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El Misionero Jesuita Clemente Guillén de Castro, Expedicionario y humanista

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). A partir del año de 1697, dio inicio la gran epopeya misional, en donde empezaron a llegar los misioneros de la Compañía de Jesús, los cuales paulatinamente cambiarían el rumbo de la historia de esta península de California. Uno de los sacerdotes más destacados fue Clemente Guillén de Castro, el cual desarrolló una gran tarea en la exploración y atención de los grupos indígenas en las regiones más inhóspitas y apartadas que existían.

El ignaciano Guillén de Castro, nació en el año de 1677 en el Reino de la Nueva Galicia, dentro del Virreinato de la Nueva España, en el poblado que actualmente es la capital del estado de Zacatecas. A los 19 años ingresó al colegio de Tepotzotlán en donde realizaría sus estudios que lo investirían al final como integrante de la Compañía de Jesús. Su primero encargo fue ser maestro de gramática y filosofía en la región de Oaxaca, y posteriormente misionar por un tiempo en la región de Sinaloa. A finales del año de 1713, contando con 36 años, se embarca junto con 2 jesuitas más rumbo al puerto de Loreto, para iniciar con su trabajo de misionero en la península. Debido al mal tiempo que imperaba en el Golfo de California, en dos ocasiones emprendió rumbo a su destino pero fue desviado, hasta que en el último viaje naufragó costándole la vida a uno de los misioneros que lo acompañaban y a otras personas a bordo. Puesto a salvo en tierra firme, repone sus fuerzas y finalmente se traslada al puerto del Yaqui, del cual parte hacia Loreto, a principios de 1714, llegando con bien a su destino.

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Como solía ocurrir en esos años, debido a la gran escasez de misioneros y la gran necesidad que de ellos se tenía para consolidar los pocos enclaves misionales que se habían fundado, después de unos pocos meses que pasó el padre Clemente en Loreto aprendiendo la lengua Guaycura y algunos datos sobre la geografía de la península, se le comisiona para que pase a ser el sacerdote titular de la misión de San Juan Bautista Ligüí-Malibat, en sustitución del sacerdote Francisco Peralta. Durante los siguientes años, el padre Clemente se esmeró por tratar de atraer hacia su misión a los indios que merodeaban por el lugar, pero debido a la escasez de agua y la renuencia de los naturales a vivir en el sitio, hizo que la misión, muy a su pesar, se fuera despoblando.

Mientras tanto, en el mes de marzo de 1719, el virrey Baltasar de Zúñiga y Guzmán, ordena a los jesuitas de la península de California, que realicen una exploración por el rumbo de Bahía Magdalena, con el propósito de identificar un sitio que ofreciera un buen puerto al Galeón de Manila, así como que contara con una fuente de agua permanente y abundante para dar refresco a la tripulación. El designado para llevar a cabo esta misión fue el padre Clemente Guillén.

La expedición estaba comandada por el capitán del Presidio de Loreto, esteban Rodríguez Lorenzo, así como algunos soldados e indios, los cuales les servirían como intérpretes y para asistirlos en sus necesidades. Esta hazaña les llevó 43 días en donde recorrieron la distancia que hay desde Loreto, hasta un sitio indeterminado que se encuentra frente a Isla Santa Margarita. Durante este viaje estuvieron a punto de perecer por la falta de fuentes de agua suficiente, además de que los Guaycuras que habitaban estos sitios se mostraban muy recelosos de ellos y, en varias ocasiones parecía como que se iban a abalanzar sobre ellos, sin embargo, utilizando toda su destreza diplomática, así como una que otra hazaña de amedrentamiento, lograron mantener una tensa calma con todos, hasta el fin de la exploración. En términos de éxito del objetivo del viaje, todo fue un fracaso ya que ni se encontró un puerto adecuado para el galeón ni fuentes de agua abundante, más sin embargo para efectos de la conquista misional fue muy provechoso ya que se descubrieron nuevos parajes, nuevas rutas y sobre todo se puso en contacto con grupos de indios que podrían ser evangelizados.

El siguiente año, en 1720, se envía al padre Clemente Guillén, al frente de un grupo de indios de su misión de San Juan Bautista y, unos cuantos soldados, a que tracen una ruta de exploración, desde su misión de San Juan Bautista, hasta el puerto de La Paz. Sobra decir que este viaje fue uno de los más peligrosos al que se enfrentaron los colonos, principalmente por lo abrupto de la serranía que se tuvo que traspasar, así como por el carácter belicoso y aguerrido de los Guaycuras, los cuales los veían como un peligro por ser competidores por la poca agua y el poco alimento que había en estos parajes. Durante los 26 días que duró esta expedición, a cada paso se encontraban precipicios infranqueables, abruptas y escarpadas montañas, y el azote siempre presente de la falta de agua. Debido a estas dificultades, a las que se sumaban los constantes asedios de grupos de guaycuras que buscaban amedrentarlos y que desistieran de su marcha, casi todos los indígenas amigos desertaron. Cuando llevaban un poco más de la mitad de los días que duró el trayecto, y ante la falta de agua y carencia de una ruta clara para poder sobrepasar la intrincada sierra, se convocó a una reunión en donde se analizaron las posibilidades de seguir a La Paz o regresarse, y finalmente después de no pocas objeciones, se decidió continuar.

Finalmente, el 6 de diciembre de 1720, Guillén de Castro y sus acompañantes, llegan a la bahía de La Paz, sitio al cual habían llegado en tan sólo dos días, por mar y embarcados en la balandra El triunfo de la Cruz, los misioneros Bravo y Ugarte, desde Loreto. Pasado unos días en el puerto y repuestas las fuerzan deciden regresar a la misión de San Juan Bautista, partiendo de La Paz el 10 de enero y llegando a su misión el 23 del mismo mes.

En el transcurso de este año, y tras los informes del padre Clemente sobre los parajes descubiertos dentro de la serranía que cruzó rumbo a La Paz, se le ordena que pase a formar una Misión en el paraje conocido como Apaté por los Guaycuras. El nombre que llevó esta misión fue Nuestra Señora de los Dolores, y contó con el presupuesto de diez mil pesos, los cuales fueron obsequiados por el marqués de Villapuente. Coincidió el poblamiento inicial del sitio con el cierre de la Misión de San Juan Bautista Malibat-Ligüí, debido a la escasez de naturales. Durante los años en que esta misión estuvo en el paraje de Apaté se vivieron condiciones muy adversas ya que el agua era salobre y de mala calidad, lo que impedía su uso para el cultivo. Sin embargo, se decidió mantener esta Misión principalmente porque servía como puente de ayuda y socorro para la Misión de La Paz, así como las otras que se fundaron en esta región austral de la península, decisión que demostró ser acertada por los sucesos que ocurrieron a partir del 1734 durante la gran rebelión de los pericúes.

