Teogonía

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

 

 

Nada de Jehová, Alá, Brahma

u Ormuz.

Aquí está el verdadero Dios.

El regidor de maravillas.

Tres es su número y doble su cadena.

Desde el trono lanza magia hacia el futuro.

Es un sueño omnipotente.

Le dicen DNA

y a veces

llora y ríe como demente.

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Los ensambles minerales continuaban en la profundidad. Las capas rocosas se reciclaban. El magma fundía las concreciones que se disolvían en un grito de crujido aparatoso. El mar hirviente tenía como únicas naves a las islas volcánicas, pobres huérfanas flotando sobre la inmensidad.

Pero la vida ya oteaba desde su abrazo. El Anticaos del enamoramiento había condensado las reacciones. Nuestras dos moléculas primigenias ya eran unidad. Sintetizaban. Es decir, modelaban con arte inimitable a la materia que le circundaba. Un nido membranal era su hogar. Después le nombrarían célula. La decoraron con reacciones amarillas de calor. En medio del beso entraban partículas al nido y salían despedidas trazas que una vez fueron armonía. Ya tenía el amor sus propias leyes.

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En la atmósfera había cianuro. Veneno explícito. Rayas púrpuras de tóxicos. Mas nuestro polvo cósmico enamorado podía incorporarlo para continuar con la fuerza del abrazo. Hicieron el amor y desde entonces no han terminado de frotar sus / tratos voluptuosos. De esa unión desenfrenada nació un Dios. El primero.

Unos le llaman RNA. Yo le llamo Cronos.

Era el código inventado en un parpadeo. Tenía ya grabada la información críptica, instintiva casi, del fuego de sus padres. Ese código era secreto. Necesitaba traducirse a base de interacciones espaciales con otros compuestos.

Así, el Dios-Cronos-RNA vagó entre la espuma de la arcilla buscando encontrar el significado de sí mismo. Decidió peregrinar por los caminos de su voz interna. La aurora vio a una figura concentrada en convocar el poder supremo de sí. El Dios meditó sobre los acantilados húmedos y en su interior aspiró a la verdad. Fue el primer filósofo y el más grande. Aspiró el azufre, tragó limo y alcanzó la serenidad en los vados de las corrientes. De esta manera aprendió.

En su nicho, el alquimista divino, mezcló el azúcar, las nimias moléculas nitrogenadas y entonces hizo un pacto de su sabiduría con el disparador.

Levantó sus poderes y se replicó. De sus mangas hieráticas los astros microcósmicos derivaron en nuevas adquisiciones. ¡Había inventado el principio de la reproducción! Y ahora cada Dios podía construir su propio nido. Su templo.

El Dios-Cronos-RNA lanzó un reto al universo. Él lo dominaba. Mientras tanto, el polvo cósmico primigenio podía disfrutar de las caricias.

Ya nada podía interponerse entre la perpetuidad y su gozo.

Cronos regía en el mundo.

Habitaba miles de millones de templos. Los dioses son ubicuos y por lo tanto omnipresentes. El Dios orquestaba, aceleraba reacciones, creaba desde su taller mucilaginoso.

Cerca de los volcanes, las lagunas del trópico proporcionaban un paraíso térmico para la reproducción. Pero las partes solitarias de las regiones heladas, en realidad pocas, derivadas de la condensación de agua también proporcionaba cianuro. El fondo del mar escupía su lengua de fuego por las bocas de basalto. En todo y por todo pululaban las moléculas, los códigos desnudos, las células nido y las células templo como en una olla de alta presión. Cantaban a gritos de burbuja y era una época de lujuria.

Nunca un imperio halló tanta promiscuidad entre sus habitantes. Del orto al ocaso había jolgorio. La castidad era un sacrilegio. Era el reino de las orgías alegres, el sexo, la combinación y la recombinación. Bacanal sin prejuicios, fragor de Afrodita e Isis en celo. Nacían con precipitación. La angustia sólo se calmaba en los lechos. Unos depredaban, otros sucumbían pero todos jadeaban aferrándose al sentido del placer. Nunca hubo tanta fe en el deseo, tanta pureza en la concupiscencia.

