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El arcoíris no tiene siete colores

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Salga a la calle, lectorpe y pregunte al primer transeúnte cuantos colores tiene el arcoíris y le apuesto a que un porcentaje mayor al 50 por ciento le contestará que siete. El arcoíris puede definirse como un fenómeno meteorológico originado por la descomposición de la luz solar en el espectro visible. Y aunque infaustamente, ha sido secuestrado como un símbolo por los que creen en divinidades desérticas como un pacto o por grupos ideologizados que defienden sus posturas sexuales; el arcoíris —desde una visión estética—,  es un fenómeno óptico.

Isaac Newton, en 1667 colocó un prisma delante del rayo de luz, de modo que lo atravesara y reflejara la luz en la pared opuesta, a siete metros de distancia. En la pared aparecían los colores del arcoíris de forma alargada. Uno sobre otro identificó siete diferentes colores en él; rojo, naranja, amarillos, verde, índigo y violeta (púrpura). En aquel entonces regía una propuesta de Descartes: la luz estaba compuesta por pequeños corpúsculos; los colores eran mezcla de luz y oscuridad, en distintas proporciones. Newton concluiría lo mismo que Descartes, pero iría más allá. El 6 de febrero de 1667, envió a Oldenburg un escrito titulado Theory of Light and Colours que fue leído por los miembros de la Royal Society.

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En él,  Newton afirmaba que los colores son propiedades originales e innatas que en rayos distintos son diversos y que la luz es un agregado confuso de rayos dotados de todo tipo de colores. Ese fue el trabajo que sacó a Sir Isaac del anonimato y lo catapultó a la fama en Europa como un filósofo natural revolucionario. Y aunque varios genios nunca estuvieron de acuerdo con su teoría como Robert Hooke, William Blake o Goethe, en la actualidad nos siguen enseñando los resultados de Newton como un parte aguas científico en la comprensión racional del mundo. Lo cual es cierto, pero… con un detalle. La interpretación de Newton estaba enmarcada en sus concepciones de alquimia y simbología mágica y no en deducciones matemáticas precisas.

¿Por qué describió siete colores? ¿Por qué se colocó a siete metros? ¿Es esto premeditado? Como relata Peter Ackroyd en su célebre biografía sobre el físico inglés, todas sus actividades evidencian la contemplación extática de los magos con la vista puesta en el universo. Dependiendo la concepción, hay un gradiente continuo de cientos de colores que conforman el “arcoíris”. La idea de siete colores es una simplificación esquemática para una mejor comprensión nos diría el viejo profesor de bachillerato desconcertado que no ha leído la obra ni la vida de Newton.

Lo cierto es que nuestro mago estaba usando el siete como un símbolo antiguo que partía de los siete astros que mantenían entre sí la posición relativa. De ahí tal número es como representación simbólica de los días de la semana, el nombre de las notas musicales, los siete dones del Espíritu Santo, los siete pecados capitales, los siete metales alquímicos, las siete plagas de Egipto, los siete sacramentos, los siete días de la Creación según la mitología hebrea, las sietes maravillas del mundo, los siete arcontes, los siete palacios celestiales, las siete vueltas a la Kaaba, los siete chacras, los siete mares, los siete sabios de Grecia, las siete edades del hombre según Shakespeare y hasta los siete enanos.

Se ha propuesto a Newton como un miembro de la secta rosacruz —algo que no se ha probado históricamente—, pero lo cierto es que la Royal Society sí fue una orden esotérica en sus inicios y Newton llegó a ser su presidente. Sea como sea en aquellos días Newton trabajaba concentrado en su arrianismo, las profecías bíblicas y estaba obsesionado con la alquimia. De esta forma no es que sus resultados ópticos fuesen “precisos”, sino que debían ser “simbólicos”.

Al reproducir, artificialmente, al arcoíris en su experimento, el simbolismo era doble. El arcoíris es el collar que usa la Gran Madre en la mitología sumeria, Iris era la mensajera oficial del Olimpo, es la promesa de Yahvé para no destruir de nuevo la Tierra tras el diluvio, el puente entre Asgard y Midgard, así como el camino en el que Lucifer cabalgará el día del juicio final. Todo esto no es ciencia, es mito y símbolo, pero para Newton mito y naturaleza estaban ligados.

Durante siglos se ha enseñado, popularmente, el experimento de Newton como una prueba empírica de un problema físico que no es tan sencillo de resolver y que se imbrica con la percepción de nuestros sentidos y la interpretación que le damos a la realidad. En 1810, Johann Wolfgang von Goethe publicó su Teoría de los colores, negando los resultados de Newton.

Goethe amplió el haz de luz y observó que se perdía el espectro donde se manifestaba un borde rojizo-amarillo y el otro borde de color azul, con tonos de blanco entre ellos, y el espectro sólo se visibilizaba cuando estos bordes se acercaban lo suficiente a la superposición de los colores. La teoría de Goethe era más fisiológica, sin embargo, los físicos la rechazaron aunque varios científicos de renombre la han defendido, como Heisenberg.

