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Apuntes sobre los Pericúes

 Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra península inició su poblamiento hace aproximadamente unos 12,500 años. Los grupos que llegaron venían procedentes de Asia, e incursionaron en este continente americano por el famoso estrecho de Bering. Poco a poco fueron descendiendo hacia el sur, y algunos de esllos ingresaron a la península que actualmente lleva el nombre de Baja California, en donde quedaron encapsulados. Este fue el antecedente de los grupos étnicos nativos que durante la Colonia se conocieron como pericúes, guaycuras y cochimíes.

En el caso que hoy nos ocupa, los pericúes, este grupo se asentó en la región más austral de la península, y abarcó casi todo el territorio de lo que actualmente se denomina el Municipio de Los Cabos. De acuerdo a los cálculos realizados por los sacerdotes jesuitas, los cuales permanecieron en nuestra península de 1697 hasta 1768, los pericúes era el grupo menos numeroso, con apenas unos 5000 integrantes. Sus principales actividades eran la pesca y la caza así como la recolección de semillas y frutos, lo cual los hacía un grupo nómada o seminómada, ya que tenían que trasladarse por temporadas a diferentes sitios en búsqueda de alimento y agua. 

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El nombre de pericús o pericúes, se lo impusieron los jesuitas al escuchar sus incesantes pláticas, en las cuales decían las palabras de forma rápida, semejándoseles a los pericos o periquitos, de ahí que hayan adaptado este nombre para denominar a este grupo. Sin embargo, en las crónicas misionales se habla que dentro de los pericúes existían divisiones de grupos: edúes, uchitíes, coras y pericúes. El etnólogo francés, Paul Rivet, desarrolló una interesante hipótesis sobre el origen de los pericúes. De acuerdo a investigaciones que realizó en las osamentas encontradas en entierros de este grupo, él sostenía que habían llegado a esta parte de la península en embarcaciones, navegando desde Australia o Polinesía. Como evidencia de ello menciona que la forma de la cabeza de los pericúes era hiperdolicocéfala, esto es, ancha y redonda, similar a la que tienen los habitantes de aquellas regiones del sur del orbe, muy diferente al resto de los habitantes de la península. También los misioneros jesuitas mencionaban que los pericúes tenían un lenguaje muy diferente al resto de los californios, sin parecido alguno.

Las herramientas que fabricaban los pericúes eran arcos, flechas, arpones de madera, cuerdas de hoja de maguey machucado (ixtle), piedras de moler, leznas, espátulas, ornamentos de madre perla, cuentas de caracoles marinos, lanzadardos, cestas o coritas, contenedores de palma, etc. De acuerdo a las observaciones realizadas por los exploradores y militares europeos así como los jesuitas, se dice que eran excelente nadadores y navegantes. Las islas Espíritu Santo, Cerralvo (Jacques Y. Cousteau) y San José, fueron colonizadas por los pericúes, llegando a ellas desde hace 10,000 años. Los exploradores europeos que arribaron a la región de Los Cabos, mencionan que era común  al estar a unos 5 o 6 kilómetros de distancia de la costa, llegaban hacia ellos una gran cantidad de pericúes montados en sus embarcaciones tan endebles, siendo muy hábiles en el conocimiento de las corrientes marinas y la orientación.

Francisco Javier Clavijero, SJ, hace una interesante descripción de la vestimenta de los Pericúes: Los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas, adornaban toda la cabeza de perlas, enredándolas y entreverándolas con los cabellos, que mantenían largos. Entretejían con ellas unas pequeñas plumas blancas, resultando de todo un adorno postizo que, visto de lejos, pudiera pasar por peluca. También hubo antiguamente esta moda de toquillas entre los pericúes del sur, formadas de unos caracolillos pequeños, blancos y redondos, que parecían perlas, y las hacían muy vistosas.

