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Roque Dalton, la poesía como revolución y la toma de conciencia

 

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El poeta salvadoreño Roque Dalton (1935-1975) es la personificación del luchador social que está íntimamente ligado al arte como compromiso político. Ha habido un largo debate en si la poesía debiera ser activa participante de las revoluciones como modo de emancipación de los trabajadores y de los pobres del mundo. Dalton, junto a otros grandes poetas —pienso en Federico García Lorca, José Martí y aun en Silvio Rodríguez—, con su voz dejó una muestra de lo que significaba el deber a favor de los oprimidos. Muchos poetas han sido asesinados y perseguidos por su manera de pensar y de escribir, que han quedado como ejemplos de valentía, fraternidad, visión permanente de una cultura que puede ser transformada.

El neoliberalismo trajo consigo la domesticación de los poetas a través de la búsqueda de becas, premios, viajes a cargo de los erarios nacionales, donde se centraba un discurso aburguesado, en la preocupación de los conflictos individuales y un alejamiento profundo de cualquier cosa que oliera a popular. Roque Dalton tuvo una formación católica, ligada al conservadurismo de Centroamérica, sin embargo, en su estadía por estudios académicos en Chile descubriría el marxismo y con ello el comunismo, es decir, la toma de conciencia de una sociedad que se le revelaba desigual, injusta, opresiva, esclavizante y que influiría en él al grado de asumirlo como una misión, donde su poesía se vería impregnada e influida por sus nuevos pasos como pensador progresista.

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Carlos Salinas de Gortari bien sabía que una manera de tener a raya a los poetas era encausarlos en la meta única de fijar su atención en la canonjía —una jugosa e inalcanzable zanahoria, salvo para los grupos de elite— y no en la obra como detonante cultural y social, poetas que produjeran obras prefabricadas, trazadas como proyectos y no como experiencia de vida, obras separadas de las mayorías y más centradas en la importancia y la ganancia económica. Nunca vimos que surgiera un Roque Dalton en ese proceso. A cambio, vimos a poetas ensalzados, mimados, entregados en encuentros literarios nacionales a los placeres momentáneos que podían ser subsanados con peptobismol o mélox.

Roque Dalton hizo toma de conciencia, su nirvana, su iluminación, se le cayó la venda de los ojos. Ahí es cuando pensamos en si la poesía es más que un acto vanidoso o un arma caliente que puede golpear la conciencia, provocar el despertar y sacudir con su canto. Cada espíritu habrá de experimentar a su manera esa mutación; si no se da, simplemente quedará en el olvido, pero no cimbrará las entrañas ni correrá como reguero de pólvora para moverle el tapete a medio planeta. Pero si el poeta es vapuleado por el elixir de la toma de conciencia, entonces su alcance habrá de estremecer y de seguro será perseguido porque sus versos serán espadas que van rasgando las cortinas que cubren la realidad creada por los sistemas.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




La vida neoliberal y el nihilismo como manera de perder el Nosotros

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Hace algunos años, allá por 1997, leí un libro de la doctora en filosofía Mercedes Garzón Bates, Romper con los dioses. Además del manejo de las ideas, cada capítulo venía acompañado de frases de John Lennon, a modo de epígrafes, lo cual me pareció novedoso causando empatía en mí, pues soy beatlémano. Lo leí en una tarde, de un solo y largo aliento. Puedo decir que lo devoré. Me hizo mucho sentido el despliegue de conceptos y de ideas sobre cómo los dioses han muerto, y no solo los dioses mitológicos, sino aquellos de la modernidad que nos han producido sentido en la vida, como el trabajo, el dinero, la mercancía. El nihilismo era el centro de sus observaciones filosóficas y planteaba que era la nueva corriente del pensamiento que nos estaba guiando como sociedad, aún más: como humanidad. Me hizo mucho clic más que como intelectual, como individuo atrapado en un sistema de pensamiento.

