El uso de las imágenes en la catequismo de los californios

image_pdf

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS. Hace unos meses, cuando me encontraba en el interior de la Iglesia de San Francisco Javier, en el poblado del mismo nombre en Baja California Sur, me quedé en un profundo estado de contemplación al admirar su retablo principal, el cual está dedicado al mismo santo. Los nueve óleos que flanquean la estatua del santo le dan un ambiente supranatural, al tiempo que la cubierta áurea del retablo genera una impresión de estar ante la presencia de algo sumamente sagrado. El objetivo de esta obra ¿fue tener un altar hermosamente ornamentado o su función fue más allá? La respuesta a lo anterior la descubriremos a continuación.

El uso de imágenes y esculturas en el culto cristiano venía como herencia de las religiones y veneraciones más antiguas que las precedieron: egipcios, judaísmo, helenismo, etcétera. De las cuales se nutrió para su surgimiento, pero que, paulatinamente, les fue dando un sesgo muy específico que actualmente conforma toda la teoría que subyace a esta religión. Sin embargo, este camino nunca estuvo salvo de obstáculos. Siempre hubo grupos de cristianos que se oponían al uso de imágenes como objeto de culto y lo anterior se percibe en una carta dirigida al Obispo Sereno de Marsella escrita a finales del siglo VII, San Gregorio censuraba la destrucción de imágenes religiosas perpetrada en la diócesis marsellesa, señalando el provecho que habría podido extraerse de ellas: Te alabamos por haber prohibido adorar las imágenes, aunque reprobamos que las hayas destruido. Adorar una imagen es diferente de aprender lo que se debe adorar por medio de la pintura […] La obra de arte tiene pleno derecho de existir, pues su fin no es ser adorada por los fieles, sino enseñar a los ignorantes. Lo que los doctos pueden leer con su inteligencia en los libros, lo ven los ignorantes con sus ojos en los cuadros. Lo que todos tienen que imitar y realizar, unos lo ven pintado en las paredes y otros lo leen escrito en los libros.

Tambien te puede interesar: La historia musical de Baja California Sur a través de la mirada de Gustavo de la Peña

Años después, durante el imperio Bizantino, surgió una facción al interior de la iglesia que pedía la erradicación del culto de imágenes y esculturas, a este movimiento se le conoció como iconoclasta. En el año 787 se realizó el VII Concilio Ecuménico en Nicea, para que zanjara la cuestión de forma concluyente. El Concilio determinó que las imágenes no sólo eran útiles, sino sagradas. No en sí mismas, sino por lo que representaban: “El honor rendido a la imagen revierte a lo que ésta representa”. Recalcó la diferencia entre un ídolo y un ícono; el primero, como su nombre lo indica, es un vehículo para la idolatría, mientras que el segundo es un intermediario con lo sagrado.

Fue durante los siglos que van del XII al XV que se dio la gran efervescencia del uso de esculturas y pinturas como forma de transmitir las enseñanzas bíblicas así como los dogmas cristianos, sin embargo, la heterogeneidad de corrientes que surgieron al interior del cristianismo hicieron peligrar la unidad tan frágil que existía. Fue entonces que surge un gran cisma denominado La Reforma —encabezado por Martín Lutero—, que entre sus postulados buscaba la desaparición de las imágenes como objeto de devoción y culto en el cristianismo. De nuevo, para aclarar este desaguisado se tuvo que convocar a un concilio, el cual se celebró en Trento (1545-1565) en donde se reafirmó la importancia de imágenes con una utilidad didáctica, sin embargo, concedía razón en la necesidad de que hubiera un mayor control de parte de la iglesia en su elaboración y contenido.

Hay que tomar en cuenta que la Sociedad de Jesús nace en plena debacle reformista, en el año de 1540, y su propósito principal es ser fieles defensores de la doctrina católica así como leales en todo a El Papa. Con el paso de los años fueron perfeccionando el uso de técnicas que les permitieran evangelizar a los grupos de “gentiles” entre los que les tocaba realizar sus misiones y poder cumplir con su objetivo con el mayor de los éxitos de forma perdurable y rápida. En el caso de la Nueva España, la orden de los jesuitas fue casi de las últimas en llegar y fueron destinados para realizar su ministerio en el septentrión novohispano, en las tierras que fueron catalogadas como “los confines de la cristiandad”.

