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Filosofía de la química (IV)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). No solo las armas químicas sino los contaminantes derivados de las reacciones cambiaron la forma de vida y las relaciones con el ambiente.

Uno de los precios del progreso químico ha sido usar al mar como vertedero de sustancias contaminantes. De placenta vital el océano se ha convertido en el basurero del humano. Los numerosos eventos históricos muestran la pertinencia de una aproximación integradora para comprender fenómenos complejos, como lo son los efectos que los contaminantes tienen sobre los sistemas biológicos.

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Por ejemplo, la enfermedad de Minamata es uno de los casos clásicos de transferencia de un contaminante a través de la dieta. Brevemente, este evento trágico se suscitó en Minamata, prefectura de Kumamoto, ciudad al sur de la isla de Kyushu, Japón. Inició alrededor de la década de 1950, cuando desechos industriales que contenían mercurio fueron vertidos al ambiente marino, después de lo cual el mercurio se transformó en metilmercurio, facilitando su incorporación en los organismos marinos. Peces, bivalvos y otras especies, se vieron seriamente afectadas. A su vez, las familias que se alimentaban de estas especies presentaron signos de envenenamiento, lo mismo que sus mascotas.

El registro de efectos adversos y muertes inició, y con ello una serie de investigaciones exhaustivas. Después de varios años se logró asociar severas afectaciones en el sistema nervioso con la presencia del mercurio en las personas. Debido a que los contaminantes son capaces de rebasar las fronteras políticas dibujadas por los países, el problema de la contaminación promete incrementarse y generar conflictos internacionales.

Otro paradigma de la química contemporánea fue la producción de plásticos. Los plásticos son polímeros sintéticos de alto peso molecular y baja densidad constituidos por moléculas de carbono, es decir, orgánicas. Es un material versátil, de larga durabilidad que ha sido usado extensivamente desde el siglo XX debido a sus atractivas propiedades tales como su liviandad, ser agradable al tacto, aislante eléctrico, impermeable y su resistencia a la corrosión, la degradación ambiental y biológica. Estas características le han convertido en el material más común para la manufactura de miles de productos de industrias tan diversas como la electrónica, la de envoltorios, del vestido y calzado y múltiples artículos como juguetes, fibras, muebles, bolsas, botellas, gafas, etc.

En los últimos 60 años, la producción global de plástico ha ido en aumento y en la actualidad se producen 300 millones de toneladas al año, de las cuales el 40 % corresponde a la fabricación de envases y el 20 % a la construcción (PlasticsEurope Plastics 2016). El gran problema es que, al no ser un material biodegradable, el plástico -cuando se desecha- no puede re integrarse a los ciclos moleculares orgánicos.

Una cantidad inmensa de plásticos entra en los ecosistemas acuáticos mediante el descarte, las aguas negras, los lixiviados, vertederos y contaminación de los mares. Algunos estudios han estimado que más de 5 trillones de piezas de plástico flotan en la superficie de los mares (Eriksen et al. 2014) y se ha documentado una cantidad ingente de plásticos en el piso oceánico (Schulz et al. 2015; Claessens et al. 2011; Ivar do Sul et al. 2009; Lattin et al. 2004; Watters et al. 2010).

Los plásticos pierden resistencia y se fragmentan con el tiempo debido a procesos físico químicos, la exposición a la luz solar, la oxidación o la acción física del oleaje y las corrientes. Esta fragmentación no es una degradación. El polímero es más pequeño, pero no se altera su configuración química. Por ejemplo, en una sola lavada una fibra sintética puede fragmentarse en cerca de 2 mil fibras microplásticas.

Se clasifican estos fragmentos plásticos según su tamaño. Se denominan microplásticos a partículas de 5 mm a 1 μm de diámetro y nanoplásticos a partículas menores a 1 μm.

Se han documentado más de 630 especies marinas que interactúan con partículas plásticas. Dentro de estas se encuentran peces, tortugas, cetáceos, aves, moluscos y crustáceos (Gall et al. 2015). La ingesta de estas partículas ha causado daños a las aves marinas mediante el bloqueo del sistema digestivo o perforación intestinal (Wilcox et al. 2015). Se ha documentado que varias especies de tortugas marinas ingieren plástico probablemente confundiéndolo con medusas, lo que afecta su sistema digestivo ocasionando incluso la muerte (Lazar y Gračan 2011; Mascarenhas et al. 2004; Tomás et al. 2002). En junio de 2018 se registró en el estómago de un calderón Globicephala macrorhynchus un total de 80 bolsas de plástico que ocasionaron su muerte.

