Salud mental y adicciones en Baja California Sur

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FOTOS: Pexels.

Vientos de Pueblo

José Luis Cortés M.

 

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). Baja California Sur, tierra de contrastes, donde el azul turquesa del mar choca con la aridez del desierto, y el brillo del turismo oculta sombras profundas. Aquí, donde el dólar fluye y la fiesta parece eterna, se libra una batalla silenciosa: la lucha contra la salud mental y las adicciones. No nos engañemos, Lectores. Detrás de la fachada de hoteles de lujo y playas paradisíacas, se esconden historias de angustia, desesperación y dependencia. Historias que no suelen aparecer en las postales ni en las revistas de viajes, pero que laten con fuerza en las calles de La Paz, en los rincones de Los Cabos y en las comunidades rurales dispersas por el Estado.

El “progreso”, ese espejismo que nos venden a bombo y platillo, ha traído consigo una resaca amarga. El ritmo frenético de la vida moderna, la presión por encajar en un mundo cada vez más competitivo y la precariedad laboral abonan el terreno para la aparición de trastornos mentales como la ansiedad y la depresión. La globalización y la tecnología, aunque han traído avances significativos, también han incrementado el estrés y la sensación de aislamiento. La necesidad constante de estar conectados y la comparación continua con las vidas aparentemente perfectas de los demás en las redes sociales, sólo exacerban estos problemas.

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Y qué decir de las adicciones. El alcohol, las drogas, especialmente las metanfetaminas, se han convertido en una vía de escape, una falsa solución a problemas reales. Un espejismo que atrapa a jóvenes y adultos, hombres y mujeres, en una espiral de autodestrucción. La facilidad de acceso a estas sustancias y la falta de oportunidades económicas y educativas en muchas comunidades rurales hacen que las adicciones sean un problema aún más grave.

Las estadísticas, frías e implacables, nos dan una idea de la magnitud del problema. Los suicidios, según datos del INEGI, han ido en aumento en los últimos años, un síntoma alarmante de la profunda crisis que atraviesa nuestra sociedad. Los datos de los Centros de Integración Juvenil revelan un consumo preocupante de sustancias psicoactivas, especialmente entre los jóvenes. Estos números no sólo reflejan una crisis de salud pública, sino también un fracaso en la prevención y el tratamiento de estos problemas.

Atención a la salud mental

Pero más allá de los números, están las historias humanas. El joven que se refugia en las drogas para olvidar el vacío existencial, la madre que lucha contra la depresión postparto, el trabajador que se ahoga en el alcohol para soportar la presión laboral. Rostros anónimos que sufren en silencio, que claman por ayuda. Estas historias son solo la punta del iceberg; detrás de cada caso, hay familias enteras afectadas, comunidades desgarradas y un tejido social que se deshilacha.

Y mientras tanto, ¿qué hacen nuestras autoridades? Los programas de prevención y atención a la salud mental y las adicciones son insuficientes, raquíticos, víctimas de la eterna falta de recursos y de una visión cortoplacista. Se invierte en cemento, en obras faraónicas, pero se escatima en lo fundamental: la salud mental de nuestra gente. La falta de políticas públicas efectivas y la corrupción que desvía recursos destinados a la salud mental y la prevención de adicciones solo agravan la situación.

No basta con construir hospitales si no se invierte en personal capacitado, en tratamientos efectivos, en campañas de concientización que lleguen a todos los rincones del Estado. No basta con reprimir el consumo de drogas si no se atacan las causas profundas que llevan a las personas a refugiarse en ellas. Es necesario abordar estos problemas desde una perspectiva integral, que incluya no sólo la salud mental y física, sino también el bienestar social y económico.

Este no es un problema que se pueda barrer bajo la alfombra. No podemos seguir mirando hacia otro lado mientras nuestros jóvenes se pierden en las garras de las adicciones, mientras nuestros ciudadanos sufren en silencio los embates de la depresión y la ansiedad. La salud mental y las adicciones no son problemas aislados; están interconectados con otros desafíos sociales como la pobreza, la desigualdad y la falta de oportunidades.

Es hora de actuar, de exigir a nuestras autoridades que tomen cartas en el asunto, que inviertan en la salud mental y la prevención de adicciones como una prioridad. Es hora de romper el silencio, de hablar abiertamente de estos problemas, de ofrecer apoyo a quienes lo necesitan. La sociedad civil, las organizaciones no gubernamentales y los sectores académicos deben alzar la voz y participar activamente en la búsqueda de soluciones. Es el momento de tomar decisiones audaces que no sólo atenúen los efectos inmediatos de la crisis, sino que cimenten el camino hacia un futuro más próspero y diverso.

Este artículo no pretende ser un tratado científico, ni un análisis sociológico. Es un llamado a la conciencia, una invitación a reflexionar sobre la realidad que nos rodea. Es un grito desesperado en medio del silencio, una voz que se suma a las muchas que exigen un cambio. Porque Baja California Sur no puede seguir siendo un paraíso con fantasmas. No podemos permitir que la belleza de nuestra tierra oculte el sufrimiento de nuestra gente. Es hora de despertar, de actuar, de construir un futuro donde la salud mental y el bienestar sean una prioridad para todos.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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José Luis Cortés

Escritor, filósofo, maestro de inglés y entrenador de liderazgo. Nació en Morelia, Michoacán, el 18 de mayo de 1973. Estudió Contaduría en la UABC de Tijuana, BC, y se certificó en Ontario, California, EEUU, como entrenador de liderazgo y como maestro de inglés. Soñador despierto toda la vida.

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