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Nueve días, 36 años sin Juan Rulfo y una vuelta de tuerca a Henry James

FOTOS: Internet.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El cine y la literatura están imbricados por las historias, son prácticamente la misma cosa. Cuando uno se topa con un gran libro o una buena película, las horas cotidianas adquieren matices y nociones nuevas de la realidad, que no sólo nos dan un punto de vista, sino una experiencia de algún tipo que nos conmueve o nos hace reflexionar en torno al asunto de la existencia.

Hace algunos años, allá por 2002, vi Los otros (The Others, 2001, España-Estados Unidos), un filme del hispano-chileno Alejandro Amenábar (Tesis, 1996; Abre los ojos, 1997), quien siempre se ha caracterizado por el cine gore o temas fantásticos; estuvo protagonizado por Nicole Kidman, Alakina Mann, James Bentley y Fionnula Flanagan, entre otros. Mientras la veía, no dejé de pensar en el Pedro Páramo (1955) del mexicano Juan Rulfo (1917-1986). Había tantas coincidencias y paradigmas que se acoplaban perfecto, que hasta llegué a pensar que se inspiraba en ella —incluso, en el plagio. No fue el caso, pero los puentes eran en realidad sorprendentes: la muerte como centro motor de las relaciones.

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Así que me puse a indagar. Debo decir que tenía el vano deseo de que sí hubiera alguna relación con la obra de Rulfo (por aquello de que es mexicano), pero me encontré con que Los otros no estaba basado en ningún relato, antes bien en el cuento de Henry James, Otra vuelta de tuerca, que yo había leído años atrás y del que ya no me acordaba. Así que lo leí de nuevo; encontré que en realidad no había mucho de dónde cortar, pero sí había cierta inspiración y una influencia muy forzada, que el propio director no ha negado esas posibles semejanzas. La película de Amenábar era un relato propio, como casi todos sus guiones, con los que saltó a la fama, desde Tesis, en 1996.

Y tal vez esas relaciones entre obras no es otra cosa que la vuelta en círculos que damos al ser creadores, pues los temas universales son inherentes a nuestras preocupaciones estéticas y filosóficas: en algún punto tendemos a cruzarnos, al grado de que hasta pareciera la misma historia contada de modo diferente. No obstante, no es así, sino que la propia condición humana nos somete a paradigmas que no hemos resuelto como especie, y que quizá por ello se diga que la historia tiende a repetirse. En Pedro Páramo no existe un limbo, un infierno, sino muertos conviviendo entre murmullos como si de la vida se tratara, lo cual nos hace inferir que son la misma cosa, donde trasladamos a la muerte lo que hemos repetido como vivos, de generación en generación.

Me viene a la mente Juan Rulfo porque en estos días su cumplieron treinta y seis años de su fallecimiento, el 7 de enero de 1986. En las redes lo han estado recordando con afecto y admiración. No se puede evitar el regreso a sus libros, a su poética particular que ha influido a tanta gente. Bueno, el asunto es que justamente ayer me encontré con una película que no tenía gran publicidad: Nueve días (2020), del escritor y director brasileño-japonés Edson Oda, pero de la que se comenzó a hablar desde el Festival de Cine de Sundance; lo vinculé indirectamente con la obra de Rulfo.

Edson Oda se ha especializado más en cortometrajes, videos de corte comercial y musicales (algunos premiados), por lo que este sería su primer película en forma, que según la crítica especializada ha logrado una obra metafísica y convincente, arriesgando una voz poética en la estructura y atreviéndose a cerrar con el Canto a mí mismo de Walt Whitman, que resulta un deleite y para nada fuera de contexto, pues resulta un remate estrujante y conmovedor. Al menos a mí me dio mucho sentido la fuerza de las palabras, precedidas de una historia profunda y al mismo tiempo poseedora de una simpleza genial. Por otro lado, si la vida tuviera algún significado, tendría que ir soportado por ese poema de Whitman, que me impactó desde la adolescencia, y que incluso hice una paráfrasis, perdida en una revista paceña de la década de los ochenta.

