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La leyenda de Juan Rodríguez Cabrillo vuelve a navegar

FOTOS: Cortesía

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Uno de los grandes navegantes que tuvieron el desarrollo de su carrera unida a esta península Baja Californiana es, sin lugar a dudas, el cordobés Juan Rodríguez Cabrillo. Este intrépido navegante español logró una de las hazañas de navegación más importantes y sin precedentes en el descubrimiento de las posesiones del noroeste de la Nueva España.

Rodríguez Cabrillo nació en Villa de Palma, hoy ciudad de Palma del Río, Reino de Córdoba en la antigua Castilla (España) a finales del siglo XVI. A la edad de 20 años llega a la isla de Cuba como soldado a las órdenes de Diego de Velázquez, el gobernador. Poco después de que Hernán Cortés desobedeciera las órdenes del gobernador y decidiera emprender por sí mismo el descubrimiento y colonización de las tierras que posteriormente serían conocidas como la Nueva España, encontramos a Rodríguez Cabrillo como parte de la fuerza enviada por Velázquez para sofocar la insurrección y aprisionar a Cortés.

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Posterior al enfrentamiento entre ambos grupos, Cabrillo decide unirse al grupo de Cortés y ayudarlo en la conquista de la Gran Tenochtitlán. Poco tiempo después, decide acompañar a Pedro de Alvarado en el suroeste de México, así como en la conquista de Guatemala, El Salvador y Honduras, en Centroamérica. En 1530 se establece en la ciudad de Guatemala y contrae matrimonio con una española, logrando procrear a 2 hijos. Para ganarse la vida se dedica a las actividades de comercio e importación de mercancías.

Sin embargo, el carácter intrépido y aventurero de Rodríguez Cabrillo lo hace que en 1541 responda al llamado del Virrey Antonio de Mendoza, el cual lo invita a encabezar una expedición a través de la Mar del Sur en donde se dedicaría a buscar evidencia de la existencia del afamado Estrecho de Anián, así como de la mítica ciudad de Cíbola. Como recordaremos, varios exploradores entre los que contamos a Hernán Cortés, Francisco de Ulloa, Fernando de Alarcón y el piloto Domingo del Castillo, habían realizado exploraciones hacia el mismo rumbo y sólo habían encontrado unas tierras que ignoraban si eran una gran isla o una península (lo que hoy se sabe que es la península de Baja California). Es así como, el 24 de junio de 1542, inicia su periplo por las desconocidas costas del Noroeste de la Nueva España al frente de 3 barcos de los cuáles él viajaba en la capitana la cual tenía el nombre de “San Salvador”.

Como producto de este intrépido e inusitado viaje, Cabrillo logró costear la península de Baja California en sus costas del golfo de California y de la Mar del Sur (Océano Pacífico), llegando hasta donde ningún marino español de aquellos tiempos había llegado, los 36º 36´ de latitud Norte, en donde encuentra una hermosa bahía a la cual impone el nombre de Bahía de Los Pinos, siendo rebautizada años después por Vizcaíno como Bahía de Monterrey, cuyo nombre aún conserva.

Lamentablemente, durante la exploración de estas costas sostuvo un enfrentamiento contra un grupo de nativos y, producto de una caída, se fractura un brazo el cual debido a la falta de los cuidados adecuados se gangrenó, siendo la causa de su muerte. El 3 de enero de 1543 fue la fecha en que este marino español expiró su último aliento.

Antes de fallecer Rodríguez Cabrillo transmite el mando de su mermada flota al navegante Bartolomé Ferrer o Ferrelo para que continúe explorando lo más al norte posible, tratando de cumplir sus órdenes de encontrar el Estrecho de Anián. Después de hacer un gran esfuerzo, el 1º de marzo, Ferrer logra llegar hasta la latitud 40º 26´ y bautiza esta parte de la costa como Cabo Mendocino (en honor el Virrey Antonio de Mendoza, patrocinador de la expedición). Con la mayor parte de la tripulación enferma del mal de Loanda, decide regresar a la Nueva España y el 14 de abril de 1543 atracan en el Puerto de Navidad, conocido en la actualidad como Barra de Navidad, Jalisco.

Si bien es cierto que esta expedición fue un fracaso ya que no logró encontrar ni el afamado Estrecho de Anián como tampoco evidencia de la existencia de Cíbola, estableció la presencia de una tierra vasta y llena de riquezas hacia el norte de la Bahía y Puerto de la Santa Cruz, establecido 7 años atrás por el Marqués del Valle.

Ahora bien, afirmamos que Juan Rodríguez Cabrillo vuelve a navegar debido a que hace un lustro se concretó un magno proyecto, acariciado desde hace más de 30 años (las primeras ideas del proyecto datan de principios de los ochentas), con la construcción de una réplica del barco “San Salvador”, el cual fuera, como ya dijimos, la nave capitana sobre la que navegó Rodríguez Cabrillo en su descubrimiento de las costas del noroeste de la Nueva España.

 El Museo Marítimo de San Diego, en el año de 2005, decidió retomar el proyecto de la construcción de este barco, debido a que el primer punto de lo que hoy es la costa oeste de Estados Unidos de América que se tocó por un europeo fue precisamente lo que hoy es el puerto de San Diego (el cual fue nombrado como San Miguel por el explorador Cabrillo cuando llegó a este sitio el 28 de septiembre de 1542). Es así como el comité de este museo inicia con actividades de investigación histórica para el diseño de la nave. En su contra tenían el que no se cuenta con planos sobre la construcción de este barco, por lo que tuvieron que integrar un grupo multidisciplinario que investigó en pinturas de barcos de la época, así como en restos de barcos que se habían encontrado en Canadá y que correspondían al tipo de nave que era el “San Salvador”.

