imperante.

Es probable que ni Cortés ni sus hombres desearan un enfrentamiento con los locales, el hecho de que iban en una misión de exploración y colonización requería hacer alianzas, y mantener un trato amistoso con la gente que poblaba estas tierras; en el pasado, la sensibilidad demostrada por Cortés para tejer acuerdos con los naturales le había redundado en la conquista de Tenochtitlán, por lo que tras catorce años de aquel acontecimiento, estaba bastante bien curtido en la diplomacia que había de tener con los pueblos que iba conociendo en esta nueva tierra. Sin embargo, los habitantes de la ahora nombrada “Santa Cruz”, tenían memoria y recordaban su lamentable encuentro con la gente de Jiménez, por lo que desde un principio demostraron su rechazo hacia la estancia de los extranjeros en el lugar. Lo anterior quedó plasmado en el testimonio de uno de los españoles que estuvo con Cortés en esta empresa y que fue retomado por el historiador Lazcano Sahagún en uno de sus libros: Es decir aparentemente no hubo ningún tipo de oposición, por lo cual procedía la incorporación de esa tierra a la corona de España. Sin embargo sí hubo oposición, la cual desde luego no menciona Cortés, pero sí uno de los españoles que lo acompañaban; Hernán Rodríguez: . . . dijo: “que luego como saltaron en tierra, oyó decir que habían venido hasta cincuenta ó sesenta indios, al Marqués, a defender la entrada e haciéndoles rayas que no pasasen …”. Es decir, los indios naturales no estuvieron de acuerdo con la presencia hispana en su tierra y le pintaron a Cortés una raya en la arena para que no pasara. Cruzar la raya sería como una declaración de guerra. Esta costumbre de pintar una raya para marcar un límite a la presencia de extraños, al parecer fue una costumbre extendida entre grupos indígenas del norte de México. Se sabe que los yaquis en Sonora, también le pintaron su raya a los españoles, justamente en esos mismos años. Esa raya en la arena simbolizó la primer frontera en California, entre la cultura indígena y la occidental [3].

El buen trato hacia los naturales de estas tierras estuvo garantizado desde el inicio, cuando Cortés suscribió las “Capitulaciones” con la Corona Española. En varios párrafos se reitera “el buen tratamiento que debían dar a los indios”, por lo que so pena de ser enjuiciado y castigado, además de perder cualquier beneficio que pudiera obtener de estas exploraciones, Cortés y sus hombres estaban obligados a obedecer estos acuerdos. Aquí menciono algunas partes de las “Capitulaciones” en donde queda de manifiesto lo ya mencionado:

Buen tratamiento a los indios

Otro sí, Ordenamos y Mandamos que si las dichas Nuestras justicias, por la dicha información o informaciones, hallaren que algunos de Nuestros subditos, de qua/quier calidad o condición que sean, o otros que tubiesen algunos indios por esclavos, sacado y traídos de sus tierras y naturaleza injusta e indevidamente, los saquen de su poder e queriendo los tales indios, los hagan volver a sus tierras y naturaleza, si buenamente y sin incomodidad se pudiese hacer; y no se pudiendo esto hazer cómoda y buenamente, les pongan en aquella libertad o encomienda que de rrazon y de justicia, segun la calidad o capacidad o habilidad de sus personas hubiese lugar, teniendo siempre rrespeto y consideración al bien y provecho de los dichos indios, para que sean tratados como libres, y no como esclavos, y que sean bien mantenidos y governados, y que no se les dé trabajo demasiado, y que no los tengan en las minas contra su voluntad, lo qua/ han de hazer con parecer del Prelado o de su oficial abiendolo en el lugar, y en su ausencia, con acuerdo y parecer del cura ó su teniente de la Iglesia que ende estuviere, sobre lo qual, encargo mucho a todos las conciencias; y si los dichos indios fuesen cristianos, no se han de volver a sus tierras, aunque ellos lo quieran, si no estuviesen convertidos a nuestra santa fee católica, por el peligro que a sus animas se les puede seguir.