Nueve días no era una historia sobre la muerte. O mejor sí, sobre la muerte y la vida. Mientras la veía recordé lo que les conté al inicio de esta nota: ahí estaban Rulfo, Amenábar y hasta Henry James. Bueno, no exactamente los tres, sino más bien Rulfo, que derivó en una memoria más amplia de los otros autores. Nueve días es un drama que está mezclado con cuestiones fantásticas y que de alguna forma se inspiran (otra vez esa costumbre que da vueltas y vueltas sin descanso), dicho por el propio Edson Oda, en trabajos como El árbol de la vida, del estadounidense Terrence Malick, y Después de la vida, de la polaca-estadounidense Agnieszka Wojtowicz-Vosloo.

Nueve días es la historia de un hombre que le hace entrevistas a posibles candidatos que van a nacer, y para ello deben pasar varias pruebas durante nueve días hasta que obtengan el permiso para entrar a la vida. Este hombre, Will, es quien dirige esta aduana donde todos quienes desean una oportunidad de vivir, deben demostrar que tienen la fuerza, la capacidad de resistencia y el entendimiento de que la existencia en ese mundo nuevo los someterá a distintos aspectos de la vida orgánica y el placer de sentir la naturaleza y los sentimientos de otros seres humanos. Will les impondrá una serie de estrategias para colocar a esas almas al límite y ver si podrían resistir, una vez que adquieran forma corpórea.

Los aspectos emocionales, espirituales, filosóficos, sociales que nos ofrece este filme de Edson Oda sin duda logran engarzarnos con otros de la vida cotidiana, a través del mismo arte y de nuestras relaciones humanas. Así que no solo sería un recorrido por esta historia de nueve días, sino el volver a Pedro Páramo, a Rulfo, a Henry James para tener la memoria fresca de que el dulce huracán de estar vivos es toda una proeza que solo las historias y la poesía pueden contar.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




35 años de la muerte de Juan Rulfo; 70 de “¡Diles que no me maten!”

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En enero de este año se cumplió el 35 aniversario luctuoso de Juan Rulfo, y en agosto serán los 70 años de haberse publicado uno de sus primeros y monumentales relatos: ¡Diles que no me maten! Esto es un buen pretexto para volver a leer a una de las más grandes figuras literarias de América Latina, y de paso, recordar por qué llamamos “clásicos” a ciertos nombres y obras que al paso del tiempo, desde la posteridad, nos estremecen y enseñan lo que es el verdadero genio artístico.

Juan Rulfo nació en Apulco, Jalisco en 1917 y murió en la Ciudad de México en 1986. Sin duda, su nombre se asocia a El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), que forman básicamente toda su obra: un conjunto de cuentos y una novela, pero en ellos está consumado todo lo que un escritor sueña lograr: temas y personajes que se convierten en un referente histórico y un estilo único que trasciende al punto de convertirse en una escuela.

 

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En su narrativa se pueden ‘ver’ los restos de La Revolución Mexicana: las ruinas, los silencios y los muertos habitando los desiertos. Sus relatos son cortos y narrados con tan extraordinaria sencillez —con la oralidad simple del campesino o el hacendado—, que resulta asombroso concebir todo lo que logra con pocas palabras. A través de los pasos de los personajes miramos el paisaje pelón y caluroso del campo o las casuchas que sobrevivieron a una guerra que, además, más que un triunfo revolucionario parece haber sido una masacre por nada. El drama de la desigualdad postrevolucionaria está perfectamente retratada.

La súplica inmortal

Publicado en la revista América en 1951 —e integrado al libro El llano en llamas, publicado dos años después— ¡Diles que no me maten! puede considerarse uno de sus primeros pero más sólidos relatos. El cuento completo puedes leer de un tirón en este enlace. 

