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Contra la utopía

IMAGEN: “Tarde de domingo en la isla de la Grande Jatte” Georges Seurat

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cualquiera, sea la de Platón, la de Marx o la de Bacon. Ni el filósofo que gobierna, ni el proletariado tiránico, ni los científicos ilustrados son garantía de un logro benévolo ni mucho menos absoluto.

Pero más que contra las utopías, hay que cuidarse de aquellos que desean implantarlas, los que justifican a Rousseau y el pueblo bueno, la supuesta amistad emanada de la voluntad general terminan ejerciendo su sangriento terror decapitando enemigos de la revolución. Las metonimias de las utopías son los campos de exterminio, checas, gulags, guillotinas, manicomios, cárceles subterráneas y destierros.

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Los utopistas justifican a los asesinos. ¿Qué hacer con el rebelde, el que no encaja en la sociedad perfecta o perfectible?

Los que creen en utopías parece que jamás han salido a las calles. No conocer a los humanos puede ser mortal. No hay hombre, no hay especie, no hay esencia del primate racional que pueda ser encontrada sino como una generalización metafísica o teológica.  Las utopías están en los delirios, los discursos, el papel, en el tropos uranos de un idealismo nada inocente, pero en el mundo real se trastocan en masacres y castigos, cercos que diluyen la libertad de los individuos.

Si la República de un Platón enloquecido por los filósofos gobernantes se lleva a cabo la mayoría de nosotros seriamos expulsados de ella.

Generados en el idealismo, edades de oro y arcadias, Atlántidas de ensueño van y vienen como formas y entelequias fuera del tiempo, de la historia y del mundo, ya sea el cielo cristiano, el edén judío o Satya yuga hindú.

¿Cómo pensar en una edad de oro cuando somos egoístas, crueles, hipócritas, asesinos e imperfectos? ¿Cómo en una realidad entrópica, en donde los organismos no podemos sintetizar moléculas infinitas?  Lobos entre ovejas y ovejas entre lobos, los intereses devoran la benevolencia y el soñar con las colmenas de gatitos sin dientes parece una burla para deficientes mentales.

¿Qué hacer entonces? ¿Hay qué hacer algo? ¿Es realista el Estado inmaculado de Nozick? En una reunión de anarquistas el argentino Ernesto Sábato fue interpelado por sus camaradas por querer el pacifismo. ¿Cómo generar una sociedad mejor sin violencia, comiendo lechuga? Le gritaron.

No lo sé. ¿Será la ataraxia individual una salida? ¿Por qué pensar siempre en hormigueros? Cierto es que somos animales políticos, pero esa ficción de poder es un noúmeno que siempre ha conducido a océanos de llanto.

Una vez conocí a una niña de 9 años en una ciudad espantosa. Fue hace 20 años, no sé si ella sigue viva, pero estaba embarazada de su propio padre. La conocí en el Instituto Nacional de Perinatología en Lomas de Chapultepec, se llamaba Cecilia. Le escribí un poema que jamás le leí, hoy está perdido. ¿Cómo hablarle a ella de utopías? En la calle de Madero conocí a Estrellita, tenía 16, se prostituía desde los 12, le enseñé a leer y los padrotes le cortaron la comisura de los labios.  ¿Cómo hablarle a ella de utopías? En Sudáfrica conocí a una mujer que de niña le cortaron el brazo en Sierra Leona. Se lo cortó un niño de 11 años en medio de la dictadura militar. ¿Cómo hablarle a ella de utopías?

Recuerdo a Pirrón que vio crucificados en Cartago, bonzos quemándose vivos en la India, volvió con los restos del ejército de Alejandro y cuando los platónicos le hablaron de la Verdad ideal él solo pudo reírse de coraje y con desprecio. Las ideas arquetípicas pueden sonar muy mal en medio de basureros donde los buitres picotean cadáveres de niños. Ya lo cantó Cesar Vallejo, un hombre busca comida en la basura, ¿cómo hablarle luego de metafísica?

Y nosotros… aquí, en una ciudad periférica, sin importancia, ajena al vaivén imparable del poder económico mundial, pensando en un idioma sin imperio, clamando a voces que se pierden. ¿Por qué clamamos? ¿Quién nos escucha?

Entre mundos ya virtuales de doxa y opiniones infinitas, en la sobrepoblación de estupideces queda la resaca por morderse los puños.

Quizá la realidad sea una broma, una infantilización de proponer ositos cariñositos que devienen carniceros. Sin sistemas filosóficos, con la mueca escéptica.

Pero en fin, aquí pienso sobre utopías y no me da el optimismo para tanto, más que para estar en contra, solo por congruencia, solo por respeto a aquellos a quien no podemos hablarles de ellas.

 

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¿Somos más estúpidos que nuestros ancestros? (II) Sobre disonancia cognitiva

FOTOS: Internet.

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Quizá los adultos culpan a los jóvenes de estúpidos porque piensan que nos los pudieron educar para que respondan a sus expectativas olvidando su pasado. El conflicto entre el ser y el deber ser resulta central como pugna entre ética y moral. De cualquier forma, su aseveración es sesgada y se enmarca en la disonancia cognitiva. Quizá la disonancia es necesaria en algunos casos para poder sobrevivir en un mundo hostil, sin embargo es una fuerza idealista cegadora que refuta el mundo y prefiere el modelo.