Después de muchas peripecias, por fin el diseño estaba concluido. Ahora, la siguiente dificultad se encontraba en reunir los 12 millones de dólares que costaría el construir esta nave. De nuevo se mueve la maquinaria del museo y se consiguen 6 millones de dólares, donados por particulares, y los otros 6 millones con aportaciones de diversas instituciones, entre ellas el Gobierno de la Ciudad y asociaciones civiles. Cabe destacar, que muchas empresas de construcción hicieron importantes donaciones de materiales con los que construyó y detalló el barco.

En el año de 2011 se inicia la construcción de este magno proyecto y para tal fin, tratando de recrear el ambiente de un astillero del siglo XVI, se levanta una carpa en la cual penden las banderas de los reinos de España y Portugal y bajo ellas se empieza la construcción y ensamble de las partes del barco. Según estimaciones, cerca de 1 millón de personas visitaron este sitio durante los 4 años que se tardó en construir la nave.

La madera que se empleó en su construcción fue “sapele” traído desde la República Centroafricana, la quilla del barco se hizo de plomo sólido y se recubrió de madera, a efecto de que sirviera de contrapeso para ofrecer estabilidad en la marcha. En la construcción del barco trabajaron 500 personas, de las cuales 2 terceras partes eran voluntarios. Es importante mencionar que sólo la parte superior y exterior del barco tienen un diseño que replica al barco original, en el interior cuenta con un potente motor de combustión interna así como diversos aditamentos modernos que garantizan un viaje seguro y cómodo, sin depender, como lo hacía el “San Salvador”, exclusivamente del impulso del viento en sus velas. Las dimensiones totales del barco son de 28 metros de eslora, 7.3 metros de manga y 3.3 metros de calado con un peso total de 150 toneladas. Por lo general, requiere una tripulación de 18 personas para garantizar un viaje seguro.

La ceremonia en que se botó el barco se llevó a cabo el 30 de julio de 2015 en el puerto de San Diego, California. Hasta el día de hoy, el barco ha visitado 30 puertos entre los que se puede mencionar Santa Bárbara, Los Ángeles, San Francisco, Santa Cruz, Sacramento, Ensenada (el 17 de septiembre de 2018) y otros. Ha recorrido cerca de 3,500 millas y más de 400,000 visitantes han tenido la oportunidad de subir a él para conocerlo. Actualmente, la mayor parte del tiempo el barco se encuentra atracado en la Bahía de San Diego y es considerado como la atracción principal del Museo Marítimo de la Ciudad. Los visitantes pueden subir a él y recibir una interesante charla sobre la historia del barco, del explorador Juan Rodríguez Cabrillo así como tener la oportunidad de explorar la cocina, el salón comedor y diversos espacios que se utilizaban en los barcos del siglo XVI.

No hay que olvidar que en la ruta que siguió Rodríguez Cabrillo antes de llegar a las costas de lo que hoy es California, EUA, estuvo en muchos sitios de nuestro estado, Baja California Sur, entre ellos San José del Cabo, Bahía Magdalena (a la que nombra como tal) e Isla de Cedros. Una propuesta muy interesante sería que pueblo y gobierno nos uniéramos para establecer un museo donde se diera a conocer la vida y obra de estos navegantes, que ofrendaron su vida misma en su deseo de cumplir con el descubrimiento de estas hermosas tierras.

 

Bibliografía:

CLAVIJERO, Francisco Javier (2007) Historia de la Antigua o Baja California, estudios preliminares de Miguel León-Portilla, México, ed. Porrúa ISBN 970-07-7044-3

Relación del descubrimiento que hizo Juan Rodríguez, navegando por la contracosta del Mar del Sur al Norte, hecha por Juan Páez (julio de 1542)

Diario Hispanic council

Diario Ensenada net

Diario PS en línea

Diario El País

Diario El vigía

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Juan González de Valdivieso, el primer alcalde en la Antigua California

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Las noticias de la California siempre estuvieron rodeadas de fantasía y un toque de misterio. Durante los primeros años de la llegada de los europeos a lo que posteriormente se conoció como la Nueva España, se dedicaron a realizar exploraciones en sus ricas y vastas tierras, en ocasiones para descubrir, pero en muchas otras para confirmar, o no, si las leyendas que pululaban en la antigua Europa sobre personajes y lugares míticos eran ciertas y habían tenido, o no, su basamento en espacios reales, como lo era la virginal América.

Desde que Hernán Cortés tuvo conocimiento por parte de los capitanes que envió a explorar las tierras a las que recién había llegado (estamos hablando del año de 1521, cuando apenas había logrado el dominio de la imponente ciudad de Tenochtitlán), de que en las costas del sur se hablaba de la existencia de una isla la cual estaba habitada solamente por mujeres y en donde abundaba el oro, las piedras preciosas y las perlas, no se le quitó de su mente que probablemente fuera la mítica isla de California, de la cual hablaba el libro de Las sergas de Esplandián (Las proezas de Esplandián), escrito por Amadís de Gaula, y que era tan popular en aquellos tiempos. El viajar hacia aquellos lugares y ser el primero en reclamarlo para sí y para la Corona Española, le aseguraría, a él y a sus descendientes, riquezas incalculables para toda su existencia.

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Siendo Cortés hombre muy ambicioso pero también de un gran espíritu aventurero y empecinado, no quitó el dedo del renglón durante el resto de su existencia, para lograr colonizar y conquistar aquellas tierras. Para tal fin no escatimó en recursos económicos y humanos, gastando una incalculable fortuna en la construcción de naves, avituallamiento de las mismas y contratación de cientos de marinos y militares para que llevaran a cabo los viajes de exploración y colonización. Sobra decir que en vida, y a pesar de contar con Capitulaciones respaldadas por el mismo Rey de España, Carlos V, jamás recuperó un solo quinto del dinero invertido y antes tuvo que arrostrar acusaciones infundadas del maledicente de su archienemigo Nuño de Guzmán, los virreyes y la Audiencia de la Nueva España.

