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De Breaking Bad, del narco, la educación, El Peje y el rompimiento con los paradigmas

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

Para María Teresa Alba, Óscar Pech y Ulises Villarreal, por el diálogo. 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Qué interesantes percepciones de la serie de Breaking Bad (EUA, 2008) se pueden dar en una conversación en redes. Yo la vi completa, me gustó-no me gustó. Bien construida y personajes sólidos. Pero creo que es un producto del mercado que no propone otra cosa que seguir el modelo de la empatización-simpatización con la delincuencia —como las películas de Scorsese con la mafia, que podríamos llamar como crimefriendly—, que llegas a adorarlos e incluso imitarlos —vi videos de niños en YouTube “jugando” a Walter White y haciendo metanfetaminas, que por cierto los terminaron quitando, supongo que por obvias razones éticas y morales.

Es una fórmula que encaja perfecto en el ámbito capitalista, pues nunca propondrían una obra masiva que los haga cuestionarse el sistema en el que viven, porque primero no sería negocio y segundo los haría pensar. Es cierto que Walter es un genio, pero nos presenta la oscuridad de un personaje que no tiene otro destino que ese, seguir sus impulsos, de los que no puede escapar y se entrega a ellos por una fascinación despertada a la oscuridad.

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Hay cientos de personas brillantes que teniendo el mismo espectro – contexto —pobreza, problemas económicos, un genio “bueno” al que tratan como “tonto”, porque, oye, ser estúpido no es negocio, y si eres un inteligente peligroso, pues hay que hacerlo ver muy idiota—, no se dejan ir de boca por ese camino; pienso en el Peje como personaje social fascinante: ese vato no sé si sea un genio, pero tiene un carisma que lo condujo por otro lado; él mismo lo ha dicho: “No me interesa el dinero, pude haber sido inmensamente rico”, pero ya sabemos la historia y es una de la vida real, con sus aciertos y desaciertos, pero que definitivamente, es un cambio de paradigma en la historia de México.

Ni Netflix tiene ese guion. Y el personaje del Peje trae enloquecida a toda una élite que creía que podía controlar nuestras vidas y además explotarnos perpetuamente. Digo, hasta los “intelectuales” de esa élite andan entre el odio y el embeleso escribiendo libros y artículos, tratando de entender por qué perdieron la narrativa social —a causa de ese ente, para nada de ficción—, la que ya habían construido con esmero durante casi cuatro décadas y que les redituaba jugosos negocios culturales y periodísticas. Hoy en día la lucha por esa “narrativa” se está dando en todos los frentes, donde se escribe la novela para las próximas décadas. Nuestra propia serie que se transmite a diario y con millones de personajes.

En el caso de Breaking Bad, comparto plenamente, el punto de vista de quienes dicen que se trata de un drama humano que lleva a sus extremos a los personajes —como en la vida real, aunque esta es mucho más fuerte que un producto televisivo—, e incluso es una crítica al sistema de seguridad pública de EUA —tipo Joker, de 2019. No obstante, en los medios masivos nada es gratuito ni sucede porque sí, estoy convencido, no se trata de “un simple programa”. La serie House of Cards (EUA, 2013) tenía supervisión directa de la Casa Blanca quienes decidían lo que sí y lo que no. Todas las series gringas, su cine, tiene ese problema, pasan por el filtro de la censura del sistema, y más de un medio tan controlado como lo es Hollywood. Por supuesto, hay películas independientes estadounidenses que se cuecen aparte, pero en realidad, ese es el patrón con el que se guían.

Como dije, pienso que por un lado es verdad que solo es una serie, pero por otro no hay tal inocencia ni ingenuidad en quienes producen: son como las telenovelas de Televisa, la misma botella, de diferentes colores, pero la misma sustancia a tomar, saben perfectamente, lo que están produciendo. Son expertos en marketing, en el tipo de público al que se dirigen y la psicología social que necesitan para impactar. El narco fue introducido a nuestras vidas de modo violento y los medios, lejos de cuestionarlo, lo asumieron como producto a explotar porque resultó rentable.