Y así el plantea, curioso, observaba a los extraños adoradores dionisiacos. Reyes y marqueses, maestros de la seducción, en una fiesta desenfrenada y lúdica. Era el reino de la gran lascivia y el orgasmo fecundador de la armonía.

El mar bullía pero ya no era por casualidad.

Cronos derivó un hijo por medio de sus sacerdotes: las proteínas.

El insensato corrigió el código y ensambló dos cadenas de poder. Siempre dos, para amarse, dos para unirse, dos para herirse, dos para luchar contra el vacío.

Insensato Cronos, pariste a un nuevo vástago inmortal que terminaría domeñándote y después te arrebataría el poderío.

Era una nueva molécula de brillantes términos y garigoleada vanidad.

Unos le llaman DNA, yo le llamó el Supremo, el Padre de la variación.

Así, entre los coribantes de grandes alaridos, creció el nuevo dios que dispuso su grandeza para destronar al padre.

Era un titán heroico, con ínfulas de ambición que jamás percibieron sus antepasados. Tenía el amor total del polvo cósmico, el código sagrado del filósofo paterno pero además era un genio precoz. Niño diabólico, ángel de luz que anticipó todas las posibilidades del fruto prohibido. En su fuero preparó la rebelión. Convocó los secretos de los catalizadores y espió en el taller de Cronos. Aprehendió el alma de los alfareros al servicio, los sacerdotes que catalizaban. Entonces los compró. Los sedujo con fervientes promesas. Era la revolución molecular. Tiempo de profecías cumplidas, héroes y mártires.  Para asentar la rebelión debería convocar mercenarios. Estos vivían en los desiertos espaciales de las aguas. Eran secuaces, ladrones de dioses, pillos redomados del código genético. Los virus.

Esta nueva estirpe de vampiros genéticos actuaban de un modo terrorífico y eficiente. Posaban sus pequeñas cápsulas proteicas como naves interacuosas sobre la membrana celular de las bacterias. Luego descargaban el genoma que salía como un buzo citoplasmático para introducirse en el secreto del RNA. Los piratas robaban la información críptica, se volvían presurosos a sus naves y desde allí la conjugaban provocando evolución , rápidos cambios, variaciones extravagantes.

Cuando Cronos quiso reaccionar el ejército enemigo ya tenía copado el escape. El Supremo le quitó el poder sagrado de la replicación y cambió la llave dorada del secreto. Se irguió como la potestad única del amor y todas las bacantes abrieron sus destellos en loor de la nueva era. Pero no lanzó a su padre al olvido. Lo esclavizó.

Desde entonces Cronos- RNA recibe sumiso las órdenes de su hijo que manda desde diversos tronos. El DNA supremo actúa, piensa en nuevas posibilidades de radiación, colma y canta los salmos de la creación.

Desde sus dominios se abraza, se abre, se deja limpiar mimoso por sus esclavos  y de vez en cuando intercambia sus ardores para poder continuar el destino. Muta y levanta poemas, crece y toca la sinfonía de los chorros que salen en veleidosos aullidos. ¡Oh, Naturaleza infatigable, poderosa, invicta! Ha sido tu numen predilecto. El hijo pródigo de tus encantos. Todo ahora es un himno que se recicla a su propia vanagloria. Por eso, reyes, magos, emperadores y odiosos lectores antropocéntricos, escuchen:

Su vanidad es falsa, que ha sido Dios quién da el señorío, la probabilidad, el estado. Dios no tiene respeto a nadie pues Él es todo y manifiesta su grandeza en todos sus productos. ¡Oh, DNA, exaltamos tu poder! ¡El único libertador! Alabad al DNA porque es inmensa su sabiduría. Alabad al emperador del anti-caos porque es eterna su pasión.

Es Dios y es el pensamiento que se piensa a sí mismo.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

Doctor en Ciencias Marinas. Recibió el Premio Internacional de Divulgación Científica “Ruy Pérez Tamayo” en 2012. Entre sus libros sobre temas científicos destacan “Tiburones, supervivientes en el tiempo” y “Ensayos en Filosofía Científica” en coautoría con David Siqueiros.

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