Karla Panini y la misoginia internalizada en México

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Sexo + Psique

Por Andrea Elizabeth Martínez Murillo 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace algunos días, el portal de Facebook Histeoricas publicó un post donde, en la primera imagen, se lee: El acoso a Karla Panini es misoginia. Cómo es de suponerse, causó un interesante debate entre aquellos que insultan a Panini y quienes estuvieron de acuerdo con el contenido. Sin embargo, lo interesante de la publicación es que pone el foco de observación en cómo nuestra sociedad culpa a las mujeres por las acciones y responsabilidades de otra persona, en este caso de la pareja sentimental, un hombre. ¿Has considerado que el odio a Panini podría encubrir tu misoginia internalizada?

El post hecho por Histeoricas no pretende quitarle la culpa de las acciones que cometió, sino poner en revisión cómo miles de personas no responsabilizan al esposo, quien fue, de hecho, el que cometió la traición y demás actos que se le acusan. Es cierto que Karla Panini no fue sorora o solidaria con su ex amiga, pero quien maltrato, se burló y cometió traición, fue, principalmente su esposo. Y es este punto, el que merece más atención.

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Dejando de lado que son figuras públicas, nuestra sociedad ha responsabilizado en su mayoría a las mujeres de robar al marido o la pareja sentimental. Casi todos hemos escuchado expresiones como Esa z*rra me robó a mi ex, lo persiguió hasta quitármelo, mientras que en los hombres se alaba a aquel que consigue quitarle la mujer a otro. Esta doble moral no es nueva, es uno de los grandes pactos patriarcales que mantenemos hombres y mujeres, la misoginia internalizada.

Por definición, la misoginia es la aversión a las mujeres o falta de confianza en ellas1, es decir, un comportamiento cultural que ve a la mujer como inferior. Se expresa de diversas formas, desde comentarios despectivos o discriminatorios, en ocasiones se camuflajean de chistes o bromas, hasta llegar al feminicidio, la expresión más grave: el asesinato de una mujer por razones de género o por el hecho de ser mujer.

La misoginia es la antesala del feminicidio, en palabras de Isidro Cisneros: representa la valoración negativa de lo femenino o del ser mujer por razones históricas, sociales, políticas y psicológicas que se encuentra en la base de la hostilidad contra las mujeres con el objetivo de interpretar, ordenar y controlar la realidad. Abarca desde la forma más sutil de desprecio hacia las mujeres, que es la invisibilización o el silencio sobre ellas, hasta las manifestaciones más explicitas y contundentes de odio hacia el género femenino, pasando por todo tipo de expresiones de desdén y menosprecio2.

Ahora bien, esto puede sentirse muy lejano a nuestra realidad. Ya que aquí ni matan a nadie, mucho menos a mujeres, pues bien, según los datos recabados por Elisa Morales en su artículo ¿Qué “casi” no hay feminicidios en Baja California Sur3? Menciona que fue hasta a mediados del 2019 que se tipificó formalmente el delito de feminicidio en Sudcalifornia (antes de eso, únicamente se encontraba como agravante del delito principal, homicidio). La Procuraduría General de Justicia del Estado de Baja California Sur (PGJE BCS) continuaba sin reportar los casos de feminicidio, siendo señalados de negarse a investigar bajo perspectiva de género. Finalmente, en 2019 se registraron dos casos de feminicidio en Baja California Sur.

Es decir, la violencia contra la mujer en BCS existe, y es una realidad que ya no podemos seguir negando. Sin embargo, pudieran pensar que no conocen a mujeres maltratadas o víctimas de este delito, pero sigo compartiendo, pensando y me riendo de comentarios del tipo: Eso le pasó por puta, Si la encuentro de infiel la mato, Es que su forma de vestir me provocó, Vieja tenías que ser, o en el caso de las mujeres Pinche vieja, No soy como las demás, Me junto con hombres porque es más fácil, Donde pisa una leona, ninguna gata borra su huella y demás comentarios peyorativos hacia la mujer.