Si se llega a vivir en las islas o tierra

Otro sí, Mandamos que después de fecha y dada a entender la dicha amonestacion y rrequerimiento a los dichos indios, segun y como se contiene en el capítulo supra próximo, si vieredes que conviene y es necesario para servicio de Dios y Nuestro y seguridad vuestra y de los que adelante hubieren de vivir y morar en las dichas Islas o tierra, de hazer algunas fortalezas o casas fuertes o llanas para vuestras moradas, procuraran con mucha diligencia y cuidado de las hazer en las partes y lugares donde esten mejor y se puedan conservar e perpetuar; procurando que se hagan con el menor daño y perjuicio que ser pueda, sin les herir y matar por causa de las hazer e sin les tomar por fuerza sus bienes e hacienda, antes Mandamos que les hagan buen tratamiento e buenas obras y les animen e alleguen y traten como a próximos, de manera que por ello y por ejemplo de sus vidas, de los dichos religiosos o clérigos, o por su doctrina, pedricación e instrución venga en conocimiento de nuestrafeé y en amor y gana de ser Nuestros vasallos y de estar y perseverar en nuestro servicio, como los otros nuestro vasallos, subditos y naturales. 

Trato justo

Otro sí, mandamos que la misma forma y orden guardeb y cumplan en los rescates y en todas las otras contrataciones que oviesen de hazer e hizieren con los dicho indios, sin les tomar por fuerza ni contra su voluntad ni les facer mal ni daño en sus personas, dando a los dichos indios por lo que tuvieren y los dichos españoles quisieren aber, satisfacción o equivalencia, de manera que ellos queden contentos.[4]

Cortés, durante su estancia en la California, siempre cuidó de que sus hombres no dañaran intencionalmente a alguno de los naturales e incluso les hacía severas amonestaciones y prevenía de los castigos de los que podían hacerse acreedores si llegaban a propasarse con ellos. Sin embargo, algo que Cortés no podía impedir, era el que sus hombres sintieran un rechazo por las costumbres de los grupos que habitaban estas tierras, las cuales chocaban con las suyas, haciéndolos ver como bestiales y salvajes a sus ojos, y por lo mismo rechazándolos e indisponiéndolos con ellos. A continuación Lazcano Sahagún comenta algunas de ellas: “Siempre andaban con sus arcos y flechas y con unas varas. Se alimentaban de semillas, frutos, yerbas, raíces, pescado, mariscos y carne de otros animales. A los españoles les escandalizó que llegaran a comer la carne cruda, e incluso llegaron a pensar que eran antropófagos. De hecho consideraron a los indios como gente salvaje, bestial y sin razón”.

Otra costumbre indígena que horrorizó a los españoles fue el que la suciedad de los hombres la guardaban seca para comer. Esta parece ser la primera referencia a lo que posteriormente los misioneros llamarían “la segunda cosecha”, que se trata de formas muy particulares de sobrevivir en el desierto y que imponía la difícil geografía de la península.

Sin embargo, lo que mayor estupor causó a los españoles fue el que los indios cuando quieren ayuntarse, varón con muger, lo hacen en presencia de todos; é . . . toman á las mugeres por las espaldas, como animales, y para confirmar esto uno de los testigos, Hemán Rodríguez, dijo: . . . que un indio de los naturales le trageron donde estaba el Marqués, é le mandó meter en la cocina donde estaba una india de los dichos naturales para que aprendiese la lengua, é que estando en la dicha cocina, el dicho indio, dicen, que asió a la india por las espaldas é hizo su voluntad, é que á palos no se la pudieron quitar hasta que cumplió su voluntad; é que se dice que las mugeres son comunes a todos, é que ninguno tiene muger propia; é que también oyó decir que eran sodométicos.

Estas acusaciones de bestialismo y homosexualismo eran parte del famoso “pecado nefando”, una de las justificaciones que daban los españoles para someter a los indios. Las acusaciones también incluían el canibalismo, que como ya vimos era otra de las excusas importantes y que viene mencionada en las capitulaciones del rey. Al respecto nos dice el testigo Alonso de Ceballos: …lo que sabe es quéste testigo los tiene por selváticos é sin ninguna razón ni ley, ni manera de vivir,· é que sabe, segund todos decían, que se comen unos á otros, porque los han hallado el indio é indios enteros asados… [5].

Como podemos comprender, esta visión eurocentrista, descalificaba de entrada cualquier contacto “terso” que pudiera darse entre los recién llegados y los californios. Además de ello, coincidimos en lo que afirma Carlos Lazcano, que la colonia de la Santa Cruz, fue siempre “una bahía sitiada”:

Para rematar los guaycura no les facilitaban las cosas, y así, el mismo Hernán Rodríguez nos dice: …que yendoá buscar la dicha comida tres y cuatro leguas del Real, sabe que un día mataron los indios, siete cristianos, porque iban tan flacos que no tenían fuerzas para poderse defender; é que asimismo mataron muchos negros é indios [amigos] yendoá buscar la dicha comida; y que algunos cristianos por la necesidad que tenían, mataban los caballos; é que también los dichos indios naturales, por falta de comida, les mataban los caballos é se los comían.

