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Lenguaje inclusivo, un remolino entre el género gramatical y la identidad de género

FOTOS; Internet.

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Escribo este artículo de opinión motivado por la presente discusión sobre el lenguaje inclusivo o incluyente, asunto que no es nada nuevo, por cierto. El pretexto para poner de nuevo el tema sobre la mesa lo dio una persona, quien en una clase virtual lloró al reclamar que se le llamara compañere en vez de compañera. Soy consciente de que no quedaré bien con nadie; de que vivimos en un mundo polarizado, donde las redes sociales están a la orden del día para otorgar aplausos o rechiflas a los que estén “totalmente de acuerdo” o “totalmente en desacuerdo” con algo. Como si fuera obligatorio tomar partido radicalmente.

El video que se viralizó en redes sociales muestra a Andra Escamilla (tal cual se distingue su nombre, con los pronombres “elle/él”), de 19 años, en una clase virtual vía Zoom, quien interrumpió a un joven que le llamó “compañera”. Su reacción fue la causa de la polémica, al decirle al punto del llanto No soy tu compañera, soy tu compañere. Luego, el muchacho se disculpó con ella y continuó hablando. El tema de la clase era el suicidio y el comentario del joven hablaba sobre los efectos del huracán Grace en México. Sin embargo, de pronto, todo México estaba hablando de algo que podría parecer tan absurdo como preocupante. Créanme: llevo apenas dos párrafos y me ha costado mucho trabajo redactar sin causar escozor con el asunto de los géneros gramaticales.

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El lenguaje es nuestra forma de aprehender el mundo, de explicar y explicarnos la existencia, pero en controversias de este tipo, las palabras parecen las bombas de un campo minado, donde un pequeño, pero mal colocado paso, hace que te exploten. La polémica puede parecer tan ridícula como peligrosa, pero sobre todo, me parece compleja. Para muchos usuarios de medios de comunicación o de redes sociales, el asunto de cómo dirigirte a otros y otras les ha parecido ocioso y tonto. Sin embargo, el asunto genera un remolino de ideas por donde lo agarres, pues aunque involucra básicamente dos temas: la gramática —el debería, lo políticamente correcto—, con la identidad de género, y por tanto la dignidad humana, con sólo rascar poquito de un lado o de otro se genera una polvareda. Esto, señoras y señores, es un síntoma de nuestra postmodernidad.

Por supuesto, no han faltado los memes y las burlas, pero las hay tan subidas de tono que Andra Escamilla ya denunció haber recibido amenazas y mensajes de odio. Esto a raíz de su repentina “fama”, pero antes de este episodio, había solicitado a sus docentes y compañero/as que le llamaran elle, pues se considera una persona no binaria, es decir, no se asume ni mujer, ni hombre. Es una ironía: tan difícil parece haberse explicado en sus clases, como fácil ha sido que haya sido expuesta, incluso, con acosadores por Internet. Yo no estaría a favor de cancelar el sentido del humor, pero las reacciones que rozan los límites del odio y la violencia, sin duda, me parecen reprobables. De manera que, reafirmo, no es un tema ni sencillo, ni de blanco o negro.

Yo le llamo a las personas como les gusta que les llamen. Si tiene dos nombres, que me digan cuál prefieren, o quizás su apellido; si tienen apodos, también; si hablan de sí mismos como varones cuando habrían nacido con vagina, les llamo de él; y si fuera el caso de un hombre que le gusta que le hablen como mujer, le hablo de la. Sin embargo, a muchas personas les parece que este cliché de Una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre —o al revés—, es inconcebible y que, entonces, todo mundo se hará llamar como quiera. ¡Exacto! Los nombres y los pronombres nos definen, son parte de nuestra identidad, aunque disgusten o no lo entiendan los demás. Si alguien puede llevar a cuestas una broma como nombre o definición, que la cargue, pero creo que difícilmente alguien se diga a sí misma/o de cierta manera por mucho tiempo, por mero juego. Yo les digo como les gusta, como se sienten, porque creo que la identidad de sí misma/o no es negociable, aunque no me guste, aunque suene feo: es su Yo y merece respeto.