Es justo aquí, en la mente de cada uno de nosotros donde la misoginia internalizada hace efecto, en creer, responsabilizar y culpar a la mujer por casi cualquier cosa: por embarazarse, por no embarazarse, por cuidar a los hijos y descuidar al hogar, por tener la casa limpia, pero hijos desordenados, por trabajar poco o demasiado, por no atender al marido, por usar la ropa muy justa, por usarla muy aguada… y la lista sigue y sigue. Es momento de comenzar a repartir las responsabilidades al que le corresponde, de no seguir perpetuando este odio introyectado y de decir ¡basta!

Otra forma grave de misoginia que es respaldada socialmente, es creer que algo que hagas o dejes de hacer porque aquí todo se juzga te hace más, o menos respetable. Lo que quiero decir es que, no hay absolutamente nada que una mujer pueda hacer, que le reste respeto. No importa si iba borracha, si estaba sola con un hombre, si escogió mal a su pareja afectiva, si tenía poca o mucha ropa, si es lesbiana, o la etiqueta que le quieran poner, nada justifica la violencia —en cualquiera de sus vertientes. Es el abusador, acosador y/o violador, el culpable, tanto cómo aquellos que lo encubren.

Dejemos de culpar a las mujeres por todo y mejor repasemos cómo andamos internamente; escuchar los dolores, inseguridades y vivencias de las mujeres a mi alrededor desde la empatía y no desde el ego.

Bibliografía

  1. Definiciones de Osford Languajes. Revisado el 10/11/2021
  2. Cisneros, I. (2019). De la misoginia al feminismo. Crónica.
  3. Morales, E. (2020). ¿Qué “casi” no hay feminicidios en Baja California Sur? CULCO BCS.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Impunidad encapuchada

FOTO PORTADA: Juan Carlos Alarcón (twitter)

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Ius et ratio

Por Arturo Rubio Ruiz

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Con el pretexto de exigir justicia por el feminicidio de Alexis en Quintana Roo, un grupo organizado de mujeres encapuchadas, vestidas de negro y portando pañoletas verdes, el pasado viernes 13 de noviembre irrumpieron en las oficinas del Centro de Atención a la Violencia Intrafamiliar (C.A.V.I.) de la Fiscalía General de Justicia de la Ciudad de México (CDMX). Destruyeron los ventanales, sacaron las cajas de cartón en las que se archivan los expedientes que se tramitan en esa dependencia y los destruyeron, afectando gravemente los derechos de las víctimas de violencia intrafamiliar —mayoritariamente niñas y mujeres— que por los cauces legales tramitaban sus casos.

El Centro de Atención a la Violencia Intrafamiliar, coloquialmente conocido como CAVI, es una dependencia administrativa de la Procuraduría de Justicia de CDMX, cuyo principal objetivo es proporcionar atención integral a niños y niñas menores de doce años víctimas de los delitos de violencia familiar, sustracción y retención de menores, incumplimiento de la obligación alimentaria y omisión de cuidados, y a mujeres de hasta sesenta años de edad víctimas del delito de violencia familiar cometido por su pareja.

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El plantel de servidores públicos está integrado por profesionales de las áreas jurídica, psicológica, médica y de trabajo social, y una vez que la víctima presenta su denuncia o querella ante el Ministerio Público, es canalizada a esta instancia, donde de manera gratuita se le brinda acompañamiento, orientación legal, y representación jurídica en materia penal; apoyo psicológico, atención médica, intervención en crisis, psicoterapia breve y de urgencia de corte grupal, elaboración de dictámenes victimales a petición de la autoridad ministerial o judicial para establecer si existe alguna afectación psicoemocional; valoración del estado psicofísico para determinar las condiciones de salud de las víctimas y, en su caso, tramitación de medidas de protección de emergencia previstas en la Ley de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia; gestionar ante instituciones públicas o privadas, los servicios que requieran; tramitación de albergues para mujeres que se encuentran en riesgo y/o a programas de apoyo social de otras instituciones gubernamentales o asociaciones civiles.