El gran conocimiento médico de nuestra época lo debe en mayor medida al desarrollo de la química. Gran parte de los diagnósticos médicos se basan en pruebas de reacciones de sustancias. El conocimiento sobre los microorganismos, los procesos metabólicos y la bioquímica de bacterias y protozoarios permitieron medidas antisépticas y desinfectantes eficaces. Antibióticos, antipiréticos, analgésicos y fármacos antinflamatorios, principios activos  y excipientes; vacunas y retrovirales implican una base química.

La química de los alimentos junto con el desarrollo de los transgénicos, las estrategias agroquímicas, los insecticidas como el DDT y los plaguicidas revolucionaron el mundo. Nunca antes había habido tantos alimentos, tantos sabores, colores, aditivos, colorantes, nutrientes adicionados y mezclas disponibles. Tal ha sido un factor relacionado con la supervivencia, la sobrepoblación, el desarrollo de nuevos cánceres, la plaga de la diabetes, el sobrepeso y la disponibilidad casi inmediata de biomoléculas, como los carbohidratos, que no eran tan fáciles de conseguir en otras épocas.

El saber químico es un saber necesario, que implica desde sobrevivir como individuo hasta la dominación política. La inteligibilidad sobre los alcaloides y las “drogas” tiene repercusiones económicas, morales, políticas y de guerra. Actualmente, ya no necesitamos desarrollar drogas a partir de moléculas encontradas en las plantas, podemos sintetizarlos. Un gran ejemplo es el fentanilo, una droga opioide más potente que la morfina sintetizada a partir de diversas moléculas orgánicas. Se usa con fines médicos pero de manera recreativa es ilegal y constituye un negocio multimillonario para los principales cárteles del mundo.

Hoy ya no se puede pensar sobre la realidad sin fundamentos químicos, no quiere decir esto que todo es química. Reducir epifenómenos a lo químico sería grosero. Un ejemplo es cuando Ochoa defendía que la química es el todo, a lo que Gustavo Bueno replicó: Y vamos a ver las letras de un libro de química ¿cómo se unen entre sí: por enlaces covalentes o por enlaces simples? Tal es un chiste pero viene al caso, hay fenómenos como la conciencia que no pueden ser reducidos al nivel químico… ¿todavía?

Lo que resulta sustantivo es que, sin embargo, el conocimiento sobre los cambios de los materiales con los que se constituye lo real nos indica que habitamos mundos materiales, concretos y no espirituales o ideales sin una base objetiva.

Pues antes de pensar en la inmortalidad, los números, las teorías, el alma, los dioses y la magia: usted debe digerir, querido lector.

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Filosofía de la química (III)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Inglaterra, finales del siglo XVIII, un enconado William Ford denunció la “ilusión” y “falsa” teoría de Lavoisier como un hábil mago que abusa de la credulidad del público al insistir que el agua está compuesta por dos gases. Otros científicos ingleses como Cavendish o el propio Piristley se adhirieron a la condena.

¿Qué había logrado Lavoisier? En 1784, descompuso el agua en oxígeno y otro gas, haciendo pasar vapor a través del cañón de una pistola al rojo vivo. Aceptó que el oxígeno daba agua pura cuando se combinaba con ese gas inflamable al que denominó hydrogene, es decir “formador de agua” en griego.

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Esto fue un parteaguas en la concepción de la realidad, Lavoisier, junto con Berthollet, Morveau y Fourcroy, trazó esquemas para rebautizar los elementos conocidos y eliminar el flogisto del vocabulario químico. Se logró en 1787 con el título de “Método de la nueva nomenclatura química” y fue aceptado poco a poco como el mejor método para racionalizar la transformación de la materia.