Recuerdo que a finales de los 90 decían que estaban “colombizando” a México, porque en aquellos lares ya habían metido ese modelito fascista y producía los primeros escritores del narco que luego se hicieron famosos. Claro, una serie hay que verla con ojos divertidos, para eso son, pero también con ojo crítico para no perder el norte. Y es verdad, también me lo pregunté, cómo es que lo niños veían esa serie de Breaking Bad: pues porque seguro no tenían control parental. Porque no era un video, eran decenas de ellos, niños y adolescentes que los imitaban. ¿Ustedes creen que a Netflix le importaba eso? Pues no. Claro, te “advierten” que es para adultos, pero en este mundo se rompen las reglas muy seguido y se pierde la supervisión por distintos factores.

Las series de Narcos (Colombia-EUA, 2015; México-EUA, 2018) y El Chapo (EUA, 2017), y toda esa parafernalia no las he visto, lo intenté, pero no pude porque me resultaron monótonas, predecibles, amarillistas, contándonos una historia que pretende decirnos “la verdad”, pero que en el fondo hay una manipulación de la información sobre qué se debe decir exactamente al auditorio. Creo, sinceramente, que todo eso “educa”, o al menos influye, queramos o no, porque ahí están al alcance de la mano y tiene sus efectos en la psique social —y no, no nos volveremos todos narcos ni asesinos, pero los patrones conductuales pueden ser otros.

Y no es que sea una cuestión moralista de “es malo” y si no te gusta “pos no lo veas”, sino que esa es nuestra realidad: así se construyeron las nuevas mentalidades durante el neoliberalismo, una sociedad desprovista de identidad que ya no sabe quién carajos es. Quizá sea una oportunidad en esta época cuestionarnos qué fue lo que pasó, cómo fue que apagamos la luz de la realidad y dejamos que el mercado nos condujera con la promesa del éxito y la ganancia a ultranza, sin importar los medios ni los escrúpulos para tener “éxito”.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Polvo: narcocomedia sudcaliforniana

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Kinetoscopio

Por Alejandro Aguirre Riveros

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La cultura del narco está aquí para quedarse: se trata de la manifestación social e identitaria de una forma de vida que acompaña a la principal actividad económica de México. La violencia y la impunidad en nuestro país le han permitido resquebrajar el tejido social al grado en que ha terminado por crear sus propias costumbres, ideas y tradiciones. Bajo la óptica de la industria del entretenimiento, este tipo de fenómenos sociales son una oportunidad de negocio.

La apología del narco se traduce así en una narrativa que se expande más allá de ciertos géneros musicales como el narcocorrido y el movimiento alterado hacia otros ámbitos culturales como la literatura, la televisión, los videojuegos y por supuesto el séptimo arte.

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En este último ámbito, dicha mercantilización de la violencia puede ser analizada a partir de tres perspectivas muy generales:

  1. Como el villano de moda para el cine gringo que se encuentra cansado de comunistas y terroristas talibanes: Savages (2012), Día de sicario (2018), Rambo: Last Blood (2019), Triple frontier (2019).
  2. Como el héroe barato de los videohomes mexicanos de bajo presupuesto que tanto gustan en los estados del norte del país y al sur de Estados Unidos: Pa cabrón, cabrón y medio (2001), Soy cholo y me la pelan (2001), La Cabrona (2002), La Hummer asesina (2009).
  3. Como el objeto de una denuncia feroz por parte de un cine de arte descarnado e intimista con gran acogida en los principales festivales del mundo: Miss Bala (2011), Heli (2013), La jaula de oro (2013), 600 millas (2015).

Todas películas con diferentes formatos y visiones pero que mantienen la consistencia del drama: jamás es el narco una broma de la cual mofarse. Y es que hacer comedia sobre el tema resulta un tanto complicado al considerar que se trata de un fenómeno que ha alcanzado en los últimos años la escalofriante cifra de 115 mil muertos y 40 mil desaparecidos. Cualquier intento por hacer de esta masacre una razón para reír, resulta tan sumamente insensible como disfrazar a tu hijo pequeño de sicario para Halloween, o peor aún: de Ovidio Guzmán.