El CAVI brinda un servicio invaluable a todas aquellas víctimas de delito que no cuentan con recursos propios para sufragar los honorarios de profesionistas particulares, y en su funcionamiento, es modelo a seguir por otras entidades de la República, como Baja California Sur, donde las víctimas de delito no cuentan con este tipo de apoyo, o bien, lo reciben, pero de manera raquítica, esporádica y, por regla general, de manera excepcional.

Cuando las encapuchadas destruyeron los expedientes que sacaron de las oficinas del CAVI, a quienes más perjudicaron, a quienes dañaron, a quienes afectaron gravemente, fueron las niñas y mujeres víctimas de delito, que ahora verán seriamente afectada su pretensión de reparación del daño ante los tribunales pues, en muchos casos, los expedientes contenían dictámenes y comprobantes de gastos y otros datos de prueba, que difícilmente podrán ser recuperados. Algunas de las víctimas, cuyos expedientes fueron destruidos, llevaban más de cuatro años inmersas en litigios en busca de justicia retributiva. Ahora empezaran de nueva cuenta, desde cero, y con pobres posibilidades de recuperarse del terrible daño que las encapuchadas del pañuelo verde les han ocasionado.

Resulta paradójico que los únicos beneficiados tras el acto vandálico, sean los delincuentes que lesionaron los derechos de las víctimas cuyos expedientes fueron destruidos, pues ahora no podrán acreditar ante los tribunales el daño causado.

La legitimidad de la causa que enarbolan las encapuchadas, como en el caso, exigir justicia por el feminicidio de Alexis, se diluye por completo, cuando se convierte en un mero pretexto para dañar inmuebles, destruir expedientes, y perjudicar irreparablemente a niñas y mujeres, víctimas de la violencia intrafamiliar.

El derecho irrestricto a expresar las ideas, a manifestarse, a protestar, ha sido el pretexto propicio para que intereses perversos organicen grupos criminales, en el caso, integrado mayoritariamente por mujeres que, al amparo del anonimato, han convertido del vandalismo, el saqueo, la violencia contra particulares y agentes del orden, su modus operandi, y la escalada de violencia, que pasó de bailar y desnudarse mientras ocupaban arterias de vialidad, a golpear a reporteros, viandantes y elementos de la fuerza pública; de pintarrajear paredes y monumentos, a saquear tiendas de conveniencia y otros establecimientos comerciales; de bloquear accesos a oficinas públicas, a irrumpir en ellas y causar destrozos, que como en el caso, ocasionan daños irreparables a víctimas inocentes, totalmente ajenas al motivo de su queja y su violento activismo.

No puede el gobierno permitir que se siga utilizando un derecho humano irrestricto, como el de manifestarse, como pretexto para delinquir impunemente.

La pasividad y tolerancia oficial hacia estos grupos criminales organizados, que operan impunemente enarbolando el estandarte del feminismo radical, nos hace suponer que existe contubernio entre la autoridad y quienes lideran las acciones vandálicas y de rapiña a cargo de las encapuchadas.

La lucha ciudadana por la defensa de los derechos humanos, la expresión de las ideas y protesta ante abusos o injusticias, no puede seguir siendo el pretexto que incube la anarquía y la impunidad. No podemos permitir que se siga enviando a nuestra niñez y juventud, el ejemplo que envían estas criminales encapuchadas.

Ninguna causa justa justifica la realización de actos criminales, y menos, cuando se revictimiza a inocentes en el proceso.

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Por puta

FOTO: Internet

Hilo de media

Por Elisa Morales Viscaya

No te quejes, oh Nice, de tu estado

porque te llamen puta a boca llena,

pues puta ha sido mucha gente buena

y millones de putas han reinado.

Dido fue puta de un audaz soldado,

a ser puta Cleopatra se condena,

y el nombre lucrecial, que tanto suena,

no es tan honesto como se ha pensado.

Que fue de los carajos centinela,

entre más de dos mil murió orgullosa;

y pues ya lo dan todas sin cautela,

haz tú lo mismo, Nice vergonzosa,

que esto de honra y virgo es bagatela.