Para lograr culminar su obra de dominio sobre la mencionada isla, que a decir de los naturales de las costas de la mar del sur era Cihuatán o Ciguatán, pero que Cortés y muchos de sus hombres pensaron que estaban frente a la mismísima California de sus cuentos imaginarios, se enviaron 2 expediciones: la primera al mando de Diego Hurtado de Mendoza en 1532 y la segunda bajo las órdenes de Diego Becerra. Ambas expediciones obtuvieron resultados infructuosos, siendo la más desastrosa la de Diego Becerra, en donde murieron prácticamente todos, salvándose solo algunos marineros heridos y frailes que fueron abandonados en las costas de Nueva Galicia, cuando se consumó el motín de Fortún Jiménez, así como unos pocos que escaparon a la matanza en el sitio donde desembarcaron en California para surtirse de agua y hacer exploraciones.

Del testimonio de los marineros que llegaron a los territorios gobernados por Nuño de Guzmán se pudo saber que en el sitio donde habían llegado, no saben si era isla o península, había una gran cantidad de perlas de un excelente oriente. Uno de estos desafortunados marineros logró escapar de la prisión de Guzmán y llegó hasta la capital de la Nueva España en donde narró lo ocurrido al Marqués del Valle de Oaxaca.

Cortés, lejos de amilanarse ante las mayúsculas pérdidas económicas que esto representó, cobró nuevos bríos y decide él mismo capitanear la siguiente expedición. Para tal fin aceleró la fase final de construcción de tres grandes navíos: el San Lázaro, la Santa Águeda y la Santo Tomás, y con más de 300 hombres, entre ellos 37 que llevaron a sus esposas para fundar con sus familias el primer enclave de colonización en estas tierras promisorias, Hernán Cortés parte hacia las costas del noreste de la Nueva España.

Sobra decir que el gobernador de las tierras de Nueva Galicia, Nuño de Guzmán, intentó frenarlo en su empresa, sin embargo, Cortés poseía un salvoconducto como Capitán General de la Nueva España y tratar de detenerlo significaba meterse en graves problemas con el mismísimo Rey de España, por lo que Nuño, muy a su pesar, tuvo que replegarse e incluso ayudarlo dotándolo de avituallamientos para su viaje.

Finalmente un 18 de abril de 1535, Cortés partió del puerto de Chametla, con rumbo hacia el punto donde según sus informes había desembarcado su desleal y traicionero piloto Fortún Jiménez. A este sitio arribó el 3 de mayo de 1535, tomando inmediatamente posesión lo cual quedó ampliamente narrado en el proceso protocolario descrito en el Auto de posesión del puerto y bahía de Santa Cruz, levantado por el escribano Martín de Castro. Es probable que en el sitio desembarcó junto a Cortés un contingente de 350 personas: marineros, soldados, indios amigos y negros esclavos.

Es de suponer que en los primeros días se levantaron construcciones que pudieran proveerles de las comodidades básicas así como de frentes de defensa ante los probables ataques de los naturales, los cuales desde el primer momento en que pusieron pie en tierra, les mostraron que no eran bienvenidos e incluso los retaron a cruzar una línea que trazaron en el suelo, como símbolo de posibles hostilidades. Entre las construcciones levantadas se edificaron caballerizas, enramadas, pequeños cuartos para Cortés y sus capitanes, etc.

Fue en algún momento entre los días del 3 al 10 de mayo, que Cortés decide nombrar de entre su gente de confianza y más preparada, al que realizaría las funciones de Alcalde Mayor. Esta responsabilidad recayó sobre el médico Juan González de Valdivieso, el cual había sido contratado por Cortés desde los preparativos para este viaje con la obligación de cuidar de la salud de todos los que lo acompañaran en esta expedición. Al investir con este nombramiento a González Valdivieso queda asentado el más antiguo precedente de los actuales presidentes municipales de este puerto de La Paz, antiguamente, de la Santa Cruz. El día 10 de mayo de 1535, Cortés jura formalmente como Gobernador de Santa Cruz y de toda la tierra descubierta y por descubrirse en aquellos confines de la Nueva España.

Sobre datos de la vida de Juan González Valdivieso, sólo se conoce lo que consigna el historiador y cartógrafo Carlos Lazcano Sahagún en su libro La Bahía de la Santa Cruz. Cortés en California 1535-1536: “Casi nada se sabe sobre la vida de este personaje antes y después de su viaje en esta expedición de Cortés. Era médico y quizá esa fue la razón por la que Cortés lo incorporó a su entrada a California. Igualmente, debido a que era una de las personas más cultas de sus hombres, lo nombró alcalde. Se ignora cuál fue su actuación como alcalde, la cual seguramente combinó con su trabajo de médico, que seguramente lo tuvo mucho debido a lo trágico de los acontecimientos que se vivieron”.

Durante los siguientes 11 meses que duró esta incursión en la California, Hernán Cortés invirtió todas sus fuerzas y energías en tratar de hacerla prosperar, en descubrir, a través de más de 5 expediciones hacia el sur y norte de aquellas tierras, si era cierto, o no, que existían las ciudades construidas de oro, con calles de piedras preciosas. Aunado a lo anterior tuvo que sortear calamidades como el hambre y la búsqueda de sus naves, las cuales encallaron en diferentes lugares de las costas de Sinaloa y Nayarit, que durante su rescate estuvo a punto de perder la propia vida. Finalmente tuvo que abandonar esta ya desastrosa expedición para regresar a la capital de la Nueva España, y al poco tiempo los sobrevivientes que quedaron en el sitio fueron repatriados logrando huir de una muerte segura. Lo único cierto que Cortés trajo de aquella empresa de exploración y colonización fue que había territorios vírgenes e inexplorados en aquellas latitudes, que había placeres perleros abundantes y además una gran cantidad de naturales que podían ser convertidos a la fe católica.

