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¿Las drogas alucinógenas nos hicieron humanos?

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¿El consumo de hongos y plantas enteógenas alucinógenas contribuyó a desarrollar la conciencia humana? ¿Acaso San Pablo alucinaba cuando oyó a Cristo? ¿Mohammed cuando recibió la revelación del Corán? ¿Toda la cultura humana descansa en alucinaciones producidas por drogas? Es lo más probable, la mayoría de los humanos somos psicóticos.

Amable, lector, si ha consumido hongos alucinógenos, ayahuasca, extracto de sapos, etc; seguramente ha vivido o sufrido viajes psíquicos trascendentes. Uno de los alcaloides más efectivos es un metabolito secundario que producen más de 200 especies de hongos basidiomicetos llamado psilocibina.

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Cuando usted ingiere al hongo, la psilocibina se convierte en psilocina que – al igual que otros alucinógenos como el LSD- actúa sobre receptores de serotonina. Estos receptores se encuentran principalmente en neuronas piramidales que conforman del 79 al 90 % de todas las neuronas de la corteza cerebral. La activación de los receptores de la serotonina desencadena un patrón similar a los asociados con los brotes psicóticos en pacientes esquizofrénicos. Dependiendo la dosis, lo que se experimenta va desde aumento de la percepción sensorial, alucinaciones, desenfreno sexual, visiones proféticas, aumento de la fuerza muscular, ansiedad y pánico e intentos homicidas y suicidas.

Ahora bien, la corteza prefrontal del Homo sapiens parece más desarrollada que en otros primates y cetáceos.

El número de neuronas en la corteza de un chimpancé y de un delfín nariz de botella ronda en torno a 6 mil millones, mientras que los humanos tenemos un promedio de 20 mil millones de neuronas en la corteza.

Esta zona recibe información sensorial, emocional, hormonal, mnemotécnica y produce empatía. Quizá deberíamos cantar, te quiero con toda mi prefrontal.

Ahí se desarrollan funciones de asociación relacionadas con decisiones, imaginación, pensamiento crítico y previsiones de planificación abstracta mediante el cálculo ¿Qué pasaría sí…? El pensar sobre el pensamiento. ¿La conciencia? Bueno, eso se anticipa en la corteza prefrontal.

La extensión de las capas neuronales que recubren los lóbulos frontales y prefrontales de los mamíferos se considera como un evento evolutivo que nos dio una ventaja operacional y de supervivencia respeto a otros vertebrados e invertebrados. Aquí se observa la diferencia del grosor de la neocorteza en varias especies de mamíferos:

Fig. 1 Comparación del grosor de la neocorteza en varias especies de mamíferos

En 1992, el etnobotánico Terence McKenna publicó su libro La comida de los dioses investigó la relación antigua del hombre con las sustancias químicas de hongos y plantas, la cual abrió una senda hacia el sentido de lo divino.

En este tratado McKenna lanzó la teoría que se conoce como el simio dopado (The Stoned ape); un nombre que popularizó la hipótesis pero que a él jamás le gustó. Según esta teoría, grupos de Homo erectus empezaron a incorporar en su dieta plantas y hongos alucinógenos -especialmente aquellos que contenían psilocibina- y pronto las alucinaciones y otras propiedades catalizaron la aparición de la conciencia que dispararía una rama evolutiva hacia el Homo sapiens.

Cito:

El impacto de los alucinógenos en la dieta ha sido más que psicológico; las plantas alucinógenas pudieron ser el catalizador para todo lo que nos distingue de otros primates superiores, para todas las funciones mentales que asociamos como humanas.

McKenna imaginó hordas de Homo erectus siguiendo manadas de mamíferos para cazar. El estiércol del ganado salvaje proporcionó los nutrientes para que diversos hongos crecieran en él, entre ellos el común Psilocybe cubensis. Dosis pequeñas de psilocibina mejoraron la capacidad visual de ciertos humanos lo que les dio una ventaja para cazar y por ende comenzó una selección sexual basada en el éxito de la cacería. Actualmente, varios cazadores mencionan que cuando se encuentran bajo el influjo del alcaloide agudizan su oído y su olfato también. Terence usó la metáfora de binoculares químicos. Dosis más altas provocan una calentura lujuriosa lo que derivaría en un aumento en la tasa reproductiva. -Recordemos el frenesí sexual de las bacantes, adoradoras de Dionisio, culto relacionado con los hongos-.