Las más decentes en vestirse eran las mujeres de los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas. Hay en este pedazo de tierra cierta especie de palmas, distintas de las que producen los dátiles, y de éstas se valen las indias, para formar sus faldellines. Para esto golpean sus hojas, como se hace con el lino, hasta que salen esparcidas las hebras, las cuales, si no son tan delicadas como las del lino, a lo menos quedan, machacadas de este modo, más suaves que las del cáñamo. Su vestido se reduce a tres piezas, dos que forman juntas una saya, de las cuales la mayor, poniéndola por detrás, cubre también los dos lados volteando un poco para delante, y llega desde la cintura hasta media pierna o poco más. La otra pieza se pone por delante, cubriendo el hueco que dejó la mayor, pero sólo llega a las rodillas o muy poco más. La tercera pieza sirve de capotillo o mantelina con que cubren el cuerpo desde los hombros hasta la cintura o poco más. Estos vestidos no están tejidos sino engasados de hilos, o diremos mejor cordelillos, unos con otros por el un extremo, como en los fluecos, deshilados o guadamaciles, quedando pendientes a lo largo en madejas muy tupidas y espesas. Y aunque labran unas pequeñas telas de estas pitas o hebras de palmas, no son para vestirse sino para hacer bolsas y zurrones, en que guardan sus alhajuelas. Estas indias del cabo de San Lucas crían el cabello largo, suelto y tendido por la espalda. Forman de figuras de nácar, entreveradas con frutillas, cañutillos de carrizo, caracolillos y perlas, unas gargantillas muy airosas para el cuello, cuyos remates cuelgan hasta la cintura y, de la misma hechura y materia, son sus pulseras. Aun en aquel rincón del mundo inspira estas invenciones a gente tan bárbara el deseo de parecer bien. El color de toda esta nación pericú es, por lo común, menos obscuro, y aún notablemente más claro, que el de todos los demás californios.

De acuerdo a investigaciones que ha realizado el Lic. Gilberto Ibarra Rivera, en diferentes documentos escritos por personas que convivieron con los pericúes, ha podido concentrar algunas de las palabras que utilizaban en este grupo, lamentablemente es del que menos se conoce su lengua. Aquí algunos ejemplos, y cuando se tiene, la definición de estas palabras: Aiñiní: nombre indígena del sitio en el que se construyó la misión de Santiago de los Coras, Anicá: nombre de una ranchería indígena, Añuití: nombre pericú del sitio donde se construyó la misión de San José, cerca de la actual ciudad sudcaliforniana de San José del Cabo, Caduaño: topónimo de un pueblo moderno, localizado en el municipio de Los Cabos (Baja California Sur). Significa Cañada Verde, Cunimniici: nombre de una cadena de ontañas localizada en territorio pericú, Eguí, Marinó: nombre indígena para los montes de Santa Ana (Baja California Sur), Purum: topónimo que designaba a un conjunto montañoso y a una ranchería indígena, Yeneca: topónimo de una ranchería, Yenecamú: topónimo indígena de Cabo San Lucas, ípiri: cuchillo, ipirica: hacha, uriuri: andar, utere: sentarse, unoa: daca aquello , Boox o boxo: perla, nacui: concha, itaurigui: capitán, eni: agua, aynu: pescado y miñicari: cielo.

Los pericúes fue el primer grupo étnico nativo de la antigua California en desaparecer. Una gran cantidad de epidemias entre las que se destacan sarampión, viruela y sífilis, causaron la mortandad de miles de niños y adultos de este grupo. En el caso de la sífilis por lo general ocasionaba esterilidad en las mujeres o el nacimiento de niños enfermos que al poco tiempo morían. También durante la gran rebelión de 1734, iniciada por este grupo, al ser reprimida por el ejército español, ocasionó la muerte de muchos de ellos, así como el exilio a otras misiones de una gran cantidad de mujeres pertenecientes a este grupo, como una forma de evitar su reproducción. Aproximadamente para el final de la segunda década del siglo XIX, se habían extinguido los integrantes de este grupo, sin embargo, debido al mestizaje que se dio entre los recién llegados con los últimos hombres y mujeres pericúes, la herencia genética aún perdura en sus descendientes.

Aún falta mucho por conocer sobre la historia y cultura de este gran grupo de los Pericúes, tarea que seguimos realizando de forma paulatina pero constante, con el fin de apuntalar la identidad de los habitantes de Sudcalifornia, y seguir recordando que en esta tierra florecieron grupos étnicos originarios con una gran cultura y de cuya herencia nos debemos sentir orgullosos. 

 

Bibliografía

Francisco Javier Clavijero. 1789. Historia de la Antigua o Baja California.

Ibarra Rivera G. 1991. Vocablos indígenas de Baja California Sur. Instituto Sudcaliforniano de Cultura.  