La única excepción a la regla había sido hasta ahora El Infierno (2010): la sátira hiperviolenta en la que Luis Estrada, como es ya característico en su filmografía, aprovecha el humor negro para hacer una crítica social hacia un Estado Mexicano que resulta cómplice del crimen organizado y sus terribles consecuencias; una cinta que nueve años después hubiera resultado imposible de filmar ante el terrible recrudecimiento del conflicto y, la autocensura impuesta por las redes sociales y su cacería de brujas bajo el estandarte de lo políticamente correcto.

Dos barreras que Polvo (2019), la ópera prima de José María Yaspik, logra sortear de manera muy inteligente para concretar la segunda narcocomedia mexicana y vivir para contarla. A través de una premisa honesta y hasta cierto punto entrañable, aborda el fenómeno del narcotráfico en México más allá de maniqueísmos reduccionistas para lanzar una mordaz interrogante: ¿puede una sociedad capitalista oponerse a la ilegalidad de un estilo de vida que permite el acceso al bienestar?

Para responde a estar interrogante, Yaspik plantea la historia de Chato, quien después de diez años de ausencia, debe regresar a San Ignacio, Baja California Sur, su pueblo natal, para recuperar un cargamento de cocaína, que un piloto a punto de estrellarse arrojó por todo el lugar. Es la década de los ochentas y la mafia de Tijuana le ha advertido que si no logra recuperar el cargamento irán por las malas y asesinaran a todos los lugareños. Amedrentado por las amenazas y cargado de dólares, se inventa la historia de que los ladrillos de cocaína son en realidad el producto que una farmacéutica quiere recuperar. Él está ahí en nombre de dicha empresa y pagará cien dólares por cada paquete que le entreguen. El anuncio trastoca por completo la vida del pequeño poblado: niños, jóvenes, adultos y ancianos parecen obsesionados con encontrar la dichosa medicina; mientras que el Chato deberá enfrentar las consecuencias que su partida y diez años de ausencia han dejado entre sus seres queridos.

Polvo es una cinta divertida, con momentos hilarantes y una historia original; se trata de un gran acierto por parte de Yazpik quien, además de escribir, dirige y actúa, talento que gracias a sus raíces logra materializar la que podría considerarse como la única película de ficción auténticamente sudcaliforniana.

En ella encontramos no solo la belleza característica de Mulegé, mezcla de desierto y oasis, sino sus modismos, acentos, rostros e ideología. San Ignacio, ese pueblo al norte de Baja California Sur, con gran fama por la supuesta güevonés de sus habitantes, queda fielmente retratada gracias a la experiencia de Yazpik: su padre es originario de esta localidad y él mismo vivió ahí durante su infancia. La casa del Chato es la casa que ocupaba su familia y gran parte de los actores son oriundos de la localidad.

Así la figura del protagonista, quien después descubrimos partió de San Ignacio para seguir una carrera frustrada como actor, como el mismo Yazpik que lo interpreta, se convierte en un juego entre ficción y realidad que enriquece la cinta.

Es una película en la que Baja California Sur pasa de ser algo más que una locación bonita o pintoresca para tener voz propia. Abandona así esa larga tradición de miradas chilangas que vienen a filmar al estado bajo una óptica meramente utilitaria, como escenario de historias autoimpuestas que rayan en el cliché: El hombre de blanco (1994), Bajo California: el límite del tiempo (1998), Un mundo secreto (2012), Camino a marte (2017).

La película más cercana a esta autenticidad sudcaliforniana había sido el documental Los otros californios (2011): una cinta de grandes aciertos dirigida por el paceño egresado del CUEC, César Talamantes, en la que nos muestra de primera mano la agreste vida en las rancherías olvidadas del desierto.

Un documental cuyos protagonistas denotan ciertos paralelismos con los personajes de Polvo, tal es el caso de Jacinta, interpretada por Mariana Treviño, quien caracteriza a la perfección a una mujer de marcado acento norteño, que resalta por su autenticidad dentro de un contraste de valores que gran parte de la población en el estado suelen compartir: de pocas palabras; mal encarada y risueña a la vez; entrona y tímida; egoísta y compartida; humilde y orgullosa.