La California ancestral probó una vez más que no se entrega fácilmente a cualquiera, ni aun siendo el vencedor de tantas batallas y ostentar títulos nobiliarios. Esta tierra maravillosa sólo se entrega a aquellos que con tesón, trabajo y respeto la enfrentan y entregan su sudor y su sangre en garantía de las mieles que ahora disfrutan sus descendientes.

 

Bibliografía:

 

“La Bahía De La Santa Cruz. Cortés En California 1535-1536” – Carlos Lazcano Sahagún

Auto De Posesión Del Puerto Y Bahía De Santa Cruz. 3 De Mayo De 1535. Paleografía Y Notas, Eligio Moisés Coronado.

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La balandra El Triunfo de la Santa Cruz, una obra de ingeniería californiana

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cada vez que escudriñamos los textos jesuitas, nos sorprende encontrar datos de hazañas logradas de forma casi milagrosa. Las tierras californianas durante muchísimos años fueron la frontera más septentrional de la Nueva España y, por lo mismo, las más aisladas. Sus habitantes tuvieron que echar mano de su ingenio para adaptar la tecnología europea y construir edificaciones y maquinaria, pero con variantes surgidas de la austeridad en que se vivía y de la mente ágil y versátil de los sacerdotes jesuitas y sus ayudantes, los Californios.

Como ya se ha escrito en diferentes textos, el aprovisionamiento de los escasos asentamientos humanos coloniales que había en la península, por lo general alrededor de las Misiones Jesuitas, se daba a través de las rutas de los navíos adquiridos por los sacerdotes para que hicieran los viajes entre poblados como Matanchel, San Blas y otros puntos de las costas de Sonora, y que, una vez cargados de alimentos, herramientas y demás implementos necesarios, los trasladaban hacia el puerto de Loreto, en donde eran guardados en un almacén y posteriormente distribuidos entre las misiones.

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Como es de suponerse, cuando los barcos se encontraban averiados o había mal tiempo, la navegación se interrumpía y podían pasar varios meses antes de que se lograra restablecer. Lo anterior, ocasionaba graves trastornos a la vida de los poblados californianos, ya que la gente pasaba grandes hambrunas y penurias.

Fue en una de esas ocasiones, en que uno de los barcos con los que se contaba para realizar los viajes de transporte de alimentos y enseres necesarios para las misiones californianas se destruyó y no se contaba con recursos para adquirir otro, que un sacerdote creativo, instruido y fuerte que había llegado a las Misiones Californianas, decide emprender la titánica y descabellada empresa de construir un barco totalmente manufacturado y con maderas de esta tierra peninsular. Me refiero al sacerdote jesuita Juan de Ugarte.

En su obra póstuma, Historia de la antigua o Baja California, el sacerdote Francisco Javier Clavijero menciona que el propósito que animó a Ugarte para realizar la construcción de esta balandra fue doble. Por un lado, deseaba tener un navío que le permitiera viajar por mar a todos los puntos de las costas de la California y Sonora en donde hubiera grupos de gentiles y poder predicar la palabra de Dios y con ello alentar su evangelización. Además de lo anterior, deseaba cumplir con uno de los encargos que constantemente realizaban los virreyes de la Nueva España, que era el escudriñar las costas del pacífico californiano, en la búsqueda de un puerto donde pudiera atracar el Galeón de Manila y ofrecerles alimento, agua y descanso a los cansados viajeros, que regresaban de su largo viaje por aquellas tierras.

También en su libro Historia natural y crónica de la antigua California, el sacerdote Miguel del Barco hace una breve referencia a la construcción de esta embarcación, elogiando la entereza y fuerza del sacerdote Ugarte en donde acota que en cualquiera cosa que ponía la mano hacía más que cuatro hombres juntos pudieran.

Debido a diversas experiencias que habían tenido los jesuitas con los constructores de naves en Nueva Galicia y Matanchel, desconfiaban de ellos (los llamaban arteros bellacos), por lo que Ugarte decide contratar un Maestro Constructor y varios oficiales (amanuenses hábiles que trabajaban bajo la dirección de un Maestro principal), a los cuales trajo probablemente de Matanchel o San Blas.

Debido a la aridez de estas tierras y al tipo de vegetación de matorrales y arbustos, se consideró que no había madera pertinente para extraer tablones que sirvieran para fabricar el barco. Ese fue el primer obstáculo a salvar, puesto que el traer este tipo de madera de la contracosta, además de representar un gran gasto, significaba decenas de viajes.

Pero como dice el viejo refrán Dios aprieta pero no ahorca, la solución le vino de parte de sus neófitos de la Misión de San Francisco Javier Vigge Biaundó, los cuales le comentaron que, a unas 100 leguas de su misión, al noroeste de Loreto, existían una sierra a la que los españoles llamaban de Guadalupe y en la cual había profundas cañadas en las que crecían árboles grandes y resistentes, de los cuales fácilmente podría extraer estas maderas. Estos árboles eran conocidos como guéribos o guáribos.

De inmediato Ugarte, junto con el Maestro Constructor y un grupo de neófitos, se dirigieron hacia aquel sitio. Al llegar pudieron apreciar al fondo de las barrancas una gran cantidad de estos árboles, sin embargo, sería una tarea casi imposible el trasladarlos hacia las costas donde se encontraba la Misión de Mulegé, unas 30 leguas, que fue el punto seleccionado para la construcción de un astillero improvisado. Aún así, cuando el Maestro Constructor le manifestó descorazonado este grave inconveniente, el sacerdote Juan de Ugarte le dijo eso déjemelo a mí y de inmediato puso manos a la obra.