También en 1810, Philipp Otto Runge hastiado del espíritu ilustrado propuso su teoría de los colores en las que mezclaba arte y ciencia. Inspirado en las ideas del místico gnóstico Jakob Böhme, las teorías de Newton y de Goethe, Runge alegó la comprensión del fiat lux, conocimiento oculto para retornar a la Edad de Oro. Según Runge, esta era la misión de “arte verdadero” a través de una esfera de color —un astro de doce colores: tres primarios (azul, amarillo y rojo); tres mixtos (naranja, verde y violeta) y seis intermedios con el negro y el blanco en polos opuestos.


Esfera del color, de Runge

Dios había dado colores a la creación para revelar el camino a la unidad original. De esta manera el color es un símbolo trascendente. Runge mismo ilustró su teoría en un lienzo alegórico que pintó titulado Mañana en 1808. La Diosa al centro con Eros o el Mesías, ilustrando la Edad de Oro inmersa en la luz. En la base, la materia en colores oscuros y fogosos, en lo alto, el azul de la divinidad ya espiritual. Evolucionismo progresivo con Venus en el cenit. Runge es un claro exponente del romanticismo alemán, un idealismo que trata de imperar sobre un materialismo que se consideraba grosero.

Sin embargo, el materialismo grosero puede ser más objetivo. Debido a que Young y Fresnel realizaron los experimentos de la doble rendija que conllevaron a la extraña paradoja de que la luz podría comportase como una onda como defendía Hooke o Huygens, pero también podía relacionarse como corpúsculo como pensaron Descartes o Newton, los simbolismos se perdieron en la historia de las ideas científicas. La naturaleza de la luz sigue siendo uno de los grandes problemas de la física, enmarcada en la mecánica cuántica.

No obstante, en un nivel profano, la noción de los siete colores del arcoíris ilustra nuestra ignorancia y pasmo ante uno de los problemas de percepción más profundos: ¿Existen los colores? ¿Son interpretaciones de nuestro cerebro? ¿Qué es un color? Las diversas lenguas nos llevan a pensar en el problema ontológico de nuestra percepción. Por ejemplo, en shona —lengua hablada por etnias de Zimbabue—, solo existen tres palabras referentes a los colores: Cips uka (rojo o púrpura), Citema (verdiazul) y Cicema (amarillo verdoso). ¿Eso quiere decir que los miembros de esa etnia solo ven tres colores?

La etnia Dani de Papúa Nueva Guinea solo tiene dos términos a los colores: Mili (colores fríos) y Mola (colores cálidos). ¿Tienen ojos diferentes al resto de los humanos? En la actualidad suponemos que el color que percibimos es el rayo de luz reflejado gracias a las estructuras de nuestros ojos. Los fotosensores del ojo en la retina son los conos y bastones. Los últimos ayudan a distinguir los tonos grises mientras que los conos funcionan de día e interpretan el color. Los humanos tenemos tres principales tipos de conos sensibles a tonos amarillos, verdes y azules. Se calcula que la combinación de estos ayuda a distinguir cerca de 20 mil tonos de color.

Continuará…

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¿Hay belleza en lo científico?

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El poeta inglés William Blake acusó a Newton de no mirar por el ojo espiritual sino concentrarse en una teoría óptica en donde el ojo recibía partículas y nada más. Blake retrató a Newton en su abstracción matemática, desnudo, doblado sobre un compás, ajeno totalmente a la belleza sublime de la naturaleza que le rodea.

Como buen romántico, Blake era enemigo de la Ilustración y acusó a Newton junto con Francis Bacon y John Locke de repugnantes materialistas que conformaban una trinidad infernal.

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Otro poeta romántico, John Keats, también acusó a Newton de destejer el arcoíris en un poema. Parece que el genio inglés fue blanco de muchos ataques poéticos, pues al proponer su teoría sobre los corpúsculos de luz había vulgarizado la belleza de esta. Para Keats la belleza es la verdad y la verdad belleza. La ciencia física de su época considerada como filosofía natural engraparía las alas de los ángeles.

Do not all charms fly

At the mere touch of cold philosophy?

There was an awful rainbow once in heaven:

We know her woof, her texture; she is given

In the dull catalogue of common things.

Philosophy will clip an Angel’s wings,

Conquer all mysteries by rule and line,

Empty the haunted air, and gnomèd mine—

Unweave a rainbow, as it erewhile made

The tender-person’d Lamia melt into a shade

También en su libro de 1945, “El Uno y el Universo”, Ernesto Sábato declaró que la ciencia estricta —matematizable— es ajena a todo lo que es más valioso para un ser humano: sus emociones, sus sentimientos de arte o de justicia, su angustia frente a la muerte, etc. Sábato fue físico que había renunciado a la investigación por motivos éticos. Trabajó en París en el laboratorio Curie con radiación, de hecho fue testigo de la fisión del átomo de uranio. Aunque después trabajó brevemente en el MIT y como profesor en Argentina, renunció a la ciencia en 1941, quizá perseguido por el vacío y la oscuridad de las intenciones de sus colegas por desarrollar bombas atómicas. Su ensayo se publica justo el año de la barbarie que terminará la guerra más icónica de la historia, y por eso el desencanto de Sábato se permea de una época en donde el positivismo y el naturalismo se desarrollaron en direcciones pragmáticas, al servicio de los Estados en pugna.

