Las voces que regresan: reediciones históricas y el redescubrimiento de las Californias

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En un tiempo donde la inmediatez y lo efímero parecen dominar la producción cultural, la reedición de libros antiguos cobra un valor inusitado, especialmente cuando estos textos arrojan luz sobre los orígenes y la evolución de regiones con historias complejas como Baja California.

Esta península, que durante siglos fue considerada un territorio aislado y enigmático, posee un legado histórico que ha sido construido, en gran medida, a partir de crónicas, relatos de viajeros, documentos misionales y estudios tempranos que hoy resultan difíciles de conseguir. Reeditar estas obras, muchas de las cuales se hallan fuera de circulación o relegadas a bibliotecas especializadas, no solo implica rescatar voces y perspectivas del pasado, sino también abrir nuevas posibilidades para entender el presente y proyectar el futuro de esta región. En el caso de Baja California, estos textos ofrecen detalles sobre la transformación del paisaje, las dinámicas sociales y económicas, los encuentros culturales y las disputas territoriales que moldearon su identidad actual.

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Al poner nuevamente en circulación estas publicaciones, se democratiza el acceso a una parte fundamental del patrimonio documental del Estado, al tiempo que se invita a investigadores, estudiantes y ciudadanos interesados a repensar su historia desde fuentes primarias. La reedición no es solo preservación, sino una herramienta activa de construcción historiográfica que permite revisar, cuestionar y enriquecer las narrativas oficiales. En este contexto, el rescate editorial de libros antiguos sobre la Antigua California se convierte en una tarea esencial para fortalecer la memoria colectiva y alimentar el diálogo entre generaciones.

Redescubrir a Ugarte

El trabajo antes descrito representa un acto de rescate bibliográfico, así como una oportunidad invaluable para redescubrir figuras clave en la historia regional, como es el caso del padre Juan de Ugarte, cuya vida y obra fueron rescatadas por el historiador Dr. Sealtiel Enciso Pérez. En este contexto, la obra Vida y Virtudes de el Venerable, y Apostólico Padre Juan de Ugarte de la Compañía de Jesús. Misionero de las Californias, y uno de sus primeros conquistadores, escrita en 1752 por el sacerdote jesuita Juan José de Villavicencio, cobra nueva vida a través de una cuidadosa reedición. Este libro, más que una biografía, constituye una pieza clave para entender la espiritualidad, el sacrificio y la visión que acompañaron a los primeros misioneros jesuitas en su labor evangelizadora en las Californias. La labor editorial de Enciso Pérez, pudo ver la luz con el apoyo decidido y desinteresado de la Embajada de Guatemala a través de la gestión del Cónsul Honorario en Baja California Sur, Mtro. Daniel Ruiz Isaías,  no solo preserva la riqueza lingüística y documental del texto original, sino que lo convierte en una herramienta accesible para lectores contemporáneos interesados en las raíces históricas y culturales de Baja California Sur. Esta reedición ejemplifica cómo el rescate de obras del pasado permite fortalecer el entendimiento del presente y enriquecer la narrativa histórica de una región profundamente ligada a las misiones jesuitas.

El texto presenta la figura del padre Juan de Ugarte Vargas, un sacerdote jesuita que dedicó tres décadas de su vida a la misión evangelizadora en las Californias entre 1700 y 1730. Originario del Reino de Guatemala, Ugarte se formó en el Colegio de San Pedro y San Pablo en la Ciudad de México, donde destacó por su inteligencia y habilidades administrativas. Aunque tuvo éxito en sus primeras etapas como sacerdote, su verdadero llamado era la misión en las Californias, lo cual se fortaleció en sus conversaciones con el padre provincial Juan María de Salvatierra. Ugarte asumió la responsabilidad como el primer administrador del Fondo Piadoso de las Californias, y posteriormente, dedicó su vida a la evangelización en estas tierras desafiantes.

