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El piadoso Juan Ugarte conoce California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Guatemala y la California tuvieron una gran relación desde los primeros años en que se inició la exploración. Una figura destacadísima en nuestra media península a la cual se debe la consolidación de unos de los pueblos más pintorescos, San Francisco Javier, así como formar parte de la primera oleada de misioneros comprometidos que consolidaron el poblamiento de nuestra tierra, y su integración al virreinato de la Nueva España. Esta figura a la que nos referimos es al sacerdote jesuita Juan de Ugarte Vargas, de grato recuerdo y gran veneración por quienes conocemos su obra.

El sacerdote Ugarte, nació en el pueblo de Tegucigalpa el 22 de julio de 1662. A pesar de que muchas personas lo consideran hondureño, esto no es así. En la época en que Ugarte nació existía una entidad territorial que abarcaba una gran extensión de Centroamérica, el equivalente a lo que hoy son los países de Guatemala, Belice, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica, además del estado mexicano de Chiapas.

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A este vasto territorio se le denominaba Reino de Guatemala, el cual estaba bajo las órdenes de un Gobernador designado directamente por el rey, y que también detentaba el poder de Capitán general, Presidente de la Audiencia y delegado de la Real hacienda. Es a partir del siglo XIX que se inicia con la división política y territorial de sus partes, hasta culminar con la independencia de todas ellas y emerger como países. Es entonces que podemos concluir que el lugar de nacimiento del sacerdote Juan de Ugarte Vargas se encontraba dentro del Reino de Guatemala, por lo que se le debe considerar como guatemalteco y no hondureño, aún a pesar de que su pueblo natal, Tegucigalpa, el día de hoy sea la capital del país de Honduras.

Sus padres fueron Juan de Ugarte y María de Vargas, los cuales procrearon a 13 hijos más. Desde muy pequeño sintió el llamado hacia el sacerdocio, y a pesar de que un acaudalado tío, el cual era clérigo, intentó ponerlo al frente de sus negocios y propiedades, con el objetivo de que cuando muriera fuera su heredero, Ugarte renunció a este gran privilegio de una vida llena de comodidades y les planteó a sus padres su deseo de ingresar a un colegio sacerdotal. Fue tanta su insistencia que su padre al final aceptó el destino que su hijo deseaba abrazar, y lo llevó a recibir sus primeras letras en un colegio jesuita de la ciudad de Santiago de los Caballeros de Guatemala, que en aquel entonces era la capital del Reino de Guatemala.

Durante su estancia en este colegio fue tanta su dedicación y sus logros escolares que, al finalizar, el mismísimo padre provincial, enterado de sus logros, le pide que acuda a la Ciudad de México para que inicie sus estudios de noviciado en Tepotzotlán. Al tiempo se traslada a la Nueva España y, el 14 de agosto de 1679 inicia su noviciado. Para el año de 1683, lo tenemos estudiando filosofía en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo. Durante un tiempo fue enviado a dar clases de gramática en el Colegio de Zacatecas, sin embargo, a los dos años fue solicitada de nuevo su presencia en el Colegio Máximo. En 1688 se traslada a San Idelfonso de Puebla para continuar con su ministerio como formador de futuros sacerdotes.

Para el año de 1693 se le ordena como sacerdote y empieza su tercera probación, desempeñando labores de maestro en el Colegio de Tepotzotlán y en el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, en donde gracias a su carácter de prudente administrador y gran don de servicio, lo nombran Rector del mismo. El 2 de febrero de 1696, ofrece su cuarta probación y profesa solemnemente como miembro de la Compañía. En ese año el padre Juan de Ugarte cumplió 34 años, habiendo alcanzado por méritos propios y sin buscarlo ni desearlo, éxitos y nombramientos que sólo eran concedidos a personas con muchos más años en el ministerio.