Samaniego

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Puta. Puta. Puta. Un insulto que podemos recibir en tantos y tan diversos contextos que haciendo un poco de memoria, casi nada, a todas nos han llamado así en algún momento de la vida: puta. Por todo. Por nada. Porque sí. Porque no. Al final todas somos putas para alguien, algunos, aunque no queda muy claro cómo llegamos a serlo.

Porque la puta no es prostituta. No nos lo escupen porque sospechen que nos dedicamos de manera profesional a vender caricias, no. Nos lo lanzan para denigrarnos, minimizar nuestros argumentos y responsabilizarnos por los actos violentos de los que podamos llegar a ser víctimas. ¿Alguien filtra tus fotografías desnuda en redes sociales? Quien te manda, puta, tomarte ese tipo de fotos y compartirlas con alguien. ¿Te manosearon sin tu consentimiento? Eso te pasa por andar en la calle vestida como puta. ¿Apoyas el aborto legal? Mejor cierra las piernas y no mates bebitos ingenieros, puta.

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Y así, ad infinitum. Rechazas los avances sexuales de un desconocido y te escupe lo puta que eres. Aceptas los avances sexuales de un desconocido y también. Incluso si te suceden cosas buenas, habrá quien descalifique tus méritos para lograrlo y murmure que lo conseguiste puteando. Y es que puta —y sus derivados— es casi la palabra comodín para esgrimir contra cualquier mujer por cualquier cosa. Pero vamos a ponernos doctrinarios, ¿de dónde viene este asunto de tildar de putas?

La Real Academia de la Lengua Española define en primer lugar la palabra puta como adjetivo malsonante utilizado como calificación denigratoria. En el Diccionario Crítico Etimológico Castellano e Hispánico encontramos que procede de la palabra putta (muchacha), femenino de putto (muchacho), a los que ya en la época romana se les asociaba con la prostitución. En varias publicaciones y páginas fiables de internet encontramos que “los filólogos clásicos, asocian la palabra puta con el latín putta (muchacha, chicuela, especialmente “chica de la calle”) que ya en latín se usó con el valor de prostituta, derivado, en realidad de puto”.

Aunque se documenta que históricamente viene de una locución masculina, a la fecha puta no tiene equivalente masculino. Sí que existe el puto, pero esto no refiere a la misma categoría de insulto, por el contrario, se utiliza para feminizar al hombre: puto es un afeminado, relacionado con la homosexualidad –como si ser homosexual fuera insultante, pero eso es hilo de otra media.

La falta de una palabra que denigre al hombre apelando al ejercicio de su sexualidad no es más que el reflejo de los doble estándares con que es bien sabido se rige la sociedad. La mujer que no se conduce con el decoro esperado —¿esperado por quién?, por cualquiera— pierde el derecho hasta de no ser violentada, pero el hombre con conductas similares no recibe este señalamiento público. En ocasiones, hasta es vitoreado.

Para ejemplo, un botón. En el verano del 2018, se filtró un video donde Luis Roberto Alves “Zague”, exfutbolista y comentarista deportivo, mostraba su pene frente al espejo. Lejos estuvo la sociedad de denostar, juzgar o señalar. Aún y cuando el contexto del video era una infidelidad. Por el contrario, eran épocas del mundial de futbol y los hinchas pamboleros coreaban que “Mexico le metería la de Zague” al rival en cada encuentro. A la fecha, el futbolista incluso esta sacando ganancias económicas del Imprechionanti que se escucha en el video en cuestión. El mismo Zague ha dicho que no le impactó negativamente: “¿Molestarme yo? No. Soy feliz como soy, con lo que tengo y he logrado. Tengo muchas admiradoras y admiradores”.

En cambio, la mayoría de las mujeres cuyos cuerpos o actividad sexual es exhibida en Internet son cosificadas, rechazadas por sus familias y en sus centros de estudio o afectadas en su trabajo. Aunque se ha avanzado en la legislación para sancionar a quien saque a la luz videos íntimos, las víctimas siguen convirtiéndose en blanco de burlas, obligadas a avergonzarse por haber cogido. Por haberse grabado. Por putas.