Por espacio de cuatro meses, el sacerdote Ugarte permaneció en aquel sitio y, haciendo equipo con sus neófitos y con una gran cantidad de integrantes de rancherías que existían cerca de aquel sitio, empezó a talar los árboles y llevarlos cuesta arriba para extraerlos de aquel sitio. Fue grande el cansancio, más de una vez el sacerdote tuvo que curar las heridas que se hacían los neófitos al cumplir el pesado trabajo, e incluso él mismo se hizo graves heridas en sus manos, sin embargo, su ánimo jamás desfalleció. Era el primero que se presentaba a realizar las tareas del día, el que más trabajaba y el último que se retiraba a descansar. Mientras los neófitos cortaban los guéribos y les quitaban ramas y follaje, él dirigía a cuadrillas de neófitos para que hicieran un camino por donde pudieran trasladarse los troncones, jalados por mulas y bueyes, hacia la misión de Mulegé.

Es importante mencionar que la clavazón y demás partes metálicas necesarias en este tipo de embarcaciones, fueron compradas en Matanchel y transportadas hasta la California bajo la supervisión del Maestro Constructor que había contratado el sacerdote Ugarte.

Los afanes que vivía diariamente el sacerdote Ugarte, tanto en la tala de los guéribos como en su traslado hacia la misión de Santa Rosalía de Mulegé, serían una titánica tarea que dejaría exhausto a cualquier ser humano y que le consumiría todo el tiempo de la jornada diaria, sin embargo, nadie sabe de dónde sacaba la fuerza y el tiempo para también dedicarse a la conversión de los gentiles de las rancherías cercanas, de los cuales hizo una gran cantidad, que con el tiempo se trasladaron hacia las Misiones de San Ignacio Kadakaaman y Santa Rosalía de Mulegé.

El sacerdote Ugarte era un hombre con un gran sentido de previsión y un amplio conocedor de la índole humana, por lo que, sabiendo que los constructores del barco, todos ellos venidos de otras partes de la Nueva España, rápidamente se cansarían de vivir en estos sitios tan inhóspitos y desertarían, decidió, además de pagarles rigurosamente el salario convenido, en proveerlos de la mejor carne de res que pudiera tener en su Misión de San Francisco Javier y, además de ello, diariamente les entregaba raciones prudentes del buen vino que se producía en California, con lo cual logró mantenerlos interesados en el trabajo hasta su conclusión.

Finalmente el 14 de septiembre de 1719, la balandra estuvo concluida y fue botada al mar para pasar la prueba de fuego y ver si todos los grandes afanes y cansancios padecidos, había valido la pena. Y no hubo decepción, la balandra flotó tal y como se esperaba; a partir de ese día, fue uno de los barcos que más utilidad proporcionó a las misiones jesuitas.

El sacerdote Miguel del Barco, describe lo siguiente de esta nave: “en opinión de todos los inteligentes era el buque más bello, mas fuerte y más bien hecho de cuantos hasta entonces se habían visto en el golfo de la California”. El nombre que le fue impuesto por Juan de Ugarte en el momento de ser bendecida para que tuviera una larga y útil vida fue El Triunfo de la Santa Cruz.

En esta balandra se transportaron Juan de Ugarte y Jaime Bravo, cuando vinieron a buscar un punto en la bahía de La Paz para fundar la Misión del lugar, y fue en este mismo bajel que hicieron su último viaje los jesuitas que en el año de 1768 fueron expulsados de la California por orden del Rey de España.

Nada se sabe del fin que tuvo esta balandra, lo que sí se puede decir es que por lo menos tuvo una vida útil de 50 años, lo cual se conoce por las referencias en los escritos de los sacerdotes Jesuitas hasta el año de 1768.

Hermosas epopeyas se pueden rescatar de los escritos misionales, tesoros que nos llenan de nostalgia y ensoñación, y que nos narran la valentía, el arrojo y sobre todo la entereza que tuvieron aquellos hombres, naturales de la California y colonos extranjeros, que sembraron con su sudor, su sangre y su valentía, estas tierras que hoy conforman nuestra entrañable sudcalifornia.

 

Bibliografía:

Historia natural y crónica de la antigua california – Miguel del Barco

Historia de la antigua ó baja california – Francisco Javier Clavijero

Noticias de la península americana de california – Juan Jacobo Baegert

Noticia de la california y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente tomo 1-3 – Miguel Venegas

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La Trata de Personas en la California colonial

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra península de California, antes de la llegada de los colonos europeos, era una tierra en donde sus habitantes se movían de un área a otra impulsados sólo por el deseo de satisfacer el hambre y la sed. De acuerdo a los relatos que nos han legado los misioneros jesuitas que vivieron entre ellos por espacio de 70 años, no se estilaba el esclavismo ni cualquier otra forma de explotación humana.

Las personas se unían para procrear, sin embargo, esta relación era voluntaria y podía romperse en cualquier momento, los hijos sólo permanecían con los padres durante los primeros 7 u 8 años de vida y posteriormente estaban en libertad de ir a donde quisieran. Las rancherías de naturales e incluso sus naciones, se componían de grupos de individuos que convivían en un determinado territorio y que vagaban por él, procurando satisfacer sus necesidades básicas y, si se daba el caso, lo protegían haciendo uso de todos sus recursos en contra de invasores.

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Se lee en algunos de los textos jesuíticos que durante los combates que se sostenían entre las diferentes tribus nativas, éstos por lo general se reducían a bravatas y griterío así como muestras de virilidad, buscando el amedrentar al rival, pero rara vez terminaban en combates. Cuando las peleas se llegaban a realizar, en cuanto caían los primeros heridos o muertos se suspendía la lucha y la nación que se considerara ganadora tenía el derecho de reclamar a la otra una propiedad de terreno, de comida o el desagravio de una ofensa. Sólo en contadas ocasiones, entre los Pericúes, se estilaba que después de ganada una pelea se llevaban a algunas mujeres para convivir con ellas por un corto tiempo, pero posteriormente eran libres de regresar con su ranchería de origen. No se tomaban rehenes ni esclavos, lo anterior tal vez justificado en la imposibilidad de poder ofrecerles alimento por el tiempo que estuvieran retenidos.