Yazpik inaugura así, un cine de ficción sudcaliforniano al hacer uso de su biografía en conjunto con su amplia experiencia en el ámbito cinematográfico como actor. Destaca un casting de primer nivel con figuras como Joaquín Cosío, Carlos Valencia, Angélica Aragón, Jesús Ochoa y José Manuel Poncelis; actuaciones que en conjunto con el impecable aspecto técnico de la cinta elevan esta producción entre las más destacadas del año dentro de la cartelera nacional.

Su único defecto es la falta de tenacidad para cerrar el conflicto planteado por el guion, como ciertos cabos sueltos y problemas de verosimilitud, que no demeritan la película como una gran opción para pasar un buen rato y reír a carcajadas. Estamos ante una narcocomedia de grandes vuelos que no muestra insensibilidad ante el tema, sino que, al contrario, plantea una reflexión mucho más profunda que otras cintas con temática similar.

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¿Novelas de narcos, mi amigo?

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace dos años vi unos capítulos de la serie El Chapo porque todo mundo hablaba de ella y quise asomarme para mirar qué había que llamaba tanto la atención. Traté de verla a solas por estar muy cargada de contenidos para mayores de edad. No obstante, mi hija, en una de esas vio algunas imágenes y me preguntó que si ese hombre había hecho algo por el país, que si era algún héroe nacional (andaba muy metida en la cosa de la Revolución Mexicana porque su maestro había logrado interesarla en la historia de México; no hablaba de otra cosa). Le dije que no. Cerré el canal y jamás volví a nada que tuviera que ver con esa serie. La verdad, me dio pena encontrarme en esa situación incómoda y no saber qué decir exactamente; algo le dije, pero no lo suficiente. A un adulto es más fácil explicarle, pero no a una niña. Esos primeros capítulos me parecieron insulsos, carentes de toda profundidad, sin crítica, una narrativa sin contenido, sólo la descripción de sucesos que ensalzaban la astucia del personaje; poseía un aparente ropaje de mensaje social, pero en realidad sólo era una telenovela creada desde la nota roja, justamente como lo hacía la famosa Alarma! de hace unos 4o años. No había mucha diferencia entre Los ricos también lloran y El Chapo.

Ese suceso con mi hija me ayudó a ver claramente que yo como adulto quizá podía asimilarla y verla como una realidad ficcionada, pero no una menor. Ellos ven el mundo distinto. Para ellos hay buenos y malos y a veces los límites entre una y otra cosa no los alcanzan a percibir. Si su papá veía aquello es porque era bueno y, por tanto, digno de verse y celebrarse. No es una cuestión moralista, sino un asunto de principios humanos o de valores si se quiere, aunque estos son mutables y permeables, y los principios no. Y es cierto: el país pasa por un túnel al que fuimos introducidos por décadas sin darnos cuenta (o tal vez sí, pero nos dio miedo o indiferencia hacer algo) y todo aquello que nos unió como familias hoy carece de sentido. No hablaré del rompimiento del tejido social por cuestiones de espacio, pero creo que todos tenemos eso en mente y sabemos a qué nos referimos.

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Hace unos días puse en mi muro del Facebook un acalorado mensaje a raíz de lo de Culiacán el jueves 17 de octubre, donde descalificaba la narcoliteratura. Varios me hicieron algunos comentarios muy atinados, una especie de defensa del subgénero. Hay quienes dicen que “no debemos darle la espalda” que porque “retrata la realidad”, “que es un reflejo de lo que estamos viviendo”, etcétera. Claro, ¿qué obra literaria no lo hace?: Condición humana, de André Malraux (por mencionar una), hace una extraordinaria visión de la estupidez de las guerras. Desde mi punto de vista, la narcoliteratura está muy lejos de eso. Otros que dicen que no porque un actor equis haga el papel de narco está haciendo apología del delito o la violencia, pues sería como pensar que como sale de ladrón en una película, todo mundo comenzará a robar.