El panorama era de desastre. Otro testigo afirma que habían sido unos 15 los españoles muertos de esta manera y no menos de unos 120 entre indios amigos y negros esclavos, así como unos 45 caballos. Otro testimonio consigna que habían muerto entre españoles e indios naturales unos 25 y “que muertos de indios é de hambre é muertos los caballos para comer, pasaban de cuarenta caballos”. Otro dice que cree son unos 30 en total de muertos del bando español, incluyendo indios amigos, negros y españoles. Los testigos no se ponen de acuerdo en la cifra, pero lo que si se ve es una terrible tragedia”[6].  Así que haciendo cuentas, los españoles se mostraron mucho más comprensivos y “civilizados” con los Californios, que éstos con los primeros.

Durante su estancia en la California, se enviaron por lo menos cuatro misiones de exploración a diferentes sitios de esta tierra, buscando corroborar la supuesta presencia de grandes ciudades y oro, tal como se suponía que debía haber si esta tierra era la “Isla California” tan mencionada en Las Sergas de Esplandián, sin embargo, los resultados desmintieron este mito. Lo que sí demostraron fue el cuidado que puso Hernán Cortés en prevenir a sus contingentes de exploración de tratar con respeto y cortesía a todos los naturales que fueran encontrando, lo cual vuelve a poner de manifiesto el papel diplomático de Cortés y la misión que venía a desempeñar. Algunos ejemplos de estas órdenes lo retomamos de “Las instrucciones que Cortés diera a Juan de Jasso para explorar el territorio más allá de la Bahía de Santa Cruz”:

“No molestar a los naturales

Item si topardes alguna gente de los naturales de la tierra aora en poca cantidad aora en mucha, aora en pueblo o ranchería o fuera della, trabajaréis por todas las formas que pudierdes de darles a entender que no váis a les enoxar ni a facer daño ni perjuicio alguno sino que váis a ver la tierra y a buscar bastimentas, y que si los /al/ardes se los pagaréis del rescate que lleváis hasta hacer en esto todo lo que vos a posible no consentiréis que ninguno de los de vuestra compañía los enoxe en persona ni en haciendas y si alguno sin vuestra licencia se desmandara, castigarlo éis con toda riguridad en presencia de los naturales y darles éis a entender que por el enoxo que les hicieron los castigáis.

Item si habiéndoles fecho todos los cumplimientos y diligencias necesarias para darles a entender que no les queréis enoxar y no obstante todavía ellos fueren pertinaces y quisieren ofenderos, defenderos éis, e darles éis a entender e conocer el yerro que ficieron en acometeros e quereros ferir sin causa.

Item si en la manera susodicha y por su culpa con los naturales, trabajaréis que a mujer ni a niño no les faga daño ni se les queme mieses ni casas ni otras heredades, pero el despojo mueble que /al/ardes hacerlo éis recoger e inventarias ante tres personas de las de vuestra compañía, las que más autoridad para esto tuvieren mandado sopena de muerte, que ninguno esconda cosa aunque sea de poco valor de lo que se oliere de dicho despojo.

Item porque muchas veces suele acaecer que la gente de guerra movida con la codicia dexando seguir la vitoria se ocupan en el despojo, apercibís/os éis que ninguno tome cosa aunque sea de comer del despojo de los enemigos hasta ser echados del campo y con siguridad enteramente de la votiria dellos, porque suele volver hallando la gente desconcertada y sin orden, los vencidos ser vencedores y esto habéis de amonestar con mucha instancia y castigarlo con mucha riguridad.

No romper con los naturales

Item si antes del tiempo que lleváis señalado para volver hallardes alguna poblazón que sea poblazón formada donde haya labranzas y las otras particularidades que suelen tener los pueblos de los naturales destas partes, no consentiréis que se les tome cosa alguna contra su voluntad aunque sean bastimentas, pues los lleváis de aquí para el tiempo que debáis de estar y si algo os dieren, pagárselo éis del rescate que lleváis, de manera que queden contento y trabajad sin os quedar nada de lo posible de no venir en rompimiento con ellos, aunque para ello os sea forzado volver desde allá a este campo.

