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Ganan alumnos de BCS premios nacionales e internacionales en matemáticas

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los alumnos Alonso Baeza Quevedo, Isaac Montaño Manríquez y César Daniel González Bernal obtuvieron las preseas de oro, plata y bronce, respectivamente, al formar parte de la delegación que representó a Baja California Sur en la edición número de la Olimpiada Nacional de Matemáticas (ONMAS) de nivel preparatoria, informó el delegado de la competencia en la entidad, José Omar Guzmán Vega.

El titular de la ONMAS en Sudcalifornia mencionó, a través de un comunicado de prensa, que en este concurso los representantes sudcalifornianos obtuvieron la Copa Superación, logro que han conquistado en las tres últimas ediciones del mismo, y destacó que Baeza Quevedo, alumno de tercer año en la secundaria “Antonio Mijares” de San José del Cabo, triunfó en la justa nacional compitiendo con estudiantes de bachillerato.

Guzmán Vega comentó que Isaac Montaño, alumno del Instituto Mar de Cortez, obtuvo medallas de plata en la competencia internacional de matemáticas y en la centroamericana, las primeras preseas que obtiene Baja California Sur en este tipo de concursos.

Agregó que, gracias a los buenos resultados que obtuvieron en las olimpiadas nacionales, tanto Isaac Montaño como Alonso Baeza Quevedo fueron llamados a la preselección nacional, lo que les permitirá prepararse para ser parte del equipo que representará a nuestro país en justas internacionales.

Por último, Guzmán Vega dijo que estos buenos resultados alcanzados tanto por los medallistas como por los estudiantes: Camila Guillén González, Carlos Alfredo Nava Montoya y Elías Cota Márquez que conforman el resto de la delegación se deben al respaldo de padres y madres de familia, así como al trabajo intenso de las y los docentes y, sobre todo, al esfuerzo y constancia de los alumnos, quienes participaron en jornadas intensas de preparación para competir.




Alicia y el ajedrez de las maravillas. Filosofía de las matemáticas en el ajedrez

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

Están jugando un partido de ajedrez,
el mundo entero es un gran tablero
Alicia a través del espejo

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Interpretar, decodificar, hacer hermenéutica, juzgar o hablar sobre las obras de Lewis Carroll que incorporan espejos, tiempo, naipes, flamencos, espacio, hongos, conejos blancos y reinas decapitadoras; es prácticamente infinito. Psiquiatras, políticos, académicos, filólogos, poetas, matemáticos, diletantes, sociólogos y, por supuesto, ajedrecistas han intentado explicar el universo de Alicia.

El primer conflicto surge en el seudónimo, Charles Dogson y Lewis Carroll no parecen la misma persona. Dogson fue un profesor, religioso y matemático brillante, flemático, apegado a la razón. Lewis Carroll fue un poeta.

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Acusado de pedofilia por sus extemporáneos, debido a su afición por retratar niñas semidesnudas, este diácono de Oxford ha sido calumniado y alabado por igual. Se le ha acusado por  enviar cartas de amor a Alice Lidell, su musa de 11 años.

Richard Wallace propuso en 1996 que Dogson fue  Jack el destripador. Algunos psicoanalistas modernos le utilizan como blanco de sus pervertidas conclusiones pseudocientíficas. Para otros, fue un santo, un misántropo virgen que sólo se sentía a gusto en la compañía de criaturas tan inocentes como él.

65 años antes de que Godel enunciara su principio de incompletitud que pondría coto a la pretensión de que las matemáticas eran verdaderas, Lewis Carroll ya lo había anticipado en el libro que le dedicó a Alicia. Como profesor de lógica, una de sus obsesiones era contestar la pregunta sobre si es la locura la que nos hace pensar que todo es lógico o es la lógica la que nos lleva a la locura.

Alicia y su mitología creciente, se ha desarrollado como una alegórica bola de nieve. Al carecer de sentido, las múltiples interpretaciones son casi tantas como lectores haya. Para unos la tesis principal es el sinsentido de un mundo férreamente lógico, para otros una crítica a la época victoriana, incluso a la propia reina. Unos se inclinan por una anticipación profética a la teoría de la relatividad; otros por un criptograma a decodificar; al igual que  Wallace pensó, anagramas que dejaba como pistas de sus asesinatos hipotéticos. Para Borges era una pesadilla perfecta, por aquello del espejo y el laberinto; para Bergson, comedia pura.