Lo que Newton fue para la física, Lavoisier fue para la química, pero su apoteosis fue efímera. Un químico médico, mediocre, enfermo de poder y de celos, envidioso revolucionario, asesino y deforme;  líder de las masacres del Terror: Jean Paul Marat afirmó que la revolución no aceptaba sabios y, con el pretexto de que Lavoisier fue cobrador de impuestos durante el régimen realista, fue condenado a ser guillotinado en 1794. Quizá si Lavoisier no hubiese desacreditado las ideas de Marat años antes no hubiese sido ejecutado, pero… así es el capricho del azar en la historia.

El siglo XIX vio el desarrollo espectacular de la química como ciencia positiva y se consolidaron teorías y descubrimientos que solidificaron una base epistemológica para explicar una realidad eminentemente material.

Fue Stanislao Cannizzaro  quien realizó un método para determinar los pesos atómicos en 1858 en su obra “Bosquejo de un curso de filosofía química”. Al establecer la masa atómica fijó la hipótesis de Avogadro como una ley. Cannizzaro distribuyó el panfleto en el Congreso de Karlsruhe en 1860 que fue leído por un profesor ruso: Mendeleev.

Mendeleev quería encontrar un principio organizativo en el cual pudiese basar la discusión sobre los 63 elementos conocidos en 1860. Inspirado por lo que aprendió en el Congreso de Karlsruhe, pensó que el peso atómico de los elementos podía proveer ese principio. Realizó cartulinas con las propiedades de cada elemento, peso atómico, valencia y otras características físicas. Luego jugó con las cartas para ver si encontraba un patrón.

Se dio cuenta de que conforme ordenaba los elementos en orden ascendente, de acuerdo a sus pesos, podía predecir sus propiedades emergentes. Ejemplo, si ordenaba las cartas de izquierda a derecha, las propiedades del 10mo elemento (sodio) eran similares a las del segundo (litio), mientras que las del 11avo (magnesio) correspondían a las del tercero (berilio). Así, realizó la hipótesis de los pesos atómicos del telurio y del yodo estaban mal calculados debido a que no correspondían con su ordenamiento,  cosa que efectivamente resultó cierta cuando en 1914 Henry Moseley descubrió los números atómicos.

Mendeleev también hipotetizó que había tres elementos que debían faltar en su tabla y dejó su espacio, prediciendo sus propiedades. Estos efectivamente fueron descubiertos: en 1871, el galio, en 1879 el escandio y en 1885 el germanio, lo que dio un espaldarazo a uno de los éxitos científicos más grandes del historia.

Durante el siglo XX se cambió de nuevo la configuración de la realidad gracias a las nuevas teorías físicas en el marco de la mecánica cuántica. Los nuevos modelos atómicos impactaron en la química también. Linus Pauling fue quizás el científico más completo del siglo.

En 1931, con el fin de explicar la estructura de las moléculas como el metano, Pauling desarrolló una técnica heurística que implica la interacción de orbitales dentro del átomo que se superponen en la formación de los enlaces y justifican la geometría molecular. Este proceso solo puede describirse dentro de la teoría del enlace de valencia.

Pauling, considerado como el Einstein de la química, mente suprema del siglo XX (ganador del Nobel de Química, del Nobel de La Paz, del Premio Lenin y de docenas de galardones más); explicó la naturaleza de los enlaces químicos.

En 1939 resumió la teoría en su libro The nature of the chemical bond, uno de los trabajos más citados en la historia de la ciencia -solo en 30 años fue citada más de 16 mil veces. La teoría unía la mecánica cuántica con la química, así Pauling usó el modelo del átomo cuántico y con ello afinó la estructura del benceno mediante el concepto de resonancia.

Fue el padre de la biología molecular al intentar describir la estructura de la hemoglobina. Durante once años pensó en el problema, hasta que dio con una estructura en forma de hélice que fue aplicada como modelo para las proteínas en general. Intentó desarrollar el modelo para el ADN y propuso una triple hélice, pero cuando quiso acceder a las fotografías de Rosalind Franklin sobre la molécula no pudo viajar, pues el Departamento de Estado de los EEUU retuvo su pasaporte debido a sus simpatías con el comunismo. Así, Pauling no pudo revisar la imagen de difracción de rayos X, lo cual si hicieron Watson y Crick, quienes propusieron la estructura de la doble hélice.