Así, no importa la observación de una barco que desaparece a niveles distintos en el horizonte, la sombra terrestre sobre la luna en los eclipses, los husos horarios o las fotografías satelitales; seguirán existiendo miles de personas que afirmen la no esfericidad del planeta. Así, no importa que en La Biblia se contabilicen más de dos millones de humanos asesinados por o bajo órdenes o en nombre del Dios judeocristiano, millones de judíos y cristianos seguirán afirmando que su dios es infinitamente bondadoso.

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La disonancia cognitiva es especialmente irritante en los discursos de los políticos, que aunando su hipocresía ofensiva con su avidez, a veces parecen fervientemente creerse sus propias mentiras.  Contraponer la estupidez a la inteligencia ha sido lógico, definir esta última no tanto.

Stephen Jay Gould mostró en La falsa medida del hombre la falacia que pasó por ser científica varias décadas (incluso algunos todavía creen en ella) de la inteligencia como entidad singular, su localización en el cerebro y su cuantificación en un cociente (IQ). El uso de ese número ha sido utilizado para clasificar individuos y grupos humanos por razas, sexos o clases sociales como inferiores o superiores. Gould se centra en el análisis de grandes conjuntos de datos utilizados para justificar una inteligencia unitaria como determinismo biológico.

También R. J. Sternberg muestra las limitaciones del IQ para resumir las habilidades y capacidades potenciales del hombre en su obra  Beyond IQ: A triarchic theory of human intelligence. Ningún número puede clasificar ni el funcionamiento mental ni el mérito general, por lo que sólo queda el pensamiento cualitativo y no cuantitativo sobre un noúmeno tan lábil como la “inteligencia”.

Pero clasificar a los humanos como “inteligentes” o “idiotas” va más allá de una discusión psicológica: tiene implicaciones políticas. Gould nos describe como el francés Alfred Binet, creador del test de IQ evitó la interpretación hereditaria de su teoría ya que esta sólo estigmatizaría a los niños tachándolos de “ineducables”. Cosa que fatalmente ocurrió en países como los Estados Unidos lo que pervirtió la propia teoría de Binet.

La interpretación hereditaria del IQ fue desarrollada por tres psicólogos estadounidenses, Goddard, Yerkes y Treman. Este último, L.M. Terman, fundó el “movimiento americano de valoración psicológica”. Encontró que un IQ entre 70 y 80 es “muy común en familias hispanoamericanas, indias y mejicanas, y también en las negras. Parece que la causa de su estupidez es racial o, al menos, atribuible a condiciones innatas de su familia (…) y, desde el punto de vista eugenésico, el hecho constituye un grave problema debido a la elevada proliferación de estas gentes”.

Subrayo al lector el término sobre la eugenesia, nos remite a la justificación de los nazis para exterminar a miles de niños y adultos que consideraban inferiores. Dos décadas después de El Holocausto, los psicólogos estadounidenses colocaban nuevas bases para justificar futuras matanzas.

A finales de los años 60 el psicólogo de la universidad de Harvard, Arthur Jensen, publicó: “¿Cuánto podemos elevar el cociente de inteligencia y el rendimiento escolar?” en el que defendía que la diferencia en las calificaciones del cociente de inteligencia entre blancos y negros está determinada genéticamente. Basándose en las ideas de Jensen, el físico de la universidad de Standford, William Shockley, propuso en 1972 la esterilización masiva de los individuos con cociente intelectual inferior a 100.

Entender la inteligencia

El conflicto entre Educación contra Naturaleza diluye la complejidad de la realidad y del mundo y nos lanza a una falacia de Falso Dilema. Así, la inteligencia no es un fenómeno mesurable sino más bien un concepto filosófico equivalente al entendimiento.

Tanto para Platón como para su discípulo Aristóteles el entendimiento era la capacidad de pensar dando límites, cosmos y medida a las cosas. El término era noesis (όησις) a este tipo de penetración intuitiva siempre racional.

El término inteligencia como entendimiento ya es medieval y lo usa Tomás de Aquino como sinónimo de conocimiento íntimo. Intus legere sería un leer dentro de uno mismo.

En la actualidad, parece que cuando nos referimos a la inteligencia nos referimos a un entendimiento comprensivo por el cual entender significaría captar los significados simbólicos (proceso semiótico) la fuerza o la forma de los argumentos o el valor de las acciones. Es justo basándose en esta acepción que Binet soñó con medirla objetivamente con cocientes matemáticos.

De nuevo se complica el asunto pues la inteligencia estaría ligada al comprender. ¿Comprender qué? La verdad revelada de Dios, contestarían los escolásticos medievales que pelearon siglos sobre el valor y la posibilidad de dicha comprensión.

Es en el siglo XIX donde se resaltó la dificultad de aplicar la causalidad al dominio de los acontecimientos históricos o humanos. Allí se separó la comprensión filosófica de la comprensión como probable causalidad desde las ciencias naturales.