En A través del espejo y lo que Alicia allí encontró, el poeta plantea una metáfora ajedrecística o quizá un problema por su forma de ser enunciado. Destaca como ajedrez féerico y, en efecto, todo el libro se puede leer sobre esta base. Alicia es un peón blanco  que se coronará y ganará el juego a las piezas rojas. Antes de comenzar la historia, aparece el siguiente diagrama.

El peón blanco (Alicia) juega y gana en  11 movimientos

El autor explicó su problema en el  prefacio de 1896.

Como el problema de ajedrez ha intrigado a algunos de mis lectores, debo explicar que está bien estructurado, al menos en cuanto a movimientos se refiere. Todo lo más, cabría señalar que la alternancia de jugadas entre “blancas” y “rojas” no se produce tan regularmente como cabría desear y que cuando hablo de “enrocar” me refiero al hecho de que, tanto las reinas como Alicia, han entrado en el palacio. Pero todo lo demás —el “jaque” al Rey Blanco en la sexta jugada, la muerte del Caballo Rojo en la séptima y el “jaque mate” al Rey Rojo— se ajusta con fidelidad a las reglas del juego, como puede comprobarlo todo aquel que se tome la molestia de realizar dichas jugadas sobre el tablero.

Diversas hipótesis se han desarrollado para resolver el problema.

El matemático Martin Gardner denunció lo absurdo del problema subrayando dos inconsistencias.

  • Las blancas juegan muchas veces más que las rojas sin alternar sus movimientos. Las rojas sólo realizan 3 jugadas. Las blancas 13, de las cuales 8 son consecutivas.
  • Cuando la Reina Roja se acerca a Alicia —que ya a estas alturas es Reina coronada—pone en jaque al Rey Blanco sin que la otra Reina se percate ni la defienda.

Otra interesante característica que hace del problema el clásico ajedrez de las hadas, es el enroque de reinas. Carroll lo justifica como una entrada a sus casas. Enrocar es un verbo que describe el desplazamiento simultáneo de dos piezas. En este caso, semánticamente es correcta la noción de enroque, aunque etimológicamente no, pues enroque proviene de Roque, palabra que antiguamente designaba a la torre, del árabe Rokh o Rujj. Es por eso que el enroque se refiere al movimiento del rey y una de las torres. En inglés, se escribe to castle refiriéndose a lo mismo. Por lo tanto, las reinas y Alicia entran al castillo, se “enrocan” o sea they castle in.

John Fisher cuenta en su libro The magic of Lewis Carroll, la investigación del reverendo Ivor Davies que buceó en la biblioteca del poeta. Davies sugirió que Carroll no violaba las reglas sin que hubiese una trampa, una coartada o un mensaje escondido. El escritor se aficionaba a las cartas cifradas. Había que leerlas de abajo hacia arriba y de derecha a izquierda, pues la inversión afectaba al orden de las palabras pero no a su significado. Entre los libros que Davies encontró en la biblioteca estaban dos manuales del gran Howard Staunton y The art of Chess play de Walker. En uno de los libros de Staunton se puede leer que en su remoto periodo de nacimiento, el ajedrez fue un juego basado en el azar. El turno de las jugadas se decidía echando los dados. Tal vez en este azar radique la clave por qué las blancas tuviesen prioridad en la extravagante partida.

Taylor la interpretó como un símbolo antagónico entre el ala conservadora contra el ala radical de la Iglesia anglicana en Oxford. El autor nota que la dogmática Reina Roja siempre se sitúa espacialmente a la derecha de Alicia, mientras que la insegura Reina Blanca, se sitúa a la izquierda de la niña.

Algunos explicaron la posición como una alegoría política, la situación de las alianzas entre estados que dio origen a la Primera Guerra Mundial.

Hay interpretaciones aún más fantásticas. En su libro “Alice et le maître d’échecs” el ajedrecista Chistophe Leroy defiende la tesis de que el problema de ajedrez que plantea Carroll es en realidad una carta en clave en donde Carroll pide la mano de Alice Liddell. La batalla entre las rojas y las blancas es un símbolo amoroso, las blancas serían el amor puro mientras que las rojas representarían el amor pasional. Leroy también apuntala que el número 42 es la clave fetiche para entender al matemático.