La dedicación de Ugarte se refleja en su compromiso con la Misión de San Francisco Xavier de Viggé-Biaundó, donde dejó un legado perdurable en la historia de la evangelización de la región. Más allá de sus logros administrativos, su vida estuvo marcada por un profundo vínculo con la expansión de la fe en un territorio hostil y desolado.

Dos décadas después de la muerte de Ugarte, en 1752, el padre Juan Joseph de Villavicencio escribió una obra titulada Vida y Virtudes de el Venerable, y Apostólico Padre Juan de Ugarte de la Compañía de Jesús. Misionero de las Californias, y uno de sus primeros conquistadores. Este libro, compuesto por 28 capítulos, tiene como propósito rendir homenaje a la vida y virtudes de Ugarte, presentándolo como un modelo ejemplar para los novicios y sacerdotes de la Compañía de Jesús. La obra no se limita a una simple narración biográfica, sino que se erige como un testimonio literario que busca destacar las cualidades humanas y espirituales del sacerdote.

Villavicencio utiliza su pluma como un pincel para retratar la vida de Ugarte, resaltando no solo sus logros misioneros, sino también las virtudes que lo hicieron digno de admiración. El título mismo del libro refleja la reverencia hacia Ugarte, quien es descrito no sólo como un misionero, sino como un hombre venerable y apostólico cuya labor se extendió más allá de la conquista territorial, abarcando la conquista espiritual de almas y corazones.

La reedición de esta obra ha sido un proceso meticuloso para rescatar la riqueza lingüística del siglo XVIII y hacerla accesible para los lectores contemporáneos. El editor se esforzó por mantener la autenticidad del texto original, al tiempo que adaptó la escritura para facilitar la lectura moderna, incorporando 236 notas a pie de página que aclaran expresiones en latín y giros lingüísticos en desuso.

El texto enfatiza que las misiones jesuitas en California no solo representaron un punto de encuentro entre dos mundos, sino que también fueron un crisol de intercambios culturales, conocimientos y conflictos. A través de la vida de Ugarte, se exploran las complejidades del proceso de transformación en la región, subrayando su papel como un faro en la travesía espiritual y cultural de las Californias y un vínculo que une a Guatemala con nuestro actual Baja California Sur.

La reedición de textos antiguos como el realizado por el Dr. Sealtiel Enciso Pérez es una muestra del valioso aporte que los historiadores pueden hacer para revitalizar la memoria histórica de la Antigua y actual California Mexicana. Estos esfuerzos no solo rescatan documentos fundamentales del olvido, sino que también abren nuevas vetas de análisis e interpretación para las generaciones presentes y futuras. Por ello, es deseable que cada vez más investigadores se sumen a esta labor, publicando y comentando obras que, aunque escritas hace siglos, siguen siendo esenciales para comprender los procesos sociales, culturales y espirituales que han dado forma a nuestra región. Las reediciones, acompañadas de un aparato crítico riguroso, tienen el potencial de convertirse en pilares de nuevas investigaciones, al nutrir el debate académico con fuentes primarias y miradas del pasado. Que esta práctica se multiplique es clave para seguir construyendo una historia más rica, compleja y compartida.

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Luz en la frontera: El camino de Kino entre la ciencia y la fe

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Célebre sacerdote jesuita, nació el 10 de agosto de 1645 en Segno, una pequeña localidad situada en las montañas del Tirol italiano, en lo que actualmente forma parte del municipio de Predaia. Desde temprana edad, mostró una inteligencia excepcional, lo que llevó a sus padres a enviarlo al colegio de los jesuitas en Trento para recibir formación en letras y ciencias. Posteriormente, continuó sus estudios en el colegio jesuita de Hall, cerca de Innsbruck, Austria, donde se especializó en matemáticas y ciencias. A la edad de 20 años, ingresó a la Compañía de Jesús y emprendió el riguroso camino de formación de la orden.