Y entonces, ¿dejaremos que las consecuencias de estos aparentes ‘cambios a fuerzas’ nos lleven a permitir las faltas de ortografía, desvirtuar el lenguaje, pervertir el idioma o cualquier término similar que nos escandalice? ¿Vamos a dejar que nos arrastren al capricho o la vulgaridad, y destruyan el castellano? Bueno, lo que pasa es que el idioma es cambiante. El español fue un latín vulgar, es decir, hablamos y defendemos lo que hace siglos, seguramente, era considerado grotesco. No es una oleada que viene, sino que ya estamos dentro de la ola. No sé si nos tocará ver en el diccionario de la Real Academia Española palabras como compañere, pero quizás lo haga, porque la RAE, sinceramente, acepta mucho, fácil y pronto las palabras que a fuerza de costumbre, se vienen legitimando. Así ha sido y así será. En el fondo, hay un temor de que estos cambios se instalen, pero el idioma no permanece estático, ¿quién no, diariamente, lo adereza a su manera?

Confieso que, aunque me sienta liberal en muchos sentidos, en el asunto de la redacción y el lenguaje soy más bien conservador. Quizás porque mi quehacer se ha construido entre las letras, soy un tanto tradicionalista en estos aspectos, pero me he obligado a aprender y meditar sobre el lenguaje inclusivo y no sexista. A mí, personalmente, no me agradan términos como compañere y otros, y por eso no los uso. Sin embargo, si alguien que no se identifica ni como hombre ni como mujer, y me pide que lo llame así, así le llamo, ¡faltaba más! También me ha pasado estar en un chat grupal donde la gran mayoría son mujeres y nos hablan de la, y no me enojo —ni baja, ni sube un miligramo mi identidad de género. A nivel escritural, y para referirme a grupos donde hay personas de ambos sexos (o indefinidos) trato de resolverlo usando los dos géneros (“ellos y ellas”), los dos artículos (“las y los estudiantes”), a veces la arroba (“compañer@s”), o una diagonal (“alumno/a”); o bien, echándole un poco de creatividad (en vez de “los involucrados”, “quienes se involucraron”). Comparto unas guías interesantes AQUÍ y ACÁ.

Para ser sinceros, yo prefiero no usar “compañere”, porque además de que me suena horrible, gramaticalmente me parece absurdo e innecesario, y aunque conozco personas de todo mi respeto que usan estos términos, me parece que muchas lo hacen por mero capricho y moda —lo que no quita el respeto, sólo que no les creo del todo—; porque se llega a perder su sentido contestatario original: en realidad, nadie puede ser compañere ¡porque no existen los compañeres! —lo digo como término, claro, es como reclamarle alguien que no sea 7*/&4)fóbico, porque no sabe qué es “7*/&4)” y es porque yo me lo inventé—, y en vez de ejercer una comunicación incluyente, se convierte en una autoexclusión. Casi casi, viene a ser la marca de agua de un grupo que se identifican a sí mismo de estas maneras.

Y también está la otra cara de la moneda: imponer la intransigencia. Por ejemplo, cuando ‘a fuerzas’ utilizan Presidenta, cuando Presidenta no existe: Presidente es un sustantivo neutral, no masculino, pero si te atreves a “corregir” te chamuscan como el peor de los misóginos. He visto, de cerca, imposiciones ridículas por el simple afán de sentirse progre. El lenguaje no es machista por sí mismo, somos los humanos como sus conductores, que con ciertos gestos o énfasis podemos dar a las mismas palabras un significado simpático u ofensivo. La libertad de expresión puede llegar a imposiciones que atentan contra sí misma.

Ahora, el que a mí no me guste, no me da la razón, es mi percepción y es mi problema. Y si no me gusta, no lo hago. Pero, por ello insisto en el respeto a lo que cada persona diga de sí misma, y no me cuesta trabajo llamarle a alguien de una manera poco acostumbrada por que a esa persona le gusta. Por mi parte, este uso de los sustantivos inventados como compañere no me parece, en lo absoluto, nada serio, ni profesional. Por ahora no, tal vez en cinco años o menos sea la norma.