Definiciones y acercamientos hay incontables, algunos desde la fisiología neuronal como Antonio Damasio que antes de los pensamientos, la memoria o la inteligencia pondera el concepto de conciencia central como evidencia misma, sensación indisimulada de nuestro organismo individual en el acto de conocer.

La incapacidad de definir qué es inteligencia ha desembocado en un absurdo de multiplicar los entes. En la actualidad hay varios tipo de inteligencias según a que psicólogo uno acuda, la kinestésica, la emocional (?), la interpersonal, la intrapersonal, etcétera. Para unos hay ocho tipos para otros doce, para otros quince y así, dando palos de ciego resulta entonces que cualquiera de nosotros ya es inteligente de alguna manera y podemos ufanarnos como pavos.

Para algunos autores la estupidez es el peor de los crímenes. Arturo Pérez Reverté prefiere a los malvados que a los tontos pues estos últimos no se dan cuenta del daño que provocan.

Elogiando la estulticia

En El Renacimiento, la tesis de que el hombre es la criatura racional suprema fue central a partir de la obra de Pico della Mirandola pero no todos estuvieron de acuerdo…

Más serio en su burla fue Erasmo. Su libro, mal traducido como Elogia a la locura es una oda a la estupidez. Porque su título original es Stultitiae Laus y estulticia es tontería, necedad, estupidez, torpeza de entendimiento. Una de las obras más interesantes del Renacimiento.

Sin la estupidez este mundo sería triste y aburrido —es la tesis de Erasmo—, el hombre no es la quintaescencia de la razón sino su esencia radica en ser imbécil y orgulloso de serlo. La propia Estulticia es una diosa que en un monólogo se defiende a si misma: “Hable de mí como quiera el común de los mortales, pues no ignoro lo mal que se habla de la Estulticia, incluso entre los más estultos, pero yo soy la única, sí, la única —digo— que, cuando quiero, lleno de regocijo a dioses y a hombres”.

¿Quiénes son los más estúpidos según Erasmo? Los teólogos y los filósofos (hoy deberíamos catalogar también allí a los científicos teóricos) pues se dedican  a divagar sobre cuestiones complejas y formales (que en realidad no les sirven a nadie) y olvidan aspectos más prácticos. Se dedican a razonar de cosas inútiles y abstrusas, explicar historias asnales, discutir si el Padre es el hijo o el hijo es el Hijo, si debemos persignarnos con la mano izquierda o la derecha o si Lacan es mejor que Freud, si las ciencias sociales son ciencias, si el materialismo dialéctico es mejor que el ciclo económico de Hayek o si la evolución es por selección o por epigenética y provoca tumultos, heridas y riñas.

Pero también si el sabio habla de algo razonable o serio, el público se aburre, vomita, se asquea, bosteza, pero en el momento en que el vociferador comienza un debate y escupe estupideces el público se interesa y despierta, aplaude como mono y vocifera también. Hay sillazos, pitos, silbidos y el evento se convierte en un zoológico digno de reality show.

Erasmo concuerda con los viejos amargados en que es durante la juventud cuando está presente la estulticia. A ella se debe el encanto que tiene esta etapa, caracterizada por su falta de sensatez. Son los años más placenteros en la vida de cualquier persona, cuando se embriagan sin pena arrojándose a los peligros, llenan tinacos y albercas con vino para intoxicarse en ellas, filmarse rasurándose las axilas y alcanzar quince millones de likes, compran frasquitos con agua de la bañera de una influencer por 30 dólares…

Tal forma de ver a la juventud inunda a las librerías con títulos como: El triunfo de la estupidez (o ¿qué les pasa a los jóvenes?), ¿Por qué hacen cosas estúpidas los adolescentes?, Cosas que hacíamos en la secundaria – la estupidez de la juventud o ¿Son los millenials tan estúpidos como parecen?.

En 2016, Somerville publicó un estudio en el que teoriza sobre cómo el cerebro adulto procesa más información y funciona de manera más eficiente que el adolescente. La maduración del cerebro ocurre tardíamente, entre los 25 y los 30 años y afecta la forma de pensar de las personas. En el caso de los adolescentes, estos aún no desarrollan un sistema cerebral fuerte, con el cual puedan mantener bajo control sus emociones. ¿Entonces porque carajos debemos escoger una carrera profesional a los 17 años?

Embarazos no deseados, suicidios, robos, homicidios y hasta la guerra podrían relacionarse con nuestra tardía maduración cerebral. Pero esto no reduce la estupidez a la juventud. En 2012 un hombre de 43 años bebió de un bote de salsa pensando que era alcohol. En realidad bebió gasolina y para reponerse del susto encendió un cigarrillo. Murió quemado. En 2011 una mujer murió de hambre pensando que podría subsistir sólo alimentándose de la luz del sol como le recomendó un monje budista. En 2008, Adelir Antonio, sacerdote católico de 42 años intentó volar desde Brasil hasta Paraguay atado a mil globos. Su cuerpo sin vida se encontró en el mar. Puede buscar el video de su despedida en la red. Ejemplos bastarían para llenar una enciclopedia pero estos humanos no eran precisamente jovencitos y su cerebro debía ya estar suficientemente maduro.

