Ataques de tiburones ¿incidentes, accidentes o verdaderos ataques? (II)

image_pdf
FOTO: Internet

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cada vez que ocurre un ataque de tiburón surge la negación del hecho o se desea restarle importancia en una atmósfera de gazmoñería y escrúpulos mojigatos.

¿Por qué tres científicos norteamericanos en 1916 defendían la idea de que un tiburón era incapaz de matar a un hombre cuando en su época existían numerosos registros, reportes médicos y testimonios de ataques en todo el mundo?

También te podría interesar: <em>Ataques</em> de tiburones ¿incidentes, accidentes o verdaderos ataques? (I)

Algo así ocurrió en la Segunda Guerra Mundial, cuando los oficiales de la Armada de los Estados Unidos publicaron un infame manual para la supervivencia de los náufragos. Según este manual los tiburones eran “lentos, cobardes y fácilmente se pueden ahuyentar golpeando el agua”. En el manual se recomienda montar al tiburón y matarlo abriéndole el vientre a cuchilladas. Como si esto fuese fácil.

En 1959, después del ataque a Robert Pamperin en La Joya en donde un tiburón blanco lo mató, dos periódicos locales se negaron a reportar el incidente pues dependían de la corporación hotelera.

Empresarios, reporteros, editores y oficiales de policía niegan o tratan de minimizar la importancia después de un ataque para no darle mala fama a la localidad.

Es que después de un ataque, el pánico se apodera de las masas y la ignorancia fluye sin control. Después del ataque en Zihuatanejo en el 2008 cuando un tiburón mató a un surfista,  se creía ver aletas por todos lados y las autoridades locales buscaban a expertos para que les explicaran porqué había ataques en esa zona.

En enero del 2011, después de que un tiburón toro le arrancase el brazo una mujer canadiense en Cancún frente al Hotel Park Royal, los periódicos plagaron sus titulares de adjetivos como inusual, y algunos voceros de los hoteles clamaban que los tiburones iban de paso rumbo a Florida, como si las costas de Quintana Roo no fueran áreas de crianza de tiburón toro,  como si una región determinada estuviera exenta del azar y sus criaturas.

En mayo de 2017, Andrés Rozada practicaba snorkeling en Cabo Pulmo, México a las 5 pm cuando sus amigos en la playa le perdieron de vista. Dos helicópteros le buscaron infructuosamente y al día siguiente se recuperaron su visor y su camiseta hecha trizas con marcas de dientes de tiburón. Dos días después se recobraron sus restos con mordeduras. Cabo Pulmo es una reserva donde abundan tiburones toro, también se observan tiburones tigre ocasionalmente. Algunos medios de comunicación locales negaron un probable ataque de tiburón, a pesar de que el incidente fue incluido en los registros internacionales como el Shark Attack File y que la policía dio el reporte de los restos mordidos. Los periodistas publicaron que se había ahogado y que las mordeduras fueron post mortem. El director de protección civil del lugar negó el ataque. La reputación de un lugar turístico debe prevalecer aún en contra de ciertas evidencias.

La teoría de la falsa identificación

En 1985, McCosker propuso la hipótesis de “Morder y escupir”. Según su idea, un tiburón blanco muerde una vez a la foca para inmovilizarla, después se retira a una distancia prudente para esperar a que se desangre y posteriormente vuelve para devorarla. Eso explicaría, según él, porque tantos humanos sobreviven a los ataques del tiburón blanco. Sin embargo, ese comportamiento solo es válido cuando los tiburones atacan a presas muy masivas como los elefantes marinos. Se ha observado que los tiburones blancos, cuando atacan lobos marinos o focas menos masivas, las devoran inmediatamente después de golpearlas.

La teoría de la falsa identificación propone que los tiburones blancos confunden a los surfistas, nadadores o buzos, con focas, elefantes marinos y pinnípedos en general. Según ella, cuando el tiburón ve desde abajo la silueta de una tabla de surf, la identifica erróneamente con la silueta de una foca. Entonces se lanza a atacarla. Peter Klimley sugirió que cuando el tiburón prueba la carne humana se da cuenta de su error y abandona el ataque, al no encontrar casi nada de grasa en la presa.