Lo bueno: noticias o tendencias de este tipo nos permiten cuestionarios y ponernos los lentes de la identidad de género; en medio del nubarrón de confusión, hay algo bueno y es acercarnos a estos temas, y tratar de entender la diversidad. Lo malo: a veces nos casamos con nuestras percepciones, sean en contra o a favor, y creemos que eso es un fundamento, por lo cual, el otro/a está equivocado/a, cuando es más complejo, ni siquiera es sólo lo que diga la RAE o la ONU, no es sólo un asunto de gramática, no señor/a, es también sobre dignidad, por tanto me parece válido aplicar un criterio personal, más que enfurecerme e imponer mi “fundamento (pseudo)científico”. Lo feo: justo eso, la imposición de uno u otro bando, la quema en la hoguera del que piensa diferente, la polarización, pues; y aún más feo, que las palabras, de ser los instrumentos para sazonar apetecibles platillos, se conviertan en las cuchillas con las que te apuntan al cuello; y es que no siempre podemos darnos cuenta de lo infame* que le podemos parecer a otros y otras.

Dedicado con mucho cariño a mis amigos Ricardo Moreno Álvarez y Jorge Peredo Mancilla, por interesantes pláticas que me inspiraron para escribir este artículo.

(*) Nota: sí quise decir infame, no infamo o infama.

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Lenguaje inclusivo

FOTOS: Internet

Sexo + psique

Por Andrea Elizabeth Martínez Murillo 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace unos pocos días se viralizó un video donde una persona que se identifica como no binaria reclamaba en medio de sollozos: ¡No soy tu compañera, son tu compañere! Aunque el video duro apenas unos segundos, ha logrado abrir el debate sobre cómo usamos el lenguaje y de qué forma nos debemos de referir a personas que no se identifican dentro de lo masculino y femenino, pero, ¿cómo funciona el lenguaje inclusivo?

El uso del lenguaje propicia todos los procesos de pensamiento. En ese sentido, crea la realidad misma o le da sentido a lo que nosotros percibimos como realidad. Sin embargo, en el uso del lenguaje, en específico el español en donde se utiliza el masculino genérico, se reproducen sesgos y estereotipos que sistemáticamente han excluido, minimizado o desvalorizado a diversos grupos, como mujeres, personas indígenas o con alguna diversidad funcional —antes discapacidad.

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Sin embargo, pese a que diversas instancias como la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), el gobierno mexicano, así como asociaciones civiles y público en general solicita ser incluidos en el lenguaje —porque recordemos que lo que no se nombra, no existe—, otros grupos han buscado entorpecer o frenar estos intentos. Estos detractores del lenguaje incluyente suelen utilizar a la Real Academia de la Lengua Española (RAE) como base de sus críticas, pero observemos lo siguiente:

Pese a que el lenguaje inclusivo es mucho más que solo agregar una letra a alguna palabra, la RAE asegura que no supone discriminación sexista alguna, sin embargo, en la siguiente imagen menciona lo siguiente:

Sustentado en categorías biológicas de sexo masculino/femenino… lo que quiere decir que, sigue estando sustentado en las categorías sexistas de lo masculino y femenino cuando dentro de la biología no solo existen hembras y machos, o XX y XY, las variaciones cromosómicas son muy diversas, pero ese tema es para otro artículo.

Por otro lado, pese a que el lenguaje es algo que nosotros construimos y modificamos a nuestro antojo, como prueba está la incorporación de palabras como Facebook, postear, shit, perreo, instagramear, entre muchas otras que utilizamos todos los días sin darnos cuenta, ya que se volvieron parte del lenguaje popular. Así como lo asegura la RAE:

Después de revisar estos tuits —otra palabra de reciente creación—,  podemos darnos cuenta que la RAE reconoce que el lenguaje cambia y se adapta a los nuevos descubrimientos, así como a las distintas formas en las que vemos la vida, ¡el lenguaje no es inmutable! Nosotros lo construimos y podemos moldearlo para que se nombre aquello que se ha buscado invisibilizar a lo largo de la historia de la humanidad, como son las minorías y/o personas que no entren en la hegemonía caucásica.