En “Alicia en el país de las maravillas” hay 42 ilustraciones de John Teniell, además en el juicio contra Alicia el rey dice que el Artículo más antiguo del tribunal es el Artículo 42 que ordena a toda persona mayor de un kilómetro de altura abandonar la sala.

En el problema de ajedrez que nos ocupa, siempre según Leroy, al sumar los valores clásicos de las piezas que hay en el tablero después del enroque de las dos reinas obtenemos lo mismo.

3 reinas equivalen a:                                                              30 puntos

1 torre equivale a:                                                                    5 puntos

2 caballos equivalen a:                                                            6 puntos

La pequeña Alicia como peón equivale a:                               1 punto

________

Volia!                                                                          42 puntos

El juego se presenta en dos columnas de 10 y 11 semi movimientos (2 x (10+11) = 42).

El problema contiene 14 movimientos de las blancas y 3 movimientos de las piezas rojas (3 x 14 = 42).

Leroy alega que el personaje del caballero rojo es en realidad el autor en la forma de Lewis Carroll mientras que el caballero blanco es el autor en la forma de Charles Dogson y cuando este se encuentra con Alicia ya fuera del tablero, esto significa el fin de la relación niña adulto entre los dos. En esta jugada es justo cuando la suma de todas las piezas da como resultado 42.

Sobre los simbolismos en las letras escondidas y el movimiento de las piezas, el autor encuentra que:

El peón es Alicia. Los caballeros se mueven en forma de L (como el caballo) hacia ella. Y esa L es la “L” de Lewis, Love y Liddell. El caballero rojo hace jaque para capturar al peón Alicia.

El rey blanco sería el padre de Alicia, la reina blanca la madre mientras que la reina roja es la mismísima reina Victoria. La torre blanca sería la torre de Londres, metáfora de la censura sexual de la época victoriana, de la represión sexual del autor ante una sociedad que no puede comprender su amor por esa niña. Mientras que el rey rojo… ¿quién es el rey rojo?

Semejante numerología sería un alarde demencial sino es porque el mismo Carroll era un brillante matemático que jugaba con enigmas. ¿Lo resolvió Leroy?

¿Y si todo fue y es realidad? Dogson fue Carroll, un pervertido y santo pedófilo inocente, que escondía pistas en un complicado juego numerológico, un obseso de la semiótica más intrincada, un diácono tartamudo que rajaba prostitutas en Whitechapel, un autor rico, un hombre que le propuso matrimonio a su musa por medio de un problema de ajedrez fantástico.

O lo contrario.

Carroll le respondió a un amigo norteamericano que le preguntaba sobre el significado de su poema “La caza del Snark”:

Mucho me temo que no quise decir nada más que cosas sin sentido. Aun así, tú sabes, las palabras significan más de lo que nosotros deseamos expresar con ellas cuando las usamos; por lo que todo un libro podría significar mucho más de lo que supone el escritor. Así que, sean cual sean los significados que estén en el libro. Me alegra aceptarlos como el significado del mismo.

A final de cuentas, estamos en el país de las maravillas. [1]

 

 

[1] Para un excelente estudio sobre el ajedrez en la obra de Carroll recomiendo:

Carroll, Lewis; Alicia a Través del Espejo (Prólogo por Jaime de Ojeda); 1996; Alianza Editorial S.A.; Madrid.

El libro de Leroy lo puede consultar en línea:

Leroy Christophe;  Alice et le maître d’échecs, 2008. URDLA, Hudle.

 

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Filosofía y matemáticas (II)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¿Cómo podemos nosotros, como seres finitos, reconocer los objetos matemáticos y las verdades, si éstas se encuentran en las esferas celestiales de las ideas?

Tal pregunta era contestada por los pitagóricos y platónicos con la noción de intuición a través de la razón. Las ideas nos llueven desde el Tropos Uranos, el cielo, la verdadera realidad más allá de las apariencias materiales. De esta manera, las matemáticas conforman la base del idealismo. Esta filosofía es también la doctrina de una religión que fue absorbida tanto por el cristianismo renacentista como por el Islam, y dio los argumentos de una realidad cósmica que se puede comprender por medio de la inteligencia.

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Casi suena a dogma, y probablemente eso sean los axiomas. Un axioma matemático es una proposición tan evidente, que se considera que no requiere demostración. Los conjuntos de axiomas forman un teorema, que debe ser demostrado y fundamentado lógicamente. La obra magna de Euclides se fundamente en teoremas geométricos.