Tras finalizar sus estudios teológicos, el duque de Baviera le ofreció una cátedra de ciencias y matemáticas en la Universidad de Ingolstadt, pero Kino tenía otros planes. Desde años antes, había solicitado ser enviado a China como misionero. Sin embargo, sólo había dos misiones disponibles: una en Filipinas y otra en México. El destino de los misioneros se decidió por sorteo, y Kino fue asignado a la Nueva España.

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En junio de 1678, acompañado por otros dieciocho jesuitas, partió del puerto de Génova con rumbo a Cádiz, desde donde esperaban zarpar hacia América. No obstante, un error de navegación los llevó a la costa cercana a Ceuta, lo que les hizo perder la flota española que ya había partido. Obligado a esperar dos años en España, Kino aprovechó el tiempo para aprender español y continuar con su formación. Finalmente, en julio de 1680, embarcó en el galeón Nazareno, pero el navío encalló en un banco de arena y fue destruido. Sin desanimarse, el jesuita continuó sus estudios y escribió sobre el cometa de 1680, hasta que logró embarcar nuevamente y arribar a la Nueva España en 1681.

Durante su estancia en la Ciudad de México, escribió la Exposición astronómica, en la que debatió con el intelectual Carlos de Sigüenza y Góngora sobre la influencia de los cometas en los eventos humanos. El 17 de enero de 1683, partió del puerto de Chacala, en Nayarit, junto con el misionero Matías Goñi rumbo a la península de Baja California. La expedición fue encabezada por el almirante Isidro de Atondo y Antillón, y tenía como objetivo colonizar la inhóspita región. Sin embargo, las dificultades naturales y la resistencia de los indígenas obligaron a los colonizadores a retirarse a Sinaloa. Kino, profundamente afectado por la actitud hostil de los soldados hacia los nativos, se dedicó a estudiar sus lenguas y costumbres, buscando establecer relaciones pacíficas.

A finales de 1683, la expedición regresó a la península y estableció la primera misión en San Bruno, cerca de Loreto. Kino logró establecer contacto pacífico con los indígenas, bautizando a niños y moribundos y documentando sus lenguas. Sin embargo, una severa sequía en 1685 provocó la pérdida de las cosechas, lo que llevó al abandono de la misión.

El trabajo de Kino en la evangelización de California generó un interés creciente, lo que llevó al virrey Conde de Paredes a crear una junta para evaluar la colonización de la región. A pesar de que la Compañía de Jesús rechazó la administración de los bienes temporales de la misión, aceptó enviar sacerdotes para la labor espiritual. En 1687, Kino fue enviado a la Pimería Alta, en el actual Estado de Sonora, donde pasó el resto de su vida evangelizando y explorando.

En su misión en la Pimería Alta, Kino fundó numerosas misiones, incluyendo San Ignacio de Cabórica, San José de Imuris, Nuestra Señora del Pilar y Santiago de Cocóspera. También estableció la misión de Nuestra Señora de los Remedios, donde introdujo el cultivo de trigo y la ganadería, enseñando a los indígenas nuevas formas de sustento. Su labor enfrentó resistencia por parte de los hacendados españoles y de otros misioneros, quienes dudaban de la posibilidad de civilizar a los pimas. Sin embargo, el padre Juan María Salvatierra, enviado a inspeccionar su trabajo, le dio su apoyo y colaboró con él en la colonización de California.

Kino realizó numerosas expediciones a lo largo del Norte de México y el Suroeste de los actuales Estados Unidos, explorando la región del río Gila y el río Colorado. En 1694, se convirtió en el primer europeo en visitar las ruinas prehispánicas de la Casa Grande de Hohokam, describiéndola como una edificación de cuatro pisos con ventanas estratégicamente ubicadas para la observación astronómica. Durante este tiempo, también demostró que la Baja California no era una isla, como se creía en la época, sino una península conectada al continente.