Estando enfocado totalmente en estas labores, es que en el año de 1696, conoce a los padres Juan María de Salvatierra y Eusebio Francisco Kino, los cuales le informan del proyecto de ir a misionar en la California, siendo tan fervientes y sinceras sus intenciones, que logran insuflar el mismo ánimo a Ugarte, el cual quería unirse con ellos de inmediato, sin embargo lo convencen de que lo mejor sería que usara sus dotes de organización y administrador para que consiguiera fondos para esta obra tan grandiosa, la cual debería ser costeada en su totalidad por la Compañía de Jesús si se quería que la Corona Española accediera a permitirles emprender esta noble obra. En ese mismo año es nombrado Procurador de las Misiones de California, y emprende con redoblados bríos sus visitas a miembros prominentes de la sociedad novohispana, en la búsqueda de donativos para fortalecer la noble misión de evangelización que pronto iniciaría. A pesar de que el padre Juan dedicaba todo su tiempo a conseguir recursos, en su mente y su alma estaban siempre presentes las tierras de California, y su gran deseo por ir ejercer su ministerio en este apartado lugar.

En el año de 1700, el único barco con el que se trasladaban los alimentos y demás productos para el sostenimiento de la endeble Misión de Loreto se va a pique debido a su mal estado. Este trágico suceso era la ocasión que el padre Ugarte necesitaba, y pretextando que debía de trasladarse hacia el puerto de Yaqui para verificar la compra de un nuevo navío, se le concede por sus superiores el permiso para ausentarse de sus labores en la Ciudad de México. Adquiere un nuevo barco y en el mes de marzo de 1701, se traslada hacia Loreto donde fue bien recibido por los padres Salvatierra y Píccolo, los cuales celebran su llegada. Sin embargo, era necesario contar con un procurador que continuara haciendo las colectas de fondos para sostener las misiones de este sitio, por lo que se decide que el padre Ugarte se traslade a la recién fundada Misión de San Francisco Xavier de Vigge-Biaundó, y sustituya al padre Francisco María Píccolo, mismo que parte a la capital del virreinato.

El sacerdote Juan de Ugarte, desde su llegada fue uno de los misioneros más comprometidos con la evangelización. La primera muestra de ello la dio en el año de 1704, cuando las provisiones que se enviaban para el sostenimiento de todos empezaron a escasear hasta el punto de que pasaron varios meses sin llegar, por lo que el mismo sacerdote Juan María de Salvatierra, después de ver la forma tan abnegada en que todos habían soportado el hambre, decide que se abandone la península. Al enterarse el padre Ugarte de tal decisión, se dirige hacia el altar donde se encontraba la virgen de Loreto, y hace un solemne voto de no abandonar estas tierras en donde recién iniciaba la evangelización, aun cuando todos se fueran. Posteriormente dio un discurso tan apasionado y lleno de fervor que convence a Salvatierra, los soldados y marineros de quedarse todos, sin importar que tuvieran que morir en el sostenimiento de las misiones. En muchas ocasiones se le escuchó decir al padre Salvatierra, que era al padre Juan de Ugarte a quien se debía la conversión de las Californias, y a nadie más.

Durante su estancia de 30 años como misionero de San Francisco Javier, el incansable padre Ugarte enseñó labrado de madera y albañilería a los conversos, igual que a sembrar la tierra; introdujo en California el cultivo de vid, maíz, calabaza, frijol, garbanzo, trigo, naranja, sandía, limón y melón. Introdujo el hilado y tejido de la lana y llevó ovejas y carneros. Fabricó ruecas, tornos y telares e hizo llevar de Tepic un maestro llamado Antonio Norán, para que enseñara a sus neófitos este noble arte. Procuró que los californios tuviesen tierras comunales, aves de corral, cabras, ovejas, y sementeras propias, donde cosechaban maíz, calabaza y frutas. Instaló un hospital y escuelas para niños y niñas.