Pero, ¿la realidad puede ser matematizada tal cuál es?

Los aristotélicos lo dudaron. Para el mismo filósofo, la idealización carecía de sentido en la realidad. Fue el gran enemigo del número pitagórico y, tanto lo negó, que su Física carece de matemáticas. “En cuanto a construir los cuerpos físicos a partir de números, cosas que tienen peso y ligereza, a partir de cosas que no tienen peso ni ligereza, parecen estar hablando de otro cielo y de otros cuerpos, pero no de los sensibles. Todas estas cosas carecen de sentido, chocan entre sí y con el buen sentido” clamaba en contra de los platónicos.

Los constructivistas piensan que las matemáticas no tratan sobre la realidad. Ludwig Wittgenstein defendió que las verdades, expresadas en la lógica y las matemáticas, no son acerca de los números, series, o triángulos o cualquier otra materia específica, de hecho, no son sobre nada en absoluto. Así, las matemáticas no aportan pensamiento alguno, ya que las ecuaciones son tautológicas. Tal es la base del Formalismo, al cual se adhirió otro gran matemático como David Hilbert, para quien la verdadera importancia en la construcción de los saberes matemáticos no es el resultado numérico, sino la ley de cómo estructurar las relaciones entre los objetos matemáticos.

El debate se espesa cuando entra en escena la siguiente pregunta: ¿las matemáticas son lógicas? Tal pregunta fue abordada con una pasión fría y demencial por grandes figuras del siglo XX, como el mismo Hilbert, Frege, Whitehead y Bertrand Russell.

Russell, partiendo de la teoría de conjuntos de Cantor, encontró paradojas tan lógicas que resultan absurdas. En un sistema axiológico absoluto, cerrado, sin salidas, el sistema lógico puede resultar ilógico. Tal fue uno de sus hallazgos en su obra Principia matemática.

Se puede enunciar así: En un conjunto de hombres, uno de ellos es barbero. El axioma determina que los barberos solo pueden afeitar a las personas que no pueden afeitarse por sí mismas. Todos los hombres del conjunto deben estar afeitados. Pregunta: ¿Quién afeita al barbero?.

Las paradojas autorreferenciales son clásicas. Si usted, lector, le dice a su novia: Te estoy mintiendo. ¿Está usted mintiendo?. Es la clásica paradoja del cretense Epiménides, que afirmaba: “Todos los cretenses mienten”. Remito al lector a la paradoja del ahorcado, que Cervantes pone en boca de Sancho Panza en el capítulo LI de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha.

Ya sean paradojas semánticas, lógicas o matemáticas, estas remiten a la idea del infinito, tan defendida por Cantor y que nos causa terror sublime según Kant. Giordano Bruno había considerado necesario que la realidad fuese infinita; esa y sus ideas teológicas y atomistas, le costaron ser quemado por hereje en 1600. Escribió: “Porque así como estaría mal que este espacio no estuviera lleno, o sea, que este mundo no existiese, igualmente, por la no diferencia, está mal que todo el espacio no esté lleno y, por consiguiente, el universo será de extensión infinita y los mundos serán innumerables”.

A David Hilbert, como anti platónico, tal concepción le horrorizaba. Así le espeta: “el infinito, que es en realidad la negación de un estado vigente en todas partes, es una espantosa abstracción; tratable solamente mediante el uso, consciente o no, del método axiomático”.

Russell, con su ironía característica, resumió la complejidad de la idea en este aforismo: “Algunos de los posibles mundos son finitos, algunos infinitos, y nosotros no tenemos forma de saber a cuál de esos dos tipos pertenece el nuestro”.

El debate fue pensado en 1865 por un profesor de lógica matemática enamorado de una niña de 11 años, a la que le dedicó un libro ahora clásico. La tesis de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, es justamente la pregunta: ¿Es la lógica la que nos lleva a la locura, o la locura la que nos lleva a pensar que todo es lógico? Los personajes de esta ficción hablan con una lógica absoluta y Alicia piensa que están locos, pues ella cree que su lógica es absurda. Por el contrario, ella cree que es lógica, mientras que los demás personajes la consideran absurda y lunática.