De entre las muchísimas mujeres que han sido víctimas de un slut-shaming viral, no han faltado las que terminan atentando contra su vida.

Slut shaming que mata

Llamar puta a cualquier mujer que decide llevar algún aspecto de su vida fuera de los códigos de la moral en turno es un fenómeno viejo, ya desde la segunda ola del feminismo a mediados del XIX se luchaba por la libertad sexual, sin prejuicios. Pero, en esta era digital el escarnio público pasa a convertirse en algo global. En inglés, a esto se le como slut-shaming que en nuestro idioma es algo así como tildar de puta.

Para muchos la ligereza con que se llama puta a una mujer es sólo una forma de hablar o de expresarse, sin embargo, el slut-shaming es mucho más dañino de lo que podría parecer. No solamente atenta contra la libertad sexual de la mujer, sino contra su vida. Más allá de la humillación y el rechazo público, en su extremo sirve incluso para justificar o no condenar una agresión.

Volvamos al 2018. El 19 de marzo de ese año Óscar Munguía disparó 3 veces en contra de su expareja, Selene. El feminicida, antes de dispararle la arrinconó para darle una nota en la que le decía que “por puta” le pasaba eso. Ella, días antes, le pidió el divorcio. Selene murió por querer su libertad: por puta. En México, en este 2020, se asesinan en promedio a once mujeres diariamente.

Tan solo estos últimos días, han trascendido los horrendos feminicidios de Jessica, Alondra, Alexandra, Nayeli y Carmen «Caramelo». Las tres primeras jóvenes en sus tempranos veintes, cuyos cuerpos han aparecido con huellas de violencia sexual. Al difundirse en redes sociales el reclamo social de justicia, hay cientos de comentarios tachándolas de putas. Si, a las víctimas. Y también a los grupos feministas que rompen y queman, clamando justicia.

Y es solo un ejemplo, en la cotidianidad. ¿Cuántas veces has escuchado que un hombre, por inseguridad o celos, justifique la violencia verbal y psicológica —cuando no física— que ejerce, acusando de puta a su propia pareja o expareja? Y generalmente por acciones tan banales como usar una falda corta, saludar o convivir con compañeros de trabajo o vecinos.

Llamar así a una mujer por su forma de vestir, su conducta o pasado sexual o sus opiniones y posturas, es un ataque en toda regla a la libertad femenina y genera un perverso escenario en el que una mujer para ser respetada tiene que demostrar que es merecedora de ello. Así, ante la violencia nos encontramos con una sociedad que voltea a culpabilizar a la víctima que se expuso, no se cuidó o, sencillamente: se lo buscó por puta.

¿Qué hacer?

Desde el 2011 ya hay ciertos movimientos que están luchando contra este concepto, por ejemplo las caminatas conocidas como Slut Walk. Pero el cambio de fondo lo hacemos todos. No te sumes a las condenas públicas que señalan a una mujer de puta. Por el contrario, enfrenta a las personas que lo practican. Soltemos los prejuicios moralinos que nos impulsan a juzgar a quien vive su vida sexual fuera de los cánones de la moral en turno.

Si eres víctima de slut shaming, denuncia en la medida de lo posible –cuando derive de alguna filtración de videos personales o el ataque se lleve a cabo en centros de trabajo o escolares. Y recuerda que nadie tiene derecho a reprimirte. Vergüenza debería de darnos señalar a alguien de puta, antes que serlo.

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Feminicidios en México, la indiferencia de un sistema corrupto

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Sexo + psique

Por Andrea Elizabeth Martínez Murillo

La Paz, Baja California Sur (BCS). Me dueles, México. En fechas recientes, ha sido cotidiano leer en redes sociales el creciente malestar de las personas —en su mayoría mujeres—, sobre la violencia que vivimos día con día, una violencia que ha escalado todos los niveles del violentómetro y que parece no importar en ciertas esferas de nuestro país. Esta indiferencia ha provocado aún más indignación y las muestras del hartazgo no se han hecho esperar: marchas, pintas, grafitis, hasta la propuesta de un paro nacional, pero, ¿por qué sigue pareciendo insuficiente para generar empatía?