En 1734, cuando el padre Clemente contaba con 57 años de edad, en el mes de octubre, dio inicio una rebelión encabezada por el grupo de los pericúes, pero que trascendió las fronteras de su región y se extendió a toda la península explorada por los misioneros, estando a muy poco de que concluyera con la salida y, en plan de huida, de los misioneros de la Compañía. Cuando por fin el gobierno virreinal decide enviar al gobernador de Sinaloa encabezando a un numeroso grupo de soldados e indios yaquis y mayos, para aplacar este movimiento indígena, deciden establecer su cuartel general en esta misión de Los Dolores. En 1737, sofocada esta insurrección, el sacerdote Guillén de Castro decide cambiar el asiento de su misión a otro sitio con mejor agua. El lugar designado fue un paraje conocido por los Guaycuras como Tañuetiá y, por los españoles como la Pasión. Este sitio estaba en el cajón que se formaba por el arroyo de Chillá. En este sitio continúa con su apostolado este sacerdote el cual ya para estas alturas 1744, se encontraba casi ciego.

En el año de 1746, y debido a su ancianidad y su ya casi total ceguera, se decide retirar al padre Clemente Guillén al Presidio de Loreto, en donde se conservó con gran actividad y siempre tratando de ser de utilidad para el sostenimiento de sus queridas misiones. Se cuenta que durante los días en que falleció, había llegado al Presidio de Loreto una anciana indígena que hablaba un tipo de lengua desconocida, y que buscando su bautismo se acercó al padre Guillén, mismo que le pidió el enseñara se lengua. En esta ocupación lo encontró la muerte en el año de 1748, a los 71 años de edad, y tras 34 años de trabajo duro e intenso entre sus amados Californios.

Bibliografía

Ponce A., A. (2012). Misioneros Jesuitas en Baja California. 1683-1768.

Guillén de C., C. [Diario de la] Expedición a la nación guaycura en Californias y descubrimiento por tierra de la gran Bahía de Santa María Magdalena en el Mar Pacífico, hecha por el Capitán Esteban Rodríguez Lorenzo, su primer conquistador: 3 marzo-14 abril 1719.

Guillén de C., C. [Diario de la] Expedición por tierra desde la misión de San Juan Bautista Malibat hasta la Bahía de La Paz, en el Seno Califórnico [por el padre Clemente Guillén]: 1720.

Zambrano, F. Diccionario Bio-Bibliográfico de la Compañía de Jesús en México.

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El concepto de trabajo y su introducción en la antigua California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la actualidad podemos decir que existe un consenso en el significado de lo que denominamos como trabajo: toda aquella actividad ya sea de origen manual o intelectual que se realiza a cambio de una compensación económica por las labores concretadas. A lo largo de la historia, el trabajo ha ido mutando de manera significativa en relación a la dependencia trabajador/capitalista. Sin embargo, este concepto era desconocido por los habitantes de la antigua california, y fue paulatinamente introducido por los primeros europeos que llegaron a ella.

Los habitantes milenarios de la media mitad sur de la península de Baja California vagaban incesantemente por toda su geografía, asentándose de forma más o menos permanente dependiendo de la presencia de alimento. Algunos hacían campamentos en las playas donde se alimentaban de crustáceos, peces e incluso pequeños mamíferos marinos; otros tantos lo hacían en los desiertos y en la serranía en donde subsistían de la caza y la recolección de semillas. El inicio de su jornada lo establecía la aparición del sol, el cual les indicaba que debían buscar su alimento, o en caso de que tuvieran alguna rara reserva de este, lo comieran para tener suficiente fuerza e iniciar sus actividades cotidianas. Los hombres se dedicaban a la caza, pesca o a la construcción de arcos, flechas y el mantenimiento de los mismos; mientras que las mujeres recolectaban semillas, agaves, leña y la crianza de los hijos. En estas actividades se les iban los días, los años y la vida. Cada vez que satisfacían su hambre se tiraban plácidamente bajo alguna sombra e iniciaban interminables peroratas con el vecino más próximo hasta que les aguijoneaba el hambre y entonces iniciaban la búsqueda de alimento para calmarla, para posteriormente seguir con su actividad de recreo y descanso.

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En esta pasividad y tranquilidad, propia del estadío del paleolítico, fue como los encontraron los primeros europeos que se aventuraron hasta este confín de la tierra. Para estos recién llegados era incomprensible que estos seres humanos no dedicaran su vida a la búsqueda y acumulación de riqueza, meta principal del trabajo y forma de vida de los europeos. No entendían cómo no almacenaban grandes cantidades de semilla para posteriormente enriquecerse con su venta a sus congéneres, por qué no se dedicaban a la explotación masiva de las perlas para que luego se las vendieran a ellos y hacerse ricos. En fin, que las ocupaciones que tenían nuestros antiguos Guaycuras, Cochimíes y Pericúes, al ojo mercantil y explotador de los europeos, era una pérdida de tiempo y una holgazanería permanente.

El sacerdote Juan Jacobo Baegert, que por 17 años habitó entre los guaycuras en la misión de San Luis Gonzaga, los describe de la siguiente manera: Por regla general, puede decirse de los californios que son tontos, torpes, toscos, sucios, insolentes, ingratos, mentirosos, pillos, perezosos en extremo, grandes habladores y, en cuanto a su inteligencia y actividades, como quien dice, niños hasta la tumba; que son gente desorientada, desprevenida, irreflexiva e irresponsable; gente que para nada puede dominarse y que en todo siguen sus instintos naturales, igual a las bestias. Agrega además No trabajan absolutamente nada, y por nada en el mundo quieren preocuparse de lo que no es indispensable para saciar su hambre; y esto, sólo cuando ya la tienen encima o los esté amagando. Por consiguiente, cuando hay que hacer algún trabajo en la misión, nunca se hace nada si no anda uno tras ellos incesantemente y por todos lados.

Como es bien sabido, los jesuitas lograron un acuerdo con el virrey en turno cuando le propusieron venir a evangelizar a los nativos de la California: ellos dejaron claro que no pedirían apoyo económico alguno a la Corona para venir a estas península, pero a cambio el Virrey les otorgaría la facultad de ser ellos la máxima autoridad en estas tierras, incluso por encima del jefe de los ejércitos de su majestad que destacamentaran, pudiendo removerlo a voluntad. Es por lo anterior que durante los 70 años que permanecieron los misioneros de esta orden en la California trataron de imponer un sistema de trabajo basado en la forma en que se hizo en las comunidades cristianas antiguas: todos se guiaban bajo las ordenanzas de la fe cristiana, las actividades que se realizaran como agricultura, pesca, ganadería, conservas, comercio, etc. Se realizarían de forma colectiva, y el excedente se distribuiría de forma equitativa entre todos los integrantes de la comunidad. En pocas palabras, el modo de vida que querían instaurar estos hombres de la Compañía era un comunismo primitivo bajo los valores teocráticos del cristianismo.