Aidan Martin y otros investigadores rechazaron la teoría, aduciendo estudios que revelan una visión esplendida del tiburón blanco que discrimina objetos muy pequeños a plena luz del día. Según estos autores, es absurdo que un animal experto cazador se equivoque en su propio medio, con sus sentidos afinados, confundiendo un primate con una foca.

Ritter y Quester en 2016, interpretaron fotografías de tablas de surf dañadas por mordeduras de tiburones blancos y heridas de las víctimas, con énfasis en el tamaño del tiburón, severidad de la herida y la extensión del daño a la tabla. Compararon los resultados con las estrategias de ataques a pinnípedos y concluyeron que en el 77 % de los ataques el daño era superficial y moderado; no reflejaba el nivel de daño necesario para  inmovilizar a un pinnípedo. Por lo tanto la teoría no se sostiene, como sospechaban Aidan Martin y Ralph Collier, es probable que el tiburón blanco ataque por curiosidad. Indaga sobre un objeto y se lanza contra él con fuerza moderada, que para un humano puede ser o no mortal. Y en otras ocasiones ataque por hambre, simplemente para comer.

Defensas

El ser devorado o asesinado por un animal salvaje es un terror atávico que nos concierne como parte de la biosfera. No existe otra defensa contra el azar de la vida que la no acción, pero esta es absurda pues somos móviles. Únicamente podemos minimizar los riesgos al meternos al mar.

Algunos consejos son: evitar nadar o bucear cerca de colonias de pinnípedos. Nunca nadar ni bucear solo. Certificarse en técnicas de primeros auxilios. Llevar botiquines a las expediciones. Si se recolectan o capturan animales marinos, sacarlos inmediatamente del agua. Observar el comportamiento de los animales marinos en el área. Antes de emerger echar un vistazo al fondo. Evitar bucear o nadar de noche. Evitar nadar en la superficie de forma ruidosa y evitar nadar en áreas donde haya habido ataques de tiburón. Y sobre todo, esperar que la suerte nos sea benévola.

El horror hizo que en algunos lugares donde los ataques eran frecuentes se instalara una barrera física. Se colocaron redes a lo largo de kilómetros entre la playa y el mar. Una trampa asesina de nylon que se mantiene a flote por medio de boyas. En Sudáfrica se colocaron en 1952 y aún hoy existen, atrapando toda clase de fauna: tortugas, delfines, peces de varios tamaños, tiburones y rayas que se enmallan hasta agonizar en la asfixia desesperante. En Australia comenzaron a enmallar desde 1960 y aún hoy hay más de 51 playas con redes. En Honk Kong, el gobierno ordenó enmallar 32 playas desde 1995. El argumento retorcido detrás de la estrategia es que controlando la población de tiburones se minimiza el riesgo de ataque, sin tomar en cuenta la crueldad y la matanza que se ejerce contra otras especies, además de ignorar que el hábitat marino no es nuestro sino de ellos. Típico ejemplo de la frialdad humana.

La investigación sobre los repelentes ha sido continua desde la ineficacia del Shark chaser. Se han desarrollado algunos repelentes que parecen ser efectivos contra ciertas especies como el acetato de amonio, con un olor similar a la carne descompuesta de tiburón. Asimismo se utilizan magnetos de bario y ferrita; estos asustan o perturban a los tiburones que pueden detectar campos electromagnéticos.

En los años 60’s la armada de los Estados Unidos llevó a cabo un programa de entrenamiento con delfines nariz de botella, Tursiops sp. condicionados para atacar tiburones. Los delfines atacaron las agallas del tiburón aleta de cartón, Carcharhinus plumbeus, tiburones gata y tiburones limón. Pero al enfrentarse con un tiburón toro se retiraron espantados. Recordaron que los tiburones que les depredan en la naturaleza son peligrosos.