Yo creo que no es tan simple. No creo que “sólo sea un programa” o “sólo sea una película”. Todo lo que entra a la mente es información, y ésta la soluciona, selecciona, empata, adiciona, equilibra y usa con fines de vivir y supervivir la realidad, o nos da herramientas para hacernos sentir seguros, tal como lo hacen el alcohol o las drogas. Quisiera decir que educa, pero creo que educación todavía es más amplia, porque ésta moldea la mente con fines humanísticos y prácticos. Y, bueno, esos programas no tienen la menor intención de eso, claro está, sino de vender. Por tanto, lo que experimentamos, lo que vivimos, lo que oímos, sí forma nuestra personalidad, arroja un resultado, una conducta social, un patrón a seguir.

¿Nos terminamos convirtiendo en eso después de un bombardeo constante? Digo, una película o la historia de un ladrón no hace que nos convirtamos en ladrones, pero si una industria se dedica por completo a decir que ese ladrón o ladrones son lo más chingón del mundo, y sale hasta en las toallas íntimas, algo deberá pasarnos. Como la corrupción en México: permitida, aplaudida y deseada porque “es lo que todo mundo hace y les va bien”. Cuando éramos niños, allá por 1977, en Baja California Norte, al pueblo donde vivíamos, Puertecitos, nos llevaron a ver la película La banda del carro rojo en un cine de carpa; no había conciencia de lo que veríamos, sólo era una película. Los niños salimos sintiéndonos Emilio Varela y se nos hacía de lo más fregón que hubieran engañado a la ley poniendo la droga en la llantas. Tiene un mensaje moralino y retorcido al final, “esto es malo”, pero a los niños eso nos valió madre: lo chingón era el contrabandista (así le llamaban a los narcos en esos años). Hoy, las editoriales piden a sus escritores que hagan series de libros para adolescentes con la temática del narco, el secuestro y etcétera, “para el fomento a la lectura entre los jóvenes”, alegan.

Existe en los hechos una cultura del narco, con productos comerciales legales e ilegales, y claro, la literatura no escapó a ese paradigma, y hoy está sumergida en la ola. Tal vez no siempre aplique aquello de que “escribes lo que vives” porque hay múltiples casos donde hay obras que no tocan el tema ni por asomo y experimentan con otras cosas, pero muchos de pronto se ven inmersos en la temática sin quizá proponérselo, porque algo nos toca de ello. ¿Quién no se ha sentido paranoico y con miedo de salir de casa en estos últimos años por lo mismo? Hace casi dos años, en 2017, Modesto Peralta, mi editor de Culco, me pidió reseñar un extraordinario trabajo disciplinario de periodismo de gente del gremio, Romper el silencio, y tardé dos meses en decidirme a que lo publicara por la ola de violencia que se había suscitado en todo BCS.

Recuerdo ese año de 2017 con amargo sabor de vida y con las inquietudes de un tiempo que no tenía asideros. En todas partes se hablaba de La Paz que se nos fue; los choferes del transporte no hacían otra cosa que hablar de ello, de los muertos, de las balaceras (incluso por mi colonia llegamos a oír muchas), y varios se solazaban de placer de estar al corriente del número de muertos, cómo habían muerto y en qué circunstancias (era el morbo desatado). Era un ambiente de lo más deplorable, decadente y sinsentido. Bajo esas circunstancias, ¿qué ganas de escribir literatura, o aún más, narcoliteratura? Yo no. Paso. Nunca he escrito una sola línea sobre la temática, ni cuento, ni poesía, ni novela. Para mí el tema está muerto aunque se insista a través de series, películas, canciones, corridos, poemas, novelas, cuentos. Sé que pronto pasará, como muchas cosas, pero la industria del bísnes está haciendo su agosto y contra eso es difícil no estar enterado. Sólo queda estar con los sentidos abiertos y que algún día nuestra humanidad reaccione ante la estupidez que estamos viviendo, porque a la industria no le interesa lo que opines, sino venderte lo que está de moda, mientras prolongue la imagen de violencia que pretende normalizarse para acrecentar su capital.

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