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Apuntes históricos sobre los Pericúes

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra media mitad sur de la península de Baja California fue habitada por tribus que descendieron desde el norte del continente hace aproximadamente unos 12,500 años. Conforme estos grupos fueron descendiendo, se establecieron en lugares donde encontraban condiciones propicias para alimentarse y tener refugio. En la región más austral de nuestra península, lo que hoy es el territorio del Municipio de Los Cabos, fue habitado por una gran cantidad de grupos, los cuales compartían una lengua así como ciertas costumbres. A la llegada de los misioneros españoles se les denominó con el nombre de pericús o pericúes.

La principal fuente de información sobre los grupos étnicos nativos de la península han sido los textos misionales que nos dejaron los sacerdotes pertenecientes a la Compañía de Jesús, y que por espacio de 70 años cohabitaron con estos grupos. Además de lo anterior se cuenta con unos pocos textos escritos por exploradores, militares e incluso corsarios, que estuvieron de paso por estas tierras, y que nos narraron sus encuentros, en el caso que nos ocupa, con los pericúes, y las impresiones que en ellos causaron. Finalmente mencionaremos a algunos antropólogos y exploradores de la primera mitad del siglo XX, los cuales han realizado interesantes hipótesis sobre las osamentas encontradas y los asentamientos de estos grupos. Algunos de estos investigadores son William C. Massey y Paul Rivet, entre otros.

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Se cree que la población total de los pericúes, a la llegada de los colonos europeos para fundar la Misión de Santiago en 1721, era de aproximadamente de unos 5,000 individuos. Conforme fueron conociendo a los integrantes de este grupo, se encontraron con que dentro de ellos había divisiones por su dialecto: los hucitíes, los coras, los edús o edúes y los denominados propiamente pericúes; sin embargo, los religiosos, para poder denominarlos sin mayores problemas, decidieron atribuirles a todos el nombre de pericúes. Al parecer el origen de este nombre se debe a la dificultad que tenían los colonos para poder entender su lenguaje, ya que hablaban rápidamente y con un tono agudo, “semejante al de los periquitos”, de ahí que decidieran nombrarlos como “pericúes.

Investigadores como Rivet, sostuvieron la explicación sobre el origen de los pericúes, como descendientes de grupos que arribaron a la península por mar, procedentes de la polinesia y norte de Australia. Esta suposición se basaba en las características de sus cráneos, los cuales eran hiperdolicocéfalos (largos y anchos), muy semejantes a los habitantes de la Polinesia. Además, la lengua de los pericúes era totalmente diferente a la de los demás grupos de la península. Esta hipótesis continúa siendo investigada.

Como ya se mencionó, el territorio que ocupó este grupo fue la punta sur de la península Californiana, desde Cabo San Lucas hasta el Cabo Pulmo, junto con las grandes islas del sur del Golfo de California –como Cerralvo, Espíritu Santo, Partida y San José. Se dice que su complexión física era fuerte, y su color de piel era más claro que el de los demás habitantes de la California. Los hombres andaban desnudos y, de acuerdo a lo descrito por Clavijero, adornaban toda la cabeza de perlas, enredándolas y entreverándolas con los cabellos, que mantenían largos. Entretejían con ellas unas pequeñas plumas blancas, resultando de todo un adorno postizo que, visto de lejos, pudiera pasar por peluca. También hubo antiguamente esta moda de toquillas entre los pericúes del sur, formadas de unos caracolillos pequeños, blancos y redondos, que parecían perlas, y las hacían muy vistosas”. Sobre la vestimenta de las mujeres nos dice: Las más decentes en vestirse eran las mujeres de los pericúes, hacia el Cabo de San Lucas. Hay en este pedazo de tierra cierta especie de palmas, distintas de las que producen los dátiles, y de éstas se valen las indias, para formar sus faldellines. Para esto golpean sus hojas, como se hace con el lino, hasta que salen esparcidas las hebras, las cuales, si no son tan delicadas como las del lino, a lo menos quedan, machacadas de este modo, más suaves que las del cáñamo. Su vestido se reduce a tres piezas, dos que forman juntas una saya, de las cuales la mayor, poniéndola por detrás, cubre también los dos lados volteando un poco para delante, y llega desde la cintura hasta media pierna o poco más. La otra pieza se pone por delante, cubriendo el hueco que dejó la mayor, pero sólo llega a las rodillas o muy poco más. La tercera pieza sirve de capotillo o mantelina con que cubren el cuerpo desde los hombros hasta la cintura o poco más. Estos vestidos no están tejidos sino engasados de hilos, o diremos mejor cordelillos, unos con otros por el un extremo, como en los flecos, deshilados o guadamaciles, quedando pendientes a lo largo en madejas muy tupidas y espesas. Y aunque labran unas pequeñas telas de estas pitas o hebras de palmas, no son para vestirse sino para hacer bolsas y zurrones, en que guardan sus alhajuelas. Estas indias del cabo de San Lucas crían el cabello largo, suelto y tendido por la espalda. Forman de figuras de nácar, entreveradas con frutillas, cañutillos de carrizo, caracolillos y perlas, unas gargantillas muy airosas para el cuello, cuyos remates cuelgan hasta la cintura y, de la misma hechura y materia, son sus pulseras.