Se ha mostrado que diversas ondas acústicas excitan a los tiburones hasta el frenesí; ondas que se asemejan a un pez en problemas; ondas erráticas. Mientras que algunas frecuencias pueden repeler a los escualos.

Algunas frecuencias que atraen al tiburón tigre, rechazan a otros tiburones réquiem. Los chillidos de dolor de los delfines cuando eran cazados por los nativos de Nueva Guinea no atraen a los tiburones. Dichas frecuencias los aterrorizan.

Si el lugar de la fuente sónica cambia, los tiburones de inmediato se dirigen hacia el área; si se deja la señal por mucho tiempo los tiburones atacan el aparato emisor y después comienzan a morderse entre ellos debido a la frustración.

Los científicos buscan ictiotoxinas como las saponinas secretadas por holoturios. En 1965, Sobotka utilizó una toxina secretada por el pepino de mar Actinopyga agassizi y reportó que 1 g/ml de este veneno mató a un tiburón limón de 22 kg en 50 minutos.

En 1970 la doctora Clark descubrió un repelente natural. El fluido lechoso excretado por el lenguado de Moisés, Pardachirus marmoratus del Mar Rojo. Esta sustancia es venenosa debido a la paradaxina que afecta el transporte de iones en las células de los peces.

Rasmussen y Schmidt, propusieron la semioquímica en 1992. Esta teoría propone que un animal detecta secreciones de un posible depredador y es ahuyentado por estas. Demostraron que al tiburón limón Negaprion brevirostris, le repugnan 3 exudados del cocodrilo americano Crocodylus acutus; que segrega de una glándula submaxilar, las heces y la sangre.

Existe una bolsa de protección para náufragos, la víctima se introduce en ella. Tres flotadores la mantienen a la deriva, los olores y la sangre quedan dentro de la bolsa y las piernas ocultas para evitar cualquier mordida.

Se han desarrollado también repelentes eléctricos como el SharkPOD (Protective Oceanic Device), este aparato lanza ondas y crea un campo magnético de 8 metros de diámetro alrededor del buzo. Si el tiburón penetra el campo, las ondas golpean sus ámpulas de Lorenzini y le ahuyentan. Al menos hay un caso de un buzo comercial muerto por un tiburón mientras usaba este aparato; Paul Buckland murió desangrado por la mutilación de su pierna izquierda en Smoky Bay, Australia en el 2003.

Asimismo, las jaulas para turistas son muy populares. Los humanos se introducen en jaulas de aluminio o acero mientras atraen a los peces con carnaza. Desde ahí toman fotografías o vídeo. Parece ser una barrera más bien psicológica para el hombre que una barrera física para el animal. Desde 2005 se han reportado varios incidentes en que los tiburones blancos han destrozado las jaulas. El biólogo Craig Bovim piensa que el uso de las jaulas turísticas representa un peligro, pues condicionan al pez en un medio de frenesí y excitación.

Como un sistema que intenta suplir las mortíferas redes de protección que aniquilan la vida marina, desde el 2004 se ha implementado un programa de avistamiento de tiburones peligrosos en Sudáfrica. Los avistadores colocados en puntos altos dan la voz de alarma cuando advierten tiburones grandes acercarse a los bañistas, tocan silbatos, colocan banderas de alarma  y cierran las playas. Lo interesante es que las personas no abandonan la playa sino que esperan a que los avistadores den la señal de que el tiburón se ha ido y la gente vuelve entrar al agua. Esto indica un cambio de percepción en las personas.

El respeto por el mar y sus criaturas se extiende como un manto de conciencia. Somos partículas humildes, enanas, átomos en un caos ingente que nos aplasta.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

Compartir en
Descargar
   Veces compartida: 22

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

Doctor en Ciencias Marinas. Recibió el Premio Internacional de Divulgación Científica “Ruy Pérez Tamayo” en 2012. Entre sus libros sobre temas científicos destacan “Tiburones, supervivientes en el tiempo” y “Ensayos en Filosofía Científica” en coautoría con David Siqueiros.

Compartir
Compartir