Si comparamos esta forma de trabajo propuesta por los ignacianos con la encomienda y la repartición, que fueron los sistemas de explotación esclavista que impusieron los europeos que arribaron a América, podemos decir que fue la menos agresiva, sin embargo aún así para la forma en la cual estaban acostumbrados a vivir nuestros Californios, fue una imposición injusta que tuvo una resistencia permanente entre los pobladores. A pesar de que efectivamente, en las crónicas misionales se deja entrever de forma patente que los misioneros repartían entre todos los habitantes de la misión, los granos de las cosechas, la carne de las reces, ovejas, cerdos y demás animales que se criaban, no era fácil convencer a los Californios de que participaran en estas actividades, e incluso si lo hacían, como dice el sacerdote Baegert nunca se hace nada si no anda uno tras ellos incesantemente y por todos lados.

Este mismo sacerdote en otra parte de sus escritos menciona con cierta tristeza y fatalismo Los californios podrían mejorar su suerte mucho, si quisieran ser un poco más activos y laboriosos, porque hay lugares donde podrían sembrar unos puñados de maíz, algunas calabazas y un poco de algodón; también podrían tener sus pequeños rebaños de chivos u ovejas y hasta ganado mayor; con la piel de venado, que saben muy bien preparar, podrían hacer jubones y abrigos. Pero no hay que abrigar la esperanza de que lo hagan. No piensan comer palomas, si no les vienen volando, ya asadas, a la boca. Trabajar hoy y recoger el fruto de sus esfuerzos tres meses o medio año después les parece una idea inaguantable. En suma, los trigueños californios, primero se volverán blancos que cambiar sus costumbres y modo de vivir.

En lo personal considero que el hecho de que los californios se negaran a obedecer a los sacerdotes y realizar estas actividades que les proponían dentro de la misión o en los terrenos aledaños a la misma, era más una forma de resistencia a las imposiciones y exigencias porque cambiaran su forma de vida y las trocaran por la vida “civilizada” dentro de la misión. Es seguro que ya pasados los primeros 35 años de estancia de los sacerdotes, esta resistencia fue cediendo puesto que aquellos que los recibieron cuando llegaron ya habían muerto en su mayoría, debido a las constantes epidemias o bien a que la esperanza de vida en aquellos años no pasaba de los 25 años. Los hijos de estos ya se habían acostumbrado a vivir en las misiones y los sacerdotes los habían convencido de realizar el trabajo tal y como ellos lo venían imponiendo, por lo que ya aceptaban de buen agrado acudir a los campos a realizar la siembra, cuidado y cosecha o bien a realizar las vaquereadas o cuidado de los animales de los que se proveían de alimento.

La imposición de esta nueva forma de trabajo no fue tersa y pacífica como uno creería si piensa que durante la época jesuítica los sacerdotes eran los que gobernaban. Se puede leer en los mismos documentos que ellos redactaron que eran comunes los regaños, castigos con azotes y dejar sin alimento a aquellos que se resistían a realizar su trabajo en cualquiera de las actividades laborales dentro y fuera de la misión. Incluso se les encerraba por varios días o se les destituía públicamente de cualquier cargo que tuvieran, lo cual realizaban ya sea los sacerdotes o el jefe militar en una ceremonia oprobiosa. Debido a lo anterior tras la salida de los jesuitas de la California en el año de 1768, los escasos 7 mil californios que aún sobrevivían ya habían adquirido el concepto de trabajo de acuerdo a la forma en que se los impusieron.

Bibliografía

Baegert, J.J. (2013). Noticias de la península americana de la California. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez

ECONOMÍA. Consultado agosto 2022.

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Cortés y los californios: primeros testimonios indígenas en California

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El encuentro de personas pertenecientes a culturas diferentes siempre obedece a expectativas y a prejuicios, y esto no estuvo ajeno de ocurrir durante la llegada del contingente encabezado por Hernán Cortés a estas costas de California. Las huestes de recién llegados venían con el ímpetu que da el creerse con el derecho de asentarse y colonizar las tierras y mares que de antemano consideran “de su propiedad”, y las cuales, de acuerdo a sus creencias, estaban habitadas por seres infrahumanos a los cuales se les debería convertir no sólo a la religión que ellos detentaban sino atraerlos, por las buenas o por las malas, hacia su cultura y modo de vida.

La presencia de Cortés en la California obedecía al proyecto expansionista de la Corona Española, la cual buscaba a toda costa apoderarse del mayor número de recursos naturales y humanos de estas tierras que se encontraban en la región que les había sido asignada con base al Tratado de Tordesillas (1494) que firmaron con sus rivales, los portugueses. Si bien es cierto que la llegada de los españoles a lo que posteriormente se conoció como América, había sido de forma accidental y fortuita, puesto que ellos buscaban una ruta marítima a las islas de Especiería por el Occidente, de ninguna manera iban a despreciar un territorio en el cual, desde el principio, encontraron con grandes riquezas minerales y recursos humanos. El primer paso para asegurar el dominio de estos territorios fue pactar alianzas con diferentes grupos de naturales con el propósito de derrotar a un grupo de pueblos que mantenían la hegemonía en una buena parte de estas tierras, la famosa Triple Alianza (los señoríos de Texcoco, Tenochtitlan y tlacopan). Con la caída de Tenochtitlan (1521) se redujo en gran medida la resistencia de los pueblos nativos ante el avance de los colonos recién llegados, por lo que se iniciaron una serie de exploraciones y “posesiones” que ensancharon aún más el dominio español.

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Cortés, hombre hábil, que había demostrado con creces su carácter apasionado y perseverante, decide continuar con la búsqueda de una ruta que permitiera retomar el acceso a las islas de Especiería. Para tal fin suscribe las famosas “Capitulaciones” con la Corona Española (1529) en las que se compromete a realizar la exploración y colonización de islas y tierras en el lado de la Mar del Sur, obviamente con la respectiva recompensa pactada en los mencionados documentos. En el año de 1532 envía una expedición al mando de Diego Hurtado de Mendoza con el propósito de explorar estos sitios del noroeste, lamentablemente tuvo un trágico final. Posteriormente en 1533 vuelve a la carga enviando un nuevo contingente a cargo de Diego Becerra de Mendoza, el cual a las pocas semanas de partir enfrenta una rebelión en donde es asesinado su capitán, quedando al mando de los amotinados el piloto Fortún Jiménez, el cual encabezó este movimiento sedicioso.