Para Erasmo el amor es una estupidez, ciega al amante, enloquece y embrutece. El acto sexual es ridículo y aquel que desea tener hijos aún más: El más sabio debe volverse imbécil si quiere ser padre, pues es aquella otra parte tan estulta y tan ridícula, que no puede nombrarse sin suscitar risa, la que propaga el género humano. Los hombres que buscan casarse son completamente tontos pues: ¿Qué hombre ofrecería la cabeza al yugo del matrimonio si, como suelen hacer los sabios, meditase antes los inconvenientes que le traerá tal vida?.

Pero el hombre es todavía más idiota pues se enamora de la criatura más estúpida que existe: la mujer. Para Erasmo la mujer es irracional pues quiere tener hijos aun después de haberlos tenido y no piensa, solo se dedica a la jocosidad y la pasión: ¿Qué mujer permitiría el acceso de un varón si conociese o considerase los peligrosos trabajos del parto o la molestia de la educación de los hijos?  La mujer es estúpida porque acepta preñarse de un imbécil.

Si no fuéramos estúpidos no tendríamos amigos, no habría maestros que quisieran perder el tiempo enseñando a estúpidos, ni habría política, pues la gente quiere que la gobiernen estúpidos.

De esa forma los amigos son más estúpidos por querernos, los maestros más estúpidos que sus alumnos por perder el tiempo enseñando a lelos y el político totalmente enajenado al sentirse admirado por subnormales.

Y así el genial Desiderius Erasmus Roterodamus concluye: “Si el más torpe es el más satisfecho de sí y el rodeado de mayor admiración, ¿quién preferirá la verdadera sabiduría, que cuesta tanto trabajo adquirir, que vuelve luego más vergonzoso y más tímido, y que, en suma, complace a mucha menos gente?”.

En resumen, Erasmo nos demuestra con lógica pura como la humanidad es estúpida (irracional) pero cómo justamente en dicha estupidez radica la felicidad.

Ultimadamente… ¿Qué importa?

Referencias

Aquino, T. (1990). Summa theologica (Vol. 2, p. 104). Encyclopaedia Britannica.

Damasio, A. (2018). La sensación de lo que ocurre: cuerpo y emoción en la construcción de la conciencia. Ediciones Destino.

Gould, S. J., & Pochtar, R. (1984). La falsa medida del hombre (No. 159.92 GOU). Antoni Bosch.

Platón. (1992). Diálogos. Gredos.

Rotterdam, E. D. (2004). Elogio de la locura (No. 879.7 R851e). Madrid, ES: Mestas Ed.

Somerville, L. H. (2016). Searching for signatures of brain maturity: what are we searching for?. Neuron, 92(6), 1164-1167.

Sternberg, R. J. (1985). Beyond IQ: A triarchic theory of human intelligence. CUP Archive.

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Filosofía de la química (II)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La alquimia occidental tiene una base árabe —operatoria y positiva—; y una base esotérica idealista grecoegipcia. Esta última se relacionó con la figura legendaria de Hermes Trimegisto, sincretismo helénico del dios Thot quien enseñó el lenguaje mágico de los jeroglíficos a los hombres.

El vocablo hermético se relaciona con el misterio, lo secreto, lo sellado. Las obras atribuidas a este ser se compilaron en textos que, desde el siglo I, se conocen como el Corpus Hermeticum. Fórmulas mágicas y principios filosóficos, desde su concepción universal hay correlaciones y leyes cósmicas; como es arriba es abajo pues el microcosmos es espejo del macrocosmos. El Corpus fue traducido en el siglo XV por Marsilio Ficino, maestro e iluminado cuya filosofía bañó el Renacimiento italiano. Sin embargo, estos conceptos fluyeron desde la Baja Edad Media entenebreciendo el pensamiento químico.

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Fue precisamente una mezcla de esoterismo, persecución religiosa e idealismo, lo que estancó la química en su forma alquímica. Alquimista, hechicero o brujo prácticamente eran sinónimos y ser acusado de serlo podía implicar la muerte por ejecución y la tortura por tradición. Experimentar con sustancias era peligroso. Así que los médicos, parteras, sanadores y químicos tuvieron que esconderse y refugiarse en símbolos ininteligibles. Obscurum per oscurius, ignotum per ignotius (lo oscuro por lo más oscuro, lo desconocido por lo más desconocido) era el lema del alquimista. La meta, o gran obra, se simbolizaba con nombres que a veces parecían sustancias reales y otras más bien metáforas de espiritualizaciones ambiguas como el Aqua permanens, el Lapis philosopharu, el Elixir vitae, el Vitrum aureum o el Vitrum malleabile.

El objetivo de transmutar cualquier metal en oro (deus terresti) parecía una metáfora de elevación espiritual para llegar al anthropos gnóstico (el hombre originario divino) mediante el aqua permanens y el ignis noster.