La mayor parte de su alimentación consistía en peces, aves, pequeños mamíferos marinos, bivalvos, venados, frutas y semillas. Los pericúes que habitaban en la costa, eran excelente nadadores, y habían desarrollado la construcción de una especie de canoa la cual consistía en unos 4 o 5 troncos, a los que amarraban con cuerda obtenida al machacar el agave. Con este tipo de canoas podían navegar hasta 5 o 7 kilómetros al interior del mar, y quizás mucho más, de ahí que lograron desplazarse a las Islas San José, Cerralvo y Espíritu Santo, las cuales poblaron desde hace 10 mil años. Las herramientas que utilizaban eran el arco, flechas, percutores, tajadores, raspadores, silbatos de hueso de venado o pelícano, arpones de madera, anzuelos de concha, cestas elaboradas con ramas flexibles de algunos arbustos, perlas acanaladas.

Dentro de su cosmovisión, ellos creían en un Dios supremo: Niparaja, el cual tenía por esposa a Anajicojondi. Tuvo tres hijos con ella, entre los que podemos mencionar a Cuajaip. Creían que existía un Gran señor, el cual luchó contra Niparaja, y fue derrotado. Su nombre era Tuparán o Bac. Dentro de su cosmovisión existían otros seres como Purutahui: Creador de las estrellas, y Cucunumic. Creador de la luna. Se ha difundido mucho que los pericúes eran polígamos, y que cuando llegaban extranjeros a visitarlos, ellos les ofrecían a sus mujeres, para que tuvieran sexo; sin embargo, este tipo de relatos son contradictorios, ya que existen otras fuentes donde narran que eran monógamos y que cuidaban mucho a sus mujeres para evitar que fueran violentadas. Desde mi punto de vista considero que era cuestión de elección personal, tanto del hombre como de la mujer si deseaba ser monógamo o no.

En cuanto a las costumbres funerarias, la antropóloga Harumi Fujita, ha realizado una serie de exploraciones en la Isla Espíritu Santo, en entierros que se han encontrado, obteniendo las siguientes conclusiones: los cuerpos eran colocados dependiendo de la jerarquía del individuo, de tal forma que en el lugar central de una cueva se ubica al individuo que tuvo más poder. Se les sepultaba con sus objetos más valiosos como puntas de flecha, conchas, anzuelos, perlas acanaladas, etc. En el caso de los concheros era común que se les sepultara colocando conchas o madreperlas en diferentes partes del cuerpo o frente a ellas como un símbolo de identidad del grupo. Se piensa que la colocación de cuerpos dentro de una cueva era un símbolo de renacimiento por asociación con la matriz. En los entierros que datan del año 1000 d.C. en adelante se aprecia un trato diferenciado a los familiares del difunto los cuales eran sepultados en la misma cueva. Se cree que las costumbres funerarias surgieron posteriormente al seminomadismo cuando los grupos tenían asegurado, al menos por un buen periodo de tiempo, la alimentación y entonces procedieron a crear un sistema socioeconómico, político y religioso sólido como una forma de control. Los entierros se hacían al azar en los mismos sitios donde habitaban los Californios. Todos los cuerpos enterrados se realizaron de forma flexionada pero sin un orden preestablecido.