En esta última expedición, el barco encuentra a su paso una larga extensión de tierra de la cual ignoran si era una isla o una península. En su recorrido, Jiménez y sus hombres deciden desembarcar en una bahía con el propósito de rellenar sus ya casi vacíos depósitos de agua y conseguir alimentos, además de lo anterior descubre una gran cantidad de madreperlas las cuales empiezan a explotar. Hasta el momento se desconoce cuál fue el motivo que inició la lucha entre los recién llegados y los naturales que habitaban el lugar. De acuerdo a Pablo L. Martínez “los blancos intentaron violentar a las mujeres indígenas, lo que provocó el furor de los nativos, quienes se echaron sobre los españoles, matando a Jiménez junto con veinte compañeros”[1], esta versión se supo debido a que algunos españoles que quedaron en el barco, al ver que sus compañeros eran asaltados por los naturales, deciden abandonar apresuradamente el sitio y ponen rumbo hacia Sinaloa en donde son apresados por gente de Nuño de Guzmán, a quien narran sus peripecias en este sitio.

Bernal Díaz del Castillo, da otra versión sobre los motivos del ataque de los californios a la gente de Jiménez: “Y como saltó en tierra y los naturales de aquella bahía o isla estaban en guerra, los mataron, que no quedaron, salvo los marineros que quedaban en el navío”. Esta versión es poco probable debido a que si bien es cierto que los grupos nativos de la California son descritos por los jesuitas como belicosos entre ellos y que por cualquier motivo iniciaban pleitos entre sus rancherías, las cuales involucraban al poco tiempo a varias de ellas, cuando llegaban grupos de exploradores europeos, lo primero que hacían los naturales era escapar hacia el interior de sus tierras y sólo después de pasado ciertos días se acercaban a conocer a los extranjeros. Era imposible que los hubieran confundido con otro grupo de nativos de la California puesto que ni su apariencia física, vestimenta, armamento o lengua era conocido por los habitantes de esta tierra.

En lo que respecta a la primera hipótesis, que fue sostenida por Pablo L. Martínez, en donde se dice que los españoles intentaron abusar de las mujeres indígenas causando el enojo y agresión de los naturales, esto es también muy remoto. No olvidemos que tanto los guaycuras como los pericúes eran los grupos étnicos que poblaban la ensenada de La Paz así como islas cercanas, y entre sus costumbres estaba el ofrecer a sus mujeres a los visitantes para que tuvieran sexo con ellas, lo anterior como una muestra de amistad, por lo que es difícil que se hayan molestado si acaso algunos de los recién llegados quisieran cohabitar con sus mujeres.

Existe una tercera hipótesis que hasta el momento considero como el detonante más probable de la agresión de los naturales al contingente de Jiménez. Esta hipótesis la ha desarrollado el investigador Julio César Montané Martí y ha expuesto en sus libros el historiador Carlos Lazcano Sahagún: “Algo más probable quizá fue la defensa de las fuentes de agua por parte de los guaycuras. Los navegantes españoles siempre andaban en busca de agua fresca y en cualquier punto que se detenían, una de sus prioridades era el agua. Para los indios californios, debido a lo hostil de la geografía californiana, el agua también era una prioridad y la defensa de sus fuentes motivo de guerras y ataques. El misionero Jaime Bravo menciona en una de sus cartas como los guaycuras de la bahía de La Paz defendían el único aguaje que tenía: “. . . mezquitales y otros árboles que estaban inmediatos al aguaje, desde donde disparaban flechazos los guaycuros a los buzos, siempre que venían a hacer aguada, y para poderla hacer, habían de estar disparando tiros a dicho monte”[2].

Retomando el hilo de las expediciones enviadas hacia lo que hoy se conoce como la península de Baja California, Hernán Cortés, tal vez frustrado por el triste desenlace de sus empresas así como las grandes pérdidas económicas y en hombres que tuvo en ellas, decide encabezar él mismo una nueva exploración. Fue durante los últimos meses de 1534 y principios de 1535 que prepara un nuevo contingente así como varios barcos con los cuales parte del puerto de Chametla, del actual estado de Sinaloa, el 18 de abril de 1535, rumbo a la tierra en la cual yacían los restos de Fortún Jiménez y varios de sus hombres. De acuerdo a los diarios de navegación, se sabe que Cortés avistó tierra peninsular desde el 1 de mayo, pero fue hasta el 3 del mismo mes que decide desembarcar en el mismo sitio donde había llegado Jiménez y toma posesión del sitio nombrándolo “Santa Cruz”.

Desde el principio, la relación de Cortés con los californios fue fría y distante. Los nativos veían con desconfianza a los recién llegados, principalmente por la amarga experiencia que habían tenido un poco más de un año atrás con la llegada de Fortún Jiménez y sus hombres. No olvidemos que los exploradores españoles, al fin hijos de su tiempo, tenían una actitud de superioridad en cuanto a los grupos étnicos, a los cuales consideraban sus vasallos y para ellos, cualquier territorio que encontraran en estas latitudes “era tierra conquistable” y de la cual podían tomar posesión sin necesidad de pedir consentimiento a sus moradores. Además de ello, lo usual es que los contingentes de exploradores, dispusieran de los recursos como el agua, la flora y fauna que ahí existían para su beneficio, sin pedir permiso ni pensar en las consecuencias que esto acarrearía a los grupos que habitaban estos lugares desde hace miles de años. Como ya mencioné, este tipo de prácticas no eran sólo propias de los españoles, sino que eran comunes a todos los reinos existentes en ese entonces en todo el orbe. Tal vez al día de hoy nos parezcan prácticas abusivas y carentes de toda legalidad, pero recordemos que estamos analizando hechos acontecidos en el siglo XVI, en donde eran atribuciones totalmente legales y de acuerdo a la mentalidad imperante.