Lo más audaz de la teoría es asumir que los hongos desencadenaron actividades cerebrales que dieron origen al lenguaje. McKenna respaldó su hipótesis evocando la glosolalia espontánea, fenómeno que ocurre en ocasiones cuando se consumen dosis altas del alcaloide. El lenguaje y la definición consciente del individuo van de la mano.

Fig. 2 Chamán con hongos. Pintura rupestre de la cueva de Tassili, Argelia.

Datación de hace 9 mil años. Reconstrucción de Kat Harrison-McKenna.

McKenna cita la teoría de Julian Jayne sobre el origen de la conciencia, sobre todo el punto en que Jayne defiende que los cambios más drásticos en la autodefinición del hombre han ocurrido aun en tiempos históricos -no sólo prehistóricos-. Propuso que, en tiempos homéricos, la gente no entendía su organización psíquica como ahora nosotros, por lo tanto, lo que para nosotros es el ego, ellos lo llamaban un dios. Cuando sobrevenía un peligro, la gente escuchaba la voz de dios dentro de sí, una función psíquica externa expresada como un metaprograma para sobrevivir momentos estresantes. Bella forma de interpretar ciertos pasajes de la Iliada y la Odisea donde los dioses susurran a ciertos héroes.

Regresando a la teoría del simio dopado, la emergencia de los hongos mágicos pudo haber ocurrido hace 2 millones de años cuando el cerebro homínido se triplicó.

Varios pensadores han apoyado esta teoría, como Thomas Falk que explica la explosión creativa ocurrida hace 40 mil años en el Homo sapiens, lo que concuerda con grandes migraciones de humanos de África a Europa y Asia. Recordemos que las pinturas rupestres más antiguas que se conocen datan de hace 45 mil años en la cueva de Leang Tedongnge, situada en el sur de la isla de Célebes, Indonesia. La representación simbólica de animales y humanos implica un salto de la inminencia hacia la búsqueda trascendente.

Sin embargo, hay varios neurocientíficos enemigos de esta teoría, la espetan de diseño inteligente para hippies. Por ejemplo, el psicólogo evolutivo Pascal Gagneux alega que es una hipótesis demasiado simple para una historia tan oscura y larga. Los humanos modernos- como especia actual- tenemos tan solo 300 mil años en la Tierra, pero históricamente tenemos registros más a menos continuos desde hace 10 mil años. Anteriormente hay evidencias mínimas y regadas por todos lados de piedras, pedazos de vestimentas, huesos, pinturas y herramientas; no hay evidencias del consumo de hongos alucinógenos.

Asimismo se considera que la psilocibina no siempre ayuda a agudizar la vista, sino que en ocasiones la obstaculiza debido a las propiedades alucinatorias. Gagneux acusa a McKenna de confundir la percepción con la agudeza de los sentidos, y piensa que en una cacería real, la droga entorpece al cazador en lugar de ayudarlo. Además, las dosis altas del alcaloide no ayudan siempre a la conexión sexual sino que en ocasiones conducen a la psicosis, al asesinato y al suicidio lo que dificultaría un proceso evolutivo comunitario. Cosas que también podemos rastrear con las bacantes en el culto a Dionisios.

Según Gagneux, no es el alcaloide, sino el desarrollo del lenguaje la verdadera fuerza evolutiva que nos hizo humanos, desarrolló cortezas prefrontales enormes y permitió las complejas relaciones sociales. Ponernos nombres, desarrollar conceptos y contarnos historias es lo pulió nuestra conciencia.

Ahora, estos dos puntos de vista no son tan opuestos, la tesis de McKenna es que los alcaloides ayudaron a la evolución del lenguaje y este, desarrollándose por milenios dio origen a lo que somos ahora. Para mí no se contradicen.

No obstante, la hipótesis de Mackenna tiene ahora puntos a favor. Reciente investigaciones sugieren que, incluso dosis pequeñas de psilocibina pueden mejorar la formación de nuevas conexiones neuronales en el cerebro. Mejora la neuroplasticidad. Este alcaloide es benéfico para mejorar la depresión ya que ayuda a reconectar dendritas, lo que conlleva a nuevas sinapsis que conducen a nuevos pensamientos.

Fig. 3 Mejora en la neuroplasticidad de la corteza prefrontal en ratones debido a la psilocibina. (Tomado de Shao et al. 2021)

En 2021, Shao et al. administraron psilocibina a 82 ratones y describieron modificaciones neuronales. Las conexiones neuronales se densificaron y aumentaron su fuerza. El alcaloide mejoró el déficit conductual relacionado al estrés, incrementó la densidad espinal y el tamaño de las dendritas en neuronas piramidales y elevó la neurotransmisión en la corteza prefrontal. Saque usted sus conclusiones, lectorpe.