Para ya casi dejar a la RAE en paz, recupero otro tuit donde dejan en claro que el respeto es lo que debe imperar al momento de dirigirme al otro:

Y ahora sí, como último comentario sobre la RAE, ésta no tiene en su diccionario la palabra feminazi, por si había alguien preocupado por seguir sus normas al pie de la letra.

Entonces… ¿qué es el lenguaje inclusivo? Es un modo de expresión oral, escrito y visual que busca dar igual valor a las personas al poner de manifiesto la diversidad que compone a la sociedad y dar visibilidad a quienes en ella participan. De este modo se busca forjar una sociedad integrada que promueva en todo momento la igualdad entre los seres humanos. Busca que nos expresemos con términos neutros para erradicar estereotipos y seguir perpetuando los roles de género tradicionales, que refuerzan la idea de desigualdad al subordinar al género masculino todo lo que sea distinto a él.

En el lenguaje incluyente hay que entender que el masculino no es universal ni neutro. En la lengua española no hay más razón para esta práctica que la convención social que no da visibilidad a las mujeres, etnias, nacionalidades, géneros, edades, discapacidades, condiciones sociales, de salud, religiones, preferencias sexuales, estado civil, ni a los cambios sociales que exigen el reconocimiento que de por sí merecen1

La Comisión Nacional de los Derechos Humanos, en su curso —gratuito—, de Género, masculinidades y lenguaje incluyente y no sexista2, nos ofrece una guía sobre cómo el lenguaje incluyente contribuye a hacer visibles a personas y grupos de población históricamente discriminados. Los criterios para denominarlos son los siguientes:

  • Nombrarles conforme a los instrumentos internacionales de derechos humanos.
  • Atender a los consensos generados entre las personas de cada grupo, ya que “la elección de un término por parte de un grupo para representarse a sí mismo tiene un poder político para reivindicar la presencia y el valor de ese grupo” (Islas, 2005).
  • La forma en que las personas desean, solicitan o prefieren ser nombradas.

Incorrecto

 

Correcto

 

Personas con capacidades diferentes o especiales, discapacitados/as, inválidas/os, disminuidos/as o minusválidas/os. Personas con discapacidad

Personas con diversidad funcional

Viejito/as, adultos en plenitud. Personas adultas mayores.

Personas mayores.

Indios/as.

Inditas/os

Personas indígenas.

Pueblos y/o comunidades indígenas.

Personas de pueblos o comunidades originarias

Raros.

Maricones.

Marimachas.

Tortilleras.

Personas/población LGBTTTIQ+ (lesbianas, gays, bisexuales, travestis, transexuales, transgénero, intersexuales, queer).
Sidosos/as. Personas que viven con VIH.
Niños de la calle. Niñas y niños en situación de calle.
Indigentes. Personas en situación de calle.
Negritas/os, personas de color. Afromexicanas/os o afrodescendientes.
Sirvientas/es, muchachas, chachas (“mi” muchacha). Trabajadoras/es del hogar
Trata de blancas. Víctimas de trata.

Trata de personas.

Enanos/as. Personas de talla baja.
Prostituta/o Trabajadora/trabajador sexual.

Si en realidad nos preocupamos por ser inclusivos en nuestra comunicación, no solo es nombrar a las personas invisibilizadas, es respetar las formas, culturas, y pensamientos ajenos, todos somos parte de la diversidad cultural y todos construimos nuestro lenguaje que fundamenta nuestra realidad, seamos más empáticos con nuestros semejantes.

Bibliografía:

  1. (2021). Guía y recomendaciones para el lenguaje incluyente en la comunicación institucional. igualdad.ine.mx/lenguaje-incluyente/
  2. (2021). Género, masculinidades y lenguaje incluyente y no sexista. cursos3.cndh.org.mx/

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