Es probable que ni Cortés ni sus hombres desearan un enfrentamiento con los locales, el hecho de que iban en una misión de exploración y colonización requería hacer alianzas, y mantener un trato amistoso con la gente que poblaba estas tierras; en el pasado, la sensibilidad demostrada por Cortés para tejer acuerdos con los naturales le había redundado en la conquista de Tenochtitlán, por lo que tras catorce años de aquel acontecimiento, estaba bastante bien curtido en la diplomacia que había de tener con los pueblos que iba conociendo en esta nueva tierra. Sin embargo, los habitantes de la ahora nombrada “Santa Cruz”, tenían memoria y recordaban su lamentable encuentro con la gente de Jiménez, por lo que desde un principio demostraron su rechazo hacia la estancia de los extranjeros en el lugar. Lo anterior quedó plasmado en el testimonio de uno de los españoles que estuvo con Cortés en esta empresa y que fue retomado por el historiador Lazcano Sahagún en uno de sus libros: Es decir aparentemente no hubo ningún tipo de oposición, por lo cual procedía la incorporación de esa tierra a la corona de España. Sin embargo sí hubo oposición, la cual desde luego no menciona Cortés, pero sí uno de los españoles que lo acompañaban; Hernán Rodríguez: . . . dijo: “que luego como saltaron en tierra, oyó decir que habían venido hasta cincuenta ó sesenta indios, al Marqués, a defender la entrada e haciéndoles rayas que no pasasen …”. Es decir, los indios naturales no estuvieron de acuerdo con la presencia hispana en su tierra y le pintaron a Cortés una raya en la arena para que no pasara. Cruzar la raya sería como una declaración de guerra. Esta costumbre de pintar una raya para marcar un límite a la presencia de extraños, al parecer fue una costumbre extendida entre grupos indígenas del norte de México. Se sabe que los yaquis en Sonora, también le pintaron su raya a los españoles, justamente en esos mismos años. Esa raya en la arena simbolizó la primer frontera en California, entre la cultura indígena y la occidental [3].

El buen trato hacia los naturales de estas tierras estuvo garantizado desde el inicio, cuando Cortés suscribió las “Capitulaciones” con la Corona Española. En varios párrafos se reitera “el buen tratamiento que debían dar a los indios”, por lo que so pena de ser enjuiciado y castigado, además de perder cualquier beneficio que pudiera obtener de estas exploraciones, Cortés y sus hombres estaban obligados a obedecer estos acuerdos. Aquí menciono algunas partes de las “Capitulaciones” en donde queda de manifiesto lo ya mencionado:

Buen tratamiento a los indios

Otro sí, Ordenamos y Mandamos que si las dichas Nuestras justicias, por la dicha información o informaciones, hallaren que algunos de Nuestros subditos, de qua/quier calidad o condición que sean, o otros que tubiesen algunos indios por esclavos, sacado y traídos de sus tierras y naturaleza injusta e indevidamente, los saquen de su poder e queriendo los tales indios, los hagan volver a sus tierras y naturaleza, si buenamente y sin incomodidad se pudiese hacer; y no se pudiendo esto hazer cómoda y buenamente, les pongan en aquella libertad o encomienda que de rrazon y de justicia, segun la calidad o capacidad o habilidad de sus personas hubiese lugar, teniendo siempre rrespeto y consideración al bien y provecho de los dichos indios, para que sean tratados como libres, y no como esclavos, y que sean bien mantenidos y governados, y que no se les dé trabajo demasiado, y que no los tengan en las minas contra su voluntad, lo qua/ han de hazer con parecer del Prelado o de su oficial abiendolo en el lugar, y en su ausencia, con acuerdo y parecer del cura ó su teniente de la Iglesia que ende estuviere, sobre lo qual, encargo mucho a todos las conciencias; y si los dichos indios fuesen cristianos, no se han de volver a sus tierras, aunque ellos lo quieran, si no estuviesen convertidos a nuestra santa fee católica, por el peligro que a sus animas se les puede seguir.

Si se llega a vivir en las islas o tierra

Otro sí, Mandamos que después de fecha y dada a entender la dicha amonestacion y rrequerimiento a los dichos indios, segun y como se contiene en el capítulo supra próximo, si vieredes que conviene y es necesario para servicio de Dios y Nuestro y seguridad vuestra y de los que adelante hubieren de vivir y morar en las dichas Islas o tierra, de hazer algunas fortalezas o casas fuertes o llanas para vuestras moradas, procuraran con mucha diligencia y cuidado de las hazer en las partes y lugares donde esten mejor y se puedan conservar e perpetuar; procurando que se hagan con el menor daño y perjuicio que ser pueda, sin les herir y matar por causa de las hazer e sin les tomar por fuerza sus bienes e hacienda, antes Mandamos que les hagan buen tratamiento e buenas obras y les animen e alleguen y traten como a próximos, de manera que por ello y por ejemplo de sus vidas, de los dichos religiosos o clérigos, o por su doctrina, pedricación e instrución venga en conocimiento de nuestrafeé y en amor y gana de ser Nuestros vasallos y de estar y perseverar en nuestro servicio, como los otros nuestro vasallos, subditos y naturales. 

Trato justo

Otro sí, mandamos que la misma forma y orden guardeb y cumplan en los rescates y en todas las otras contrataciones que oviesen de hazer e hizieren con los dicho indios, sin les tomar por fuerza ni contra su voluntad ni les facer mal ni daño en sus personas, dando a los dichos indios por lo que tuvieren y los dichos españoles quisieren aber, satisfacción o equivalencia, de manera que ellos queden contentos.[4]

Cortés, durante su estancia en la California, siempre cuidó de que sus hombres no dañaran intencionalmente a alguno de los naturales e incluso les hacía severas amonestaciones y prevenía de los castigos de los que podían hacerse acreedores si llegaban a propasarse con ellos. Sin embargo, algo que Cortés no podía impedir, era el que sus hombres sintieran un rechazo por las costumbres de los grupos que habitaban estas tierras, las cuales chocaban con las suyas, haciéndolos ver como bestiales y salvajes a sus ojos, y por lo mismo rechazándolos e indisponiéndolos con ellos. A continuación Lazcano Sahagún comenta algunas de ellas: “Siempre andaban con sus arcos y flechas y con unas varas. Se alimentaban de semillas, frutos, yerbas, raíces, pescado, mariscos y carne de otros animales. A los españoles les escandalizó que llegaran a comer la carne cruda, e incluso llegaron a pensar que eran antropófagos. De hecho consideraron a los indios como gente salvaje, bestial y sin razón”.

Otra costumbre indígena que horrorizó a los españoles fue el que la suciedad de los hombres la guardaban seca para comer. Esta parece ser la primera referencia a lo que posteriormente los misioneros llamarían “la segunda cosecha”, que se trata de formas muy particulares de sobrevivir en el desierto y que imponía la difícil geografía de la península.

