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Miguel Hidalgo: el rostro de una mentira mexicana

FOTO: Internet

Colaboración Especial

Por Alejandro Aguirre Riveros

La Paz, Baja California Sur (BCS). Quien crea conocer a Miguel Hidalgo, está equivocado. Casi todo lo que nos han dicho de él es una versión edulcorada de una figura tan incongruente como peligrosamente insurgente: sus motivos, sus ambiciones e incluso su apariencia.

Pocos saben que, en realidad, su imagen no corresponde con la de ese viejecito calvo, de greña blanca papalotera, rasgos europeos y mirada paternal. Un rostro de mentira, reproducido hasta el cansancio en los libros de texto, monografías y billetes de mil pesos. Ese, a quien veneramos como el padre de la patria, es en realidad un sacerdote y botánico belga perteneciente a la corte de Maximiliano de Habsburgo.

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Todo comenzó con la llegada del archiduque de Austria al país, para ser coronado como el Emperador de México. Título que nadie reconocía, salvo los conservadores fifís que lo pusieron en el poder; situación que Maximiliano intentó resolver a través de símbolos “patrios”, que el pueblo pudiera asociar a su corona. En este proyecto, fue clave la figura del pintor oficial de la corona Joaquín Ramírez, quien, en 1865, recibió el encargo de hacer un retrato de Miguel Hidalgo para conmemorar los cincuenta y cinco años del inicio de la independencia.

El problema era que, hasta finales del siglo XIX, la fotografía aún no existía, y los retratos al óleo eran reservados para personajes importantes, nunca para curas de parroquia como el propio Hidalgo. A esto se sumaba la fuerte censura que ejerció el gobierno de la Nueva España hacia todo lo que tuviera que ver con él o con sus ideas. Durante los once años que duró la Guerra de Independencia, cualquier comentario o ligera insinuación hacia Hidalgo era motivo suficiente para ser ejecutado por traición.

De tal manera que, Ramírez, no contaba con ninguna fuente fidedigna para llevar a cabo su retrato, situación que lo obligó a visitar Guanajuato, donde descubrió que todos los que habían conocido a Hidalgo estaban muertos.

Para resolver este problema, le pidió a un amigo cercano de él que posara: un sacerdote, botánico, de nacionalidad belga, al que vistió de Miguel Hidalgo y con el que creó una mentira aún propagada doscientos años después.

¿Pero, cómo era realmente Don Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla y Galaga Mondarte Villaseñor, o, simplemente, Miguel Hidalgo, para los cuates?

Lucas Alamán, un historiador contemporáneo de Hidalgo, al que llegó a conocer en persona, lo describe de la siguiente manera: “de mediana estatura, cargado de espaldas, de color moreno y ojos verdes vivos, la cabeza algo caída sobre el pecho, bastante cano y calvo, como que pasaba ya de sesenta años, pero vigoroso, aunque no activo, y pronto en sus movimientos… poco aliñado en su traje, no usaba otro que el que acostumbraban entonces los curas de los pueblos pequeños”.

La descripción corresponde con el único retrato hecho en vida de Hidalgo: una estatuilla realizada por un escultor de Querétaro, después de que ganara la batalla de Las Cruces, y que hoy se exhibe en el Castillo de Chapultepec. Aquí vemos a un Miguel Hidalgo moreno, de nariz ganchuda y que porta un traje barato.

Su aspecto es más el del mestizo rebelde que era, y menos el del europeo finolis de mirada bonachona que sirvió como modelo para el retrato de Joaquín Ramírez.

A esta mentira institucionalizada y propagada por los libros de la SEP, se suma la falsedad del famoso Grito de Independencia. Mismo que es recreado por el presidente en turno durante la víspera de esta fecha, asomado desde un balcón y tocando una campana, como supuestamente hizo el padre de la patria.

En realidad, fue en la casa de Miguel Hidalgo donde se hizo la primera proclama de independencia, y esta no tenía balcón, pues era de un solo piso. Y en la segunda arenga, fue un monaguillo quien hizo sonar la campana de la iglesia de Dolores.

Lugar en donde quedó claro que Miguel Hidalgo no luchaba originalmente por la independencia, pues gritó: ¡Viva la religión! ¡Viva nuestra madre santísima de Guadalupe! ¡Viva Fernando Séptimo! Este último, era entonces el Rey de España, y, al parecer, se trataba de una figura respetada por Hidalgo. Sin embargo, el grito con el que dio respuesta el pueblo dejó claro que tenían otras prioridades: ¡Viva la virgen de Guadalupe y que mueran los gachupines!