El clímax del debate se debió a un genio que se dejó morir de hambre, en una triste tragedia mental. Kurt Gödel enunció en 1931 su teorema de incompletitud, donde analizó que los sistemas formales del tipo las paradojas de Russell, o son incompletos (no pueden demostrar todos los teorema ciertos) o son inconsistentes (contienen contradicciones). Así, la matemática, o no dice toda la verdad, o miente. No es posible probar la no contradictoriedad de un sistema formal. Ya que ningún sistema axiomático tiene todos los axiomas posibles, hay enunciados significativos que no se pueden refutar ni probar. Para que las matemáticas sean verdaderas  (coherentes), no deben ser lógicas. El axioma debe ser incompleto (no absoluto), si quiere evitar la paradoja.

Einstein lo resumió de esta manera: “Tanto como las leyes matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas. Tanto si son ciertas, no se refieren a la realidad”. Esta afirmación parece poner a Einstein del lado de los anti platónicos, pero aquí hay una contradicción. ¿Por qué describió sus modelos físicos con ecuaciones matemáticas? ¿Es sólo un juego? ¿Se burló de nosotros?

Para evitar esta contradicción, Putnam propuso el realismo matemático en 1975, que, a fin de cuentas, resulta una postura platónica. Aunque el matemático sepa que los números no son ontológicamente reales, debe tratarlos como si lo fueran. “No es posible ser un realista respecto a la teoría física y ser nominalista respecto a la teoría matemática”. Según él, este realismo es la única filosofía que no hace del éxito de la ciencia física, un milagro.

¿Si la realidad es cosmos, podría ser tan racional y matematizable que, en el límite, no habría distinción alguna entre matemáticas y realidad?

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Filosofía y matemáticas

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los resultados de los matemáticos: ¿son construcciones mentales que no tienen auténtica realidad?  ¿O son verdades que estaban antes del humano, verdades cuya existencia es independiente del humano? ¿Es una ciencia o un lenguaje? ¿o ambos?

En el Discurso del método, Descartes aseguró que su método basado en las matemáticas, podría utilizarse para descubrir todas las cosas que puede conocer el hombre. ¿Es eso cierto? Apuntala la creencia filosófica de que todo lo real es racional y matematizable, tan racional y matematizable que, en el límite, no hay distinción alguna entre matemáticas y realidad.

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¿Todo hecho real es matematizable?

Las matemáticas tratan de relaciones, de estructuras; y la noción de un cosmos nos remite a que podemos estructurar la realidad, por lo tanto esta realidad sí sería matematizable. Es por eso que las matemáticas representan un lenguaje universal para las distintas ciencias.

Bertrand Russell definió a las matemáticas como “Una ciencia en la que nunca se sabe de qué se habla, ni si lo que se dice es verdadero “. Gran frase que sintetiza los principales problemas filosóficos sobre esta disciplina artística, a saber:

¿El humano inventa las matemáticas o las descubre?

Se puede clasificar a los polemistas en dos grupos generales: los platónicos y los antiplatónicos. Los platónicos creen que la verdad matemática es real y va más allá de las construcciones humanas; por lo tanto es absoluta, y existen los conceptos matemáticos fuera de la mente del hombre. Por supuesto Pitágoras y Platón caen en esta clasificación, también mentes notables como las de Roger Penrose, Newton, Galileo y la mayoría de los físico matemáticos.

Por el contrario, los antiplatónicos (constructivistas) sostienen que las matemáticas son una invención humana que sirve de herramienta. Es lenguaje, a veces lógico y a veces no. Wittgenstein y David Hilbert destacan entre ellos. Pero hay otras posturas que cabalgan entre las dos precedentes. Los empiristas piensan que los conceptos son objetos mentales que existen como ideas, sensaciones o imágenes y estas deben considerarse reales. Aristóteles pensaba así aunque se mofaba de las creencias pitagóricas.

Hay una propuesta de Mario Bunge– una cuarta vía- llamada conceptualista ficcionista materialista. En ella se considera a los objetos matemáticos, no como ideas, sino como conceptos ficticios inventados por los humanos, como una herramienta útil. Esta postura podría englobarse dentro de la filosofía antiplatónica.

Las matemáticas son la máxima expresión del idealismo; a veces definida como la ciencia de las construcciones posibles, y su objetivo es encontrar las diferencias entre las magnitudes percibidas por los sentidos y las magnitudes ideales.

Desde su origen histórico, las matemáticas son una expresión del pensamiento mágico y su génesis es poética, pues se basa en la creencia de que los números son uno de los conceptos más perfectos, y por lo tanto, esconden una relación mística con los eventos, los seres vivos y las “fuerzas físicas y espirituales”.

