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¿Quién soy?, preguntó el homínido fascinado y espantado al mismo tiempo

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Es verdad eso. Imagínate al primer homínido, hembra o macho, que tomó conciencia, se dio cuenta de que existía y se preguntó: ¿quién soy? A todo lo que siguió para responder a esa pregunta se le llamó cultura o civilización, porque una criatura que de la nada sabe que existe y que va a morir, la existencia debió parecerle algo asombroso, pero también aterrorizante no saber de dónde viene, por qué está aquí o para qué, quiénes son los demás, por qué la existencia del universo no tiene sentido (la respuesta fácil y rápida es Dios). Imagínate que tomar conciencia de la realidad es como si prendieran las luces y pudieras apreciar tu entorno, con todos sus colores sabores, calores, además de que tienes un cuerpo… El brutal impacto de saber que estás vivo: eso debió ser apabullador para una criatura que prácticamente tenía una mente bebé. Saberse vulnerable.

Todo el conocimiento humano, el mágico, el religioso, el matemático, el científico, el filosófico va encaminado, pienso, a apaciguar ese temor (también dar respuesta a la curiosidad inherente a la inteligencia adquirida) que nació cuando se hizo la primera pregunta: ¿quién soy? Cuanto mayor es el temor frente a la vida, más nos apegamos a las cosas mágicas porque nos reconfortan y nos dan una seguridad momentánea y veloz: como una pastilla para el malestar (igual que ocurre en la novela Un mundo feliz de Aldous Huxley cuando toman el soma). Por eso sucede el fanatismo religioso, por eso, incluso, las adicciones a las drogas o al alcoholismo, cualquier cosa que nos haga disipar el miedo cósmico de existir.

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Andamos en fuga porque la realidad es extraña, indescifrable y diferente para cada una de las personas. La fragilidad de nuestra mente nos hace jugarretas porque invariablemente está buscando la seguridad. Y como en el fondo sabemos que no existe tal seguridad, entonces busca atajos rápidos para apaciguar los temores que la persiguen, que la acosan. El alcohólico también busca, el drogadicto, a su modo, desde su temor infantil, va en pos de la certidumbre con sustancias psicotrópicas, que la mayoría de las veces trae consecuencias funestas y trágicas para las familias. Los grupos AA son un alivio espiritual, pero aun así los temores continúan persistiendo; incluso las sesiones a AA se vuelven adictivas.

Los grandes maestros como Buda o el mismo Jesucristo intentaron dejarnos legados para darle sentido a nuestra existencia, pero se volvieron métodos de apaciguamiento del temor, elixires del espíritu para comprender la dimensión de la cotidianeidad y nuestro lugar en el mundo; no obstante, seguimos preguntando, dudando y yendo a los significados o a los sinsentidos. Para asegurar que ese legado que daba esperanza, confort, calmaba los miedos, se hicieron templos, libros sagrados, los oportunistas se hicieron ricos (es la norma universal, creo), es decir, se institucionaliza  la verdad, la buena nueva.

 

Lo cierto es que nada se detiene, todo es movimiento, estamos en constante cambio y eso no nos gusta porque nos han enseñado que la seguridad sí existe y que se hace así y asado para conseguirla (una religión, un buen trabajo, ser millonario…). La pregunta ¿quién soy? es una constante que a veces intentamos no responder porque quizá no nos guste saber la respuesta y, por otro lado, hay quienes la sienten como una oportunidad de que la curiosidad se expanda y resuelva las dudas constantes.

 




El rebaño y el individuo, caras de una misma moneda

 

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Alguien que piensa por sí mismo termina haciendo rebaño quiera o no porque su pensamiento nació de una circunstancia o de un grupo por la avenencia desde el rebaño. Nadie es independiente totalmente. Hitler, Mussolini, Stalin, Franco, Pinochet, Bush, Napoleón tenían pensamiento propio, pensaban diferente e hicieron mucho daño a la comunidad humana.