También, el sacerdote Ugarte fue un destacado y entusiasta explorador de la geografía de la California. Durante sus largas caminatas en las cercanías de su misión, en la Sierra de la Giganta, fundó los pueblos de visita de San Pablo, Santa Rosalía y San Miguel, a los cuales visitaba con cierta regularidad para evangelizar y atender a sus numerosos pobladores. En el mes de noviembre de 1705, el padre Ugarte realizó una exploración a las costas de la Mar de Sur en cumplimiento a la petición que realizaba el virrey de que exploraran aquellos sitios en búsqueda de un sitio donde pudiera hacer escala la Nao de China. Para esta misión se hizo acompañar de cuarenta guerreros yaquis que se le enviaron con este propósito.

Lamentablemente después de varias semanas de exploración no logró encontrar sitio adecuado para establecer un puerto. Además de ser un gran explorador en tierra, el padre Ugarte era uno de los mejores en el mar. Realizó una gran cantidad de viajes entre la misión de Santa Rosalía de Mulegé y Loreto, así como entre Loreto y otros puntos de las costas de los actuales estados de Sinaloa y Sonora. En el mes de mayo de 1721, es comisionado por las autoridades españolas para que realice un viaje hacia el Yaqui, y desde este lugar se vaya costeando hasta el punto más septentrional del Golfo de California, y descienda por las costas de la California, con la misión de despejar la gran incógnita de si la California era una isla o estaba unida al continente (península). Durante varios meses llevó a cabo esta travesía, estando en varias ocasiones en peligro de muerte, pero su ánimo y empeño, lograron que culminara su misión, retornando a Loreto, habiendo demostrado la insularidad de la California.

En el año de 1719, el sacerdote Ugarte decide emprender una obra que se antojaba imposible, la construcción de un barco lo suficientemente grande que pudiera costear ambos lados de la península de California, así como trasladarse a los puertos de Yaqui y Matanchel para traer las tan necesarias mercancías que permitían el sostenimiento de las misiones. Aprovechando los informes de unos neófitos de su misión, se trasladó a las entrañas de la Sierra de Guadalupe para cortar una gran cantidad de güéribos, árboles de gran tamaño y fortaleza que servirían para la construcción planeada. Mandó traer todos los accesorios de metal que se ocuparía, del puerto de Matanchel, y contrató a un maestro de obras experimentado, así como varios carpinteros para que hicieran el mejor de los trabajos con el barco.

Durante varias semanas trabajó intensamente el padre Juan de Ugarte, codo a codo con sus amados californios, cortando y trasladando los troncos hasta el sitio donde se construyó el improvisado astillero. Como buen administrador que era, se encargó de la paga puntual y el alimento de todos los trabajadores, ya que sabía que esa era la clave para que no desistieran de este trabajo. Finalmente, el 14 de septiembre de 1719, el barco fue botado al mar, logrando sortear el primer viaje hasta el puerto de Loreto, en donde ingresó ante la mirada incrédula de los habitantes, y el pecho lleno de orgullo del padre Ugarte y todos los que habían participado en esta magna obra. Este primer barco construido completamente en la California estuvo en funcionamiento, según se dice, por 30 años, realizando incontables viajes.

En noviembre de 1720, el padre Juan de Ugarte y Jaime Bravo, se trasladan en la balandra El Triunfo de la Cruz, con el propósito de fundar una misión en el puerto de La Paz. Gracias a las grandes dotes negociadoras de estos misioneros logran reconciliar a los pericúes y guaycuras que se disputaban los recursos del lugar, y fundan la Misión de Nuestra Señora del Pilar de La Paz, quedándose como misionero el padre Jaime Bravo.

El padre Juan José de Villavicencio, fue el encargado por la Compañía de Jesús de realizar la biografía del padre Juan de Ugarte. En este interesante manuscrito, se menciona que Ugarte era un hombre de gustos sencillos y siempre deseoso de entregar a quien lo necesitara sus pocas y pobres pertenencias. Cuando llegó a la California y durante varios años, demostró una gran vitalidad y fuerza, lo que le ayudó a hacer progresar a su misión en la agricultura, ganadería y en la evangelización de los californios. Sin embargo, los constantes ayunos a los que se sometía, principalmente por no descuidar sus actividades misionales y por darle de comer primero a sus neófitos, fueron debilitándolo hasta el punto de que hicieron presa de él muchas enfermedades. En el viaje de exploración que emprendió por el golfo de California, adquirió unas terribles llagas de las cuales no se pudo recuperar y que constantemente le causaban grandes dolores, los cuales soportaba estoicamente.