Es por ello que los matemáticos de la antigüedad, han tenido una gran relación con los magos y bajo su abrigo se instituyeron religiones como la secta pitagórica. Tal pensamiento conceptual puede ser propio de los humanos, quizá de algunos homínidos ancestrales. El hueso de Ishango, descubierto en 1950 en el Congo, un hueso de babuino con muescas que indican números primos, es uno de los primeros indicios de cálculo matemático de hace 25 mil años.

El caso es que no hay cultura sin nociones numéricas. Los Sän del sur de África –llamados bosquimanos- solo cuentan hasta tres: 1, 2, 3 y…fin. Un bosquimano puede decir que hay tres leones pero cuando ve una manada de ellos dice “hay un infinito de leones (aunque solo sean cuatro)”. Mientras que los indios antiguos tienen números gigantescos, lo que concede su mitología. Según los Vedas, cuatro yugas, o edades, se repiten en un ciclo interminable de 4 320 000 años. Pero eso es un suspiro, los indios  tienen nombres para súper números, como el Padm (10 15 = Mil billones) o el Mahashankh (10 19 = diez trillones).

La ciencia matemática fue esotérica durante miles de años. Solo los iniciados entraban al mundo de las armonías y las relaciones. El Papiro de Ahmes del siglo XVI a.C, nos ilumina sobre el pensamiento egipcio al anunciarse como la Clave para entrar en conocimiento de  todas las cosas existentes y de todos los oscuros secretos y misterios. ¿Quién no querría poseer tal poder? Pues el caso es que dicha llave no es más que aritmética básica, fracciones, cálculo de áreas, volúmenes, progresiones, repartos proporcionales, reglas de tres, ecuaciones lineales y trigonometría. De ahí el poder de los sacerdotes o magos egipcios que, -como ingenieros- sabían modificar la realidad militar y tecnológica; construir templos, pirámides, artilugios, dividir las tierras fértiles, y muchas cosas más, que les proporcionaban superioridad frente a un pueblo fanatizado e ignorante.

Se han encontrado tablillas babilónicas que tratan de resolver la  y se acercan notablemente al resultado; y otras, con relaciones logarítmicas exponenciales sin un fin práctico aparente, lo que sugiere ya investigación de ciencia pura.

En China, el libro de las adivinaciones o profecías, el I Ching o I King, libro del 2500 a.C, es otro ejemplo de numerología ligada al concepto cósmico. La leyenda presenta al mítico emperador Fu Hi, un hombre serpiente que vio emerger del Río Amarillo a un dragón, en cuyo lomo se representaba el Pa kua, símbolo del cosmos o “secuencia del cielo tardío” mediante ocho trigramas o agrupaciones de tres líneas. Al centro la esfera del Yang y el Ying, la dualidad del universo, el lado luminoso, seco y masculino de la montaña, y el lado sombrío, húmedo y femenino de la montaña. Opuestos, interdependientes y capaces de transformarse uno en el otro, estos símbolos eran el reflejo del cielo.

Tal revelación del cambio, la consignaban los sacerdotes mientras arrojaban grupos de tres palillos o fichas y los grababan en caparazones de tortugas (representación del dragón acuático). Este método daba como resultado 64 configuraciones diferentes de seis líneas llamadas hexagramas, que representaban  múltiples escenarios, los elementos míticos, las cualidades personales, las estaciones, los puntos cardinales o los miembros de una familia. El azar con que caían los palillos no significaba desorden, sino un determinismo cósmico, por eso se consultaba a los caparazones como oráculos que profetizaban lo eventos trascendentes.

Algunos han visto secuencias binarias en el I Ching. Uno de ellos fue Leibniz, cuando en 1700, el jesuita Joachim Bouvet llevó a Alemania diagramas de los hexagramas. Leibniz buscaba un sistema de comunicación universal más allá de los idiomas, el cual permitiera a los filósofos de cualquier cultura comunicar ideas abstractas. Estaba trabajando en su propio sistema de números binarios cuando quedó fascinado por el I Ching.

Martin Schönberger, en  1979, relacionó la estructura del ADN con el I Ching, clamando que las cuatro posibilidades yang-estable/yang-móvil y yin-estable/yin-móvil, correspondían a  los nucleótidos A, G, C y T. Estos nucleótidos se agrupan en tres, lo que se conoce como codones. Hay 64 combinaciones de los codones para sintetizar proteínas como 64 hexagramas del I Ching.