México es el primer lugar a nivel mundial en materia de abuso sexual, violencia física y homicidios de menores de 14 años, según datos de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE); tan solo en 2019, más de seis millones de mujeres sufrieron delitos sexuales ¡en sólo seis meses! Y pese a estas cifras, los medios de comunicación se suman a la revictimización y al escándalo de los feminicidios, exhibiendo los cuerpos de mujeres ultrajadas para el goce de los morbosos y de un país que compara a una mujer, madre, hija, esposa, con un carnero a las brasas.

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“Es preciso aclarar que hay feminicidios en condiciones de guerra y de paz. El feminicidio es el genocidio contra mujeres, y sucede cuando las condiciones históricas generan prácticas sociales que permiten atentados contra la integridad, la salud, las libertades y la vida de las mujeres. En el feminicidio concurren en tiempo y espacio, daños contra mujeres realizados por conocidos y desconocidos, por violentos, violadores y asesinos individuales y grupales, ocasionales o profesionales, que conducen a la muerte cruel de algunas de las víctimas”, explica Ana Isabel Garita, experta del Programa de las Naciones Unidas para Poner Fin a la Violencia contra las Mujeres.

Y es que, por favor, hagamos un examen de conciencia, desde que tenemos uso de razón los estereotipos de género han grabado con fuego en nuestras mentes lo que debe de ser un hombre y una mujer. Al niño se le premia por ser valiente y a la niña por ser sumisa: este pequeño ejemplo nos ha acompañado desde siempre. Súmenle los recuerdos de su adolescencia y juventud, donde a las mujeres las llamaste putas por no hacerte caso; putas si eran mejores que tú; putas si no actuaban como tú querías; mujeres putas por existir y pensar por sí mismas. Este miedo disfrazado y alimentado por el odio, es lo que genera una sociedad homicida, misógina y podrida hasta la médula.

De los miles de feminicidios que ocurrieron el año pasado, de los que salieron a la luz, se leían comentarios como: se lo merecía, quien le manda andar a esas horas en la calle, porque estaba sola, o es que mira cómo iba vestida, entre muchos más, siempre culpando a la víctima en lugar de a su agresor. Pero, esta vez, el caso de la pequeña Fátima ha sacudido a todo México, porque los acusadores detrás de las pantallas de siempre, no la pudieron culpar a ella de lo que le pasó.

En palabras de Adriana Segovia, el caso de Fátima es un enorme ejemplo de todas las esferas de violencia y opresión de este asqueroso sistema. La mataron por ser niña, por ser vulnerable. Pero también la mataron las normas de las instituciones educativas públicas que sacan a las y los niños de la escuela al terminar el horario escolar. La mató la incompatibilidad de horarios con la extensa jornada laboral que no contempla ni comprende la maternidad en sus cuadrados estatus en medio de la precariedad. La mató la inseguridad en que vivimos. La mató la indiferencia de quienes la vieron y la supieron sola y no hicieron nada por acompañarla. La mató esa falta de red de apoyo que es fundamental en la crianza.

A las mujeres nos mata un sistema corrupto e indiferente. Sí, el perpetrador es un hombre, que es protegido por ese mismo sistema que archiva los casos de feminicidio, que se burla de las mujeres que quieren hacer su denuncia y que exhibe los datos personales y/o fotografías a los medios. Un sistema al que pertenecemos todos y que es momento de romper.

Y es verdad que no todos los hombres son feminicidas, pero sí los suficientes para que, en apenas mes y medio del 2020, ya se hayan registrado más de 265 feminicidios; no todos los hombres son pedófilos, pero sí los suficientes para que el algoritmo de Facebook recomiende “fotos sexys de menores de edad”; no todos los hombres acosan, pero sí los suficientes para que todas mis alumnas y conocidas hayan sufrido un acoso (Viñeta de Ariadna Moncada, Primera Vía). Los hombres que no son malos tienen la obligación moral de frenar las prácticas machistas que viven a diario.