Cuando habían pasado escasos 5 meses de haber cumplido los 67 años, se le agravaron al padre Juan de Ugarte sus enfermedades. Tenía un asma bronquial bastante avanzada, una desnutrición y osteoporosis en grado severo y las piernas necrosadas por una atención inadecuada de sus llagas. A pesar de que se le brindó la mejor atención en la Misión de Loreto, ya no pudo restablecerse, y el 29 de diciembre de 1730 fallece, rodeado del cariño y veneración de sus hermanos de Orden, así como sus queridos californios. Sus restos descansan en alguna parte del terreno que actualmente ocupa el Templo de Nuestra Señora de Loreto Conchó.

Bibliografía:

Zambrano F.1965 Diccionario bio-bibliográfico de la Compañía de Jesús en México. Editorial Jus.

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El uso de las imágenes en la catequismo de los californios

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS. Hace unos meses, cuando me encontraba en el interior de la Iglesia de San Francisco Javier, en el poblado del mismo nombre en Baja California Sur, me quedé en un profundo estado de contemplación al admirar su retablo principal, el cual está dedicado al mismo santo. Los nueve óleos que flanquean la estatua del santo le dan un ambiente supranatural, al tiempo que la cubierta áurea del retablo genera una impresión de estar ante la presencia de algo sumamente sagrado. El objetivo de esta obra ¿fue tener un altar hermosamente ornamentado o su función fue más allá? La respuesta a lo anterior la descubriremos a continuación.

El uso de imágenes y esculturas en el culto cristiano venía como herencia de las religiones y veneraciones más antiguas que las precedieron: egipcios, judaísmo, helenismo, etcétera. De las cuales se nutrió para su surgimiento, pero que, paulatinamente, les fue dando un sesgo muy específico que actualmente conforma toda la teoría que subyace a esta religión. Sin embargo, este camino nunca estuvo salvo de obstáculos. Siempre hubo grupos de cristianos que se oponían al uso de imágenes como objeto de culto y lo anterior se percibe en una carta dirigida al Obispo Sereno de Marsella escrita a finales del siglo VII, San Gregorio censuraba la destrucción de imágenes religiosas perpetrada en la diócesis marsellesa, señalando el provecho que habría podido extraerse de ellas: Te alabamos por haber prohibido adorar las imágenes, aunque reprobamos que las hayas destruido. Adorar una imagen es diferente de aprender lo que se debe adorar por medio de la pintura […] La obra de arte tiene pleno derecho de existir, pues su fin no es ser adorada por los fieles, sino enseñar a los ignorantes. Lo que los doctos pueden leer con su inteligencia en los libros, lo ven los ignorantes con sus ojos en los cuadros. Lo que todos tienen que imitar y realizar, unos lo ven pintado en las paredes y otros lo leen escrito en los libros.

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Años después, durante el imperio Bizantino, surgió una facción al interior de la iglesia que pedía la erradicación del culto de imágenes y esculturas, a este movimiento se le conoció como iconoclasta. En el año 787 se realizó el VII Concilio Ecuménico en Nicea, para que zanjara la cuestión de forma concluyente. El Concilio determinó que las imágenes no sólo eran útiles, sino sagradas. No en sí mismas, sino por lo que representaban: “El honor rendido a la imagen revierte a lo que ésta representa”. Recalcó la diferencia entre un ídolo y un ícono; el primero, como su nombre lo indica, es un vehículo para la idolatría, mientras que el segundo es un intermediario con lo sagrado.