De acuerdo a los informes de los misioneros jesuitas, los pericúes era el grupo más rebelde y belicoso de la península. Siempre se mostraron renuentes a aceptar la aculturación que iniciaron los colonos. La gran rebelión iniciada en el año de 1734 en las Misiones de Santiago y San José del Cabo, así como la violenta represión, vino a reducir drásticamente la cantidad de pericúes. Durante los siguientes años y hasta la salida de los jesuitas en 1768, las grandes epidemias de sífilis, sarampión y viruela atacó con mayor virulencia a las poblaciones de indígenas del sur de la península, de forma que, a finales del siglo XVIII, los pericúes estaba extintos lingüística y culturalmente.

Conforme se fue poblando esta zona, antes habitada por los pericúes, por los colonos europeos que llegaban a esta zona, varios de ellos se casaron y procrearon familias con los últimos pericúes que quedaban, de tal forma que en la actualidad existen pobladores que genéticamente son descendientes de este linaje ancestral.

 

Referencias bibliográficas:

Clavijero, F. J. (1770). Historia de la Antigua o Baja California.

Fujita, H (sin fecha). Proyecto El Poblamiento De América Visto Desde La Isla Espíritu Santo, B.C.S.

G. Cervantes. L. E. et al (sin fecha). Materiales Arqueológicos: Una Revisión De Algunos Ejemplares, A Lo Largo De La Historia.

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Las guerras entre los grupos étnicos originales de la California

 

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La península de Baja California es hermosa en paisajes tanto al interior como en sus costas. Sus sierras y llanos contrastan con el maravilloso blanco-azul de sus playas y mares, lo cual lo hace un lugar idóneo para habitarse desde hace miles de años. Sin embargo esta belleza que se aprecia aún hoy en día no bastaba para mantener en paz a sus habitantes sino que de forma frecuente se trababan guerras entre ellos con no pocas víctimas.

Al interior de las bandas o rancherías de pericúes, guaycuras y cochimíes se establecía un equilibrio más o menos permanente debido a la consanguinidad de los integrantes. Por lo general el grupo consistía en los ancianos que eran los ascendientes vivos más antiguos de este grupo y los demás hombres y mujeres eran sus hijos y nietos. También a estos grupos se sumaban hombres y mujeres de otras bandas que se unían a través de ceremonia de casamiento  o con una simple manifestación de intención de estar juntos. Lo anterior favorecía por un lado la renovación genética a efecto de evitar la concepción consanguínea, y por otro lado permitía el establecimiento de alianzas entre estos grupos lo que garantizaba el acceso a fuentes de alimento, agua y territorios que de otra forma estarían vedados.

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En ocasiones, las diferencias entre las bandas o rancherías se originaba por parcialidades y rencores de unas contra otras, como menciona Miguel del Barco. El origen de ellos eran, por poner algunos ejemplos, las relaciones sexuales no consentidas entre integrantes de diferente grupo, el penetrar en territorios y convertirse en competidores serios de los escasos recursos de alimento y bebida que había en ellos. Los jesuitas comentan en sus escritos que a veces estos conflictos eran por situaciones tan pueriles como negarse el saludo o tomar momentáneamente un objeto que pertenecía a otra persona. Una vez que se iniciaba el agravio las situaciones iban subiendo de tono ya que uno de ellos le infería alguna hostilidad o daño al contrincante y así sucesivamente. Al final, cuando alguno de los pendencieros consideraba que se le había infringido demasiado daño o que él estaba en desventaja para ofender al rival entonces procedía a llamar en su socorro las rancherías amigas, para dar todas juntas sobre las contrarias.

Los californios, sabedores de las graves consecuencias que podría acarrearle para su salud el hecho de ser herido en estos combates (rozones, heridas graves, luxaciones, fracturas, etc.) procuraba rehuir el enfrentamiento físico lo más posible. Simplemente hay que imaginarnos que en aquellos años, los diferentes grupos étnicos originales requerían de tener todos sus miembros y sentidos corporales en buen estado para arrancar al desierto el alimento y bebida necesaria, ya sea en el mar, la sierra o la llanura, y el hecho de tener alguna lesión los exponía a dejar de conseguir alimento mientras se curaban, o en el peor de los casos, a sufrir de una infección que desencadenara una gangrena o septicemia. Es por lo anterior que cuando los grupos habían decidido enfrentarse con otro, se encargaban de publicar a los cuatro vientos, de forma estruendosa, que estaban haciendo acopio de flechas, arcos, pedernales y demás herramientas, para hacer la guerra, y cerciorarse que la banda enemiga lo supiera. En muchas ocasiones este tipo de estrategia daba el efecto deseado y la banda menos fuerte ponía pies en polvorosa, huyendo.