Los misioneros pudieron observar que en algunos grupos de naturales se sostenían relaciones en donde un hombre podía tener varias mujeres como concubinas (poligamia). Sin embargo, estas relaciones no se basaban en la obligación o esclavitud sino que era una costumbre entre estos grupos, principalmente los Pericúes, y que las mujeres aceptaban o, por lo menos, no se observaba que hicieran algo por cambiar su condición. Las mujeres que vivían con un mismo hombre rivalizaban entre ellas procurándole las mejores frutas y demás alimentos, para así ganarse su favor o por lo menos el no ser repudiadas, ya que si esto pasaba era casi imposible que pudieran encontrar una nueva pareja.

El anterior preámbulo nos da una idea clara que la fase del esclavismo no ocurrió en el desarrollo histórico que tuvieron los pueblos californianos. Con la llegada de los colonos europeos a la California y el establecimiento del primer asentamiento permanente en el año de 1697 en el Real Presidio de Loreto, llegó el sistema de explotación que actualmente conocemos como la trata de personas.

Si bien es cierto que esta incursión llevada a cabo a finales del siglo XVII a nuestra península, venía respaldada de una Real Cédula en donde la Corona Española cedía la titularidad a nivel de gobernación a los sacerdotes de la Compañía de Jesús, no por esto se erradicaron las medidas coercitivas para el cambio de forma de vida de los naturales de la California. Hasta cierto punto, estas medidas fueron menos agresivas que las que se llevaron a cabo por los Encomenderos en las otras regiones de la Nueva España, sin embargo, no se debe negar que sí hubo omisiones, ocultamiento e incluso una abierta permisividad para que los colonos europeos obligaran a los naturales a realizar actividades económicas y cambiar su forma de vida.

De acuerdo a la legislación actual la Trata de Personas se define como “toda acción u omisión dolosa de una o varias personas para captar, enganchar, transportar, transferir, retener, entregar, recibir o alojar a una o varias personas con fines de explotación, incluso sexual, el matrimonio forzado y la explotación infantil, entre otros”. A la luz de este marco jurídico, la simple acción de Colonización que se llevó a cabo por los Jesuitas, de la mano de los soldados, ya era una coerción.

En innumerables ocasiones, diferentes grupos nativos de California les dieron a entender a los colonos que no eran bienvenidos en sus tierras, incluso con muestras violentas como el lanzamiento de flechas y dardos; sin embargo, esto no detuvo a los contingentes invasores, los cuales, en ocasiones de manera más o menos pacífica, los convencían de que los aceptaran en sus tierras dándoles alimentos y regalos de baratijas, pero en otras ocasiones era a través del combate, en donde la peor parte la llevaban los naturales al estar en inferioridad de armamento.

Por lo general los sacerdotes jesuitas, que eran en la California los que concentraban el poder civil y el mando militar, al llegar a un nuevo territorio de alguna de las naciones de naturales, iniciaban el acercamiento a los pobladores a través del regalo de alimento (pozol) así como de ropa, cuchillos, y demás objetos que los atraían. Paulatinamente los convencían de que los ayudaran a construir canales, pilas, templos, habitaciones para los soldados y misioneros, etc. Durante este proceso los sacerdotes utilizaban a los niños para que les ayudaran a hacer adobes, como mensajeros entre una ranchería y otra y para realizar actividades de pastoreo de los animales de la Misión. Durante los sermones criticaban y exhibían públicamente a todos los naturales que no quisieran apoyarlos en las actividades cotidianas, lo anterior con el propósito de que, tras el escarnio que se hacía de estas personas, se vieran obligados por vergüenza a colaborar igual que los demás habitantes del sitio en las actividades.

Cabe aquí señalar que a los naturales en ningún momento se les retribuía de forma económica por el trabajo realizado, incluso por el más pesado que era la construcción de caminos y el vaquerear el ganado de la misión, sólo se les daba una pequeña ración de atole en la mañana y en la noche y al medio día se les daba el acostumbrado pozol, con un poco de verduras y ocasionalmente un pedazo de carne. Lo anterior no ocurría con los soldados, carpinteros, marineros y sacerdotes, a los cuales sí se les pagaba en efectivo por las labores realizadas, además de que compartían los mismos alimentos que a los demás pobladores del lugar.

Además de todo lo anterior, los naturales eran obligados a acudir a todos los oficios religiosos como era cantar el Alabado al despertar, acudir a la misa de gallo, posteriormente, a medio día, rezar el rosario y al finalizar sus labores volver a recibir misa y rezar una serie de oraciones propias del ritual cristiano católico. Cuando algún natural se resistía a bautizarse, era duramente reprendido por el sacerdote y los demás conversos de la Misión hasta que lo obligaban, de buena o mala manera, a recibir el bautismo. Los casos más drásticos de la represión promovida por los sacerdotes ocurrían con los hechiceros o guamas, los cuales abiertamente desafiaban la autoridad de los religiosos e incluso, motivaban a los naturales a que se rebelaran y expulsaran a los colonos de sus tierras.

A estos hechiceros, los sacerdotes se encargaban de que la gente los repudiara al catalogarlos de adoradores del demonio, refiriéndose en sus escritos como charlatanes, sinvergüenzas, mentirosos, aprovechados. Fueron incontables ocasiones en que los sacerdotes obligaban a los naturales conversos para que capturaran a sus guamas y los trajeran presos, para ser azotados públicamente por no aceptar la religión que ellos les imponían.