Honrar a los principales

Item informaros éis si en el tal pueblo hay señor natural a quien todos obedezcan y si lo hubiere trabajaréis de hablarle y mostrarle todo amor y buena voluntad e dallo de lo que lleváis por manera que conozcan los señores y personas principales han de ser muy honrados y preferidos en todo buen tratamiento e porque suele acaecer que los señores se niegan e no quieren parecer de temor sabiendo que hay señor si buenamente él no viniere a hablarlos o quisiere que vos le habléis, procuraréis insistir muncho en ello más de informaros lo mejor e más secretamente que pudierdes de la manera que se tiene en obedecerle y servirle y lo mismo /aréis si topardeis algunas rancherías grandes donde obiere copia de gente [7].

Tratando de sacar algunas conclusiones de la presente Conferencia podemos concluir que Hernán Cortés nunca pretendió abusar y mucho menos masacrar a los pobladores de la bahía de la Santa Cruz o de los sitios en donde estuvo su gente al interior de esta tierra. En cambio, desde un principio apercibió a todos los que estaban bajo sus órdenes de ofrecer un trato digno y respetuoso a los naturales, buscando en todo momento granjearse su amistad e incluso “servirles” en lo que se pudiere.

La paciencia y tolerancia demostrada por Cortés en esta incursión, fue mucha puesto que bien justificado hubiera estado un acto de guerra contra los pobladores de la bahía de la Santa Cruz, para vengar las muertes de tantos españoles, indios y negros que fueron ultimados por los naturales durante la estancia de esta fallida colonia, sin embargo no existe evidencia ni constancia de que esto haya ocurrido.

No se conoce un acto de agresión hacia los naturales por parte de los hombres de Cortés, mas sin embargo sí quedó constancia del rechazo que estos les tenían por sus costumbres alimentarias y sexuales. Algo comprensible y justificable tomando en cuenta la poca preparación de los soldados, marineros y demás personas que acompañaron a Cortés, que eran, como siempre manifiesto, hijos de su tiempo.

Creo que es tiempo de analizar con una óptica más justa y objetiva, la influencia de Hernán Cortés en la hoy península de Baja California. La leyenda negra que se han encargado de perpetuar de la figura cruel y sanguinaria de este conquistador, hoy se ve trastocada y corregida. La evidencia documental nos deja claro que la llegada de Cortés y muchos otros exploradores a la península de California iba acompañada de declaraciones pacíficas y que buscaba el integrar a los habitantes de esta retirada parte de la Nueva España a un mundo que estaba cambiando. No negamos que entre estos extranjeros hubo algunos de aviesas intenciones y que causaron daño a los naturales, sin embargo la mayoría sólo quería su bien, de acuerdo a lo que en esa época y a la perspectiva ideológica se puede entender por esa palabra.

Es necesario que los historiadores continuemos indagando y difundiendo más evidencias sólidas sobre estos sucesos, con el único propósito de acercarnos a la verdad histórica y se coloque en su justa dimensión, para el bien de nuestra identidad mexicana, el papel que cada uno de los actores desempeñaron en este devenir histórico de nuestra nación.

[1] Pablo L. Martínez, Historia de Baja California, La Paz, Instituto Sudcaliforniano de Cultura, 2011, pág. 83

[2] Carlos Lazcano Sahagún (2006). LA BAHÍA DE SANTA CRUZ. Cortés en California 1535-1536, Ensenada, Museo de Historia de Ensenada, 2006, págs. 67-68

[3] Carlos Lazcano Sahagún op. Cit. pág. 67.

[4]Capitulación celebrada por la reina Juana con Fernando Cortés para la exploración de la Mar del Sur 27 de octubre de 1529”, como se citó en Lazcano, La Bahía de la Santa Cruz. Cortés en California. 1535-1536, 2006.

[5] Carlos Lazcano Sahagún (2006). LA BAHÍA DE SANTA CRUZ. Cortés en California 1535-1536, Ensenada, Museo de Historia de Ensenada, 2006, págs. 93-94.

[6] Carlos Lazcano Sahagún (2006). LA BAHÍA DE SANTA CRUZ. Cortés en California 1535-1536, Ensenada, Museo de Historia de Ensenada, 2006, pág. 97.