Pauling revolucionó la medicina con sus estudios de vitaminas, de genética molecular y de procesos enzimáticos. La medicina actual no pude entenderse sin el desarrollo de química orgánica, la química-física, la química combinatoria, la bioinformática, la bioquímica, la biofarmacia y farmacocinética. Millones de vidas se salvan debido a esos conocimientos y la esperanza de vida media ha crecido en muchos países debido a estos avances.

Pero es aquí cuando las cuestiones éticas entran al quite, la química ha revolucionado tanto el modo de entender la existencia que ha modificado la misma; de tal manera que, como ciencia, sus aplicaciones devienen en cuestiones políticas, económicas y sociales muy complejas. Es cuando conviene recordar el pensamiento de Anaxágoras: la ciencia daña tanto a los que no saben servirse de ella, cuanto es útil a los demás.

El conocimiento químico ha provocado sufrimientos atroces y también ha sido base de una contaminación constante que ha impactado en los ecosistemas.

Fritz Haber, padre de la guerra química durante la Primera Guerra Mundial y Premio Nobel 1918 por la síntesis del amoniaco, clamó Si quieres ganar la guerra, entonces haz la guerra química con decisión. Su justificación se basaba en el sofisma: “un científico se debe a su país en tiempos de guerra y a toda la Humanidad en tiempos de paz”. Haber desarrolló el gas dicloro como arma y fue utilizado por los alemanes en la segunda batalla de Ypres en la primavera de 1915, cuando produjo la muerte instantánea de decenas de miles de soldados aliados. Se usaron 160 toneladas de cloro repartidas en 5 730 cilindros. A partir de este evento se peleó con máscaras antigas en todo el frente. No fue Haber el inventor como tal de los gases tóxicos como arma de guerra, en realidad el gobierno alemán le contrató para contrarrestar la avanzada francesa que había ya usado granadas de mano rellenas de bromuro de xililo desde 1914.   Haber también innovó el fosgeno que habían usado los franceses. En Ypres se liberaron 88 toneladas de fosgeno envasadas en cilindros, causando 1.069 bajas y 120 muertes. Haber había invitado a otro químico a desarrollar armas; Wilhelm Steinkopf desarrolló un método para la producción a gran escala de sulfuro de bis (2-cloroetilo), gas mostaza.

A Haber le costaría su decisión de crear gases tóxicos: su esposa y doctora en química Clara Immerwahr se daría un tiro en el pecho con la pistola de su marido al negarse a participar en el horror de la guerra.

Pero los dados estaban echados, el uso de armas químicas se incrementó de manera inevitable. El propio Churchill autorizó su uso contra árabes y kurdos en 1920. Aunque en 1925 varias naciones firmaron el Protocolo de Ginebra, en el cual se prohibía el uso de armas bacteriológicas y químicas, la práctica siempre disuelve las buenas intenciones del papel. Por ejemplo, los estadounidenses habían sintetizado la lewisita como el rocío de la muerte; arma que los japoneses usaron ampliamente en su invasión a China. A casi ochenta años de distancia, aún se encuentran depósitos de lewisita enterrados en regiones de China que siguen cobrando vidas.

El escuadrón 731, que estableció campos de concentración en Nankín, usó gases venenosos para experimentar y aniquilar a presos políticos y prisioneros de guerra. Los alemanes usaron Zyklon B con ácido cianhídrico para controlar los parásitos de los prisioneros en los campos de concentración, pero luego fue experimentado sobre 250 niños gitanos en Buchenwald para erigirse como un pesticida ampliamente utilizado en los campos de exterminio. La ironía es que varios miembros de la familia de Fritz Haber fueron gaseados en estos campos por su condición de judíos, con el mismo gas que Haber había desarrollado para su patria.

El napalm, una gasolina gelatinosa, ha quemado miles de humanos, animales y plantas desde mediados del siglo XX en diversos conflictos armados. La compañía Dow Chemical Company produjo napalm para el ejército de los Estados Unidos que bombardeó desde 1965 Camboya, Laos y Vietnam, generando devastación y víctimas ardientes.

En 1988, el ejército iraquí lanzó 60 toneladas de dimetil metilfosfonato proveniente de laboratorios estadounidenses a la población kurda- iraní, matando más de 5 mil personas en la masacre de Halabja. Actualmente, siguen las consecuencias de este ataque en la incidencia de tumores malignos y niños con deformidades.