Sin embargo, lo que mayor estupor causó a los españoles fue el que los indios cuando quieren ayuntarse, varón con muger, lo hacen en presencia de todos; é . . . toman á las mugeres por las espaldas, como animales, y para confirmar esto uno de los testigos, Hemán Rodríguez, dijo: . . . que un indio de los naturales le trageron donde estaba el Marqués, é le mandó meter en la cocina donde estaba una india de los dichos naturales para que aprendiese la lengua, é que estando en la dicha cocina, el dicho indio, dicen, que asió a la india por las espaldas é hizo su voluntad, é que á palos no se la pudieron quitar hasta que cumplió su voluntad; é que se dice que las mugeres son comunes a todos, é que ninguno tiene muger propia; é que también oyó decir que eran sodométicos.

Estas acusaciones de bestialismo y homosexualismo eran parte del famoso “pecado nefando”, una de las justificaciones que daban los españoles para someter a los indios. Las acusaciones también incluían el canibalismo, que como ya vimos era otra de las excusas importantes y que viene mencionada en las capitulaciones del rey. Al respecto nos dice el testigo Alonso de Ceballos: …lo que sabe es quéste testigo los tiene por selváticos é sin ninguna razón ni ley, ni manera de vivir,· é que sabe, segund todos decían, que se comen unos á otros, porque los han hallado el indio é indios enteros asados… [5].

Como podemos comprender, esta visión eurocentrista, descalificaba de entrada cualquier contacto “terso” que pudiera darse entre los recién llegados y los californios. Además de ello, coincidimos en lo que afirma Carlos Lazcano, que la colonia de la Santa Cruz, fue siempre “una bahía sitiada”:

Para rematar los guaycura no les facilitaban las cosas, y así, el mismo Hernán Rodríguez nos dice: …que yendoá buscar la dicha comida tres y cuatro leguas del Real, sabe que un día mataron los indios, siete cristianos, porque iban tan flacos que no tenían fuerzas para poderse defender; é que asimismo mataron muchos negros é indios [amigos] yendoá buscar la dicha comida; y que algunos cristianos por la necesidad que tenían, mataban los caballos; é que también los dichos indios naturales, por falta de comida, les mataban los caballos é se los comían.

El panorama era de desastre. Otro testigo afirma que habían sido unos 15 los españoles muertos de esta manera y no menos de unos 120 entre indios amigos y negros esclavos, así como unos 45 caballos. Otro testimonio consigna que habían muerto entre españoles e indios naturales unos 25 y “que muertos de indios é de hambre é muertos los caballos para comer, pasaban de cuarenta caballos”. Otro dice que cree son unos 30 en total de muertos del bando español, incluyendo indios amigos, negros y españoles. Los testigos no se ponen de acuerdo en la cifra, pero lo que si se ve es una terrible tragedia”[6].  Así que haciendo cuentas, los españoles se mostraron mucho más comprensivos y “civilizados” con los Californios, que éstos con los primeros.

Durante su estancia en la California, se enviaron por lo menos cuatro misiones de exploración a diferentes sitios de esta tierra, buscando corroborar la supuesta presencia de grandes ciudades y oro, tal como se suponía que debía haber si esta tierra era la “Isla California” tan mencionada en Las Sergas de Esplandián, sin embargo, los resultados desmintieron este mito. Lo que sí demostraron fue el cuidado que puso Hernán Cortés en prevenir a sus contingentes de exploración de tratar con respeto y cortesía a todos los naturales que fueran encontrando, lo cual vuelve a poner de manifiesto el papel diplomático de Cortés y la misión que venía a desempeñar. Algunos ejemplos de estas órdenes lo retomamos de “Las instrucciones que Cortés diera a Juan de Jasso para explorar el territorio más allá de la Bahía de Santa Cruz”:

“No molestar a los naturales

Item si topardes alguna gente de los naturales de la tierra aora en poca cantidad aora en mucha, aora en pueblo o ranchería o fuera della, trabajaréis por todas las formas que pudierdes de darles a entender que no váis a les enoxar ni a facer daño ni perjuicio alguno sino que váis a ver la tierra y a buscar bastimentas, y que si los /al/ardes se los pagaréis del rescate que lleváis hasta hacer en esto todo lo que vos a posible no consentiréis que ninguno de los de vuestra compañía los enoxe en persona ni en haciendas y si alguno sin vuestra licencia se desmandara, castigarlo éis con toda riguridad en presencia de los naturales y darles éis a entender que por el enoxo que les hicieron los castigáis.

Item si habiéndoles fecho todos los cumplimientos y diligencias necesarias para darles a entender que no les queréis enoxar y no obstante todavía ellos fueren pertinaces y quisieren ofenderos, defenderos éis, e darles éis a entender e conocer el yerro que ficieron en acometeros e quereros ferir sin causa.

Item si en la manera susodicha y por su culpa con los naturales, trabajaréis que a mujer ni a niño no les faga daño ni se les queme mieses ni casas ni otras heredades, pero el despojo mueble que /al/ardes hacerlo éis recoger e inventarias ante tres personas de las de vuestra compañía, las que más autoridad para esto tuvieren mandado sopena de muerte, que ninguno esconda cosa aunque sea de poco valor de lo que se oliere de dicho despojo.

Item porque muchas veces suele acaecer que la gente de guerra movida con la codicia dexando seguir la vitoria se ocupan en el despojo, apercibís/os éis que ninguno tome cosa aunque sea de comer del despojo de los enemigos hasta ser echados del campo y con siguridad enteramente de la votiria dellos, porque suele volver hallando la gente desconcertada y sin orden, los vencidos ser vencedores y esto habéis de amonestar con mucha instancia y castigarlo con mucha riguridad.

No romper con los naturales

Item si antes del tiempo que lleváis señalado para volver hallardes alguna poblazón que sea poblazón formada donde haya labranzas y las otras particularidades que suelen tener los pueblos de los naturales destas partes, no consentiréis que se les tome cosa alguna contra su voluntad aunque sean bastimentas, pues los lleváis de aquí para el tiempo que debáis de estar y si algo os dieren, pagárselo éis del rescate que lleváis, de manera que queden contento y trabajad sin os quedar nada de lo posible de no venir en rompimiento con ellos, aunque para ello os sea forzado volver desde allá a este campo.

Honrar a los principales

Item informaros éis si en el tal pueblo hay señor natural a quien todos obedezcan y si lo hubiere trabajaréis de hablarle y mostrarle todo amor y buena voluntad e dallo de lo que lleváis por manera que conozcan los señores y personas principales han de ser muy honrados y preferidos en todo buen tratamiento e porque suele acaecer que los señores se niegan e no quieren parecer de temor sabiendo que hay señor si buenamente él no viniere a hablarlos o quisiere que vos le habléis, procuraréis insistir muncho en ello más de informaros lo mejor e más secretamente que pudierdes de la manera que se tiene en obedecerle y servirle y lo mismo /aréis si topardeis algunas rancherías grandes donde obiere copia de gente [7].