[7] González Leal, Mariano, Juan de Jasso, El Viejo, “La Alborada de Guanajuato y la fundación de León”, como se citó en Lazcano, La Bahía de la Santa Cruz. Cortés en California. 1535-1536, 2006.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Las misiones y las visitas

FOTO: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Al llegar las primeras expediciones a esta península, ya venían religiosos en ellas. La expedición que culminó con la muerte de Fortún Jiménez y sus amotinados traía dos sacerdotes Franciscanos, los cuales desembarcó en las costas de Jalisco antes de poner su nave con rumbo a nuestra península (sin saber que existía). Hernán Cortés traía consigo a por lo menos un fraile franciscano con el cual se intentó la primera evangelización con los californios. Sin embargo, el proceso de conversión de los naturales de esta tierra nunca fue sencillo, como veremos en párrafos posteriores.

Al arribar a este puerto de la Santa Cruz, el explorador Isidro de Atondo y Antillón, lo acompañaban dos sacerdotes jesuitas: Eusebio Francisco Kino y Pedro Matías Goñi, los cuales de inmediato procedieron a iniciar la evangelización de los gentiles. Para tal fin intentaron establecer relación con los habitantes de la ensenada, pero debido su carácter hostil y a la actitud desdeñosa de los españoles les fue muy difícil. Cuando meses después reanudan su trabajo en el Real de San Bruno, tienen mejor suerte con los pobladores de estas tierras y empiezan a catequizar y bautizar. Lamentablemente, después de casi dos años de arduos trabajos no logran que este enclave fuera autosustentable por lo que lo abandonan y regresan definitivamente al macizo continental.

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Cuando en el año de 1697 se inicia la epopeya encabezada por Juan María de Salvatierra al fundar la Misión y Real Presidio de Loreto, se continúa el trabajo de evangelización que quedara suspendido un poco más de 10 años antes. El sistema utilizado por los jesuitas para iniciar con esta labor fue el método de “misiones y reducciones”. De acuerdo a un artículo de Joseph P. Sánchez titulado: La importancia de las misiones coloniales españolas en nuestra historia nacional y nuestro patrimonio común con España, México y América Latina, las misiones “servían como agencias de la Iglesia y el Estado para difundir la fe a los nativos y también para apaciguarlos para los propósitos estatales”. Los sacerdotes que laboraban en estos sitios eran conocidos como: misioneros.

Una vez que un misionero seleccionaba un sitio para establecer una misión, iniciaba con la convocatoria de los naturales que habitaban en los alrededores, a veces a cientos de kilómetros para que se reunieran periódicamente en estos centros y recibieran la doctrina o catecismo religioso. A esta forma de concentrar a los naturales en la misión se le llamó “reducción”. Una de las estrategias más utilizadas por los misioneros para convencer a los nativos de ir con ellos, era hacer largas exploraciones a los sitios más poblados de los alrededores del templo y ganarse la confianza de los gentiles por medio de regalos de alimento o baratijas, cuchillos y cacles (especie de sandalias). En ocasiones, estos recorridos les llevaban meses enteros y en ellos recorrían grandes distancias, pero al final valía la pena, ya que por un lado conocían la geografía de esa zona y por otro lado convencían a cientos de californios para que acudieran a la misión.

Sin embargo, en ocasiones el territorio que abarcaba una misión era tan vasto que debían establecerse unas especies de capillas o “visitaciones” las cuales eran templos pequeños, ubicados, por lo general, en parajes donde vivían numerosos nativos o bien que quedaba en una distancia equidistante de diferentes rancherías (comunidades de californios). Estos templos permanecían abandonados la mayor parte del año y solamente en ciertas fiestas o días seleccionados por el misionero, los visitaba y oficiaba misas, casamientos, bautismo. Usualmente, de entre los naturales más comprometidos y con una excelente memoria del catecismo, que además pertenecía a alguna de las rancherías de las visitaciones, se le hacía volver a estos sitios para que en ausencia del misionero, pero con su venia, impartiera la doctrina a sus iguales. Con lo anterior garantizaban la evangelización de los gentiles, y la fidelidad a la religión, por parte de los neófitos, mientras el misionero titular regresaba a este sitio.