Al contrario de Blake, Sábato no satanizó la actividad científica en sí misma como método de conocimiento sobre la realidad, sólo se preguntó si una sociedad regida por la razón científica podría extraer el calor y la belleza de las sensaciones humanas.

¿Acaso la ciencia priva al universo de todo sentido poético? Richard Dawkins contra argumentó en 1998 en su libro Destejiendo el arco iris, en el que intenta mostrar cómo el conocimiento científico, al descubrir los mecanismos del funcionamiento natural, revela aspectos inimaginables que ensalza la sensación de arrobamiento y placer.

Quizá no sea la actividad científica en sí misma, ni la mayoría de sus actores lo que deleita en un arrobamiento. Muchos científicos son grises, tan híper racionales que desdeñan el arte o todo aquello que se aparta de sus hipótesis sobre el mundo. Pero, lo cierto, es que los conocimientos y las teorías conllevan una carga asombrosa que puede deleitar desde el terror hasta la sublimación de una realidad inaudita.

Ya desde su base matemática, lo científico derivó históricamente de un pensamiento sagrado y mágico que evolucionó hacia la armonía y el sentido del cosmos. Viene al caso la frase de Bertrand Russell en su ensayo de 1919 The Study of Mathematics: “La matemática posee no sólo verdad, sino también belleza suprema; una belleza fría y austera, como aquella de la escultura, sin apelación a ninguna parte de nuestra naturaleza débil, sin los adornos magníficos de la pintura o la música, pero sublime y pura, y capaz de una perfección severa como solo las mejores artes pueden presentar. El verdadero espíritu del deleite, de exaltación, el sentido de ser más grande que el hombre, que es el criterio con el cual se mide la más alta excelencia, puede ser encontrado en la matemática tan seguramente como en la poesía”.

La valoración de la belleza es subjetiva y varía según el concepto, la época, la sensibilidad de los individuos y hasta la moral de ciertas culturas.

Sin embargo, de entre los sistemas estéticos que intentan dilucidar de dónde proviene el sentimiento de lo bello, uno de los más sólidos es el que propuso Immanuel Kant. Para el idealista trascendental, experimentar un sentimiento de armonía en la contemplación de algo es muy diferente a la experiencia de observar las propiedades de un objeto con propósitos cognitivos. “Gusto es la facultad de juzgar un objeto o un modo de representación por una complacencia o displicencia, sin interés alguno. El objeto de tal complacencia se llama: bello”.

Bien, las explicaciones actuales de la física teórica no solo nos llevan a la sensación de lo bello sino que incluso pueden activar la sensación de lo sublime, es decir, el grado mayestático de la belleza que es casi insoportable.

Me aventuro a pensar que la imaginación se desborda no solo cuando disfrutamos de un canon musical – que a fin de cuentas tiene una base matemática- sino también cuando podemos entender algo tan apartado del sentido común como la teoría de la relatividad de Einstein que diluyó las cosas en una abstracción tan etérea como el espacio tiempo.

Si las teorías son representaciones abstractas de la realidad y los mitos son representaciones poéticas de la realidad, muchas de las teorías actuales devendrán mitos poéticos en el futuro. Quizá en unos siglos se entiendan a los modelos del Big Bang como ahora entendemos el Ramayana, el Popol Vuh o el Génesis hebreo. Pero lo que me interesa no es la representación como inferencia a la mejor explicación de un fenómeno sino el grado de belleza que conlleva esa misma inferencia. Pensar en la bariogénesis, en el tiempo de Planck o en la geometría de las intuiciones como el espacio tiempo en donde ya no hay cosas sino sólo sucesiones de hechos impele a sensaciones de asombro que rayan en lo poético.

Incluso algunas nociones derivadas de estas teorías son tan increíbles que las propias metáforas que surgen son hermosas o altamente absurdas. Al tratar de explicar con palabras los resultados de ecuaciones complejas, los científicos crean símiles a ciegas. ¿Alguien sabe que es el trino de la masa? Pues esa es la metáfora del pulso de las ondas gravitacionales. Tenemos ahora hipótesis como la evaporación de los electrones, los taquiones que podrían ser más veloces que la luz, la anti materia,  la cromodinámica cuántica o el Fantasma de Faddéyev-Popov. Por ejemplo, la inteligencia eterna de Dyson afirma que los seres inteligentes serían capaces de pensar un número infinito de pensamientos en un universo abierto. Según esta teoría al enfriarse el universo los pensamientos…¡se harían más lentos! ¿Qué significa esto en una realidad material?

Más allá de la posibilidad de que estos modelos infieran correctamente los fenómenos, el grado poético que conllevan hace pensar que las metáforas de Shakespeare o Lorca son coplas para novatos en comparación con los símiles y las posibilidades tan inauditas que nos regalan los científicos contemporáneos.

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