Los accidentes prácticos de la industria química pueden ser catastróficos. Una noche de diciembre de 1984, escapó una nube de isocianato de metilo de la planta Union Carbide en Bhopal. En pocas horas mató a cerca de tres mil personas que cayeron fulminadas por hemorragias internas. Pasaron más de treinta años y sigue la tragedia. Diversos estudios desde los 90’s han estudiado la tierra y el agua aledañas a la planta química y se encontró que la concentración de mercurio es 6 millones de veces más de lo reportado por la empresa. El nivel de tricloroetileno, un compuesto que afecta al desarrollo fetal, estaba más de 50 veces por encima del límite de seguridad. Se han descrito sustancias cancerígenas, relacionadas a daños cerebrales y malformaciones congénitas; incluso se ha detectado la presencia de isocianato de metilo en la leche materna.

Continuará…

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Filosofía de la química (II)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La alquimia occidental tiene una base árabe —operatoria y positiva—; y una base esotérica idealista grecoegipcia. Esta última se relacionó con la figura legendaria de Hermes Trimegisto, sincretismo helénico del dios Thot quien enseñó el lenguaje mágico de los jeroglíficos a los hombres.

El vocablo hermético se relaciona con el misterio, lo secreto, lo sellado. Las obras atribuidas a este ser se compilaron en textos que, desde el siglo I, se conocen como el Corpus Hermeticum. Fórmulas mágicas y principios filosóficos, desde su concepción universal hay correlaciones y leyes cósmicas; como es arriba es abajo pues el microcosmos es espejo del macrocosmos. El Corpus fue traducido en el siglo XV por Marsilio Ficino, maestro e iluminado cuya filosofía bañó el Renacimiento italiano. Sin embargo, estos conceptos fluyeron desde la Baja Edad Media entenebreciendo el pensamiento químico.

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Fue precisamente una mezcla de esoterismo, persecución religiosa e idealismo, lo que estancó la química en su forma alquímica. Alquimista, hechicero o brujo prácticamente eran sinónimos y ser acusado de serlo podía implicar la muerte por ejecución y la tortura por tradición. Experimentar con sustancias era peligroso. Así que los médicos, parteras, sanadores y químicos tuvieron que esconderse y refugiarse en símbolos ininteligibles. Obscurum per oscurius, ignotum per ignotius (lo oscuro por lo más oscuro, lo desconocido por lo más desconocido) era el lema del alquimista. La meta, o gran obra, se simbolizaba con nombres que a veces parecían sustancias reales y otras más bien metáforas de espiritualizaciones ambiguas como el Aqua permanens, el Lapis philosopharu, el Elixir vitae, el Vitrum aureum o el Vitrum malleabile.

El objetivo de transmutar cualquier metal en oro (deus terresti) parecía una metáfora de elevación espiritual para llegar al anthropos gnóstico (el hombre originario divino) mediante el aqua permanens y el ignis noster.

La química era entonces una ciencia materialista tanto como una ideología casi religiosa. Eso ya puede entenderse en el tratado de alquimia del Seudo Demócrito del siglo I, en donde el proceso alquímico se entiende Tam ethice quam physice (Tanto ético como físico). Confusión que hace plantearse las siguientes preguntas: si el alquimista usó procesos químicos de manera simbólica, ¿por qué trabaja con material de laboratorio como atanores crisoles y retortas? De igual forma, si la alquimia describió procesos químicos ¿por qué los fenómenos aparecen oscurecidos mediante símbolos astrológicos hasta casi hacerlos desconocidos? Una posible respuesta la dio Jung cuando deduce que: “El alquimista vivía su proyección como cualidad de la materia. Lo que en realidad vivía era su propio inconsciente”.

Lo interesante es que la creencia de uno de los últimos magos fue base para la teoría de la gravitación como fuerza: Isaac Newton fue principalmente alquimista y su noción de la relación entre los astros es fundamental para describir su revolución física. Pero fue un contemporáneo suyo quien iba a darle una dirección distinta a la ciencia de las transmutaciones: Robert Boyle.