Cuando se realizaba el combate entre estos grupos, el hombre más hábil para el manejo de las armas o conocedor del terreno donde pelearía y de técnicas de guerra, era el que tomaba el liderazgo (que sólo duraba durante este periodo de guerra). Los hombres, de cada bando, se organizaban en pelotones, los cuales se dirigían al terreno seleccionado para pelear entre grande algazara y gritería con el fin de intimidar a sus oponentes. Después de unos minutos en que ninguno de los bandos demostraba miedo o deseos de retirarse, venía la confrontación armada: por turnos, los pelotones delanteros iniciaban la lucha cuerpo a cuerpo o lanzándose flechas y otros objetos, y cuando este grupo se cansaba, se le acababan las flechas o simplemente se retiraban, el pelotón siguiente pasaba al frente a enfrentar al grupo oponente.

Según el jesuita Miguel del Barco, nos comenta en sus crónicas que las armas que utilizaban estos grupos para la guerra eran: el arco y la flecha, que dicho sea de paso, la mayoría de ellos eran expertos y podían acertar a objetos a distancias grandísimas, también utilizaban largos palos, como lanzas, a los cuales les endurecían la punta al ponerlas al fuego. Los cochimíes que vivían en las inmediaciones de la Misión de San Borja, y más al norte, también utilizaban una especie de picadera de cantero; por un extremo con pico y por otro la boca o hachuela de corte. También estos mismos grupos utilizaban una garrucha de pozo, de un palmo de diámetro, con su canalita en medio, y con su cabo, de palmo y medio de largo.

Durante estas guerras había muertos y heridos por ambos bandos, y si tomamos en cuenta que estos enfrentamientos eran constantes, podemos decir que constituían un mecanismo de selección natural en donde los fuertes, diestros y más hábiles sobrevivían. En conclusión, el sacerdote Miguel del Barco, el cual residió durante casi 32 años en la Misión de San Francisco Javier de Vigge-Biaundó, comenta que en estas batallas vencía, no quien tenía más destreza o más pujanza y valor, sino quien se mantenía más firme contra el miedo propio, o acertaba a infundirle al enemigo. Así crecían, y se hacían generales los rencores, las parcialidades y las guerras, al paso de unos y otros se disminuían con recíprocas muertes. Como bien comentamos al principio, la presión emocional y psicológica sobre el enemigo era el factor determinante para el triunfo de estos enfrentamientos, tal como lo es ahora.

 

Bibliografía

Historia General de Baja California Sur. I. La economía regional. Dení Trejo Barajas (Coordinación general). Edith González Cruz (Editora del volumen).

 

 




El conflicto de la falta de mujeres casaderas en las misiones de la Antigua California

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Mucho se ha especulado sobre los motivos que desencadenaron el decaimiento de la población de los naturales de la California durante la época jesuítica. De acuerdo a los últimos estudios sobre el tema, se sabe que las constantes epidemias fueron diezmando a la población de nativos. Fue tanta la mortandad que algunas de estas enfermedades acababan con miles de pobladores en menos de tres o cuatro meses. Sin embargo otra causa del decremento en la población fue la disminución de mujeres, lo que ocasionaba la imposibilidad de encontrar pareja para los jóvenes habitantes de las misiones.

Posterior a la rebelión que inició entre los pericúes en el año de 1734, y que después se extendió a casi toda la media península, empezó a ocurrir un decremento en el nacimiento de mujeres. El sacerdote Miguel de Barco —autor de uno de los manuscritos más impresionantes en cuanto a información sobre la California, y que luego fue traducido y concentrado en el libro Historia natural y crónica de la Antigua California por el emérito historiador Miguel León-Portilla—, nos relata que a partir del primer tercio del siglo XVIII se tenían diversos reclamos en las misiones, por parte de los californios quienes ante la imposibilidad de encontrar suficientes mujeres con las cuales establecer una relación formal de pareja, lanzaban duras reprimendas a sus misioneros de no hacer nada por remediarlo.