El pensamiento propio puede hacer mucho mal igual que el pensamiento en rebaño. El pensamiento propio no nace por generación espontánea, ya sea porque surge de una profunda reflexión de la realidad o porque apareció del prejuicio y de los sesgos de intereses de los distintos grupos: todo eso proviene del contacto con el rebaño. Por ello, pensar diferente no es garantía de estar en lo correcto. La oligarquía es un rebaño y defiende el pensamiento individual. No todo gran rebaño social es ignorante, parte de su visión es proteger el bien común. En todo caso, todos somos parte del rebaño y al mismo tiempo pensamos por nosotros mismos.

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Pensar por sí mismo no es garantía de poseer universalidad ni un hecho consumado ni de un camino tapizado de verdades: siempre podemos seguir cuestionando. Salir del rebaño no necesariamente quiere decir que se es libre, así sea que alguien se retire a la montaña y abandone todo lo humano, aun así, cargará con el rebaño consigo. Salir del rebaño como símbolo de que no está con la borregada es un pensamiento que se construye desde la importancia y no desde la necesidad de entender las relaciones humanas.

No todas las velas son retrasos ni todos los focos son adelantos, son más bien luces necesarias en múltiples circunstancias y contextos: cada cual alumbra a su manera. Hace unas semanas vi este post —a partir de Arthur Schopenhauer— en la página Sociedad Poética: Lo que más odia el rebaño es aquel que piensa de modo distinto; no es tanto la opinión en sí, sino la osadía de querer pensar por sí mismo, algo que ellos no saben hace; y lo acompañaba con la imagen siguiente:

Poner esa sola frase de Schopenhauer para denostar al rebaño y glorificar al que piensa por sí mismo, es perder de vista la totalidad de la obra de ese filósofo, pero sobre todo perder de vista el cuadro completo de la condición humana, sus ideales comunitarios o personales. El fanatismo más exacerbado —de grupo o individual— puede ser un pensamiento propio que no permite preguntas porque es consigna a rajatabla, cierto, pero también el pensamiento reflexivo y analítico, producto del pensamiento propio puede terminar siendo mandato sin discusiones. Entiendo que de lo que se trata es de ejemplificar que el fanatismo no es bueno, que es peligroso, pero por otro lado anatemiza a los grupos humanos sin pensar en sus procesos históricos y sociales.

Se dice sin miramientos: algo que ellos no saben hacer, como si fueran una masa informe, estúpidos, sin ideas propias, algo que solo los individuos saben hacer porque no son del “rebaño”. Para una sociedad neoliberal capitalista la frase es perfecta porque exalta los valores del pensamiento individual y desprecia lo colectivo, que es calificado de rebaño, que en el fondo es un menosprecio al pueblo, a las culturas populares o a que toda manifestación conjunta puede ser peligrosa y por tanto hay que juzgarla, aún más: detenerla o callarla. En México se votó por AMLO porque somos fanáticos, resentidos, borregos: rebaño; pero no porque había un grupo económico-político que había hundido al país.

Lo cierto es que rebaño e individuo son complementarios y se requieren mutuamente. De lo que sí debemos ser libres es del pensamiento que edifica prejuicios. Se puede tener pensamiento propio y ser prejuicioso, y por otro lado, pertenecer al rebaño y tener como sesgo y misión nada más que el bien común, sin prejuicios. Por ejemplo, es verdad: los derechos civiles son fundamentales para la concordia. En el caso del neoliberalismo, este invisibilizó la lucha social reduciendo todo a ONG’s y al pueblo lo desplazó con asociaciones de la sociedad civil. Es decir, las luchas sociales por los derechos de los trabajadores, las garantías individuales y los derechos universales fueron sustituidos por conflictos entre grupos que destacan valores y no principios, pues mientras los valores son volubles y cambiantes (lo que es bueno para ti es malo para mí; lo que yo creo incorrecto es correcto para ti, etc.), los principios son eternos, tienen el mismo peso en cualquier tiempo y benefician a todos sin distinción.

Ese tipo de debate me parece a mí una discusión perenne en el que se quiere tener razón a toda costa sin observar con claridad el papel que juegan el capital y los empresarios —la ganancia, el pensamiento propio—, a quienes les tienen sin cuidado las polémicas en cuestión o en boga: si la inclusión, verbigracia, es negocio, la explotaré hasta la saciedad; si no, la desecharé o la ignoraré.