Boyle pertenecía al Colegio Invisible que se transformaría en la Royal Society, justo el cambio de las sectas esotéricas a los institutos científicos. Inspirado por la filosofía matemática, ya que muy joven había estudiado las paradojas de Galileo, enunció la ley que describe como el volumen de un gas varía inversamente con su presión.

En 1661, Boyle publicó “El químico escéptico”, en donde ridiculizaba la postura ocultista de la alquimia en favor de una teoría mecanicista y racional sobre la materia. Defendía el atomismo y tenía la misma idea de Epicuro sobre que el tamaño y la forma de los átomos determinan las cualidades de las sustancias. En su libro, argumentó que los experimentos niegan que los elementos químicos se limiten sólo a los cuatro clásicos y alentó la experimentación. Defendió que todas las teorías deben ser probadas experimentalmente antes de ser consideradas como verdaderas. Observó la cualidad inflamable del hidrógeno mezclando limadura de hierro con ácido y lo describió como un aire impuro. Sin saberlo había logrado sintetizar agua.

En 1673, Johann Becher intentó sintetizar oro para el príncipe de Baden, con el fin de financiar la guerra contra Francia. Lo curioso es que no creía en la alquimia sino en una química que negara el ocultismo. Aunque no logró su propósito debido a una persecución política que le obligó a huir, propuso un principio llamado tierra pingüe como causa de la transformación de las sustancias.  El discípulo de Becher, Georg Ernst Stahl rebautizó la tierra pingüe como “flogisto”, palabra griega que significa quemar. La teoría del flogisto fue una de las primeras teorías unificadoras de la química, según la cual, cuando un metal se calienta al aire, se libera el flogisto y el metal queda deflogisticado. El residuo puede volver a ser metal reflogisticado mediante otra sustancia, como el carbón, rica en flogisto. De esta manera, los seres vivos liberamos flogisto y las plantas lo absorben.

Robert Boyle explicó que la combustión no se daba en el vacío, de lo que se deducía que el aire es un recurso mecánico que transportaba el flogisto. Esta teoría se mantuvo cerca de un siglo, hasta que nuevos hechos provocaron nuevas descripciones y explicaciones posibles.

En 1774, Joseph Priestley repitió un experimento que había ya realizado Boyle: calentó óxido de mercurio para separar el mercurio, cosa muy común desde el medioevo. Pero Priestley descubrió que el aire liberado por la reacción promovía una combustión más violenta que el aire común. La explicación, según la teoría vigente, es que ese aire tenía menos flogisto. Pero en 1775 se dio cuenta de que este aire desflogisticado mantenía vivo a un ratón que lo respiraba, más tiempo que el que otra criatura hubiese agotado sin antes morir de asfixia. Priestley respiró ese aire y lo encontró puro y revitalizante. Fue en este año cuando un francés entró en escena explicando el fenómeno.

Antoine-Laurent de Lavoisier trabajaba en un laboratorio particular gracias a la dote de su casamiento.  Como padre de la estequiometria, desarrolló el cálculo de las relaciones entre los reactivos y productos en el transcurso de una reacción química. Lavoisier y su círculo de colegas y discípulos, inventaron una nueva nomenclatura para iluminar la oscuridad promovida por los alquimistas. Esta idea ilustrada tenía su antecedente en la idea de Condillac, según la cual el éxito de una ciencia estaba relacionado con el tipo de lenguaje utilizado. Lavoisier deseaba crear una nomenclatura universal estandarizada que se alejaba del mecanicismo de Descartes y Newton. La química se determinaba en ese instante como una ciencia autónoma, un principio de cierre categorial como podría definirlo Gustavo Bueno según su materialismo filosófico.

 

Continuará…

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Filosofía de la química

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Actualmente se investigan enzimas como fuente de combustible con base en el hidrógeno, propelentes sólidos eléctricos para la pirotecnia o síntesis orgánica de drogas. Asimismo, el mundo actual bulle de tecnología basada en hidrocarburos, plásticos, alcaloides que cambian la percepción y enajenan, toxinas de largo alcance y fármacos de todo tipo. El tipo de vida, la esperanza de la misma y nuestra determinación biológica dependen de la alimentación, la cual ha sido modificada y constituida mediante los conocimientos de las reacciones y el metabolismo.