A pesar de su trabajo incansable, Kino enfrentó constantes desafíos, incluidos levantamientos indígenas y la falta de apoyo de la administración española. En 1704, dirigió una expedición a la Pimería Alta para investigar las revueltas de los pimas. Durante esta misión, documentó en detalle la geografía, fauna, flora y cultura de los pueblos indígenas, dejando un invaluable registro etnográfico e histórico.

A lo largo de su vida, Kino fundó diversas misiones, como San Xavier del Bac y San Cayetano de Tumacácori en el actual Estado de Arizona. También mantuvo correspondencia con los superiores de la Compañía de Jesús, documentando su labor y solicitando recursos para sus misiones. En sus escritos, recopilados en Favores celestiales, narró sus aventuras y desafíos en la evangelización del Norte de la Nueva España.

El 15 de marzo de 1711, mientras participaba en la dedicación de una capilla en honor a San Francisco Javier en Magdalena de Kino, Sonora, Kino enfermó repentinamente y falleció esa misma noche. Fue sepultado en la iglesia local, y su legado perdura en la historia como un explorador, misionero y hombre de ciencia que dedicó su vida a la evangelización y al estudio de las tierras del Noroeste de México y el Suroeste de Estados Unidos. Su trabajo dejó una huella imborrable en la historia de la región y en la memoria de las comunidades indígenas que evangelizó.

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El valor y la abnegación del Padre Juan de Ugarte

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En los parajes solitarios de la Antigua California, las historias de valor y abnegación brillan con luz propia. Una de esas historias es la del Padre Juan de Ugarte, un misionero cuyo coraje y amor por su prójimo quedaron inmortalizados en un impresionante encuentro con un puma.

El Padre Ugarte fue llamado a confesar a un enfermo en un paraje lejano de su misión. Montando una mula indómita, emprendió el viaje con la determinación que siempre lo caracterizaba. Al adentrarse en un bosque, divisó a un animal echado en el suelo. Pensando que podría ser una cría de las yeguas de la misión, trató de acercarse, pero su montura se negó rotundamente, consciente del peligro que se escondía entre los árboles.

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El enfrentamiento con el puma

Decidido a investigar, el Padre Ugarte desmontó y se acercó a pie. Al hacerlo, se encontró cara a cara con un puma que se preparaba para atacar. Sin mostrar temor, el misionero tomó dos piedras y, con precisión asombrosa, lanzó la primera, golpeándolo en la frente y aturdiéndolo. Cuando el animal intentó una acometida más furiosa, el padre lanzó la segunda piedra con igual destreza, derribando al puma.

Sin perder tiempo, Ugarte se acercó y, con el pie en el pescuezo del animal, terminó con su vida. Este acto de valentía no sólo demostró su fortaleza física, sino también su fe inquebrantable y su confianza en el auxilio divino.

Habiendo cumplido su misión de confesar al enfermo, el Padre Juan de Ugarte decidió llevar el despojo de su victoria al pueblo. La tarea no fue sencilla, dado el instinto natural de repulsión que las mulas sienten hacia los depredadores. Sin embargo, Ugarte ideó una ingeniosa solución: utilizando su cíngulo, ató al puma a un árbol con un lazo corredizo. Luego montó nuevamente su mula, forzándola a pasar bajo éste, que cayó sobre la silla.

Aunque al principio la montura se resistió a cargar con el animal, finalmente se rindió, llevando la carga hasta el pueblo. Los habitantes, especialmente los indígenas cochimís, quedaron asombrados al ver el puma y comprendieron la grandeza y el valor del Padre Ugarte.

Un héroe de la fe

El Padre Juan de Ugarte no sólo demostró ser un hombre de coraje físico, sino también un verdadero héroe de la fe. Su capacidad para enfrentar peligros y su dedicación a proteger y guiar a su comunidad reflejan los valores de amor y abnegación que caracterizan a los verdaderos líderes espirituales. Este episodio de su vida es sólo una muestra del legado de fortaleza y fe que el misionero plantó en los incultos páramos de California. Su ejemplo sigue inspirando respeto y admiración, recordándonos que, con la fortaleza de la fe y la determinación, no hay imposibles.