Uno de estos sitios fue la Antigua California, a la cual arribaron de forma permanente a partir del año de 1697 cuando fundan la Misión y Real Presidio de Loreto. Conforme fueron aprendiendo la lengua de los naturales poco a poco analizaron sus ceremonias, rituales y creencias con el fin de conocer la manera de aprovecharlas para la comprensión de los rezos y misterios de la fe, que, hasta ese momento, sólo se enseñaban de forma mecánica y memorística, pero con una limitada comprensión de su contenido. No debemos olvidar que de acuerdo a las manifestaciones culturales de los californios se pudieron ubicar en la etapa del paleolítico, lo que se manifestaba en una gran disparidad y desfase entre el pensamiento de los colonos y el de los nativos.

Además de las estrategias ya descritas, los ignacianos reforzaban su adoctrinamiento a través de mostrar imágenes a sus catecúmenos. Las mencionadas imágenes las traían consigo los sacerdotes o las pedían a sus sedes en las ciudades de Guadalajara y la Ciudad de México, y eran elaboradas bajo rigurosas normas y controles tratando en todo momento el causar un impacto no sólo en la memoria de los naturales sino en sus emociones, ya que se consideraba que una imagen, sea una pintura o una escultura, posee una carga semántica muy compleja y completa que evoca emociones indescriptibles y que facilita la percepción de aspectos abstractos como valores, virtudes y actos que difícilmente pueden ser expresados con lenguaje verbal o escrito.

Sin embargo, este proceso no siempre provocaba los efectos deseados y esto fue descrito en un relato un tanto jocoso por el sacerdote Ignaz Pfefferkorn: Un ejemplo de lo anterior es lo acaecido a un misionero jesuita que, con el fin de enseñar a los indios qué les esperaría si se iban al infierno por no ser buenos cristianos, les mostró una llamativa pintura en la que se veían ardientes llamas atormentando el alma de un pecador, y varias espantosas serpientes que parecían querer devorarla, con todo lo cual se pretendía causar el horror de los nativos. Sin embargo, éstos vieron la pintura primero con detenimiento, y luego mostraron alegría. Al preguntárseles por qué les gustaba aquella imagen del infierno, contestaron que sería una gran ventaja estar en un sitio con lumbre para calentarse en las noches frías, y víboras para comer.

Poco a poco al ir evolucionando las “reducciones” en las que fueron confinados una buena parte de los Californios y que llevaron pomposamente el nombre de misiones, el proceso de evangelización (catequización) fue haciéndose más rápido y efectivo. Dentro de las iglesias que se iban erigiendo empezaron a poblase de óleos y esculturas que evocaban pasajes bíblicos, virtudes que debían ser emuladas por los feligreses, y por qué no, castigos que les esperaban en esta y en otra vida si acaso se desviaban de los preceptos enseñados por los sacerdotes. La vida dentro de las misiones se regía por una estricta disciplina religiosa en donde el tañer de la campana de la iglesia marcaba el inicio de las labores diarias las cuales siempre comenzaban con la visita a la iglesia para el canto del “Alabado”, rezo del rosario y encomendarse en su jornada al altísimo.

No cabe duda que la veneración que se tiene de las imágenes sacras por los descendientes de esos californios y los primeros colonos europeos que llegaron a estas tierras, los cuales ahora viven en ranchos, pueblos y ciudades por toda la geografía peninsular, es un legado que viene desde estos tiempos misionales y que debe ser analizado y respetado como un patrimonio intangible de nuestra cultura sudpeninsular.

Bibliografía.

Sonora, a Description of the Province, Ignaz Pfefferkorn, S.J.

El arte sacro como catecismo visual y complemento litúrgico en las misiones de Las Californias, Elizabeth Agripina Simpson Gutiérrez.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

Compartir en
Descargar
   Veces compartida: 99

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

Profesor de Educación Primaria, Licenciado en Educación Especial y Maestro en Ciencias de la Educación. Labora en la Secretaría de Educación Pública y comparte su tiempo con su pasión por la historia de la California del Sur. Administra el grupo de Facebook “Conociendo Baja California Sur”. Nació el 22 de septiembre de 1969 en Puerto Vallarta, Jalisco, pero radica en Sudcalifornia desde hace 44 años. Actualmente es Director de la Unidad de Servicios de Apoyo a la Educación Regular No. 17 y Maestro de Comunicación del Centro de Atención Múltiple “Gilberto Vega Martínez” en La Paz. Escribió la antología (Ebook) “Piratas, Corsarios y Filibusteros en la Antigua California”.

Compartir
Compartir