—¡Diles que no me maten, Justino! Anda, vete a decirles eso. Que por caridad. Así diles. Diles que lo hagan por caridad, arranca el cuento en voz de Justino Nava, quien mató a machetazos a Lupe Terreros, un hacendado que no quería dejar que el ganado del primero entrara a alimentarse a sus tierras. 35 años después de este crimen, ocultándose de a ratos en la maleza del monte, el hombre creía haber escapado de la venganza, pero no es así: un sargento, hijo del asesinado, lo manda llamar para matarlo por la muerte de su padre.

De principio a fin, a siete décadas de publicado, la tensión dramática está perfectamente trazada como una lección maestra para cualquier escritor contemporáneo. Tenemos la intuición del final, pero el suspenso y la esperanza nos hace seguir leyendo la desventura de Juventino, quien le pide a su hijo que implore por su vida; más tarde, el vengador y el incriminado ni siquiera se ven las caras, pues el sargento desde una pared de carrizos daba las órdenes. Ahí los imaginamos como dos personajes kafkianos: un viejo suplicando por su vida y un soldado que ni lo ve —ni estuvo presente en el crimen que motiva estos hechos— que lo destina al paredón de fusilamiento.

No tardarás, queridos lector y lectora, ni veinte minutos en leer este cuento, y recordar a uno de los más grandes de la literatura mexicana y uno de sus primeros portentos de la narrativa. Juan Rulfo escribió que no mataran a Juventino, pero sus letras ya lo han consagrado a la eternidad.

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Juan Rulfo y su primera novela… que quemó él mismo

Juan Rulfo. Fotos: Internet.

Colaboración Especial

Por José Leónidas Alfaro Bedolla

 

“Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera”. Pedro Páramo.

 “Después de tantas horas de caminar sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una semilla de árbol, una raíz de nada, se oye ladrar los perros…” Nos han dado la tierra en El Llano en llamas.

 

San José del Cabo, Baja California Sur (BCS). Juan Rulfo (1917-1986) cumplió el primer centenario de su nacimiento. Nació en Apulco, Jalisco, el 16 de mayo de 1917. Sus padres fueron gente acomodada, pero lo dejaron huérfano cuando él apenas tenía 6 años. Bajo aquella circunstancia, fue internado en un colegio de Guadalajara.

A la edad de 17 años, su tío, el coronel David Pérez Rulfo lo llevó a vivir con él a la Ciudad de México. Al cumplir los 20 años, le consigue un trabajo en la Secretaría de Gobernación. Allí conoció a Efrén Hernández y a Jorge Ferretis, ambos, escritores que habían logrado escalar un poco, el primero como cuentista y el segundo como novelista. Fue Efrén quien se dio cuenta de las cualidades de Rulfo, y le compartió de su experiencia.

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El primer trabajo que desarrolló fue una novela que intituló: El hijo del desaliento. Por consejo de su tutor literario, envió un capítulo de aquella novela a revistas, pero no obtuvo respuesta. Por esta razón, la quemó. Sólo dejó un capítulo que le pareció que valía, y años después lo publicó. Sin embargo, llegó a la conclusión de que su quehacer de escritor no lograba nivel. Él mismo expresó al respecto: “Mi trabajo no convencía porque sólo quería desahogarme por medio de la soledad que había vivido, no en la ciudad de México, pero desde hace muchos años, desde que estuve en el orfanato. Yo estaba solo en la ciudad, una ciudad burócrata. Yo no conocía a nadie, así que después de las horas de trabajo me quedaba a escribir. Precisamente como una especie de diálogo conmigo mismo. Algo así como querer platicar un poco. En mi soledad en que yo… con quien vivía. Se puede decir: yo vivía con la soledad. El hombre está solo. Y si quiere comunicarse lo hace por los medios que están a su alcance. El escritor no desea comunicarse, sino que quiere explicarse a sí mismo. De eso se trataba en esa novela que yo destruí, porque estaba llena de retórica, de ínfulas académicas, sin ningún atractivo, más que el estéticado y lo declamatorio en su lenguaje, del cual me daba exactamente cuenta. Creo que me estaba llenando de retórica por andar en la burocracia. Me estaba empapando de ese modo de tratar las cosas. No era lo propio, como yo quería decir las cosas”.