Así, la figura del Padre Juan de Ugarte se alza como ejemplo de valor y dedicación, un verdadero Hércules de la fe, cuya memoria sigue viva en el corazón de los californianos.

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Enfermedades traídas por colonos que diezmaron a los indígenas de la Antigua California

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el transcurso del primer siglo de contacto entre los colonos europeos y los habitantes originarios de la Antigua California, la península fue testigo de un devastador capítulo en su historia. La llegada de los europeos no solo marcó el inicio de un periodo de colonización y cambio cultural, sino que también desató una serie de epidemias que tuvieron consecuencias catastróficas para las comunidades indígenas.

Entre las enfermedades introducidas por los europeos se encontraban la gripe, la fiebre tifoidea, la viruela, la tisis y el mal gálico. Estas enfermedades, desconocidas hasta entonces para los indígenas, encontraron una población sin defensas inmunológicas y provocaron grandes epidemias que se extendieron rápidamente por toda la península.

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El padre Baegert, el cual estuvo por 17 años en la Misión de San Luis Gonzaga, apoya lo anterior con este escrito: “Poco están expuestos a las enfermedades que se conocen en Europa y en donde sí hacen grandes estragos, con excepción de la tisis y de aquella enfermedad que fué transmitida de América a Nápoles y de allí a otros países. No se ve, ni se oye nada de gota, apoplejía, hidropesía, escalofríos, tifo, etc. No tienen en su idioma la palabra «enfermedad», ni otras con las que podrían señalar ciertas enfermedades en concreto. Pero «estar enfermo» no lo llaman de otra manera que atembatie, que es «echarse o estar acostado en el suelo», y esto, a pesar de que todos los californios sanos, cuando no están efectivamente ocupados en comer o buscar su comida, también se acuestan o descansan en el suelo. Al preguntársele a un enfermo ¿Qué te pasa?, comúnmente se recibe la contestación; me duele el pecho; y esto es todo”.

La viruela, en particular, se destacó por su agresividad y alta mortalidad. Documentos de la época describen cómo la enfermedad se propagaba con una velocidad implacable, causando fiebre alta, erupciones cutáneas y, en muchos casos, la muerte. Las comunidades indígenas, desprovistas de tratamientos efectivos y sin inmunidad previa, sucumbieron en grandes números. Las descripciones de las misiones y de los colonos narran escenas de aldeas enteras diezmadas, con cuerpos sin vida amontonados y familias enteras desapareciendo en cuestión de semanas.

El jesuita Juan Jacobo Baegert narra un episodio que ejemplifica lo anterior: “Igual que sucede con todos los otros americanos, los californios deben la viruela negra a los europeos. Entre ellos, esta enfermedad resulta tan contagiosa como la más terrible peste. Un español que apenas se había aliviado de la viruela, regaló un pedazo de paño a un californio, y este jirón costó, en una pequeña misión y en sólo tres meses del año de 1763, la vida de más de 100 indios, sin contar los que se curaron gracias al infatigable empeño y los cuidados del misionero. Nadie se hubiera escapado del contagio, si el principal núcleo de ellos, al darse cuenta del contagio, no hubiera puesto pies en polvorosa, alejándose del hospital hasta una distancia más que suficientemente grande”.

La gripe y la tifoidea no fueron menos letales. Estas enfermedades respiratorias y gastrointestinales, respectivamente, encontraban en las condiciones de vida comunitarias de los indígenas un caldo de cultivo perfecto para su propagación. Las fiebres, las diarreas severas y las complicaciones respiratorias contribuyeron a un incremento alarmante en las tasas de mortalidad.