Algunas de las visitaciones que existieron, y de algunas sobreviven sus ruinas, son: Santa Rosalía, visita de San Francisco Javier; en un principio San Juan Bautista Londó fue visita de Loreto; Santa María de Begoña, visita de Loreto, Comondú Viejo, que quedó como visita de San José de Comondú en su nueva ubicación; San pablo, fue visita de San Francisco Javier; Todos Santos, fue visita de la Misión de La Paz; Los Dolores del Norte, fue una visita de San Ignacio Kadakaamán; San Juan Nepomuceno y Santa María Magdalena, fueron visitas de la Misión de San Luis Gonzaga Chiriyaqui; y San Juan de Dios, fue visita de San Fernando Vellicatá.

Al igual que los templos misionales, aun existen vestigios de las capillas de visitación, los cuales están diseminados en diferentes partes de la península, como un valioso recuerdo de una época ya pasada pero que está en la memoria de los hijos de California.

Bibliografía

La Importancia de las Misiones Coloniales Españolas en Nuestra Historia Nacional y Nuestro Patrimonio Común con España, México y América Latina – Joseph P. Sánchez.

Misioneros Jesuitas En Baja California – Antonio Ponce Aguilar

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El uso de las imágenes en la catequismo de los californios

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS. Hace unos meses, cuando me encontraba en el interior de la Iglesia de San Francisco Javier, en el poblado del mismo nombre en Baja California Sur, me quedé en un profundo estado de contemplación al admirar su retablo principal, el cual está dedicado al mismo santo. Los nueve óleos que flanquean la estatua del santo le dan un ambiente supranatural, al tiempo que la cubierta áurea del retablo genera una impresión de estar ante la presencia de algo sumamente sagrado. El objetivo de esta obra ¿fue tener un altar hermosamente ornamentado o su función fue más allá? La respuesta a lo anterior la descubriremos a continuación.

El uso de imágenes y esculturas en el culto cristiano venía como herencia de las religiones y veneraciones más antiguas que las precedieron: egipcios, judaísmo, helenismo, etcétera. De las cuales se nutrió para su surgimiento, pero que, paulatinamente, les fue dando un sesgo muy específico que actualmente conforma toda la teoría que subyace a esta religión. Sin embargo, este camino nunca estuvo salvo de obstáculos. Siempre hubo grupos de cristianos que se oponían al uso de imágenes como objeto de culto y lo anterior se percibe en una carta dirigida al Obispo Sereno de Marsella escrita a finales del siglo VII, San Gregorio censuraba la destrucción de imágenes religiosas perpetrada en la diócesis marsellesa, señalando el provecho que habría podido extraerse de ellas: Te alabamos por haber prohibido adorar las imágenes, aunque reprobamos que las hayas destruido. Adorar una imagen es diferente de aprender lo que se debe adorar por medio de la pintura […] La obra de arte tiene pleno derecho de existir, pues su fin no es ser adorada por los fieles, sino enseñar a los ignorantes. Lo que los doctos pueden leer con su inteligencia en los libros, lo ven los ignorantes con sus ojos en los cuadros. Lo que todos tienen que imitar y realizar, unos lo ven pintado en las paredes y otros lo leen escrito en los libros.

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Años después, durante el imperio Bizantino, surgió una facción al interior de la iglesia que pedía la erradicación del culto de imágenes y esculturas, a este movimiento se le conoció como iconoclasta. En el año 787 se realizó el VII Concilio Ecuménico en Nicea, para que zanjara la cuestión de forma concluyente. El Concilio determinó que las imágenes no sólo eran útiles, sino sagradas. No en sí mismas, sino por lo que representaban: “El honor rendido a la imagen revierte a lo que ésta representa”. Recalcó la diferencia entre un ídolo y un ícono; el primero, como su nombre lo indica, es un vehículo para la idolatría, mientras que el segundo es un intermediario con lo sagrado.

Fue durante los siglos que van del XII al XV que se dio la gran efervescencia del uso de esculturas y pinturas como forma de transmitir las enseñanzas bíblicas así como los dogmas cristianos, sin embargo, la heterogeneidad de corrientes que surgieron al interior del cristianismo hicieron peligrar la unidad tan frágil que existía. Fue entonces que surge un gran cisma denominado La Reforma —encabezado por Martín Lutero—, que entre sus postulados buscaba la desaparición de las imágenes como objeto de devoción y culto en el cristianismo. De nuevo, para aclarar este desaguisado se tuvo que convocar a un concilio, el cual se celebró en Trento (1545-1565) en donde se reafirmó la importancia de imágenes con una utilidad didáctica, sin embargo, concedía razón en la necesidad de que hubiera un mayor control de parte de la iglesia en su elaboración y contenido.