Es momento de que los hombres que no son malos se cuestionen sus chistes, piropos, miradas y prácticas misóginas y le den cabida a una nueva masculinidad. No nos sirve de mucho que «nos quieran cuidar», nos sirve más que dejen de acosarnos, que dejen de creer que son sólo bromas, que dejen de compartir las «nudes» y que dejen de creer que tienen poder sobre nuestro cuerpo. Que nos dejen en paz.

Ante toda esta ola de violencia contra la mujer, ¿cuál ha sido la respuesta de nuestras autoridades? En el panorama nacional, nuestro Presidente, al momento de ser cuestionado por los feminicidios mencionó No quiero que el tema sea nada más lo del feminicidio. Ya está claro, entre otras declaraciones, que solo evidencian la falta de empatía ante todo el dolor y el hartazgo de las miles de familias que tienen que levantarse con el corazón oprimido por la falta de su ser amado.

Por otro lado, en el panorama local, según el portal El Organismo, el director de Seguridad Pública y Tránsito Municipal de Los Cabos, el capitán Juan José Zamorano, propuso —ante la ola de abusos sexuales que se ha desatado en este municipio— que las mujeres no usaran cabello largo, poner atención a nuestros horarios y moderar la forma en que vestimos. O sea, nuevamente es la culpa de la mujer por «provocar» aquello que le pueda pasar.

¿Dónde está la condena y el repudio al agresor?, está en el pacto de silencio entre machos.

Es triste pensar que esta vez fue Ingrid, fue Fátima, pero que es sumamente probable que la próxima seas tú o alguien de tu familia o entorno. Nuestra realidad como mexicanas está jodida, y nos toca decir ya no más, ni una más. El pueblo no debería temer a los gobernantes, los gobernantes deberían temer al pueblo. Si es necesario acabar con todos los símbolos de un Estado misógino para evidenciar que nos están matando, pues tendremos que quemarlo todo. Se viene el paro nacional este próximo 9 de marzo, solidaricémonos con la causa.

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Asesinos seriales y la pena de muerte; el caso de Ted Bundy

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Ius et ratio

Por Arturo Rubio Ruiz

La Paz, Baja California Sur (BCS). El 24 de enero de 1989, en Bradford, Florida, fue ejecutado en la silla eléctrica Theodore «Ted» Robert Cowell Bundy, un joven psicólogo y estudiante de Derecho nacido en Burlington, Vermont. Conocido por ser un hombre inteligente, elocuente y carismático, Bundy hizo a un lado un futuro promisorio en la vida política norteamericana, para dedicarse a la actividad que lo llevó a la fama internacional: secuestrar y asesinar mujeres. Algunos analistas estiman en un centenar el número de sus víctimas, sin embargo, sólo fue condenado por un asesinato, aunque en diversas entrevistas, Theodore Bundy aceptó haber privado de la vida a 36 mujeres, en una época en la que el feminicidio no existía en el marco punitivo legal.

El haber confesado una treintena de asesinatos, fue una perversa estrategia para eludir o al menos, postergar su ejecución, ya que negociaba la información que permitía a las autoridades encontrar el cuerpo de cada una de sus víctimas a cambio de privilegios carcelarios, buscando así culminar su negociación con el cambio de la pena de muerte por una de reclusión prolongada. Incluso, Bundy llegó a solicitar una pena reducida, jugando con el dolor de los familiares de las víctimas, pero en última instancia, las familias desecharon la negociación para asegurarse de que el también llamado “asesino de estudiantes” fuera ejecutado en la silla eléctrica.

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Ted Bundy en su juicio.