Es importante mencionar, como ejemplo de la manera en que fueron forzados y violentados los naturales de la California por los sacerdotes y soldados, buscando que aceptaran la nueva forma de vida que ellos traían, con las deportaciones masivas de rancherías, que se llevaron a cabo al finalizar la rebelión de los pericúes que ocurrió entre los años de 1734 a 1736. Al resultar vencidos los pericúes, se procedió a trasladar a las mujeres de estos sitios hacia otras misiones como la de Los Dolores y San Luis Gonzaga, incluso se menciona que fueron llevadas a las Islas de San José y Espíritu Santo, donde se les abandonó a su suerte. Lo anterior como represalia y humillación para los vencidos, ya que era el grupo de los pericúes el que practicaba la poligamia y se negaba a abandonar esta costumbre.

Este tipo de deportaciones también ocurría cuando algunas Misiones se iban quedando sin pobladores y, al tener que cerrarlas, se obligaba a los naturales que habían vivido por siglos en estos parajes a que se trasladaran a otra Misión, la cual en algunos casos distaba cientos de kilómetros. Algunos estudiosos coinciden en que esta fue la razón de que muchos naturales murieran, ya que se les impuso a vivir en un nuevo sitio donde no conocían ni las fuentes de agua ni los alimentos que podían obtener del medio circundante.

Finalizaré este escrito mencionando que el día 30 de julio fue declarado por la Asamblea General de las Naciones Unidas como El día Mundial contra la Trata (de Personas).

Los párrafos anteriores reseñaron las graves injusticias que se dieron en la California ancestral contra sus pobladores primigenios, es por ello que debemos aprender de estos lamentables sucesos y no permitir que esto pase de nuevo.

Afortunadamente, existe una legislación que advierte y castiga cualquiera de las diferentes manifestaciones de explotación o trata de personas, sin embargo, esto de poco o nada ayuda, si no contamos con un marco eficaz de procuración y aplicación de justicia en donde la denuncia informada sea uno de los elementos sustantivos. Hagamos que la historia de estos sucesos tan tristes no quede olvidada sino que sea el acicate para promover la cultura de la legalidad y el respeto entre todos.

 

 

Bibliografía

Historia De La Antigua Ó Baja California  – Francisco Javier Clavijero

HISTORIA NATURAL Y CRÓNICA DE LA ANTIGUA CALIFORNIA – MIGUEL DEL BARCO

NOTICIAS DE LA PENINSULA AMERICANA DE CALIFORNIA – Juan Jacobo Baegert

Noticia De La California Y De Su Conquista Temporal Y Espiritual Hasta El Tiempo Presente Tomos I, II y III – Miguel Venegas.

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Juan María de Salvatierra y Visconti. Ut sementem feceris, ita metes

FOTOS: Internet.

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Este 17 de julio se conmemora el aniversario luctuoso número 302 del Apóstol de las Californias, el sacerdote jesuita Juan María de Salvatierra y Visconti. Un hombre que dejó una profunda huella en la construcción de la California colonial, ya que sin sus gestiones ni su maestranza en la organización y gestión de recursos en el Fondo Piadoso de las Californias, jamás hubiera sido posible el que uno sólo de los asentamientos misionales en nuestra península fructificara. Tuvo una vida intensa y llena de privaciones, pero también de grandes logros y aciertos. Fue un hombre de su tiempo, el cual vivió y murió convencido de la importancia de la obra misionera para redimir a tantos gentiles que habitaban en la California, sus amados indios californios.

De acuerdo a sus biógrafos, Salvatierra nació el 15 de noviembre de 1648, en la famosa ciudad de Milán, Italia. Era descendiente de una familia acomodada (los duques de Milán). A la edad de 17 años tomó la decisión de ingresar en la Societas Iesu, e ingresó al Colegio de Génova donde inicia sus estudios religiosos. Desde su ingreso, manifestó su deseo de encaminarse a la vida misionera y, utilizando las influencias de su familia, logró ser trasladado hacia la Nueva España, en donde concluye sus estudios en el Colegio de Tepotzotlán y se ordena sacerdote. Debido a su gran dedicación y nivel académico, es nombrado maestro de retórica en el Colegio de Puebla.

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Sin embargo, su vocación de misionero siempre lo llamó, por lo que en el año de 1681 se le concede iniciar este ministerio en la Sierra Tarahumara, en la Misión de Chinipas, uno de los lugares más remontados y de difícil acceso en aquella serranía. Durante 10 años desarrolla su ministerio con gran entusiasmo, logrando fundar varios asentamientos religiosos en aquellos parajes.

En el año de 1681 se le cambia su ministerio a las regiones del Noroeste de la Nueva España, lo que actualmente son los estados de Sonora y Sinaloa. Durante su peregrinar por estas tierras conoce y entabla una amistad, la cual perduraría durante todo el resto de su vida, con el sacerdote, también italiano, Francisco Eusebio Kino. En sus interminables charlas por los caminos hacia las diferentes Misiones de aquellos lugares, Kino logra entusiasmarlo y motivarlo narrándole sus experiencias de más de 2 años de estancia en la California, donde tuvo la oportunidad de explorar un territorio casi virgen y en el que abundaban los gentiles, tierra fértil para convertirlos a la gracia de la Fe, y una excelente oportunidad para experimentar la construcción de la idílica sociedad comunal a la que aspiraban los Jesuitas. Fue así como inician una serie de viajes a la Ciudad de México, en la que buscan por todos los medios el conseguir la aprobación de sus planes por parte de los Rectores de la Compañía de Jesús, así como la autorización real del Virrey.