La química era entonces una ciencia materialista tanto como una ideología casi religiosa. Eso ya puede entenderse en el tratado de alquimia del Seudo Demócrito del siglo I, en donde el proceso alquímico se entiende Tam ethice quam physice (Tanto ético como físico). Confusión que hace plantearse las siguientes preguntas: si el alquimista usó procesos químicos de manera simbólica, ¿por qué trabaja con material de laboratorio como atanores crisoles y retortas? De igual forma, si la alquimia describió procesos químicos ¿por qué los fenómenos aparecen oscurecidos mediante símbolos astrológicos hasta casi hacerlos desconocidos? Una posible respuesta la dio Jung cuando deduce que: “El alquimista vivía su proyección como cualidad de la materia. Lo que en realidad vivía era su propio inconsciente”.

Lo interesante es que la creencia de uno de los últimos magos fue base para la teoría de la gravitación como fuerza: Isaac Newton fue principalmente alquimista y su noción de la relación entre los astros es fundamental para describir su revolución física. Pero fue un contemporáneo suyo quien iba a darle una dirección distinta a la ciencia de las transmutaciones: Robert Boyle.

Boyle pertenecía al Colegio Invisible que se transformaría en la Royal Society, justo el cambio de las sectas esotéricas a los institutos científicos. Inspirado por la filosofía matemática, ya que muy joven había estudiado las paradojas de Galileo, enunció la ley que describe como el volumen de un gas varía inversamente con su presión.

En 1661, Boyle publicó “El químico escéptico”, en donde ridiculizaba la postura ocultista de la alquimia en favor de una teoría mecanicista y racional sobre la materia. Defendía el atomismo y tenía la misma idea de Epicuro sobre que el tamaño y la forma de los átomos determinan las cualidades de las sustancias. En su libro, argumentó que los experimentos niegan que los elementos químicos se limiten sólo a los cuatro clásicos y alentó la experimentación. Defendió que todas las teorías deben ser probadas experimentalmente antes de ser consideradas como verdaderas. Observó la cualidad inflamable del hidrógeno mezclando limadura de hierro con ácido y lo describió como un aire impuro. Sin saberlo había logrado sintetizar agua.

En 1673, Johann Becher intentó sintetizar oro para el príncipe de Baden, con el fin de financiar la guerra contra Francia. Lo curioso es que no creía en la alquimia sino en una química que negara el ocultismo. Aunque no logró su propósito debido a una persecución política que le obligó a huir, propuso un principio llamado tierra pingüe como causa de la transformación de las sustancias.  El discípulo de Becher, Georg Ernst Stahl rebautizó la tierra pingüe como “flogisto”, palabra griega que significa quemar. La teoría del flogisto fue una de las primeras teorías unificadoras de la química, según la cual, cuando un metal se calienta al aire, se libera el flogisto y el metal queda deflogisticado. El residuo puede volver a ser metal reflogisticado mediante otra sustancia, como el carbón, rica en flogisto. De esta manera, los seres vivos liberamos flogisto y las plantas lo absorben.

Robert Boyle explicó que la combustión no se daba en el vacío, de lo que se deducía que el aire es un recurso mecánico que transportaba el flogisto. Esta teoría se mantuvo cerca de un siglo, hasta que nuevos hechos provocaron nuevas descripciones y explicaciones posibles.

En 1774, Joseph Priestley repitió un experimento que había ya realizado Boyle: calentó óxido de mercurio para separar el mercurio, cosa muy común desde el medioevo. Pero Priestley descubrió que el aire liberado por la reacción promovía una combustión más violenta que el aire común. La explicación, según la teoría vigente, es que ese aire tenía menos flogisto. Pero en 1775 se dio cuenta de que este aire desflogisticado mantenía vivo a un ratón que lo respiraba, más tiempo que el que otra criatura hubiese agotado sin antes morir de asfixia. Priestley respiró ese aire y lo encontró puro y revitalizante. Fue en este año cuando un francés entró en escena explicando el fenómeno.

Antoine-Laurent de Lavoisier trabajaba en un laboratorio particular gracias a la dote de su casamiento.  Como padre de la estequiometria, desarrolló el cálculo de las relaciones entre los reactivos y productos en el transcurso de una reacción química. Lavoisier y su círculo de colegas y discípulos, inventaron una nueva nomenclatura para iluminar la oscuridad promovida por los alquimistas. Esta idea ilustrada tenía su antecedente en la idea de Condillac, según la cual el éxito de una ciencia estaba relacionado con el tipo de lenguaje utilizado. Lavoisier deseaba crear una nomenclatura universal estandarizada que se alejaba del mecanicismo de Descartes y Newton. La química se determinaba en ese instante como una ciencia autónoma, un principio de cierre categorial como podría definirlo Gustavo Bueno según su materialismo filosófico.

 

Continuará…

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Filosofía de la química

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Actualmente se investigan enzimas como fuente de combustible con base en el hidrógeno, propelentes sólidos eléctricos para la pirotecnia o síntesis orgánica de drogas. Asimismo, el mundo actual bulle de tecnología basada en hidrocarburos, plásticos, alcaloides que cambian la percepción y enajenan, toxinas de largo alcance y fármacos de todo tipo. El tipo de vida, la esperanza de la misma y nuestra determinación biológica dependen de la alimentación, la cual ha sido modificada y constituida mediante los conocimientos de las reacciones y el metabolismo.