Fue durante los siglos que van del XII al XV que se dio la gran efervescencia del uso de esculturas y pinturas como forma de transmitir las enseñanzas bíblicas así como los dogmas cristianos, sin embargo, la heterogeneidad de corrientes que surgieron al interior del cristianismo hicieron peligrar la unidad tan frágil que existía. Fue entonces que surge un gran cisma denominado La Reforma —encabezado por Martín Lutero—, que entre sus postulados buscaba la desaparición de las imágenes como objeto de devoción y culto en el cristianismo. De nuevo, para aclarar este desaguisado se tuvo que convocar a un concilio, el cual se celebró en Trento (1545-1565) en donde se reafirmó la importancia de imágenes con una utilidad didáctica, sin embargo, concedía razón en la necesidad de que hubiera un mayor control de parte de la iglesia en su elaboración y contenido.

Hay que tomar en cuenta que la Sociedad de Jesús nace en plena debacle reformista, en el año de 1540, y su propósito principal es ser fieles defensores de la doctrina católica así como leales en todo a El Papa. Con el paso de los años fueron perfeccionando el uso de técnicas que les permitieran evangelizar a los grupos de “gentiles” entre los que les tocaba realizar sus misiones y poder cumplir con su objetivo con el mayor de los éxitos de forma perdurable y rápida. En el caso de la Nueva España, la orden de los jesuitas fue casi de las últimas en llegar y fueron destinados para realizar su ministerio en el septentrión novohispano, en las tierras que fueron catalogadas como “los confines de la cristiandad”.

Uno de estos sitios fue la Antigua California, a la cual arribaron de forma permanente a partir del año de 1697 cuando fundan la Misión y Real Presidio de Loreto. Conforme fueron aprendiendo la lengua de los naturales poco a poco analizaron sus ceremonias, rituales y creencias con el fin de conocer la manera de aprovecharlas para la comprensión de los rezos y misterios de la fe, que, hasta ese momento, sólo se enseñaban de forma mecánica y memorística, pero con una limitada comprensión de su contenido. No debemos olvidar que de acuerdo a las manifestaciones culturales de los californios se pudieron ubicar en la etapa del paleolítico, lo que se manifestaba en una gran disparidad y desfase entre el pensamiento de los colonos y el de los nativos.

Además de las estrategias ya descritas, los ignacianos reforzaban su adoctrinamiento a través de mostrar imágenes a sus catecúmenos. Las mencionadas imágenes las traían consigo los sacerdotes o las pedían a sus sedes en las ciudades de Guadalajara y la Ciudad de México, y eran elaboradas bajo rigurosas normas y controles tratando en todo momento el causar un impacto no sólo en la memoria de los naturales sino en sus emociones, ya que se consideraba que una imagen, sea una pintura o una escultura, posee una carga semántica muy compleja y completa que evoca emociones indescriptibles y que facilita la percepción de aspectos abstractos como valores, virtudes y actos que difícilmente pueden ser expresados con lenguaje verbal o escrito.

Sin embargo, este proceso no siempre provocaba los efectos deseados y esto fue descrito en un relato un tanto jocoso por el sacerdote Ignaz Pfefferkorn: Un ejemplo de lo anterior es lo acaecido a un misionero jesuita que, con el fin de enseñar a los indios qué les esperaría si se iban al infierno por no ser buenos cristianos, les mostró una llamativa pintura en la que se veían ardientes llamas atormentando el alma de un pecador, y varias espantosas serpientes que parecían querer devorarla, con todo lo cual se pretendía causar el horror de los nativos. Sin embargo, éstos vieron la pintura primero con detenimiento, y luego mostraron alegría. Al preguntárseles por qué les gustaba aquella imagen del infierno, contestaron que sería una gran ventaja estar en un sitio con lumbre para calentarse en las noches frías, y víboras para comer.

Poco a poco al ir evolucionando las “reducciones” en las que fueron confinados una buena parte de los Californios y que llevaron pomposamente el nombre de misiones, el proceso de evangelización (catequización) fue haciéndose más rápido y efectivo. Dentro de las iglesias que se iban erigiendo empezaron a poblase de óleos y esculturas que evocaban pasajes bíblicos, virtudes que debían ser emuladas por los feligreses, y por qué no, castigos que les esperaban en esta y en otra vida si acaso se desviaban de los preceptos enseñados por los sacerdotes. La vida dentro de las misiones se regía por una estricta disciplina religiosa en donde el tañer de la campana de la iglesia marcaba el inicio de las labores diarias las cuales siempre comenzaban con la visita a la iglesia para el canto del “Alabado”, rezo del rosario y encomendarse en su jornada al altísimo.