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Del Barco nos dice en su escrito que muchos de los naturales que habitaban el puerto de Loreto, realizaban viajes hacia el puerto de Guaymas, para convencer a las mujeres casaderas de entre las tribus yakis y coras de que se desposaran con ellos. Para convencerlas se vestían con sus mejores ropas, adquirían hermosos vestidos con lo cual buscaban convencer a las damas de que ellos tenían la posibilidad de darles una “buena vida” y que además, por estar Loreto cercano a Guaymas, podrían tener noticias de sus familiares en la otra orilla. En varias ocasiones esta búsqueda tuvo buenos resultados, logrando traer a mujeres que aceptaran vivir en Loreto y casarse con uno de los habitantes, “portándose con juicio y cristiandad”, a decir de este sacerdote.

Sin embargo no en todas partes de la península se tuvo tanta suerte. El misionero de la Misión de Santiago de Los Coras Aiñiní, le relató en diversas ocasiones el reclamo que hacían sus catecúmenos al no poder conseguir mujeres que estuvieran en edad de formar familia con ellos. Ante esta situación tan desesperada el misionero acudió ante el padre visitador para que éste a su vez acudiera al gobernador de Sinaloa y le expusiera la triste situación que se vivía, al mismo tiempo le solicitara encarecidamente que si como producto del combate contra los grupos de yakis y coras hostiles a la presencia española llegaba a capturar a mujeres en edad casadera y tenían por pena el ser desterradas de aquellas tierras, que se las enviaran a su misión en donde les daría una cristiana educación y se aseguraría que se casaran con alguno de los neófitos de su misión. Lamentablemente, esta situación era difícil de realizar por lo que día a día crecían los reclamos e incluso acusaciones ante las autoridades de los presidios sobre esta falta de “cumplimiento” por parte de su misionero.

También era difícil lograr casamientos entre los integrantes de las diferentes rancherías. Lo anterior se debía al gran amor que tenían tanto los hombres como las mujeres del sitio en donde habían nacido y crecido, por lo que se negaban a casarse ya que con ello iba implícito —sobre todo en la mujer—, el trasladarse hacia la ranchería de su esposo. Recordemos que durante los últimos años de la estancia de los jesuitas en la Antigua California se tuvieron que cerrar varios poblados misionales por la escasa cantidad de catecúmenos. Entre algunos de estos sitios estaban las misiones de La Paz, San José del Cabo, San Luis Gonzaga, Los Dolores Apaté, Ligüí-Malibat y otras. Lo anterior repercutió en que al trasladarse los pocos catecúmenos de una misión a otra, las distancias entre las rancherías se hacían cada vez mayores.

De acuerdo a un censo levantado por los jesuitas a su partida, el total de nativos habitando en las misiones, desde la de San José del Cabo hasta Santa María de Los Ángeles era de poco más de 7 mil individuos, lo que nos da una idea del gran decremento que se dio durante los 70 años de presencia de los jesuitas en la California, en donde a su llegada se contabilizó entre 40 mil a 50 mil californios.

Bibliografía

“Historia Natural Y Crónica De La Antigua California” – Miguel del Barco (Edición e impresión: Miguel León-Portilla).

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Fragmentos del culto mortuorio de los Antiguos Californios

IMAGEN: Internet

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra media península austral está llena de secretos, de historia, de tradición, sólo es cuestión que nos adentremos un poco en los libros que nos dejaron las personas que convivieron con los primeros pobladores para que desentrañemos este pasado increíble del cual nos debemos sentir orgullosos.

De acuerdo a textos escritos en el siglo XVIII, por personas que convivieron, algunos por más de 30 años, con los grupos primarios que poblaron la California, es que podemos conocer de primera mano sus tradiciones, creencias, mitos y aquello que los antropólogos conceptualizan como “Cosmovisión”.

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Me refiero a los textos escritos por los sacerdotes jesuitas que implantaron el régimen misional en estas tierras y que en la actualidad son libros valiosísimos: “Historia de la Antigua ó Baja California” de Francisco Javier Clavijero, “Historia natural y crónica de la Antigua California” de Miguel del Barco,Noticias de la península americana de California” de Juan Jacobo Baegert,Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente” (3 Tomos) de Miguel Venegas, “Informe del estado de la nueva cristiandad de California” de Francisco María Píccolo y otros más.