Hay que tomar en cuenta que la Sociedad de Jesús nace en plena debacle reformista, en el año de 1540, y su propósito principal es ser fieles defensores de la doctrina católica así como leales en todo a El Papa. Con el paso de los años fueron perfeccionando el uso de técnicas que les permitieran evangelizar a los grupos de “gentiles” entre los que les tocaba realizar sus misiones y poder cumplir con su objetivo con el mayor de los éxitos de forma perdurable y rápida. En el caso de la Nueva España, la orden de los jesuitas fue casi de las últimas en llegar y fueron destinados para realizar su ministerio en el septentrión novohispano, en las tierras que fueron catalogadas como “los confines de la cristiandad”.

Uno de estos sitios fue la Antigua California, a la cual arribaron de forma permanente a partir del año de 1697 cuando fundan la Misión y Real Presidio de Loreto. Conforme fueron aprendiendo la lengua de los naturales poco a poco analizaron sus ceremonias, rituales y creencias con el fin de conocer la manera de aprovecharlas para la comprensión de los rezos y misterios de la fe, que, hasta ese momento, sólo se enseñaban de forma mecánica y memorística, pero con una limitada comprensión de su contenido. No debemos olvidar que de acuerdo a las manifestaciones culturales de los californios se pudieron ubicar en la etapa del paleolítico, lo que se manifestaba en una gran disparidad y desfase entre el pensamiento de los colonos y el de los nativos.

Además de las estrategias ya descritas, los ignacianos reforzaban su adoctrinamiento a través de mostrar imágenes a sus catecúmenos. Las mencionadas imágenes las traían consigo los sacerdotes o las pedían a sus sedes en las ciudades de Guadalajara y la Ciudad de México, y eran elaboradas bajo rigurosas normas y controles tratando en todo momento el causar un impacto no sólo en la memoria de los naturales sino en sus emociones, ya que se consideraba que una imagen, sea una pintura o una escultura, posee una carga semántica muy compleja y completa que evoca emociones indescriptibles y que facilita la percepción de aspectos abstractos como valores, virtudes y actos que difícilmente pueden ser expresados con lenguaje verbal o escrito.

Sin embargo, este proceso no siempre provocaba los efectos deseados y esto fue descrito en un relato un tanto jocoso por el sacerdote Ignaz Pfefferkorn: Un ejemplo de lo anterior es lo acaecido a un misionero jesuita que, con el fin de enseñar a los indios qué les esperaría si se iban al infierno por no ser buenos cristianos, les mostró una llamativa pintura en la que se veían ardientes llamas atormentando el alma de un pecador, y varias espantosas serpientes que parecían querer devorarla, con todo lo cual se pretendía causar el horror de los nativos. Sin embargo, éstos vieron la pintura primero con detenimiento, y luego mostraron alegría. Al preguntárseles por qué les gustaba aquella imagen del infierno, contestaron que sería una gran ventaja estar en un sitio con lumbre para calentarse en las noches frías, y víboras para comer.

Poco a poco al ir evolucionando las “reducciones” en las que fueron confinados una buena parte de los Californios y que llevaron pomposamente el nombre de misiones, el proceso de evangelización (catequización) fue haciéndose más rápido y efectivo. Dentro de las iglesias que se iban erigiendo empezaron a poblase de óleos y esculturas que evocaban pasajes bíblicos, virtudes que debían ser emuladas por los feligreses, y por qué no, castigos que les esperaban en esta y en otra vida si acaso se desviaban de los preceptos enseñados por los sacerdotes. La vida dentro de las misiones se regía por una estricta disciplina religiosa en donde el tañer de la campana de la iglesia marcaba el inicio de las labores diarias las cuales siempre comenzaban con la visita a la iglesia para el canto del “Alabado”, rezo del rosario y encomendarse en su jornada al altísimo.

No cabe duda que la veneración que se tiene de las imágenes sacras por los descendientes de esos californios y los primeros colonos europeos que llegaron a estas tierras, los cuales ahora viven en ranchos, pueblos y ciudades por toda la geografía peninsular, es un legado que viene desde estos tiempos misionales y que debe ser analizado y respetado como un patrimonio intangible de nuestra cultura sudpeninsular.

Bibliografía.

Sonora, a Description of the Province, Ignaz Pfefferkorn, S.J.

El arte sacro como catecismo visual y complemento litúrgico en las misiones de Las Californias, Elizabeth Agripina Simpson Gutiérrez.

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