En 1945 ingresó como vendedor de llantas a la Goodrich-Euzkadi, pero siguió insistiendo en escribir, también le escribía cartas a su novia, Clara Aparicio, con quien se casó el 24 de abril de 1948, y se la llevó a vivir a la Ciudad de México. Insistió en su preparación y prácticas literarias, obtuvo una beca en el Centro Mexicano de Escritores, y en 1953 publicó su libro: El Llano en llamas cuyo título es el nombre de uno de los 17 cuentos de aquel volumen.

Con este logró darse a conocer y confirmó la beca que le permitió dedicarse con más intensidad a su afición literaria. Laboró como fotógrafo en la Comisión del Papaloapan, y en el Instituto Nacional Indigenista como responsable de las ediciones. Al publicar Pedro Páramo en 1953, se reafirma como escritor; logra el premio Xavier Villaurrutia y forma parte del boom de escritores hispanoamericanos, quienes consiguen hacer que el mundo, principalmente el europeo, voltee hacia América Latina, y ponen atención a escritores como Octavio Paz, Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Juan Donoso, Miguel Ángel Asturias, Gabriela Mistral —quien es distinguida con el Premio Nobel de Literatura, y años después lo consiguen Asturias y Paz.

En esta etapa, Juan Rulfo logra sonadas apariciones en la prensa mundial, viaja por Europa, Estados Unidos y América Latina; aunque de carácter serio, se abre camino exponiendo su talento. Cientos de periódicos, revistas, videos y ensayos sobre su obra, registran su talento. Pedro Páramo está considerada como la novela de más influencia en el idioma latino. Y varios de sus cuentos han sido llevados, igual que la novela al cine. Pero lo más relevante es que han sido motivos de estudio y análisis en foros internacionales, lugares donde ha sido reconocido como el más brillante de los escritores del mundo hispano.

Antonio Millán, crítico literario, en la revista Cuentos No. 48, basado en el cuento Macario, dijo: “Juan Rulfo se ha distinguido desde sus primeras letras publicadas por una fresca sencillez soleada de tierra provechosamente llovida y por una hondura de visión poco comunes en nuestro medio literario, dentro del cual habrá de ocupar tarde o temprano el puesto que le van ganando sus pensamientos”.

Este vaticinio se cumplió con creces. Juan Rulfo con su alcance creativo, logró la gloria personal, y también la de un país que en aquellos años, debido a la imagen proyectada por el cine, se creía en el resto del mundo, que éramos una nación de retrasados que sólo bebíamos tequila hasta explotar en sainetes que terminaban en un tenderete de muertos. La influencia de Rulfo en compañía de Octavio Paz y Carlos Fuentes, lograron proyectarnos una imagen más civilizada, eso fue por espacio de tres décadas 1950-1970, tiempo en el que se da el famoso “milagro mexicano”, tiempo en que los gobernantes tuvieron el acierto de catapultar al país hacia niveles de verdad progresistas.

Por desgracia aquel avance se detuvo, una banda de maleantes impulsada por la mente asesina de Gustavo Díaz Ordaz, cambió el destino de nuestra nación. De aquél engendro, han surgido, como una hidra venenosa, personajes como Carlos Salinas de Gortari que ahora comanda el Cartel más despiadado, nos ha sumido, a base de terrorismo, en el miedo, la desesperanza y el odio. El pasado 15 de mayo de 2017, lloramos de rabia y dolor porque nos han arrebatado a nuestro amigo Javier Valdez Cárdenas, un periodista valiente, un mexicano que entregó su vida por un México justo y progresista. ¡Javier, siempre estarás con nosotros!