¿Y eso qué? Usted lector, llegue a las conclusiones que se le dé la gana.

Lo cierto es que en la China antigua, las matemáticas fueron un cuerpo de resolución de problemas muy avanzado; la teoría de las marices propuesta por el genial James Joseph Sylvester, en 1858, ya se definía en el libro del siglo III a.C Chiu Chang Suan Shu (Los nueve capítulos sobre arte matemático).

Cuando el cero aparece en las matemáticas indias, está ligado en su origen a la religión hindú, a su filosofía o a las prácticas ascéticas.  El antiguo símbolo bindhu, es un punto en el centro de un círculo que simboliza el vacío o la negación del yo. En ese contexto ya alguien puede pensar en el cero.

Estos saberes se ven ya sincretizados en la secta pitagórica. El legendario Pitágoras, divinizado y exaltado, es probablemente una figura mítica al que se le atribuye el mismo concepto de filosofía. Siendo así, la filosofía está más que hermanada con las matemáticas.

Máthēma significa estudio y estaba ligado estrechamente a la Musiké, lo inspirado, lo que se revela y no puede ser estudiado. De esta forma, se piensa que las matemáticas son, tanto el producto de un estudio intenso como de inspiraciones súbitas. Los matemáticos eran los conocedores del verdadero conocimiento esotérico, destinado a pocos iniciados, mientras que los acusmáticos solo escuchaban, oían y callaban, y no alcanzaban ese conocimiento profundo, por eso su saber era exotérico. Con el tiempo un acusmático podía adquirir el conocimiento suficiente para convertirse en matemático, entrar al templo y adquirir la verdad del maestro.

¿Cuál era la verdad? Todo es número.

He ahí la verdad absoluta de Pitágoras que sus discípulos juraban no revelar; no hay que arrojar perlas a los cerdos. Juraban por la sagrada Tetraktys, triángulo formado por los primeros cinco números que simbolizaba el eterno retorno; todo proviene del uno, por el uno, para el uno y vuelve al uno.

Pero, ¿qué es un número?  Para los pitagóricos el número es la relación entre dos ideas. O sea,  una relación entre dos formas. Tal concepto implica un mundo geométrico. Por ello, el dogma de esta secta era que todo se puede demostrar usando diagramas formados a partir de copias de formas básicas, es decir: dos longitudes cualesquiera serían múltiplos enteros de una longitud común. Esto implica que todas las longitudes serían racionales.

La música sagrada se basa en la armonía, y parte de la idea que las longitudes de las cuerdas que emiten sonidos armónicos, guardan entre sí relaciones numéricas simples. Si la música se podía explicar mediante cocientes de números enteros, el universo entero también podría explicarse con ellos. La sinfonía cósmica o la música de las esferas se deduce. Si los astros son esferas giratorias, entonces sus radios sobre las cuales se mueven en su giro en torno a la Tierra, están relacionados entre sí, tal como lo están las cuerdas de un instrumento musical.

¡Por eso la novena sinfonía de Beethoven nos remite al cosmos! O parafraseando a Cioran: Dios se descubrió a sí mismo cuando escuchó la música de Bach.

Según la leyenda, Hipaso –maestro de Heráclito y uno de los acusmáticos pitagóricos-, descubrió que este dogma era falso, al demostrar que la diagonal de un cuadrado  no es una fracción exacta, o que  es un número irracional. Parece que a los hierofantes del número les ganó el fanatismo, pues le acusaron de difundir un conocimiento secreto y le arrojaron del barco donde navegaban, para que las olas se tragaran para siempre al hereje.

Pero el mar no se tragó la consecuencia, la ruptura entre la geometría y la aritmética derrumbó la fe pitagórica. No obstante, la idea de armonía en el cosmos supervivió como una prueba del orden divino, de los dioses o de Dios como un gran geómetra y fue incorporado a la teología y la estética de las artes.

Los poliedros regulares formados de caras idénticas, que poseen todos los tipos de simetrías que existen en el espacio (respecto a un punto, respecto a un eje y respecto a un plano), conocidos como sólidos platónicos también simbolizaron durante milenios los elementos míticos, la tierra el agua, el aire y el fuego, mientras que el icosaedro se consideró la quintaescencia, una sustancia hipotética, éter o el elemento dominante de los otros elementos.

Continuará en la segunda parte

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