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AMLO y sus símbolos. A un año de su triunfo (I)

FOTOS: Internet.

Colaboración Especial

Por Raúl Carrillo Arciniega

 

Cómo se lee un logotipo

Charleston, Carolina del Sur (EE.UU.). Las democracias están en peligro. La sociedad actual apenas si recuerda los vicios de las dictaduras que asolaron a millones de personas en los países subdesarrollados. En México, en donde se había simulado todo, ha terminado por construirse algo que aquellos que se llaman de izquierda, han visto como la oportunidad para que haya una cuarta transformación (4T). López Obrador ha ganado la elección en lo que los analistas califican de la más abrumadora victoria desde las mejores épocas priístas, donde no había un solo voto en contra. AMLO ha ganado con un número elevado de votos y ahora argumenta es tiempo para la 4T.

Como la política mexicana es rica en símbolos ha mandado hacer un logo, que pretende dar una revisión histórica del paso del colonialismo a la vida independiente de México, es decir, su transformación, de ser un mero remedo de país a uno verdadero. En su emblema vemos en primer plano y al centro a Benito Juárez asido a una bandera, a su derecha a Miguel Hidalgo y a la derecha de éste a José María Morelos. A la izquierda de Juárez vemos la imagen de Madero y por último la figura de Cárdenas. Entendemos que en ellos se basa el proyecto simbólico de AMLO.

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Le ha llamado la Cuarta transformación porque arguye que han pasado tres antes que él, a saber por el dibujo, la primera La Independencia de México, representada por Hidalgo como el iniciador del movimiento, aunque no haya sido en contra de la Corona Española como bien se sabe, y un Morelos que lo único que sabemos de él es que usaba una pañoleta en la cabeza. Así el discurso que plantea la 4T es el de la heroicidad.

Visto en términos heroicos, La Independencia es la primera etapa después de la muerte del padre, aunque no haya sido consolidada ni establecida por ninguno de los dos próceres que se muestran en el logotipo del nuevo gobierno. Pero dentro del país de la simulación, la imagen icónica es más que suficiente. El gobierno en turno, que emana de una tradición de rico presidencialismo tlatoánico priísta, sabe perfectamente que la simulación es más importante que la verdadera transformación. En ese sentido, AMLO ha puesto el dedo en la llaga de toda una tradición que icónicamente se malentiende. La Independencia fue el proyecto de invención de un México que no podía ser como el que se tenía.

Al centro del logo, construyendo el proyecto de nación, está Juárez como reformista. Su política de reformador no importa mucho, porque desde el punto de vista simbólico sólo se atiende a su fenotipo, a sus facciones y a su extracción indígena; es decir, es el triunfo de La Independencia, aunque haya sido el único caso de un presidente que haya venido desde una base indígena oaxaqueña. AMLO ha dicho admirarlo porque vivió en Palacio Nacional y porque practicaba la honrosa medianía, además de haber separado La Iglesia del Estado, aunque sólo de manera simbólica porque no fue eso, sabemos, lo que aconteció con su supuesta separación entre La Iglesia y El Estado. Además, la imagen de Juárez opera muy bien en la proyección de un movimiento racial, de un movimiento que va hacia la reivindicación del indígena que puede llegar a ser todo lo que se proponga, gracias al esfuerzo personal y una serie de aciertos cósmicos y de buenas relaciones, como casarse con Margarita Maza, dando un braguetazo histórico.

Así, esa idea icónica de lucha por la igualdad es la que domina el paradigma simbólico de su logo. Ésta, entendemos, es la segunda transformación: La Reforma. El ciudadano común no comprende en realidad cuál ha sido la grandeza de Juárez más que por una frase que se encuentra en la Alameda central de la capital del país: Entre los individuos como entre las naciones el respeto al derecho ajeno es la paz, previamente usada por Kant. Así la operación es más simbólica que otra cosa. El propio AMLO ha dicho que Juárez es su modelo a seguir, aunque no sepamos a qué se refiere específicamente. Su proyección obedece a un modelo de identificación con el que se quiere equiparar, para entrar dentro de la historia que está dispuesto a dictar.

