¿Somos más estúpidos que nuestros ancestros?

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Una tarde, enojada por la sandez de un grupo feminista en su preparatoria y la incongruencia entre su discurso y sus acciones, una muchacha aseveró: ¡Mi generación es tan estúpida! ¿Por qué somos más imbéciles ahora?

Yo me reí, le dije que eso no era cierto. Los adolescentes contemporáneos son tan estúpidos como los adolescentes de hace cinco mil años. Mi generación está también llena de estúpidos, de incongruentes, de arrogantes y de alienados por ideologías diversas… y ya no somos adolescentes.

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Y eso sucedía hace mil años y hace diez mil y hace un millón y seguirá sucediendo mientras la especie humana habite el planeta y exporte su idiotez hacia otros mundos.

En las sala de profesores he escuchado a algunos que se quejan de sus alumnos por su ignorancia, falta de talento, por qué no desean leer, por su valemadrismo, etc. Asombrado, yo recuerdo al interlocutor cuando tenía veinte años menos. Él tampoco leía, es más, sigue sin leer más que artículos relacionados con lo que le importa pero su cultura general es bastante pobre, también le valía un sorbete el conocimiento en general y la política, se la pasaba en fiestas embriagándose y drogándose…y ahora es un doctor en ciencias. La diferencia es que ahora tiene un poder sobre otros, más experiencia, le pagan por esta experiencia pero se le ha olvidado que era igual o peor que aquellos a los que critica.

La falsa percepción de que los jóvenes son más tontos es una constante a lo largo de la historia y propongo que está basada en una falsa percepción, quizá provocada por la desesperación de aquellos con una conciencia diferente (en un instante determinado).

“La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. Este quejumbroso que acusaba a los jóvenes de displicentes e inmorales, que no les interesa pensar y caen en un retroceso inevitable era… Platón – que pone las palabras en boca de Sócrates – , y escribía esto hace 2400 años.

Aldous Huxley en los 50’s se quejaba de que los jóvenes cada vez eran más tontos. En 1995 Carl Sagan publicó El mundo y sus demonios, alegato en contra de las pseudociencias y el pensamiento mágico. Sagan se quejó de que las nuevas generaciones estaban declinando en sus facultades críticas incapaces de distinguir entre lo que se siente bien y lo que es verdad, deslizándonos entre la superstición y la oscuridad.

Umberto Eco se divertía en sus ensayos periodísticos que condensó de la estupidez a la locura. En uno de ellos analiza el infinito de tonterías que atascan las redes sociales, da la sensación de que la imbecilidad ha crecido pero en realidad es solo una interpretación comunicativa. Escribió: “Admitiendo que entre los 7 mil millones de habitantes del planeta haya una dosis inevitable de necios, muchísimos de ellos antaño comunicaban sus desvaríos a sus íntimos a sus amigos del bar, y de este modo sus opiniones quedaban limitadas a un círculo restringido. Ahora una consistente cantidad de estas personas tienen la posibilidad de expresar las propias opiniones”.

Más pesimista es Morris Berman en El crepúsculo de la cultura americana donde enumera estadísticas y hechos que le parecen el declive intelectual de los estadounidenses modernos.  Algunos de ellos parecerían escandalosos como que el 42 % de los adultos estadounidenses no puede señalar Japón en un mapamundi, el 14 % no puede localizar a los propios Estados Unidos; uno de cada diez votantes en 1996 no sabía quién era el candidato presidencial republicano o demócrata, el 40 % de los adultos en ese país (70 millones de personas en 1995) no sabía que Alemania fue su enemigo en la Segunda Guerra Mundial, el 84 % de los estudiantes universitarios en su último año no sabía quién era el presidente al iniciar la Guerra de Corea y el 58 % de los preparatorianos de último año no entienden una editorial de ningún periódico. En una encuesta de 1998, el 12 % de los estadounidenses respondieron a la pregunta ¿quién fue la esposa del patriarca bíblico Noé? Respondieron que Juana de Arco.

Ignorancia histórica… todos tenemos en grado sumo o mínimo. Eso no significa que seamos estúpidos, pero podría sugerir una cultura deficiente.

Berman también ejemplifica ignorancia de conocimientos científicos por parte de la mayoría de los adultos y se alarma, por ejemplo, una encuesta de la National Science Fundation en 1995 mostró que el 56 % de los entrevistados dijo que los electrones eran más grandes que los átomos, el 63 % creía que los primeros humanos vivieron junto a los dinosaurios equivocándose por 60 millones de años, el 53 % dijo que la Tierra gira alrededor del Sol en un día o en un mes y el 91 % fueron incapaces decir lo que era una molécula. Todavía en el siglo XXI el 21 % cree que el sol gira alrededor de la Tierra.

De los 158 países que conforman la ONU, los EU se situaron en el lugar 49 de alfabetización. Pero no es lo mismo el analfabetismo al analfabetismo funcional. Alrededor del 60 % de la población adulta nunca ha leído un libro de ningún tipo y sólo el 6 % lee en promedio un libro al año.