No cabe duda que la veneración que se tiene de las imágenes sacras por los descendientes de esos californios y los primeros colonos europeos que llegaron a estas tierras, los cuales ahora viven en ranchos, pueblos y ciudades por toda la geografía peninsular, es un legado que viene desde estos tiempos misionales y que debe ser analizado y respetado como un patrimonio intangible de nuestra cultura sudpeninsular.

Bibliografía.

Sonora, a Description of the Province, Ignaz Pfefferkorn, S.J.

El arte sacro como catecismo visual y complemento litúrgico en las misiones de Las Californias, Elizabeth Agripina Simpson Gutiérrez.

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El retablo de la iglesia de San Francisco Javier. Una luminosa alegoría de amor al Creador

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). A la llegada de los Jesuitas a la California iniciaron de inmediato con la construcción de las Misiones y como parte central y preponderante de las mismas, el levantamiento de los templos o iglesias. El propósito central de estas singulares estructuras era, por un lado, cumplir con la celebración de la liturgia cristiana, pero por otro el que fuera el espacio por excelencia para la conversión de los naturales a la verdadera fe.

Conforme estos pueblos misionales fueron creciendo y en ellos se tuvo la oportunidad de hacerse de suficientes recursos económicos, los templos se fueron enriqueciendo con pinturas y ornamentos, los cuales tenían que ser traídos desde el centro de la Nueva España. Aquí pasaremos a analizar el hermoso retablo central de la Iglesia de San Francisco Javier Vigge Biaundó.

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En primer lugar es necesario que definamos algunos términos que, por el hecho de ser tan cotidianos, en muchas ocasiones olvidamos su significado. La palabra templo viene del latín templum que designa “lugar sagrado”. Desde que el ser humano empezó a explicarse su origen así como el de los fenómenos que apreciaba en la naturaleza trató de crear sitios, reales o ficticios, en donde morara aquel ente que lo hubiera creado, motivo por el cual las principales civilizaciones, desde hace milenios han tenido espacios sagrados o templos en donde rinden culto a sus deidades. En el caso del cristianismo como depositario de muchas creencias espirituales antiquísimas, la idea de los templos subsistió y con el paso de los siglos estos sitios fueron haciéndose más complejos, llenos de riquezas y sobre todo cargados de una gran cantidad de símbolos, con el fin de explicar los dogmas y principios de su religión.

Al interior de los templos se erigieron espacios en los cuales se llevaban a cabo diversos rituales como la ceremonia de la misa, los bautismos, los espacios de oración discreta, para confesión, etc. A partir del siglo XV en la parte frontal de las iglesias se empezaron a construir unas estructuras denominadas retablos, los cuales tenían el propósito de sintetizar las principales ideas de la religión católica, así como expresar pasajes bíblicos y de la vida del santo al cual estaba consagrado dicho templo.

Conforme a la característica que definió la parte ritualística de la iglesia católica, los retablos fueron sometidos a un largo proceso de sistematización, tanto en su diseño como en sus símbolos, de tal forma que nos llegaron a la Nueva España a partir del siglo XVI, ya con un aspecto bien definido que era replicado en las diversas iglesias que se construyeron.

En el caso de la iglesia que se construyó en la Misión de San Francisco Javier de Vigge Biaundó, el sacerdote Miguel del Barco hizo traer una serie de pinturas y una estructura de madera previamente diseñada desde el Colegio Jesuita de Tepotzotlán, en lo que hoy es el Estado de México, para que fuera colocada en el altar principal de esta iglesia. El traslado de este retablo hasta la remontada Misión de San Javier fue toda una odisea que requirió no sólo de muchos días, sino de un gran esfuerzo por parte de los arrieros y soldados, ya que los caminos para llegar desde el centro de la Nueva España hasta las costas de Sonora eran de muy difícil tránsito además de tener  que sortear su traslado en barco hasta Loreto, con grave riesgo de perderlos ante una turbonada. Sin embargo el propósito se logró, quedando instalado en su sitio demostrando la gran destreza y maestría de los artesanos que participaron en ello. Esta instalación se hizo entre los años de 1750 a 1760.