Mercedes Garzón Bates, grosso modo, propone una disyuntiva entre las viejas maneras de pensar por una transformación vital, donde las personas, autónomas, creativas pero no divididas, con una ética sin motivos, que no sea trascendente como lo plantea la cristiandad ni mucho menos demostrable y eficiente, que nace de la modernidad tan dada al rollo de la eficiencia y el cálculo de la ganancia empresarial, sino algo mucho más grande, que esté repleta de todos los sentidos que deje al individuo con su propia forma de ver el mundo.

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La semana pasada, colmado en este nuevo mundo de las redes sociales, leí un tuit del escritor Pedro Miguel que me llamó la atención y lo enlacé con aquel libro de Garzón Bates: Uno de los peores saldos del pensamiento neoliberal es la atomización de la sociedad en feudos, especialidades, grupos y, finalmente, individuos. Es decir, que el individuo se convirtió en lo más importante durante estas cuatro últimas décadas y en 1997 estaba en su apogeo el neoliberalismo en México, además de que el PRI perdía la mayoría en el Congreso y Cuauhtémoc Cárdenas ganaba la jefatura de gobierno del antiguo D.F. El país se movía, a pesar de los intentos de la oligarquía y los tecnócratas gatopardistas de que nada cambiara si no les convenía.

Así, el neoliberalismo segmentó las luchas sociales en partes separadas, bajo la consigna cada quien rásquese con sus propias uñas y obligó a miles a desentenderse de lo social-colectivo para centrarse en las causas individuales de grupos o personas, donde predominara el yo, mi necesidad, mi individualidad: una sociedad nihilista, en pocas palabras, tal como lo expone Garzón Bates. De ahí se entiende la extinción de las luchas sociales que exigían el bienestar de todos y con ello edificaron un sistema de ONG’s, sociedades, asociaciones que podían pedir dinero público para sostenerse, pero con ello vino también la eliminación de derechos laborales que obligaba al pensamiento de dar gracias de tener un trabajo, o en otras palabras, de dar gracias de ser un esclavo. El neoliberalismo exaltaba la individualidad sobre el colectivo, fue en suma la nueva esclavitud, bajo el lema de eres pobre porque quieres, a sabiendas de que la pobreza es un constructo histórico debido a la explotación, la marginación y la segmentación sociales, que incluye el racismo y el clasismo a todo lo que da.

Según el diccionario nihilismo viene de la palabra latina nihil, que significa nada, es decir, negación de todo principio religioso, político y social o negación de un fundamento objetivo en el conocimiento y en la moral. Por otro lado, también se trata de una corriente filosófica que piensa que todo se reduce a nada, que la vida misma no tiene sustento ni tiene sentido, pues todo lo que nos rodea, el universo mismo, ni vela ni piensa en nosotros, lo cual implica la negación de una deidad, donde no existe un destino ni un fin último y la verdad absoluta es una constructora de una realidad aparente.

El concepto como tal fue creado por el novelista ruso Iván Turguénev en su novela Padres e hijos en 1892, bajo la idea de una persona que no se somete frente a ninguna autoridad ni moral, ni civil ni religiosa, y se extendió en Rusia en las últimas décadas del siglo XIX, aunque con distinto sentido, pues mientras para los conservadores de la época era una ofensa, para los revolucionarios tenía una alta carga ideológica identitaria. El filósofo alemán Friedrich Nietzsche fue quien terminó dándole forma al término y el que dio cause para que se convirtiera en una corriente filosófica con el tiempo, pero también es verdad que tenía sus cimientes griegas en la escuela de los cínicos y los escépticos.

Hay que agregar que nihilismo, contrario a lo que muchos piensan, no significa necesariamente creer en nada, ni tampoco alguna forma del pensamiento negativo de la vida, o que esté asociado a esas células terroristas o al mismo narcotráfico; sé que con el paso del tiempo se ha ido adaptando al intercambio intercultural de las sociedades y, como todo intercambio, lo lingüístico no es ajeno a esos vaivenes. Hay quienes han intentado darle —sospecho que Garzón Bates— un sentido positivo, es decir, útil socialmente hablando, pero para el caso viene siendo lo mismo.