La Química ha demostrado, con lauros y ejemplos sublimes y nefastos, ser una ciencia cuyos conocimientos han cambiado la realidad y, por lo tanto, ha sido capaz de entenderla mucho mejor que otras ciencias.

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Comúnmente se considera a la matemática como la reina de las ciencias, sin embargo, debemos considerar que, al habitar una realidad material, el conocimiento sobre la materia condiciona todo el conocimiento sobre la realidad. De esa manera no pudo construirse la bomba atómica sin bases químicas. La biología contemporánea tiene una base química común y podemos reducir casi todas las características de lo viviente a lo bioquímico. Alexander Oparin pensaba que la complejidad de la vida no puede explicarse con la química, pero su origen debe entenderse como una gradual evolución de compuestos orgánicos. Para él, una teoría de la naturaleza de la vida no puede separarse de una teoría del origen de la vida y ese origen solo puede rastrarse de manera química. Amable lector, examine los vestidos que porta, los alimentos que hoy consume, la tecnología que posee y piense entonces quien es la verdadera reina de las ciencias.

Se entiende a la química como la ciencia que estudia la composición, estructura y las propiedades de las substancias, además de las reacciones por las que una de éstas se convierte en otra.

La noción de sustancia es metafísica y significa la estructura necesaria. Esta definición aristotélica implica lo que necesariamente es, e implicaría la esencia (quod quid erat ese). Aunque con los siglos este problema de los universales se ha decantado más hacia el idealismo, la química al tomar el nombre de su objeto de estudio como la definición metafísica por excelencia, ha convertido la sustancia en un objeto que tiende hacia el materialismo. Pero, al hacerlo, disuelve la semejanza con la esencia, pues químicamente la sustancia se divide en elementos y compuestos. A su vez, los elementos se subdividen en elementos atómicos y elementos moleculares.

Así, según Lombardi y Labarca, la química resulta una ciencia ‘fenomenológica’ que sólo describe los fenómenos tal como se nos presentan. La noción actual de fenomenología se basa en el pensamiento de Husserl, quien considera a los fenómenos sucesos reales que se insertan en el espacio tiempo, en el cual la conciencia del sujeto cognoscente es un movimiento de trascendencia hacia el objeto a estudiar y por el cual el objeto se presenta “en vivo” a la conciencia.

Llegar a estos estadios del conocimiento de la materia ha implicado una aventura histórica que se confunde con la magia, el esoterismo y la religión, hasta que se purificó con el escepticismo pragmático de las ideas ilustradas. Pensar en la transformación de las sustancias nos llevaría hasta los orígenes mismos de la especie humana, hitos como la manipulación del fuego o la historia de la metalurgia, que incluso condicionó épocas enteras.

Consideramos a la química como una ciencia materialista-realista. Aunque podemos considerar las doctrinas de los atomistas –Leucipo, Demócrito, Epícuro, Lucrecio– como materialistas, tal vocablo fue propuesto por Robert Boyle en 1674 y designa que toda causalidad proviene únicamente de lo material, o sea, los cuerpos.

Ya Demóctiro de Abdera sostuvo que átomos y vacío son lo único real. Todo lo demás es convención u objeto de opinión. Las diferencias que existen entre los átomos son las que permiten explicar las diferencias que existen entre las cosas, y son tres: figura, orden y posición. Por lo que se colige que “hay infinitos mundos, sujetos a generación y corrupción. De lo que no existe, nada se hace; ni en lo que no es, nada se corrompe”. Su cosmos es una mezcla de elementos míticos sin muerte, solo transformación: “Fuego, agua, aire y tierra, pues todas estas cosas constan de ciertos agregados de átomos, los cuales por su solidez son impasibles e inmutables”.

Debemos considerar la aventura de la química como alquimia, su madre imbricada. Alquimia es un vocablo que deriva de alkimiya, atribuida al egipcio kmm, “negro”. Es el arte negro por excelencia.

En el templo de Edfu están grabados procedimientos para la fabricación de perfumes y parece que el templo fungía como un gran laboratorio.

Desde tiempos legendarios, la alquimia china se ligó a los fangshi (maestros en artes ocultas), expertos en técnicas respiratorias, medicina, astronomía, geomancia, adivinación, música y, por supuesto, experimentos con las sustancias. Los alquimistas chinos consideraban cinco agentes –wu xing– madera, fuego, tierra, metal y agua, que mediante interacciones genésicas y progresivas constituyen la realidad a través del Tao, o la vía.

La alquimia se nombraba Dan, que literalmente significa cinabrio (sulfuro de mercurio) y se refiere a las transformaciones o procesos de cambio. El objetivo era transmutar toda sustancia en oro. El oro como arquetipo universal ha sido el símbolo en la razón poética  de la belleza, la bondad y la verdad. En el 122 a.C., Huai-nan-tzu recita en su libro “Tsou Yen”:

El oro tiene carácter imperial

Se encuentra en el Centro de la Tierra

Sostiene relaciones místicas con el Chüe (sulfuro)

el mercurio y la Vida futura.