La Química ha demostrado, con lauros y ejemplos sublimes y nefastos, ser una ciencia cuyos conocimientos han cambiado la realidad y, por lo tanto, ha sido capaz de entenderla mucho mejor que otras ciencias.

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Comúnmente se considera a la matemática como la reina de las ciencias, sin embargo, debemos considerar que, al habitar una realidad material, el conocimiento sobre la materia condiciona todo el conocimiento sobre la realidad. De esa manera no pudo construirse la bomba atómica sin bases químicas. La biología contemporánea tiene una base química común y podemos reducir casi todas las características de lo viviente a lo bioquímico. Alexander Oparin pensaba que la complejidad de la vida no puede explicarse con la química, pero su origen debe entenderse como una gradual evolución de compuestos orgánicos. Para él, una teoría de la naturaleza de la vida no puede separarse de una teoría del origen de la vida y ese origen solo puede rastrarse de manera química. Amable lector, examine los vestidos que porta, los alimentos que hoy consume, la tecnología que posee y piense entonces quien es la verdadera reina de las ciencias.

Se entiende a la química como la ciencia que estudia la composición, estructura y las propiedades de las substancias, además de las reacciones por las que una de éstas se convierte en otra.

La noción de sustancia es metafísica y significa la estructura necesaria. Esta definición aristotélica implica lo que necesariamente es, e implicaría la esencia (quod quid erat ese). Aunque con los siglos este problema de los universales se ha decantado más hacia el idealismo, la química al tomar el nombre de su objeto de estudio como la definición metafísica por excelencia, ha convertido la sustancia en un objeto que tiende hacia el materialismo. Pero, al hacerlo, disuelve la semejanza con la esencia, pues químicamente la sustancia se divide en elementos y compuestos. A su vez, los elementos se subdividen en elementos atómicos y elementos moleculares.

Así, según Lombardi y Labarca, la química resulta una ciencia ‘fenomenológica’ que sólo describe los fenómenos tal como se nos presentan. La noción actual de fenomenología se basa en el pensamiento de Husserl, quien considera a los fenómenos sucesos reales que se insertan en el espacio tiempo, en el cual la conciencia del sujeto cognoscente es un movimiento de trascendencia hacia el objeto a estudiar y por el cual el objeto se presenta “en vivo” a la conciencia.

Llegar a estos estadios del conocimiento de la materia ha implicado una aventura histórica que se confunde con la magia, el esoterismo y la religión, hasta que se purificó con el escepticismo pragmático de las ideas ilustradas. Pensar en la transformación de las sustancias nos llevaría hasta los orígenes mismos de la especie humana, hitos como la manipulación del fuego o la historia de la metalurgia, que incluso condicionó épocas enteras.

Consideramos a la química como una ciencia materialista-realista. Aunque podemos considerar las doctrinas de los atomistas –Leucipo, Demócrito, Epícuro, Lucrecio– como materialistas, tal vocablo fue propuesto por Robert Boyle en 1674 y designa que toda causalidad proviene únicamente de lo material, o sea, los cuerpos.

Ya Demóctiro de Abdera sostuvo que átomos y vacío son lo único real. Todo lo demás es convención u objeto de opinión. Las diferencias que existen entre los átomos son las que permiten explicar las diferencias que existen entre las cosas, y son tres: figura, orden y posición. Por lo que se colige que “hay infinitos mundos, sujetos a generación y corrupción. De lo que no existe, nada se hace; ni en lo que no es, nada se corrompe”. Su cosmos es una mezcla de elementos míticos sin muerte, solo transformación: “Fuego, agua, aire y tierra, pues todas estas cosas constan de ciertos agregados de átomos, los cuales por su solidez son impasibles e inmutables”.

Debemos considerar la aventura de la química como alquimia, su madre imbricada. Alquimia es un vocablo que deriva de alkimiya, atribuida al egipcio kmm, “negro”. Es el arte negro por excelencia.

En el templo de Edfu están grabados procedimientos para la fabricación de perfumes y parece que el templo fungía como un gran laboratorio.

