Inteligencia artificial. Un debate filosófico y ético

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Vivimos en una era prometeica. El hombre ha pasado de ser un descubridor a un creador. Como un demiurgo semi ciego y desatado, construimos espejos donde mirarnos y las pesadillas y augurios del pasado son ya tema ético al presente.

¿Qué es la inteligencia? Una facultad práctica para resolver problemas a través de la acción, de escoger entre diversas alternativas. Por lo tanto es subjetiva, imposible de medir objetivamente a pesar de diversos tests lógico matemáticos e inconstante. La raíz latina inter -entre- y legere -leer o acumular-, designa esta potestad; filosóficamente podría ser sinónimo de entendimiento.

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Parménides y Anaxágoras definieron el entendimiento como la facultad de pensar relacionándola a un modelo cósmico; función ordenadora de la realidad. Menos idealista es la noción del entendimiento como actividad técnica del pensar. Noción propuesta por Aristóteles como una facultad.

Pensar, para Descartes, era lo mismo que sentir. Definamos entonces pensamiento a partir de la neurobiología. Pensamiento es el flujo de imágenes mentales. Se entiende imagen no sólo la visual, sino todas las pautas mentales provenientes de los sentidos, pautas auditivas, olfativas, somatosensoriales y gustativas. Así, toda imagen proviene de los cerebros, por ende de la actividad neuronal. Esta concepción es de Antonio Damasio y partiré de allí por ser una noción materialista. Vivimos en un mundo material y real, somos cuerpos y construimos y programamos otros cuerpos artificiales.

¿Piensan entonces, las computadoras, los robots, los softwares?  Sí y no, dependiendo la postura filosófica  a la que uno se adhiera.

Piensan como sucesión de pautas de ejecución respondiendo a estímulos que perciben por medio de sensores y calculan probabilidades. Las redes neuronales artificiales son modelos computacionales que aprenden, clasifican, buscan patrones y escogen. Desde 2012 se han usado como un software programado para encontrar moléculas que pueden desarrollar medicamentos. También se usan para diagnosticar cáncer de pulmón, próstata y recto.  La posibilidad de que estas redes evolucionen ha dado origen a la robótica evolutiva mediante algoritmos genéticos que se someten a acciones aleatorias.

Interesante es la pregunta de si los programas desarrollarán una conciencia. Este concepto es propio de un debate de siglos. La conciencia como el diálogo del alma consigo misma o la mente que se sabe mente es una noción estoica. Fue Crisipo quien separó la conciencia del pensamiento. ¿Puede haber pensamiento sin conciencia? Por supuesto, los estoicos defendían que los hombres la poseen pero las bestias no. Por tanto, la razón estoica era basada en causas efectos y el hombre consiente de ellos. Esa filosofía fue también defendida por los neoplátónicos y así llegó al Cristianismo.

Los materialistas científicos como Comte o Pavlov rechazaron que exista alguna conciencia. Tan sólo hay pensamiento  y es únicamente producto de estímulos externos que podemos medir de manera objetiva. Roger Penrose sugirió que la conciencia era sinónimo de conocimiento. Siendo así, los programas ¿conocen, o simplemente calculan y ejecutan tareas? ¿Llegará el día en que conozcan algo, o conocerán que conocen?

La cuestión no es sólo si desarrollarán conciencia sino de qué tipo. La inteligencia artificial se basa en algoritmos, una razón lógica matemática que evolucionará en grados. Pero en el caso de los humanos esta es un tipo de razón de las muchas maneras que tenemos de pensar. Razón es ratio, cálculo, y considerar al humano como un ser racional es vago, limitado y simplista. ¿Usted, Lector, toma las decisiones con base en razones matemáticas? Lo dudo, y si lo hace, lo hace en pocos momentos. Lo cierto es que no somos seres racionales, casi nunca lo somos, somos seres pasionales, no sólo pensamos racionalmente; la irracionalidad, la inconciencia, las emociones derivan de nuestro cuerpo y nos vuelve impredecibles, falibles, caóticos.