 

También Ts’an t’ung Ch’i, dos años después escribiría en “Wei Pong Yang” la tesis de la alquimia interior:

¿Por qué no pruebas de introducir el Elixir en tu boca?

El oro, por su naturaleza, no daña;

Por algo es, entre todos los objetos, el más precioso

Cuando el alquimista lo incluye en su dieta

La duración de la vida se vuelve eterna…

Los cabellos blancos vuelven a ser negros

Los dientes caídos vuelven a brotar

Aquel que ha escapado de los peligros de la vida (ha cambiado)

Lleva por título el nombre de Verdadero Hombre.

Y es que para los antiguos chinos, hay dos tipos de Dan: Wai dan, alquimia externa o de la materia circundante que encuentra su eco en el trabajo interior del adepto y Nei dan, la alquimia interna, en donde se transmuta la mente, el alma o el corazón del practicante. Debemos considerar esta protoquímica como una filosofía idealista-realista que iba a perdurar por miles de años y que, paradójicamente, frenó el desarrollo de la química como conocimiento progresivo en lugar de alentarlo debido a su carácter místico y poco científico. Así en el Nei dan, durante el proceso de creación de un oro perfecto, el cuerpo y el alma del alquimista se irían purificando simultáneamente, transformándole en una mejor persona, liberada de toda la escoria adquirida durante la experiencia de la vida, y capaz de recrear el mundo.

La alquimia permeó el mundo antiguo en su afán por la gran obra. Demócrito la presentó como la ciencia primera de los sacerdotes egipcios y Plinio cuenta que el emperador Calígula quiso fabricar oro; en Babilonia se fabricaba vidrio, metales y piedras preciosas cuyas fórmulas se pueden leer en las tablillas de Arsubanipal.

En Europa, la alquimia llegó por vía de los árabes, egipcios, griegos y bizantinos. En el siglo I a.C., la alquimia oriental se fusionó con doctrinas griegas en la Alejandría Helénica. Se encuentra un documento titulado “Física y mística”, erróneamente atribuido a Demócrito, donde se trata ya de la transformación de los metales.

La alquimia árabe de fuerte tradición egipcia comenzó en Siria y alcanzó su apogeo durante los califatos Abasidas. El más célebre de los alquimistas fue Geber (Ŷabir ibn Hayyan) quien restituyó la teoría griega de las sustancias por sobre los elementos y-como buen hijo de farmacéutico- ponderó la importancia de la experimentación en el siglo VIII. Fue en el siglo IX en que otro alquimista, Ḥunayn ibn Isḥāq al-ʻIbādī, introdujo una nueva terminología científica para entender las teorías alquímicas.

Para los árabes los metales eran cuerpos compuestos, formados por mercurio y azufre en diferentes proporciones. En el siglo X, Al Razi -Abū Bakr Muhammad ibn Zakarīyā al-Rāzī- clasificó a los compuestos en cuerpos, boratos, vitriolos, sales y espíritus. Se le atribuye el descubrimiento del ácido sulfúrico y el etanol, además de estudiar la etiología y síntomas de la viruela. Lo curioso es que Al Razi ponderaba la razón sobre la magia, negando cualquier intervención divina y sus textos están exentos del misticismo común de la mayoría de los textos alquímicos de su época. El imperio musulmán de la época permitía tales casos de racionalidad sin ser considerada herejía, por lo que se considera la era dorada de las ciencias islámicas.

Continuará…

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Filosofía y matemáticas (II)

FOTOS: Internet.

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). ¿Cómo podemos nosotros, como seres finitos, reconocer los objetos matemáticos y las verdades, si éstas se encuentran en las esferas celestiales de las ideas?

Tal pregunta era contestada por los pitagóricos y platónicos con la noción de intuición a través de la razón. Las ideas nos llueven desde el Tropos Uranos, el cielo, la verdadera realidad más allá de las apariencias materiales. De esta manera, las matemáticas conforman la base del idealismo. Esta filosofía es también la doctrina de una religión que fue absorbida tanto por el cristianismo renacentista como por el Islam, y dio los argumentos de una realidad cósmica que se puede comprender por medio de la inteligencia.

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Casi suena a dogma, y probablemente eso sean los axiomas. Un axioma matemático es una proposición tan evidente, que se considera que no requiere demostración. Los conjuntos de axiomas forman un teorema, que debe ser demostrado y fundamentado lógicamente. La obra magna de Euclides se fundamente en teoremas geométricos.

Pero, ¿la realidad puede ser matematizada tal cuál es?

Los aristotélicos lo dudaron. Para el mismo filósofo, la idealización carecía de sentido en la realidad. Fue el gran enemigo del número pitagórico y, tanto lo negó, que su Física carece de matemáticas. “En cuanto a construir los cuerpos físicos a partir de números, cosas que tienen peso y ligereza, a partir de cosas que no tienen peso ni ligereza, parecen estar hablando de otro cielo y de otros cuerpos, pero no de los sensibles. Todas estas cosas carecen de sentido, chocan entre sí y con el buen sentido” clamaba en contra de los platónicos.