El mencionado retablo fue elaborado en madera tallada, ensamblada, estofada (recubierta con una fina capa de yeso, posteriormente cubierta con placas delgadas de oro y finalmente pintadas con laca para fijar y evitar estar expuestas a las inclemencias del tiempo y el polvo) y policromada (de diversos colores). Tiene un alto de 9.30 mts. Y un ancho de 5.9 mts. El estilo bajo el que fue elaborado corresponde al barroco, presenta imágenes talladas las cuales están pintadas de forma policromada. Consta de dos cuerpos y un remate y en la parte inferior tiene dos puertas. Cuenta con 8 óleos: San Miguel Arcángel, San Luis Gonzaga, San Antonio de Padua, San Joaquín, La Santísima Trinidad, Santa Ana, San José y el niño con la cruz, la imagen de San Francisco Javier y San Pablo. En el sagrario se aprecia también una hermosa pintura representando El Sagrado Corazón de Jesús. En los intersticios de los óleos se aprecian, talladas en la madera, unas caras de angelitos, además de 4 caras más que al parecer representan a los evangelistas.

Pasaremos a describir brevemente los óleos que se encuentran en las secciones de esta Retablo: en el Remate apreciamos en el centro la imagen de San Miguel Arcángel. Podemos observar a un joven el cual se encuentra parado sobre 3 ángeles. En su cabeza porta una corona y fue pintado con alas extendidas. La mencionada figura se encuentra envuelta en un manto rojo, el cual por efecto de los claroscuros pareciera como que si estuviera en movimiento. Porta una espada y una pechera de color azul con flecos. Su mano izquierda se encuentra elevada a la altura de su cabeza y tras de ella se aprecia una esfera con la frase latina quis ut deus (quién como Dios).

Al lado derecho podemos apreciar un óleo representando a San Luis Gonzaga. Este personaje vivió en los años de 1568 a 1591 en lo que hoy conocemos como Italia. Era descendiente de personajes nobles, sin embargo desde muy pequeño renunció a sus títulos e ingresó a la orden de los jesuitas; debido a su dedicación en la atención de los enfermos de peste en Roma fue contagiado de esta enfermedad y murió a la temprana edad de 23 años. Fue canonizado en 1726. El personaje del óleo está vestido con una sotana y porta el sobrepelliz. Frente a él y sobre una nube se encuentran 2 ángeles. Se le aprecia con una corona en la mano derecha y una azucena en la izquierda, como símbolo de pureza y castidad.

Finalmente al lado derecho se ve un óleo que representa a San Antonio de Padua. Este santo vivió de 1195 a 1231, aunque nació en Portugal la mayor parte de su vida la realizó en Italia. Se ordenó en la orden de los Franciscanos y fue un gran conocedor de las escrituras de la iglesia además de un elocuente orador. En esta pintura se le representa de forma frontal, hincada y con un niño Jesús en los brazos, el cual porta una azucena. Se encuentra cubierto con el hábito franciscano y al estar pintado con pliegues refleja cierto movimiento. En la parte superior aparecen dos angelitos sobre un hermoso cielo azul.

El primer cuerpo del retablo nos ilustra en su parte central a la Santísima Trinidad. En este cuadro aparecen 3 personas masculinas con idéntica cara, quienes descansan sobre 7 querubines. La figura central, la cual representa al Padre, porta en su mano un cetro. Los ropajes blancos dan una sensación de volatilidad a las imágenes. Al lado derecho de este cuerpo se aprecia el óleo con la imagen de San Joaquín, el padre de la Virgen María. Se dice que San Joaquín estuvo casado por 20 años con la madre de María y no podían tener hijos, hasta que sorpresivamente se le aparece un ángel el cual le anuncia que ese mismo día su esposa quedaría embarazada. La figura que se retrata en el óleo muestra a un hombre anciano pero con rasgos muy finos, de barba blanca. Está vestido con una túnica azul y un manto de color rojo. Los pies están enfundados en unos calcetines que dejan ver los dedos.