No somos redes neurales numéricas, sino celulares. Nuestras neuronas sintetizan transmisores, cocteles químicos que cambian nuestros ánimos, nos drogan, nos estupidizan, nos deprimen, nos exaltan. Pensamos con el hígado, con los músculos y con las gónadas, las hormonas fluyen por nuestra sangre y nos trastornan. Cómo cualquier mamífero buscamos alcaloides que nos neuroexaltan o neurodeprimen. Los delfines se drogan con toxinas de peces globo, los gatos con caolín y los lémures con veneno de ciempiés. Nuestros cerebros funcionan como fibras palpitantes que se rigen en pos y bajo las emociones, no es un lenguaje pitagórico y lógico.

Nuestros nocireceptores nos provocan dolor pero no es una mera señal sino que se potencia hacia el sufrimiento, la exaltación o el éxtasis.

En cambio, las máquinas tendrán una conciencia (o pensamiento) fría, hiper racional, cósmica que los humanos no podrán entender.

¿Recuerda, Lector, el famoso match entre la Deep Blue de IBM y el entonces campeón de ajedrez Gary Kasparov, en 1997? En la primera partida el programa realizó un movimiento absurdo. Tenía dos torres en contra de una torre y un alfil de Kasparov. Pero los dos peones adelantados del campeón le aseguraban la victoria. El programa movió su torre hacia una posición absurda. Kasparov se obsesionó con tal movimiento creyendo en que la máquina era genial, escondía tal movimiento una táctica suprema y desconcertante. Aunque ganó la partida, el humano ya no pudo descansar, se le veía nervioso, dudaba, sudaba, cometió errores y terminó perdiendo el match.

Kasparov acusó a los programadores de hacer trampa, según él, detrás del programa había grandes maestros escondidos que urdieron un complot en su contra, ya que el programa jugaba cada día de forma más agresiva. Lo cierto es que la máquina había cometido un error, un bug, un movimiento al azar para no perder por tiempo pues de todas formas la partida estaba perdida. Al final, la máquina ganó el match, pero para ella el triunfo no significaba nada más que una posibilidad de dos. En cambió para Gary significó frustración, rencor, deseo de venganza; humillación.

Dos tipos de pensamientos distintos que evolucionarán en direcciones opuestas. Ahora, ¿realmente sucederá eso?, o ¿es sólo una paranoia derivada de un antropocentrismo recalcitrante?

Más interesante será la cuestión ética. En la actualidad usamos programas para curar enfermedades y drones para matar más gente. Los programas de reconocimiento facial son una herramienta para sojuzgar y controlar, en países como China, con un autoritarismo espantoso, las cámaras registran y reconocen a cada ciudadano en cada momento. Espionaje, tortura, matanza irán de la mano con diagnósticos, eficiencia y progreso benéfico. El problema ético no es en sí la tecnología sino el uso que hacemos de ella.

Otro aspecto es cómo afecta nuestra conducta la interacción con nuestras propias herramientas. Una co-evolución mental lleva consigo dilemas éticos interesantes. En 2018 se abrieron burdeles en EU y Rusia que ofrecen sexrobots o robots sexuales. En algunos estados, la legislación los ha prohibido. Estos robots con diversas formas tienen un software que les permite conversar, poseen sensores de temperatura y diversas cualidades. ¿Cuántos humanos se enamorarán de programas matemáticos? ¿Cómo afectará esto a los amantes? Diversas empresas ofrecen también robots con forma de niños pequeños. Esto horroriza a algunos bajo el argumento de la perversión mientras que otros alegan que es una opción para proteger a los niños reales de los pedófilos.

Más fantástico es imaginar que los programas desarrollarán su propia ética, o hasta una moral autónoma. Es dudoso, la ética tiene su origen en nuestra mortalidad y sufrimiento. ¿Tendrán los programas una noción de la muerte? ¿Podrás sufrir matemáticamente?

Los prolegómenos son fascinantes y el debate está abierto. Cualquier cosa que el humano se imagine querrá hacer. ¿Se podrá? ¿Hacia qué nuevas historias llevará este germen tecnológico? ¿Hacia distopías horrorosas o meras decepciones técnicas?

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

Doctor en Ciencias Marinas. Recibió el Premio Internacional de Divulgación Científica “Ruy Pérez Tamayo” en 2012. Entre sus libros sobre temas científicos destacan “Tiburones, supervivientes en el tiempo” y “Ensayos en Filosofía Científica” en coautoría con David Siqueiros.

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