A la izquierda de Juárez vemos a quien parece ser Madero, mismo que fue el autor intelectual de La Revolución Mexicana, cuando menos con la consigna de Sufragio efectivo. No reelección. Escribió La sucesión presidencial y era espiritista. Aparentemente los espíritus le dictaron el libro y lo impulsaron a asumir su rol como presidente, antes de ser asesinado por el general Huerta en una emboscada mientras salía de Palacio Nacional, donde fue secuestrado para su bien por el mismo Huerta. En la película de Kazans es mostrado como un pusilánime que no entiende el verdadero sentir del pueblo y de lo que representaba la consigna de Tierra y libertad esforzada por El Zapatismo y El Villismo.

Ninguno de ellos logró consolidar nada, porque a ambos les gusta echar bala y temieron convertirse en una figura dictatorial como Díaz, contra quien pelearon con gallardía y mesianismo. Por tanto la visión de Madero se entendería en la voluntad de que el voto cuente, del sufragio efectivo. La visión del sufragio no se entiende muy bien. Sufragar no es el verbo que se use para ejercer la democracia; sufragar es ayudar o apoyar en algo en las primeras acepciones. Creo que cuando la gente que vota, aquella sin que pueda razonar su voto, cuando alguna vez se le presenta con esa frase, no comprende qué es lo que le están diciendo, sólo ponderan la necesidad de votar por aquel que le haya dado más beneficios reales.

Bajo ese esquema de pensamiento las huestes de AMLO podrían argumentar que les gusta el respeto al voto, hacerlo efectivo siempre y cuando se vean favorecidos en el número de sufragios. Por otro lado, el voto efectivo se consolida como la voz de una masa amorfa que pide y sabe. Ya sabemos por las múltiples afirmaciones de AMLO que el pueblo es sabio. Se refiere a la masa amorfa que lo vitorea y quien votó de acuerdo a los intereses que AMLO proyecta. La reelección entonces parece ser parte de un discurso que se aventura, una especie de grupo de enfoque donde se van midiendo las posibilidades en la sociedad para asestar el golpe de la imposición de los candidatos.

Por último, en el logo de la 4T aparece Lázaro Cárdenas. Éste se nos revela como un epítome de la reciedumbre gubernamental, quien luchó para privatizar el petróleo y devolvérselo a los mexicanos. Emanado del PRI pero opositor del gobierno despótico, Cárdenas inaugura la bonanza de México al reapoderarse de petróleo mexicano. Aquí habría que hacer una matización. La reposesión del petróleo ha sido muy mal entendida por la población mexicana. La consigna de que el petróleo es de los mexicanos ha generado una serie de denuestos y agravios entre todos los partidos políticos y sus simpatizantes. El petróleo nunca ha sido ni será de los mexicanos. Para decirlo concretamente: el petróleo es del gobierno en turno. PEMEX es un transnacional que explota el petróleo de México y cuyo ingreso y ganancias van directamente a las arcas gubernamentales, desde donde se utiliza para financiar costos de urbanización y, sobre todo, salarios y prestaciones burocráticas.

PEMEX paga el salario de todos aquellos que han encontrado en el gobierno una forma de vida. Nunca ha sido la recaudación fiscal, puesto que los esfuerzos por renovarla no han dado ningún fruto. La austeridad republicana que clama AMLO es, al final, una buena intención en el mar de las desgracias gubernamentales.

Así, el logo de la 4T enuncia un discurso falaz en todo sentido. Sin embargo, sí pretende establecer una narrativa que integre una serie de buenas intenciones históricas, para tratar de cambiarla. Por años ha quedado como una expresión del despotismo del Gobierno priista en turno. Ahora, el área del petróleo se ha convertido en un proyecto estratégico tanto de facto como simbólico. El nuevo gobierno pretende reestructurar PEMEX y otorgarle el centro de su proyecto, como el principal medio para hacerse de recurso y reestablecer esa bonanza que el propio Cárdenas trazó en su nacionalización. Ahora AMLO ha lanzado la iniciativa de construir una refinería, que a todas luces tiene un valor simbólico más que económico.

Sin embargo, desde la trinchera en la cual ha decidido estructurar su discurso, esto es bastante coherente. Pretende construir un país mental, un país discursivo que muestre cualquier configuración faraónica desde la cual pueda edificar su proyecto, una prueba fehaciente de que el Gobierno invierte recursos en un bienestar imaginado. Así, la 4T es una puesta en escena de la representación de un poder ancestral que busca consolidar sus instrumentos simbólicos, porque la política mexicana, dado que está corrompida y podrida desde sus adentros, no es más que una posición desde donde se puede improvisar y una tribuna desde la cual se puede decir cualquier cosa.

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