Tratando de sacar algunas conclusiones de la presente Conferencia podemos concluir que Hernán Cortés nunca pretendió abusar y mucho menos masacrar a los pobladores de la bahía de la Santa Cruz o de los sitios en donde estuvo su gente al interior de esta tierra. En cambio, desde un principio apercibió a todos los que estaban bajo sus órdenes de ofrecer un trato digno y respetuoso a los naturales, buscando en todo momento granjearse su amistad e incluso “servirles” en lo que se pudiere.

La paciencia y tolerancia demostrada por Cortés en esta incursión, fue mucha puesto que bien justificado hubiera estado un acto de guerra contra los pobladores de la bahía de la Santa Cruz, para vengar las muertes de tantos españoles, indios y negros que fueron ultimados por los naturales durante la estancia de esta fallida colonia, sin embargo no existe evidencia ni constancia de que esto haya ocurrido.

No se conoce un acto de agresión hacia los naturales por parte de los hombres de Cortés, mas sin embargo sí quedó constancia del rechazo que estos les tenían por sus costumbres alimentarias y sexuales. Algo comprensible y justificable tomando en cuenta la poca preparación de los soldados, marineros y demás personas que acompañaron a Cortés, que eran, como siempre manifiesto, hijos de su tiempo.

Creo que es tiempo de analizar con una óptica más justa y objetiva, la influencia de Hernán Cortés en la hoy península de Baja California. La leyenda negra que se han encargado de perpetuar de la figura cruel y sanguinaria de este conquistador, hoy se ve trastocada y corregida. La evidencia documental nos deja claro que la llegada de Cortés y muchos otros exploradores a la península de California iba acompañada de declaraciones pacíficas y que buscaba el integrar a los habitantes de esta retirada parte de la Nueva España a un mundo que estaba cambiando. No negamos que entre estos extranjeros hubo algunos de aviesas intenciones y que causaron daño a los naturales, sin embargo la mayoría sólo quería su bien, de acuerdo a lo que en esa época y a la perspectiva ideológica se puede entender por esa palabra.

Es necesario que los historiadores continuemos indagando y difundiendo más evidencias sólidas sobre estos sucesos, con el único propósito de acercarnos a la verdad histórica y se coloque en su justa dimensión, para el bien de nuestra identidad mexicana, el papel que cada uno de los actores desempeñaron en este devenir histórico de nuestra nación.

[1] Pablo L. Martínez, Historia de Baja California, La Paz, Instituto Sudcaliforniano de Cultura, 2011, pág. 83

[2] Carlos Lazcano Sahagún (2006). LA BAHÍA DE SANTA CRUZ. Cortés en California 1535-1536, Ensenada, Museo de Historia de Ensenada, 2006, págs. 67-68

[3] Carlos Lazcano Sahagún op. Cit. pág. 67.

[4]Capitulación celebrada por la reina Juana con Fernando Cortés para la exploración de la Mar del Sur 27 de octubre de 1529”, como se citó en Lazcano, La Bahía de la Santa Cruz. Cortés en California. 1535-1536, 2006.

[5] Carlos Lazcano Sahagún (2006). LA BAHÍA DE SANTA CRUZ. Cortés en California 1535-1536, Ensenada, Museo de Historia de Ensenada, 2006, págs. 93-94.

[6] Carlos Lazcano Sahagún (2006). LA BAHÍA DE SANTA CRUZ. Cortés en California 1535-1536, Ensenada, Museo de Historia de Ensenada, 2006, pág. 97.

[7] González Leal, Mariano, Juan de Jasso, El Viejo, “La Alborada de Guanajuato y la fundación de León”, como se citó en Lazcano, La Bahía de la Santa Cruz. Cortés en California. 1535-1536, 2006.

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El significado de la muerte entre los californios

FOTO: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando cesan las funciones vitales en una persona, se disparan una serie de actos por parte de quienes lo rodean que van desde el llanto, sentimientos de dolor y tristeza, hasta complejos rituales en donde lo que se pretende es demostrar a los demás integrantes del grupo que se sigue una “tradición” para homenajear los restos de la persona que los abandonó. Lo antes descrito también se vivió en la California, pero con los sesgos característicos de los diferentes grupos que la habitaron.

Debido a que los naturales de California no lograron desarrollar la escritura, la forma en la que han llegado hasta la actualidad una reseña de sus costumbres y creencias, es a través de los escritos de los sacerdotes misioneros y los exploradores que pasaron largas temporadas entre ellos. Muchos de estos documentos han llegado a convertirse en libros que su lectura se convierte en obligatoria para aquellos que deseamos profundizar en el conocimiento de nuestra tierra ancestral, pero todavía una gran cantidad de manuscritos esperan a ser recuperados de archivos, bibliotecas y demás repositorios en donde esperan impacientes por develar la información que contienen.

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El jesuita Ignacio María Nápoli nos comenta “porque ellos —los guaycuras—, no suponen muerte natural, solamente dicen que se muere de hechizo”. Esta apreciación la pudo hacer cuando se encontraba de visita en el puerto de La Paz y tuvo oportunidad de convivir con los naturales que estaban siendo catequizados en la misión donde el padre Jaime Bravo era su misionero. En este sitio también pudo presenciar la forma en que se realizaban las exequias de los que morían: “lloraron sus parientes y le quemaron la casita de ramada —así hacen cuando muere uno para que no se mezcle en los otros el mal hechizo—, como también el arco, flecha y sus trastecitos. Se les mandó que no los quemen como hacían antes y se dispuso la sepultura, pero ellos no querían que se sepultara derecho, porque es sólo privilegio de los que mueren flechados en pelea, los otros se queman o se entierran retorcidos”.

Como es bien sabido, entre los grupos humanos es común que el conocimiento empírico se vaya sistematizando y transmitiendo de generación en generación, creando una especie de repositorio oral que ayuda a resolver ciertas situaciones cotidianas sin necesidad de recurrir a nuevas estrategias de experimentación en sus soluciones. Tal era el caso de incinerar los objetos personales y la vivienda de una persona que acababa de fallecer, así como enterrar sus despojos mortales. Con lo anterior se evitaba que, en caso de que la causa de fallecimiento fuera una enfermedad contagiosa, se propagara entre los demás integrantes del grupo. El enterrar o cremar el cadáver también era una medida de antisepsia, ya que con ello se evitaba que se esparcieran las bacterias dañinas y malos olores durante el proceso de descomposición del cuerpo.