¿Los hongos enteógenos dieron origen a los dioses? ¿A lo que los estoicos llamaron conciencia? ¿Al pensamiento sobre el pensamiento?

Referencias

Ardila A, Rosselli M. (2007) Neuropsicología Clínica México DF: El Manual Moderno.

McKenna, T. (1999). Food of the gods: the search for the original tree of knowledge: a radical history of plants, drugs and human evolution. Random House.

Nichols, D. E. (2020). Psilocybin: From ancient magic to modern medicine. The Journal of antibiotics, 73(10), 679-686.

Shao, L. X., Liao, C., Gregg, I., Davoudian, P. A., Savalia, N. K., Delagarza, K., & Kwan, A. C. (2021). Psilocybin induces rapid and persistent growth of dendritic spines in frontal cortex in vivo. Neuron, 109(16), 2535-2544.

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Los hongos y el horror

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Un hombre se inyecta extracto de hongos alucinógenos y poco después es internado en un hospital pues el hongo lo ha parasitado y se reproduce nutriéndose de su sangre. A veces el horror es parte de la realidad ciega y amoral, en donde los sistemas vivos interactúan.

Este hombre sufría un desorden bipolar tipo I según su psiquiatra y buscaba tratar su adicción a los opiáceos. El caso es que el alcaloide psilocibina de los hongos alucinógenos ha sido usado como tratamiento de diversas condiciones psiquiátricas, como el desorden obsesivo compulsivo, el abuso de sustancias, la ansiedad y la depresión. El hombre ya consumía risperidona y ácido valproico, como anticonvulsivos y antipsicóticos. Al leer que microdosis de sustancias alucinógenas podían usarse como terapia, el hombre hirvió un grupo de carpos de psilocybe, filtró el líquido con un hisopo de algodón y luego se lo inyectó en la vena. ¿Qué podría salir mal? Quizá pensó que la sustancia inyectada era sólo el alcaloide, pero no contaba con las hifas.

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Los hongos catalogados en el Reino Fungi son eucariontes muy primitivos que evolucionaron en los mares hace cerca de 2 mil millones de años a partir de protozoarios parásitos que desarrollaron paredes celulares de quitina. Parece que colonizaron la tierra firme hace 630 millones de años. En la actualidad su presencia es abrumadora; Schmit y Müeller consideran que las 700 mil especies clasificadas de hongos sólo podrían representar el 10 % de su diversidad real.

Una de las características diagnósticas del hongo es la hifa: filamento que se origina a partir de las esporas.​; las hifas son redes de células alargadas y cilíndricas envueltas por una pared celular de quitina. La quitina es un carbohidrato nitrogenado muy resistente que forma parte de paredes bacterianas, piel de nematodos y dermoesqueletos de artrópodos, lo que hace a los hongos organismos tenaces. Así pues, después de inyectarse, el hombre comenzó a sufrir ictericia, letargo, náuseas, diarrea y vomitó sangre.

Sus familiares lo llevaron a un hospital de Arizona donde le hicieron diversos análisis, el paciente no podía contestar una simple entrevista. Los estudios revelaron que el hombre padecía taquicardia, alto niveles de enzimas cardiacas, trombocitopenia (niveles bajos de plaquetas), hipercalcemia (niveles altos de calcio en la sangre), hipocloremia (niveles bajos de cloro), insuficiencia renal y daño severo en el hígado. Al segundo día en el hospital sufrió un choque séptico y tuvo que ser intubado.

Cuando se analizaron cultivos de su sangre, se descubrieron infecciones fúngicas, hongos nutriéndose de su sangre, redes celulares con paredes de quitina. El análisis de ADN reveló que el hongo era Psilocybe cubensis, justo la especie que había hervido.

Historias de horror con hongos parásitos son legión, una ninfa una vez me relató que a su tía le empezaron a crecer redes filamentosas bajo la piel… al principio mi incredulidad delató mi ignorancia, pero luego leí sobre casos parecidos de estas infecciones graves e inusuales. Por ejemplo, los dermatofitos del género Arthrodermataceae se especializan en degradar queratinas, proteínas que estructuran la piel de los vertebrados. En regiones tropicales crecen entomoftoromicotas; hongos patógenos de insectos que pueden infectar a humanos como Basidiobolus y Conidiobolus. Estos pueden causar formas subcutáneas de zigomicosis.