Los constructivistas piensan que las matemáticas no tratan sobre la realidad. Ludwig Wittgenstein defendió que las verdades, expresadas en la lógica y las matemáticas, no son acerca de los números, series, o triángulos o cualquier otra materia específica, de hecho, no son sobre nada en absoluto. Así, las matemáticas no aportan pensamiento alguno, ya que las ecuaciones son tautológicas. Tal es la base del Formalismo, al cual se adhirió otro gran matemático como David Hilbert, para quien la verdadera importancia en la construcción de los saberes matemáticos no es el resultado numérico, sino la ley de cómo estructurar las relaciones entre los objetos matemáticos.

El debate se espesa cuando entra en escena la siguiente pregunta: ¿las matemáticas son lógicas? Tal pregunta fue abordada con una pasión fría y demencial por grandes figuras del siglo XX, como el mismo Hilbert, Frege, Whitehead y Bertrand Russell.

Russell, partiendo de la teoría de conjuntos de Cantor, encontró paradojas tan lógicas que resultan absurdas. En un sistema axiológico absoluto, cerrado, sin salidas, el sistema lógico puede resultar ilógico. Tal fue uno de sus hallazgos en su obra Principia matemática.

Se puede enunciar así: En un conjunto de hombres, uno de ellos es barbero. El axioma determina que los barberos solo pueden afeitar a las personas que no pueden afeitarse por sí mismas. Todos los hombres del conjunto deben estar afeitados. Pregunta: ¿Quién afeita al barbero?.

Las paradojas autorreferenciales son clásicas. Si usted, lector, le dice a su novia: Te estoy mintiendo. ¿Está usted mintiendo?. Es la clásica paradoja del cretense Epiménides, que afirmaba: “Todos los cretenses mienten”. Remito al lector a la paradoja del ahorcado, que Cervantes pone en boca de Sancho Panza en el capítulo LI de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha.

Ya sean paradojas semánticas, lógicas o matemáticas, estas remiten a la idea del infinito, tan defendida por Cantor y que nos causa terror sublime según Kant. Giordano Bruno había considerado necesario que la realidad fuese infinita; esa y sus ideas teológicas y atomistas, le costaron ser quemado por hereje en 1600. Escribió: “Porque así como estaría mal que este espacio no estuviera lleno, o sea, que este mundo no existiese, igualmente, por la no diferencia, está mal que todo el espacio no esté lleno y, por consiguiente, el universo será de extensión infinita y los mundos serán innumerables”.

A David Hilbert, como anti platónico, tal concepción le horrorizaba. Así le espeta: “el infinito, que es en realidad la negación de un estado vigente en todas partes, es una espantosa abstracción; tratable solamente mediante el uso, consciente o no, del método axiomático”.

Russell, con su ironía característica, resumió la complejidad de la idea en este aforismo: “Algunos de los posibles mundos son finitos, algunos infinitos, y nosotros no tenemos forma de saber a cuál de esos dos tipos pertenece el nuestro”.

El debate fue pensado en 1865 por un profesor de lógica matemática enamorado de una niña de 11 años, a la que le dedicó un libro ahora clásico. La tesis de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, es justamente la pregunta: ¿Es la lógica la que nos lleva a la locura, o la locura la que nos lleva a pensar que todo es lógico? Los personajes de esta ficción hablan con una lógica absoluta y Alicia piensa que están locos, pues ella cree que su lógica es absurda. Por el contrario, ella cree que es lógica, mientras que los demás personajes la consideran absurda y lunática.

El clímax del debate se debió a un genio que se dejó morir de hambre, en una triste tragedia mental. Kurt Gödel enunció en 1931 su teorema de incompletitud, donde analizó que los sistemas formales del tipo las paradojas de Russell, o son incompletos (no pueden demostrar todos los teorema ciertos) o son inconsistentes (contienen contradicciones). Así, la matemática, o no dice toda la verdad, o miente. No es posible probar la no contradictoriedad de un sistema formal. Ya que ningún sistema axiomático tiene todos los axiomas posibles, hay enunciados significativos que no se pueden refutar ni probar. Para que las matemáticas sean verdaderas  (coherentes), no deben ser lógicas. El axioma debe ser incompleto (no absoluto), si quiere evitar la paradoja.

Einstein lo resumió de esta manera: “Tanto como las leyes matemáticas se refieren a la realidad, no son ciertas. Tanto si son ciertas, no se refieren a la realidad”. Esta afirmación parece poner a Einstein del lado de los anti platónicos, pero aquí hay una contradicción. ¿Por qué describió sus modelos físicos con ecuaciones matemáticas? ¿Es sólo un juego? ¿Se burló de nosotros?

Para evitar esta contradicción, Putnam propuso el realismo matemático en 1975, que, a fin de cuentas, resulta una postura platónica. Aunque el matemático sepa que los números no son ontológicamente reales, debe tratarlos como si lo fueran. “No es posible ser un realista respecto a la teoría física y ser nominalista respecto a la teoría matemática”. Según él, este realismo es la única filosofía que no hace del éxito de la ciencia física, un milagro.

¿Si la realidad es cosmos, podría ser tan racional y matematizable que, en el límite, no habría distinción alguna entre matemáticas y realidad?

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