Como ya mencionamos, los complejos rituales funerarios incluyen prácticas que son más atribuibles a creencias o simbolismos espirituales y no a emerger de una función utilitaria. El hecho de que destinaran el entierro solamente para aquellos que hubieran muerto “flechados en pelea”, y que su cuerpo fuera “retorcido” antes de colocarlo en la tumba, obedecía más a las creencias espirituales que como ya se mencionó, a un fin práctico. En otro artículo publicado en este medio traté ampliamente la forma en la que se realizaban los entierros entre los californios.

Sobra decir que cada uno de los que dejaron asentadas por escrito sus observaciones sobre ellos, lo hizo desde su particular óptica e interpretación, y a pesar de que en algunas de sus frases hacen generalizaciones diciendo que todos los naturales hacían tal o cual cosa, se ha demostrado que no era así. Había diferencias tangibles entre rancherías e incluso entre familias en cuanto a los usos y costumbres.

Otro de los sacerdotes que comenta sobre cómo se apreciaba la muerte por parte de los guaycuras fue el ignaciano Juan Jacobo Baegert el cual nos dice lo siguiente: “es de temerse que entre los que caen enfermos en el campo y no son llevados a la misión, haya algunos que sean enterrados vivos, especialmente, cuando se trata de ancianos o de personas que tienen pocos parientes, pues acostumbran cavar la fosa dos o tres días antes que se aproxime la agonía del enfermo; parece que les es molesto quedarse sentados al lado de un viejo, aguardando su fin, ya que desde hace tiempo ya no sirve para nada o sólo les es un estorbo y que, de todos modos ya no podrá seguir con vida”.

Tal vez sea cierto en algunos casos esta apreciación, sin embargo, sabemos por otros escritos que los enfermos eran cuidados con esmero, se llamaba a los hechiceros para que los curaran, y en caso de fallecimiento se vivía un duelo por varios días en donde los familiares y personas cercanas al difunto demostraban su dolor y tristeza por su muerte. En otro párrafo nos comenta: “a una anciana ciega y enferma, los cargadores le retorcieron el pescuezo para no cargar con ella unas cuantas leguas más, hasta la misión. Otro individuo murió asfixiado, porque, para protegerlo de los mosquitos que nadie quiso ahuyentarle, le cubrieron de tal manera que le cortaron la respiración”.

Es probable que estos hechos narrados hayan ocurrido, aunque en desagravio de quien piense que nuestros guaycuras de la misión de San Luis Gonzaga Chiriyaquí eran unos desalmados, les diré que en muchas culturas nómadas, en donde permanecer por mucho tiempo en un sitio cuidando a un enfermo, les representaba una pesada carga puesto que les impedía seguir consiguiendo el escaso alimento y agua, también ponía en peligro de muerte a todos los integrantes, es común que se abandone a los viejos, heridos y enfermos. Es una cuestión de supervivencia del grupo.

Otro de los rituales que realizaban casi todos los grupos que habitaban la California era el que a continuación describe, con su muy particular estilo burlesco y socarrón, el sacerdote Baegert: “con respecto a su conciencia y a la eternidad, los californios, hasta donde he visto y sabido, se sienten perfectamente tranquilos durante su enfermedad, y mueren, como si el cielo no pudiera faltarles. Tan pronto como despiden el alma, se levanta una terrible gritería entre las mujeres que están presentes y entre todas las que no lo están, tan pronto como les llega la noticia. Pero a nadie se le nota un ojo húmedo, si no es a los parientes más cercanos, y todo resulta pura ceremonia”. Del llanto y gritería que hacían hombres y mujeres al fallecer un familiar o amigo cercano, eso ha quedado escrito en varias descripciones.

Finalmente, Baegert nos narra cómo es que algunos catecúmenos que vivían a los alrededores de su misión visualizaban el ser sepultados bajo el ritual de la iglesia católica: “¿quién, pregunto, se imaginaría que algunos de entre ellos sienten horror y repugnancia ante la idea de ser enterrados conforme a la usanza católico-cristiana? Había yo observado que algunos hombres, todavía bastante fuertes aunque peligrosamente enfermos, no querían dejarse conducir o llevar a la misión, donde hubieran recibido mejor trato para el cuerpo y el alma. Pedí explicaciones y se me dijo que significaría burlarse de los muertos, si se les enterrase con el repique de las campanas, con canciones u otros ritos cristianos católicos”.

Como nos hemos dado cuenta, al igual que en todas partes del mundo, el proceso de aculturación que se vivió en la California fue muy semejante al de otras partes. Hubo una reinterpretación de las enseñanzas religiosas que les mostraban los misioneros, un sincretismo que, paulatinamente, fue desapareciendo conforme los californios más viejos fueron muriendo, aquellos que habían crecido formado con sus prácticas antiguas, que fueron catequizados posteriormente y dieron paso a las nuevas generaciones que ya habían nacido y crecido formadas “a toque de campana”, en donde nada sabían sobre sus antiguas creencias.

Bibliografía:

Noticias de la península americana de California – Juan Jacobo Baegert

Tres documentos sobre el descubrimiento y exploración de Baja California por Francisco María Piccolo, Juan de Ugarte y Guillermo Stratford. Roberto Ramos (comp.).

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Arriba a La Paz Luis Rodríguez como refuerzo nacional de club Guaycuras

FOTO: Cortesía.

La Paz, Baja California Sur (BCS). El club Guaycuras de La Paz busca ser uno de los conjuntos protagonistas en la temporada 2019 del Circuito de Básquetbol del Pacífico, para ello la directiva anunció que Luis Francisco Rodríguez Sainz, oriundo de Tijuana, Baja California, se sumará como destacado refuerzo nacional, a las filas del club para defender los colores de la tribu.

De acuerdo a lo informado por el club Guaycuras, Rodríguez Sainz, de 29 años de edad tiene con la experiencia necesaria para aportar todas sus cualidades al club paceño, ya que cuenta con un amplio currículum vistiendo las casacas de equipos como la universidad de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP) y el Centro de Enseñanza Técnica y Superior (CETYS)Zonkeys de Tijuana, y Águilas Doradas de Durango en el Circuito de Baloncesto de la Costa del Pacífico (CIBACOPA).

En la Liga de Chihuahua, defendió los colores de los conjuntos Cerveceros de Meoqui y Pioneros de Delicias. En su paso por Liga Nacional de Baloncesto Profesional (LNBP), vistió los colores del conjunto Correcaminos de Ciudad Victoria en las temporadas 2017 y 2018.

Dentro de sus logros, cuenta con bicampeonato de CIBACOPA con el equipo Zonkeys de Tijuana en las temporadas 2014 y 2015. Bienvenido al territorio Guaycuras, Luis Francisco Rodríguez Sainz.