En la parte superior de la pintura, flotando en el aire, se ve a 4 angelitos. Del lado derecho, el óleo restante, representa a Santa Ana, la madre de la Virgen María. En la imagen se aprecia a una mujer joven, de rasgos muy hermosos y delicados y con unas palmas de las manos muy blancas. Viste una túnica con un manto rojo. En la parte superior del cuadro se aprecian 4 caras de angelitos.

En el segundo cuerpo del retablo, en su centro se aprecia una escultura de madera representando a San Francisco Javier. Al igual que el resto del retablo está pintado con la técnica del estofado y policromado. Sobre su cabeza se aprecia un nimbo o aureola de metal con pedrería. Su altura es de 1.52 mts. y el ancho es de .62 mts. Esta imagen fue elaborada con ojos de vidrio y portando una hermosa sotana, la cual intenta recrear estar en movimiento a través de sus pliegues y los claroscuros. Porta una cruz en su mano izquierda la cual no es la original y se puede leer una leyenda en su base que dice “Narciso Flores mandó retocar en 1891”. Del lado izquierdo se aprecia un óleo representando a San José y el Niño con la Cruz. La imagen de San José carga en su mano izquierda una vara florecida y se encuentra de pie, a su lado camina un niño cargando una cruz demasiado grande para su cuerpo. El trabajo de pintura fue muy bien hecho, lo cual refleja el gran nivel en cuanto a este arte que se había alcanzado en la Nueva España.

Finalmente del lado derecho se aprecia el óleo de San Pablo. Este santo era de origen judío, pero por haber nacido en Sicilia se le consideró romano. En un principio persiguió a los judíos, pero tuvo una instantánea conversión lo cual lo transformó en un apóstol. Fue encarcelado por sus ideas y cuando esperaba la muerte por decapitación escribió sus famosas Epístolas. Comúnmente se le representa con una espada en una mano y un libro en la otra. En el caso de este óleo se le representa como un hombre de edad madura, de abundante cabello y larga barba. Se encuentra vestido con una túnica y en sus manos una espada y un libro. Al fondo se dibuja un paisaje plagado de nubes.

Completando este retablo maravilloso, en la parte inferior se aprecia un sagrario (lugar donde se guarda la Sagrada Hostia en los Templos) en cuya puerta de madera está pintada la imagen del Sagrado Corazón de Jesús con la técnica del óleo. El Sagrado Corazón de Jesús es el símbolo del amor de Dios a los hombres, en donde la cruz que está en la parte superior del corazón es símbolo de expiación, salvación y redención, lo cual brinda el cristianismo. En el caso de la pintura se aprecia en su parte central un corazón del cual emerge una cruz y está rodeado de una corona de espinas. Está rodeado de 8 caritas de ángeles y querubines en adoración.

Al interior de este maravilloso templo podemos apreciar muchas otras maravillosas estructuras litúrgicas pero eso será motivo de otros artículos. Espero que nuestros lectores al final este documento se motiven a visitar, seguir indagando y conociendo toda la belleza que encierran nuestros templos o iglesias ex misionales.

 

Bibliografía:

  • Las Misiones De Baja California/The Mission Of Baja California, 1683-1849. Una reseña histórico – 1957 del Dr. W. Michael Mathes (University of San Francisco)
  • Descripción e inventarios de las Misiones de Baja California, 1773 – Eligio Moisés Coronado
  • Arte Sacro en Baja California Sur Siglos XVII – XIX Objetos de culto y documentos – Bárbara Meyer de Stinglhamber
  • Arquitectura en el desierto: Misiones Jesuitas En Baja California – Marco Díaz
  • El Camino Real y Las Misiones De La Península De Baja California – Miguel León Portilla

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