No es sino hasta el año de 1696, un 6 de febrero, que el virrey Dn. José Sarmiento y Valladares, conde de Moctezuma, otorga a la Compañía de Jesús, la Licencia y Cédulas Reales para proceder con la colonización de la California. Todo esto, sólo fue posible debido a los oportunos donativos que se hicieron por hacendados acaudalados, así como de algunas órdenes religiosas de la Nueva España, que aceptaron y vieron con buenos ojos el entusiasmo desmedido y ferviente de los padres Salvatierra y Kino, por iniciar la labor Misionera en aquellas tierras, que siempre habían sido consideradas de inútil importancia para la Corona y vedadas a la exploración. A la compañía de Jesús se le concedió la máxima autoridad en estas tierras Californianas, a cambio de no pedir un solo centavo del tesoro de la corona para sufragar sus viajes y futuros asentamientos.

A partir de ese año, se inician los preparativos por parte de la Compañía de Jesús para adquirir los barcos y los bastimentos, así como el personal que acompañaría a Kino y Salvatierra en su empresa en la California. Lamentablemente para ellos, el año de 1697 fue abundante en rebeliones por parte de los naturales de la tarahumara y Sonora, por lo que, en varias ocasiones, tienen que acudir ambos sacerdotes a tranquilizar a la gente e imponer la paz en aquellos sitios. En el mes de octubre de ese año y ya casi para zarpar, el sacerdote Kino es llamado, con carácter urgente y de obligatorio cumplimiento, a sofocar una rebelión que se daba entre sus pupilos de la Pimería Alta, por lo que un solitario Salvatierra tiene que partir el 10 de octubre a su encuentro con las tierras Californianas.

Después de varias exploraciones en la península, y basado en los documentos y experiencias que le trasmitiera el sacerdote Kino de su estancia en estas tierras, Salvatierra desembarca y funda la Misión de Loreto, la cual queda consagrada con una solemne ceremonia el 25 de octubre de 1697. A partir de esa fecha, se dedica a promover la obra misionera para la que se había preparado con tanto esmero y la cual le había significado grandes esfuerzos. Empieza una vigorosa catequización de los naturales de aquellas tierras, así como la exploración de los sitios en los cuales se concentraban grandes comunidades de naturales. Con gran pesar del sacerdote Salvatierra, en el año de 1704 es nombrado Provincial de la Compañía de Jesús y tiene que viajar a la Ciudad de México, en donde permaneció hasta que finalizó este encargo, y de inmediato solicita ser devuelto para continuar su ministerio misionero en la California.

Es importante mencionar que, sin importar el haber desempeñado los cargos más altos de la Orden en la Nueva España, o tener un nivel académico de primer nivel entre sus demás hermanos ignacianos, él siempre se comportó de forma humilde y prudente, desempeñando todas las actividades que era menester, en su afán de continuar expandiendo la influencia de la catequización por toda la península.

Cuenta el sacerdote Miguel el Barco, que en no pocas ocasiones y debido al atraso en la llegada de las provisiones, que se enviaban desde Sonora y Sinaloa para la subsistencia de las Misiones en las Californias, el sacerdote Salvatierra, al igual que todos los naturales de estas regiones, tuvo que salir al monte a recolectar plantas y animales de la región para poder sobrevivir. Jamás le escucharon algún lamento, alguna queja. A pesar de que pudo haberse sustraído a estos estragos, pidiendo su cambio a cualquier lugar que él deseara, ya sea en la Nueva España o en Europa, él siempre quiso estar entre sus amados indios californios.

Contando con 69 años de edad, cansado y enfermo de un mal que, en aquellos años se le conoció como “el mal de piedra” (litiasis vesical o cálculos en la vejiga), es llamado por el virrey Marqués de Valero, para que acuda a la capital de la Nueva España a ayudar a la redacción de un libro que, por órdenes del Rey Felipe V, debía de elaborarse, y en el que se consignara la historia de California. Siempre fiel al cumplimiento de sus obligaciones y deberes, el sacerdote inicia lo que sería su último viaje. Llega a la ciudad de Tepic, en donde se agravan sus dolores y, sintiendo ya muy cercana su muerte, le pide a sus hermanos sacerdotes que lo lleven a la ciudad de Guadalajara, ya que desea exhalar su último aliento en la capilla dedicada a la Virgen de Loreto, advocación mariana de la que fue ferviente seguidor, y la cual se encontraba en el interior de la iglesia de la ciudad de Guadalajara, misma que promovió su construcción cuando fue rector del Colegio Jesuita de aquella ciudad.

Durante la noche del 17 de julio de 1717, el sacerdote Salvatierra se despoja de su vestidura carnal, entre las muestras de cariño y tristeza de todos los que le rodeaban, sabiendo que, en esos momentos, se iba uno de los grandes hombres que había dado su vida en pos de la catequización de sus amados hijos californios.

La memoria del sacerdote Juan María de Salvatierra y Visconti, se va diluyendo cada vez más en el trajín de la sociedad actual, pocas son las personas que aún lo recuerdan y, mucho menos, aquellos que estudian su vida y obra. Es menester que las instituciones que tienen por objetivo la difusión y custodia de La Historia de nuestra media península, fomenten, con acciones certeras y organizadas, el que se conozca lo que hicieron los grandes hombres que vivieron y murieron por darnos una identidad.

Una hermosa frase en latín reza de la siguiente manera: “Ut sementem feceris, ita metes”, lo cual podemos traducir al español Como sembrares, así cosecharás. La siembra del padre Salvatierra fue buena y abundante, ahora queda a aquellos que tenemos su legado en nuestras manos, el hacernos dignos de sus afanes y esfuerzos, y ser corresponsables de un futuro promisorio y honorable para esta hermosa tierra de la California, la California Original.

 

Bibliografía:

“Cartas sobre la conquista espiritual de Californias” (México, 1698) y “Nuevas cartas sobre Californias” (1699) – Juan María de Salvatierra.

Misión de la Baja California – Juan María Salvatierra.

El apóstol mariano representado en la vida admirable del venerable padre Juan María de Salvatierra de la Compañía de Jesús – Miguel Venegas

California, Juan María de Salvatierra y los californios – Eligio Moisés Coronado

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