Volver a lo colectivo es necesario, donde dicho nihilismo esté dejando de tener sentido y que reescribamos nuestro tiempo desde el todos y no tan solo desde el yo. Urge que nos sacudamos el neoliberalismo que puso en el centro de todo la ganancia pretendiendo atomizarnos para que no nos defendiéramos de la explotación ni de una sociedad clasirracista que se había puesto en lo más alto de la pirámide como los dioses incuestionables. Obviamente, aquel libro de Mercedes Garzón Bates ya no me significa lo que en aquel año necesitaba: entender mi realidad, que es de lo que se trata a final de cuentas: comprender el instante.

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Vuelta a Un mundo feliz o el mundo de los neoliberales dichosos

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Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El neoliberalismo es la utopía de Un Mundo Feliz llevada a la práctica. La novela del británico Aldous Huxley (Godalming, 1894-Los Ángeles, 1963), Brave New World (Un mundo feliz, 1932), es la distopía literaria de una humanidad donde básicamente todos son felices, en apariencia, como su título lo sugiere. Se trata de la metáfora de una sociedad súper avanzada que ha logrado la tecnología reproductiva con el cultivo de seres humanos y la hipnopedia, que es el proceso de aprendizaje a través del sueño que padecen los sujetos durante la niñez, según la propia novela, y la manipulación de las emociones a partir del soma, una droga que permite el autocontrol.

La civilización que han creado es entre ambigua y oscura, donde se han establecido las castas y cada uno conoce y acepta la estructura social, que les parece saludable, adelantada tecnológicamente y que goza de una sexualidad libre de culpas atávicas; además, las guerras han sido abolidas y la pobreza económica finalmente eliminada, por lo que se puede afirmar que, en efecto, viven en un mundo feliz. No obstante, el contrasentido del cosmos social es que para alcanzarlo tuvieron que erradicar tropos fundamentales como la familia, la diversidad de los pueblos, el arte mismo, la ciencia como fenómeno de explicación, la literatura, las religiones, la filosofía y la idea del amor o su acción como sentimiento comunitario de unicidad.

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Por otro lado, existen los salvajes, que no acabaron de entrar a la sociedad perfecta o que simplemente no fueron incluidos por accidentes en el método anticonceptivo. Los salvajes viven en tribus más libres que los felices creados artificialmente, que es el planteamiento moral que nos salta después de haber visto cómo se conformaban en la ciudad. En esas tribus tienen su propio modo de vivir y de entender su universo de cosas, con creencias asentadas como el cristianismo o el zuñi. La oposición entre unos y otros, entre los felices y evolucionados contra los salvajes es una clara alusión a la conformación del capitalismo. Y esto es lo que destaco: el neoliberalismo viene a ser la parte capitalista que las oligarquías crearon para su propia reproducción y supervivencia, que plantea el mundo feliz donde el mercado le daría la felicidad a todos.

Con el neoliberalismo aprendimos a sobrevivir si no pertenecías al mundo feliz de las elites: éramos los salvajes que aguardaban las migajas de la aristocracia financiera, cultural e intelectual (el Fonca y los premios literarios en México es un reflejo de ello). La tecnología reproductiva fue la que se generó en las redes sociales, con el cultivo y la siembra de bots; por otra parte, la hipnopedia fue la televisión primero y luego la internet, que es la enseñanza a través del mundo virtual desde la niñez; por último, está el éxito, el dinero, la ganancia y el consumismo como el soma social para controlar las emociones. En el mundo de los neoliberales vivían felices, nada faltaba, se había normalizado la riqueza mal habida y la corrupción como sistema de desarrollo individual, que estaban ajenos a las desgracias del pueblo, es decir, los salvajes de la distopía huxleyriana.

Los que hemos vivido este periodo utópico de ricos “escrito” por las fórmulas económicas diseñadas para beneficiar a unos pocos, implantando un sistema de “castas” superpuestas que aparentan libertad, pero que es una esclavitud disfrazada de libertades laborales, o sea, trabajo mal remunerado y sin derecho a absolutamente nada (el outsourcing, por ejemplo). Apenas estamos entendiendo que vivíamos en el mundo feliz de las oligarquías, en el que propagaban la idea de que tú desde tu pobreza podías acceder, en un golpe de suerte (ellos le llaman “oportunidades”) o con base en la “cultura del esfuerzo”, a riquezas inimaginables.

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