Desde tiempos legendarios, la alquimia china se ligó a los fangshi (maestros en artes ocultas), expertos en técnicas respiratorias, medicina, astronomía, geomancia, adivinación, música y, por supuesto, experimentos con las sustancias. Los alquimistas chinos consideraban cinco agentes –wu xing– madera, fuego, tierra, metal y agua, que mediante interacciones genésicas y progresivas constituyen la realidad a través del Tao, o la vía.

La alquimia se nombraba Dan, que literalmente significa cinabrio (sulfuro de mercurio) y se refiere a las transformaciones o procesos de cambio. El objetivo era transmutar toda sustancia en oro. El oro como arquetipo universal ha sido el símbolo en la razón poética  de la belleza, la bondad y la verdad. En el 122 a.C., Huai-nan-tzu recita en su libro “Tsou Yen”:

El oro tiene carácter imperial

Se encuentra en el Centro de la Tierra

Sostiene relaciones místicas con el Chüe (sulfuro)

el mercurio y la Vida futura.

 

También Ts’an t’ung Ch’i, dos años después escribiría en “Wei Pong Yang” la tesis de la alquimia interior:

¿Por qué no pruebas de introducir el Elixir en tu boca?

El oro, por su naturaleza, no daña;

Por algo es, entre todos los objetos, el más precioso

Cuando el alquimista lo incluye en su dieta

La duración de la vida se vuelve eterna…

Los cabellos blancos vuelven a ser negros

Los dientes caídos vuelven a brotar

Aquel que ha escapado de los peligros de la vida (ha cambiado)

Lleva por título el nombre de Verdadero Hombre.

Y es que para los antiguos chinos, hay dos tipos de Dan: Wai dan, alquimia externa o de la materia circundante que encuentra su eco en el trabajo interior del adepto y Nei dan, la alquimia interna, en donde se transmuta la mente, el alma o el corazón del practicante. Debemos considerar esta protoquímica como una filosofía idealista-realista que iba a perdurar por miles de años y que, paradójicamente, frenó el desarrollo de la química como conocimiento progresivo en lugar de alentarlo debido a su carácter místico y poco científico. Así en el Nei dan, durante el proceso de creación de un oro perfecto, el cuerpo y el alma del alquimista se irían purificando simultáneamente, transformándole en una mejor persona, liberada de toda la escoria adquirida durante la experiencia de la vida, y capaz de recrear el mundo.

La alquimia permeó el mundo antiguo en su afán por la gran obra. Demócrito la presentó como la ciencia primera de los sacerdotes egipcios y Plinio cuenta que el emperador Calígula quiso fabricar oro; en Babilonia se fabricaba vidrio, metales y piedras preciosas cuyas fórmulas se pueden leer en las tablillas de Arsubanipal.

En Europa, la alquimia llegó por vía de los árabes, egipcios, griegos y bizantinos. En el siglo I a.C., la alquimia oriental se fusionó con doctrinas griegas en la Alejandría Helénica. Se encuentra un documento titulado “Física y mística”, erróneamente atribuido a Demócrito, donde se trata ya de la transformación de los metales.

La alquimia árabe de fuerte tradición egipcia comenzó en Siria y alcanzó su apogeo durante los califatos Abasidas. El más célebre de los alquimistas fue Geber (Ŷabir ibn Hayyan) quien restituyó la teoría griega de las sustancias por sobre los elementos y-como buen hijo de farmacéutico- ponderó la importancia de la experimentación en el siglo VIII. Fue en el siglo IX en que otro alquimista, Ḥunayn ibn Isḥāq al-ʻIbādī, introdujo una nueva terminología científica para entender las teorías alquímicas.

Para los árabes los metales eran cuerpos compuestos, formados por mercurio y azufre en diferentes proporciones. En el siglo X, Al Razi -Abū Bakr Muhammad ibn Zakarīyā al-Rāzī- clasificó a los compuestos en cuerpos, boratos, vitriolos, sales y espíritus. Se le atribuye el descubrimiento del ácido sulfúrico y el etanol, además de estudiar la etiología y síntomas de la viruela. Lo curioso es que Al Razi ponderaba la razón sobre la magia, negando cualquier intervención divina y sus textos están exentos del misticismo común de la mayoría de los textos alquímicos de su época. El imperio musulmán de la época permitía tales casos de racionalidad sin ser considerada herejía, por lo que se considera la era dorada de las ciencias islámicas.

Continuará…

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