Siempre todo argumento o pensamiento que va precedido del prejuicio jamás podrá tener razón porque lo que busca es vencer al oponente sin escuchar en realidad lo que el otro desea expresar, y no que se llegue a la verdad ética, es decir, al momento en que la humanidad abandone sus prejuicios para vivir en comunidad, con el respeto al individuo y en estado de bienestar, donde todos caben y nadie se queda atrás: no que el individuo descalifique al rebaño y viceversa.

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El problema de la conciencia

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Según René Descartes los animales no humanos eran “bestias sin pensamiento”, no de vida o sensación.

Escribió el mercenario francés: No niego la vida de los animales, dado que considero que esta consiste simplemente en el calor del corazón; y no niego sensación, en tanto esta depende de un órgano corpóreo. Los animales serían maquinas simplemente, sin mente o espíritu, Res pensante propia sólo del humano.

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Cuando René arguye “pensamiento” se refiere a “conciencia”. Es decir, que se percaten de esas sensaciones de forma consciente. Viniendo esto del autor que grabó con letras de bronce el apotegma Cogito ergo sum, parece ser muy convincente, pero sin pruebas suficientes no pasa de ser una falacia ad verecundiam.

En realidad, esta idea proviene de un prejuicio religioso. Descartes era católico fiel del siglo XVII, cristianismo cuya doctrina es eminentemente antropocéntrica. Los seguidores de este filósofo, a los que un autor anónimo llama “científicos” justificaron la crueldad con argumentos cartesianos.

Administraban golpes a los perros con una perfecta indiferencia y se burlaban por los que sentían compasión por esas criaturas como si sintieran dolor. Decían que los animales eran relojes…

En contaste ha habido filósofos que han considerado el pensamiento y la racionalidad constitutivos de lo vivo, más allá de la especie.

Empédocles aseguraba que, los animales piensan desde una función fisiológica. El pensamiento animal es inmanente, inseparable de la sensación. Se piensa con todo el cuerpo, cerebro, pulmones, hígado. Lo que concentra las facultades cognitivas es la sangre. El movimiento continuo de la sangre renueva el pensamiento. Dos fuerzas fundamentales en una dialéctica infinita causan la evolución; son el amor y el odio. El amor piensa en la sangre la armonía del mundo.

El hombre logra un pensamiento abstracto que el animal no alcanza, pero eso no significa que sea mejor.

Epicuro desde su materialismo pensó que, el pensamiento depende de los sentimientos, los cuales dependen de la disposición corporal. La sensación es la base de todo el conocimiento y se produce cuando las imágenes que desprenden los cuerpos llegan hasta nuestros sentidos. Ante cada sensación el ser humano reacciona con placer o con dolor, dando lugar a los sentimientos, pero siguiendo su lógica no sólo el humano. Cualquier criatura con cuerpo terminaría por pensar con diferencias de grado.

Ni Aristóteles, ni Descartes conocieron las neuronas, los procesos metabólicos o fisiológicos, los miles de estudios etológicos, donde la mente es cada vez un concepto más difuso, relegado a viejas filosofías.

Así como no puede haber software sin hardware, lo que llamamos procesos mentales requieren un cuerpo, conexiones, materia, compuestos químicos, señales eléctricas. Ernst Mayer propuso que lo mental emerge del cerebro como un epifenómeno de la materia.

Sea como sea la discusión sobre la “mente” da lugar a otro concepto problemático: la conciencia. Comúnmente, se confunde la conciencia con el conocimiento que el hombre tiene de sí mismo —estar consciente en este sentido sería estar despierto.

Filosóficamente, la conciencia es la relación del alma (mente) consigo misma. Desde el neoplatonismo de Plotino se entiende que el hombre se separa de las cosas y de los demás retornando a sí mismo para encontrar el bien absoluto. Así, la conciencia es tanto la cualidad de conocimiento a través de la psique como la actitud del regreso a sí mismo.