En sus páginas podemos encontrar muchas referencias al intrincado sistema de conceptos que formaban la cultura de los Californios y, aunque cada uno de estos jesuitas desde su personalidad y óptica particular hace referencias a ellas, podemos obtener conclusiones sumamente valiosas para comprender ese mundo en el que vivían los primeros pobladores. En estos días en que en nuestro país se conmemora el Día de Muertos he querido exponer algunos de los resultados de mis investigaciones sobre la cultura mortuoria de los Antiguos Californios.

En primer lugar, he de mencionar que los antiguos pobladores creían que había una “vida” después de la muerte, esto es, que ellos habían construido unas interesantes creencias sobre lo que pasaba con el espíritu de la persona que moría. El sacerdote Miguel Venegas, en su obra, menciona que los Pericúes creían que existía un dios supremo de nombre “Niparaya”, este dios había concebido a 3 hijos y uno de ellos, de nombre “Quayaayp” estuvo entre estos, (indios del sur) y los enseñó. Era poderoso, y tenía mucha gente: porque se metía dentro de la tierra, y sacaba gente. Enojáronse con él, y lo mataron; y cuando lo mataron lo pusieron una toquilla de espinas. Esta hasta hoy muerto; pero muy hermoso, sin corrupción alguna, echando continuamente sangre: no habla por estar difunto; pero tiene un tecolote (o búho) que le habla.  También como parte de sus creencias, los Pericúes le mencionaban que “el gran señor Niparaya no quiere que la gente pelee, porque todos los que mueren flechados no van al cielo: por el contrario, Wac-Tuparán quiere, que la gente pelee, porque mueran flechados, y vayan donde él está”.

Miguel del Barco, jesuita que vivió por más de 30 años entre los Cochimíes de la misión de San Francisco Javier Vigge Biaundó, dejó escrito lo siguiente: “Creían los Californios en la inmortalidad del alma porque unos decían que las almas de los buenos iban al norte por creer que por allá siempre había abundancia de pitahayas. Y las de los malos iban al sur, teniéndola por tierra más desdichada. Otros creían (como los de Loreto y sus cercanías) que los que mueren van al Carmen, isla desierta situada en frente de Loreto y a poca distancia. Por eso a los muertos, cuando no los quemaban, los enterraban sentados con los instrumentos propios de su sexo; a los hombres con sus zapatos, o guaraches, arco y flechas en la mano, etcétera. A las mujeres con guarachas y su red, o aparejo en que suelen cargar mezcales y lo demás que recogen del monte.

De singular importancia es la siguiente anotación que nos dejó este mismo sacerdote de acuerdo a lo que pudo presenciar: “Después de unos días, hacía la gente sus exequias o fiestas al muerto, y estas se reducían a ciertos cantos y bailes de noche (en los bailes había licencia general para que, al concluirse se retirase cada uno con la mujer que quería). El hechicero daba alguna carrera lejos y después volvía diciendo que ya había hablado con el muerto, con que dejaba a todos consolados. Y la gente era tan simple que creía estos y otros embustes de los hechiceros. Estos decían, cuando llovía y aguardaban de resulta abundancia de sus comidas, que ellos habían subido allá arriba a las nubes, que habían llamado al agua, y que por eso llovía”. Finalmente, citaré una creencia muy interesante que tenían los Cochimíes. “Entre sus instrucciones supersticiosas enseñaban que no debía matarse un león, porque el león muerto haría morir al que le mataba”.

Estos y otros interesantes textos que he podido analizar, nos dicen que nuestros antiguos Californios eran seres inteligentes y que se preocupaban no sólo por hallar explicaciones a los sucesos que observaban cotidianamente, sino también de encontrar una explicación, aunque fuera de índole sobrenatural, para sucesos como la muerte y lo que pasaba posteriormente con su esencia. Espero que esta breve información sirva de motivación para que más personas incursionemos en este mundo maravilloso de la historia de nuestra Sudcalifornia ancestral.

 

Bibliografía:

“Historia de la Antigua ó Baja California” – Francisco Javier Clavijero

“Historia natural y crónica de la Antigua California” – Miguel del Barco

“Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente” (3 Tomos) – Miguel Venegas

 

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