El mal gálico, conocido hoy como sífilis, también se diseminó con rapidez. La falta de conocimiento sobre su transmisión y la ausencia de tratamientos efectivos hicieron que esta enfermedad se convirtiera en una epidemia que afectaba a múltiples generaciones. La tisis, o tuberculosis, con sus síntomas debilitantes y su curso prolongado, contribuyó aún más al sufrimiento y la muerte de los habitantes originarios.

Las consecuencias de estas epidemias fueron devastadoras. No solo diezmaron la población indígena, sino que también desestructuraron sus sociedades. Las pérdidas humanas significaron la desaparición de líderes, sabios y custodios de las tradiciones culturales, llevando a un colapso en la transmisión del conocimiento y las prácticas ancestrales. Además, la constante amenaza de nuevas epidemias generaba un clima de miedo y desesperanza que afectaba profundamente la vida cotidiana.

La respuesta de los colonos europeos ante estas epidemias fue insuficiente y, en muchos casos, insensible. Las misiones, aunque intentaban brindar atención médica, carecían de los recursos y el conocimiento necesario para enfrentar tales brotes. Además, las políticas coloniales a menudo priorizaban la explotación y el control, sobre la salud y el bienestar de las comunidades indígenas.

Hoy, la historia de las epidemias en la Antigua California sirve como un sombrío recordatorio del impacto devastador que las enfermedades pueden tener cuando se introducen en poblaciones sin inmunidad. También subraya la importancia de la salud pública y la necesidad de una respuesta compasiva y efectiva ante las crisis sanitarias.

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La riqueza natural de California a través de los jesuitas: Un viaje por la flora de la Nueva España

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Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  En los confines remotos de esta península de la Nueva España, los jesuitas no sólo llevaron consigo la luz del evangelio, sino también un profundo interés por el conocimiento científico. Durante su misionar por California, figuras destacadas como Juan Jacobo Baegert, Miguel del Barco e Ignacio Tirsch dejaron un legado invaluable en forma de escritos y dibujos, ofreciendo un análisis detallado de la flora y fauna de esta tierra apartada.

Uno de los aspectos más notables de estos registros jesuitas es la meticulosa descripción del «gkokio», conocido como «palo blanco» por su corteza de color claro. Este árbol de mediana altura, que prospera cerca de los torrentes, ha sido objeto de especial atención debido a su madera, que los neófitos solían utilizar para crear objetos que imitaban el ébano. Este detalle revela no sólo la diversidad de la flora californiana, sino también las habilidades artesanales de las poblaciones indígenas que habitaban la región.

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Otro aspecto notable es la descripción de la planta conocida como «guigil», que produce frutas rojas similares a las guindas. Aunque estas frutas son desabridas para los europeos, los cochimíes las consumen con entusiasmo, extrayendo un sabor y un gusto que para muchos resulta inalcanzable. Además, los relatos sobre el consumo de estas frutas por parte de las mujeres que están criando sugieren una conexión intrigante entre la dieta y la salud de las comunidades indígenas.

Por otro lado, el árbol llamado «medesá» emerge como un elemento vital en la subsistencia de las comunidades californianas, gracias a sus semillas que se asemejan al frijol o judía en tamaño y forma. La maduración de estas semillas en el mes de julio marca un evento crucial para las rancherías locales, que se dedican a su recolección durante semanas. Este relato subraya la importancia de comprender la interacción entre la flora local y la subsistencia de las comunidades indígenas, así como la necesidad de preservar estas especies para garantizar la sostenibilidad de la vida en California.

En última instancia, es esencial que los interesados a la historia peninsular se sumerjan en la investigación de estas especies y expongan este rico legado botánico dejado por los jesuitas. A través de sus escritos y dibujos, estos misioneros no sólo nos brindan una visión detallada de la flora y fauna de California, sino que también nos invitan a reflexionar sobre la intersección entre la ciencia, la cultura y la naturaleza en esta región única del mundo.

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