Basidiobolus ranarum infecta las extremidades de los niños al ser picados por insectos o arácnidos. También se propaga mediante heces de reptiles y anfibios que han devorado insectos y quedan sobre espinas de plantas. Los humanos, al arañarse con las espinas, se infectan.

Conidiobolus infecta las áreas faciales de los adultos desfigurándolos y provocando sinusitis. Este hongo posee enzimas que paralizan y matan a los artrópodos y digieren los tejidos humanos.

Lacazi es un hongo encontrado en infecciones subcutáneas en humanos y delfines en el área amazónica, aunque se ha documentado desde México y Centroamérica y hasta en Holanda.

Inhalar conidios asexuales de Emmonsia crescens (Chrysosporim) puede causar adiaspirosis, una rara infección pulmonar.

El oomiceto o pseudohongo Pythium insidiosum infecta a los humanos que se exponen descalzos a los campos inundados de arroz o en lo pantanos. Causa enfermedades oculares, cutáneas y arteriales. En Tailandia, hay un grupo importante de campesinos que sufre talasemia -enfermedad genética que causa bajos niveles de hemoglobina-. Estos hombres cuando se infectan con el oomiceto desarrollan una enfermedad arterial muy grave caracterizada por úlceras crónicas en las piernas seguida por necrosis, trombosis, aneurismas y gangrena. El 41 % de los infectados muere por hemorragia.

Uno de los hongos más famosos es Histoplasma, que puede infectar a los mamíferos y los humanos lo inhalan a través de los excrementos de aves y murciélagos. Los micelios se propagan profusamente en madera húmeda y en camas de excrementos de murciélago en cuevas y cavernas. Al inhalarse puede causar graves daños pulmonares e incluso propagarse a otros órganos.

Paracoccidioides es un hongo que infecta armadillos y co evolucionó con estos mamíferos. En los humanos infecta casi sólo a los hombres, en un radio de 13: 1 respecto a las mujeres. Esto es debido a que los estrógenos bloquean la conversión de artroconidios (esporas desarrolladas) en levadura invasiva de tejidos.

Los ejemplos son innumerables, gracias a nuestro sistema inmune, en guerra perpetua dentro de nuestra sangre, los hongos son destruidos a diario. Un humano sano posee robustas defensas contra los hongos debido a que son casi omnipresentes en el aire, el agua, la flora y el suelo. Sin embargo, en pacientes inmunodeprimidos, múltiples hongos causan infecciones; como Candida, Aspergillus, Cryptococcus, Malassezia, Trichosporon, Rhizopus entre otros.

Hemos evolucionado en un mundo de posibilidades bioquímicas, somos sistemas que compartimos rutas metabólicas comunes y en el afán por perpetuarse y sobrevivir, hongos y humanos convivimos y pagamos un precio sin adjetivos. A veces hay luz y potencia (incluso hay hipótesis de que la creencia en Dios o los dioses se la debemos a los hongos alucinógenos); pero a veces hay pozos de Calcuta que nos sumergen hacia el horror.

Así lo habrá pensado acaso H.P. Lovecraft cuando tituló su libro de poemas de horror cósmico Los hongos de Yuggoth, que, aunque traten de pesadillas sobre paisajes oníricos y mundos ajenos, el título remite a ese miedo de algo cercano y lejano al mismo tiempo. Mas certero en evocar ese horror es el cuento La isla de hongos de Philip M. Fisher en forma de vapores soporíferos, cálidos, húmedos, insinuantes, manchas de colores malsano, excrecencias, ávidas, lujuriosas, fieles a sus necesidades de una vida voluptuosa.

 

Referencias:

Giancola NB, Korson CJ, Caplan JP, et al. (2021) A ‘trip’ to the ICU: Intravenous injection of psilocybin. Journal of the Academy of Consultation-Liaison Psychiatry 62: 370–371.

Johnson MW, Griffiths RR: Potential therapeutic effects of psilocybin. Neurotherapeutics

2017; 14:734–740.

Köhler, J. R., Casadevall, A., & Perfect, J. (2015). The spectrum of fungi that infects humans. Cold Spring Harbor perspectives in medicine, 5(1), a019273.

Pfaller, M. A., & Diekema, D. J. (2005). Unusual fungal and pseudofungal infections of humans. Journal of clinical microbiology, 43(4), 1495-1504.

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