El término “asesino serial”, alcanzó fama internacional gracias en gran parte a la difusión que se le dio a la investigación de los crímenes cometidos por Ted Bundy, pues su captura fue ampliamente publicitada, así como las entrevistas que se le realizaron durante su proceso judicial. En una de las entrevistas más difundidas, Bundy afirma que la mejor manera de disfrutar del sexo era esposar a una mujer atractiva, aterrorizarla y convencerla de que iba a morir.

¿Pena de muerte?

La criminología moderna define al asesino serial como el sujeto que mata a tres o más personas, en eventos separados, bajo patrones operativos y victimológicos similares; se distingue del asesino múltiple, ya que este sujeto en un sólo ataqué priva de la vida a tres o más personas.  Si bien muchos autores sostienen que los asesinos seriales han existido en todas las sociedades a lo largo de la historia, lo cierto es que su estudio se ha concretado de manera sistematizada a partir de la segunda mitad del siglo XX; gracias a los medios masivos de comunicación, actualmente se da mayor cobertura a esta modalidad criminal.

Existen muchas teorías y clasificaciones que se han elaborado en torno a la naturaleza y metodología asignable a los asesinos seriales, no obstante, todos los estudios coinciden en que después de ser capturados, no hay un sistema penitenciario o tratamiento terapéutico que garantice su reincorporación al entorno social. Hasta hoy en día no existe registro forense de un caso exitoso de reincorporación al estrato social en libertad, de un convicto asesino serial. Son candidatos ideales a la pena de muerte.

En cátedra, el doctor García Ramírez sostenía que el asesino serial desarrolla su potencial criminal en las grandes urbes, donde el anonimato y la sobrepoblación garantizan el espacio de impunidad necesario para su actuación; el México moderno es un campo de caza ideal para este tipo de criminales, pues el grueso de la población —en términos generales— al migrar del campo a las ciudades, facilitó el espacio para el desarrollo de sus psicopatologías. Desde 1975, la situación apuntaba ya a la incapacidad del estado mexicano para hacer frente a las problemáticas derivadas de la criminalidad y la falta de un sistema penitenciario, el cual diera a la sociedad la certeza de que el delincuente pudiera ser reinsertado funcionalmente al entorno social.

En 1975, Sergio García Ramírez publica La prisión, obra en la que señala que: El sistema penal mexicano se encuentra en crisis. Lejos de frenar la delincuencia, parece auspiciarla. En su interior se desencadenan angustiosos problemas de conducta. Es instrumento propicio a toda clase de inhumanos tráficos (alcohol, drogas, sexo, etcétera). Nada bueno consigue en el alma del penado y si la agrava y emponzoña con vicios y afiliaciones criminales. Mina el cuerpo del recluso, lo enferma y postra y devuelve a la vida libre un hombre atravesado por los males carcelarios. Se muestra incapaz de enseñar el camino de la libertad y más parece arrojar temporalmente presas que ya ha hecho indefectiblemente suyas para recuperarlas más tarde.

Pionero del sistema penal de “puertas abiertas”, en el cual el recluso puede salir los fines de semana para convivir con su familia, o bien, salir a laborar durante el día con reclusión nocturna, García Ramírez pugnó por un sistema penal en que el encierro o el confinamiento se reservara exclusivamente para sujetos de alta peligrosidad; asimismo, planteó que se aplicara a los internos los programas de externación progresiva, sujeta a evaluación y supervisión a cargo de un equipo profesional multidisciplinario, que a través de técnicas terapéuticas preparan al interno para una vida en libertad que les permita integrarse al tejido social.

50 años después, nuestro sistema penitenciario es incapaz de cumplir con los objetivos trazados por el programa presentado por el doctor García Ramírez; actualmente estamos lejos de considerar el internamiento como una herramienta de reinserción social, pues resulta una verdad conocida que los centros de reclusión son cotos de capacitación y reclutamiento que utiliza la delincuencia organizada para alimentar sus tropas. Con un sistema penitenciario ineficaz, nos preguntamos si en algunos casos, como el de los asesinos seriales confesos, tal vez sería conveniente reimplantar en nuestro país la pena de muerte.

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