Este reconocimiento parte principalmente de los estoicos. Crisipo fue el que distinguió la diferencia entre el pensamiento y la conciencia de tal pensamiento (muerto circa 208 a.C). A partir de él, se convirtió en concepto común en la discusión sobre la moral estoica y luego fue tomado por los neoplatónicos como la separación del hombre y del mundo.

La actitud de autoauscultación es mucho más antigua y la podemos rastrear hasta los hombres santos (punjam yoguis) del hinduismo y sus sectas como el jainismo y el budismo que buscaban encontrar la iluminación en la negación del ser al meditar.

El cristianismo se apropió del concepto de Plotino al identificar el supremo bien con el Dios cristiano. La forma de encontrarlo sería en la indagación interior por medio de la inteligencia, la memoria, y la voluntad según San Agustín. Esta vía de conocimiento sería considerada como la mejor y, según Nicolás Abbagnno, sería un tema de los más repetidos durante siglos en el medioevo bajo pensadores de la talla de Escoto Erígena, San Anselmo, y Santo Tomás de Aquino.

Este último, redujo la conciencia a la aplicación del conocimiento moral. En Contra gentiles escribió: Nuestra mente se conoce a sí misma por sí misma en cuanto conoce su propia existencia, al percibir su propia actividad percibirá su propia existencia.

No es de extrañar, que Descartes beba de toda esta tradición que fluye a través de su religión. El cogito ergo sum como la autoevidencia existencial del pensamiento es sólo la síntesis de la tradición cristiana que a su vez tomó del neoplatonismo y el estoicismo.

En la Modernidad la discusión de la conciencia se amplió, tergiversó y fue pilar muchos sistemas filosóficos. No puede entenderse la obra de Hume, Locke y los empiristas que dio origen a la crítica kantiana sin ella. También, fue un tema central o a superar en los movimientos ilustrados que buscaron vencer la escolástica como los de Bacon, Suárez, e incluso, en el enciclopedismo francés dónde radicales como Sade, La Mettrie, Condillac o d’ Holfbach se aferraron a un mecanicismo total que dieron origen a concepciones de las facultades biológicas como meros fenómenos físico-químicos.

El debate sobre la conciencia y la autoconciencia tuvo su protagonismo en el romanticismo gracias a idealistas como Fichte y Hegel que parten del omnipresente Kant, y encontró monumental presencia en la obra de Husserl y Heidegger.

El siglo XX fue la era donde se dudó de la conciencia. Hasta la definición de Freud es paradójica cuando señala que la conciencia es la parte de una realidad psíquica predominantemente inconsciente.

Abbagnano dice que, la decadencia contemporánea de este concepto es síntoma de un nuevo planteamiento en el problema de que es el humano y yo añadiría: los demás sistemas vivientes.

Por ejemplo, el conductismo que la única realidad psíquica descriptible es el comportamiento observable de los individuos. Skinner asentó que, los filósofos que discuten sobre la conciencia sólo pierden el tiempo.

El estructuralismo y la filosofía de la mente niegan que exista la conciencia desde una postura antihumanista. Algunos filósofos como Peter Carruthers sugieren que la conciencia, el pensamiento, el juicio, y la voluntad son meras ilusiones. Nombres de epifenómenos corporales que apenas y podemos entender.

El neurocientífico Stanislas Dehaene propuso una teoría de la conciencia llamada Global Workspace Theory. En donde para que un estado mental sea considerado consciente debe estar entre la memoria dinámica, una interfaz cerebral y debe estar disponible para otras funciones como la verbalización o la decisión.

Otros, como Michael Graziano y David Rosenthal piensan que un estado consciente simplemente es aquello en que uno está al tanto de él. No difiere tanto esto de las nociones medievales.

Carruthers niega que esto sea conciencia, según él en ambas teorías lo que consideramos como pensamientos, decisiones o juicios no deben ser considerados parte de la conciencia.

Los descubrimientos en neurobiología no aclaran el debate, pero inclinan la balanza hacia un materialismo fisicoquímico. Desde aquí se clama que inevitablemente la conciencia se relaciona con modalidades sensoriales. De lo que somos conscientes es de los contenidos mnemotécnicos o de la memoria basados en las sensaciones. Epicuro ha revivido.

Continuará…

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