Y así Berman continua con hechos y datos al por mayor. No he encontrado encuestas de ese nivel para México en esta época pero no pienso que los resultados puedan variar significativamente.

En Sudáfrica conocí a una bióloga malaya que solo había leído el Corán en su vida y no podía reconocer a México en un mapa. Antes de que usted se enoje, lector, piense en si usted puede reconocer a Malasia en uno. En Bogotá, ante mi decepción, una mujer no sabía quién fue José Asunción Silva y en París conocí a una chica que no sabía quién era Víctor Hugo.

Abundan críticas a la incompetencia y estupideces de los políticos. Las contradicciones, falacias, y burradas que lanzan Trump, López Obrador, Maduro, Peña Nieto, Uribe, Johnson, Bolsonaro, Macri, Kirchner, Zapatero, Morales, Áñez, Museveni y demás fauna ciega por sus verdades ideológicas. Pero ¿no es una constante histórica la estulticia en los líderes, las autoridades, los generales? Más ridículo es alabarlos, seguirlos y hasta defenderlos. Más trágico es matar o morir por sus decisiones.

Albert Camus aseveró que la tiranía es para los mediocres más natural que el arte, quizá pensando en el analfabetismo funcional severo de Stalin o en Hitler que en los diarios alemanes de 1930 era tachado como un zoquete ridículo.

Hanna Arendt se decepcionó cuando se percató de la mediocridad gris y banalidad de los jerarcas nazis, en este caso Eichmann. Cosa que no agradó a muchos judíos que la acusaron de traidora.

Proverbial ha sido la inutilidad o la incapacidad mental de gobernantes históricos como Carlos II “el Hechizado”, Nerón, Calígula, Anna de Austria, Jorge III, Farouk, Honorio y una lista enorme de mentecatos.

Más desolado parece el hecho de que los humanos repetimos una y otra vez el error de creer en salvadores, de seguir, de lamer el piso, de obedecer y luego, furiosos culpar a aquellos que un día idolatramos.

El analfabetismo funcional es una constante. En cualquier discusión (vea comentarios de redes sociales o foros) es casi inevitable caer en falacias de todo tipo, argumentos inválidos que terminan en ataques personales.

A ninguno de nosotros nos gusta que nos digan estúpidos pero lo somos. No somos dioses omniscientes ni omnipotentes, nos equivocamos de manera continua, estamos determinados en gran medida por nuestras hormonas, nuestra forma física, nuestras moléculas, nuestra anatomía, las condiciones cerebrales, el capricho del sistema límbico, el fragor de la amígdala, las cataratas de neurotransmisores, las respuestas emocionales al entorno, la interpretación subjetiva de nuestra neocorteza, las condiciones azarosas de la alimentación, los instintos biológicos que ni los biólogos saben que son y que Schopenhauer llamó voluntad y los nuevos escolásticos programación genética. Sin embargo, creemos que somos libres, conscientes y poseedores de la verdad.

Es inevitable que cada generación deba aprender de novo, de cero, conocimientos que se acumulan cada vez más como montañas insostenibles. No nacemos con una enciclopedia integrada y aún ahítos de tanta información, es difícil el ordenarla en sistemas. Somos primates que copiamos, seguimos ciegamente, percibimos un espectro muy reducido de la realidad y no podemos interpretarla tal como es. ¿Cómo puedo tener la certeza de que mi pensamiento concuerda en efecto con el objeto que percibo? Esa pregunta ha enfermado por milenios a los hombres.

Es difícil definir la inteligencia de manera objetiva pues la mente es un noúmeno, un nombre que damos a un epifenómeno del cerebro y las condiciones de su existencia se valoran distintas según cultura, época y lugar. Tradicionalmente, la estupidez ha sido ligada a la incongruencia entre la doctrina que decimos profesar y nuestros actos o cuando nuestras tesis son contradictorias entre sí y aun así las defendemos como ciertas.                                                             

Por ejemplo, se ha intentado asociar la incongruencia de Newton con su fanatismo cristiano. ¿Cómo es posible que haya negado con tanta vehemencia la Trinidad cuando creía en cambio en el cumplimiento tácito de la Revelación? ¿Cómo es posible que al mismo tiempo deseara describir matemáticamente la gravitación excluyendo a Dios de su teoría y luego calcular la fecha de la Segunda Venida de Cristo y del Apocalipsis?

¿Cómo es posible que un físico pueda defender al mismo tiempo la teoría del Big-Bang y la primera ley de la conservación de la masa y la energía? ¿Cómo es posible que un químico que creen en los átomos defienda la existencia de espectros o de ángeles? ¿Cómo es posible que millones personas sigan creyendo en un dios benévolo cuando a diario los hechos sangrientos contradicen una y otra vez su creencia? ¿Cómo es posible que una mujer maltratada vuelva una y otra vez al lado de su maltratador y al mismo tiempo se victimice?

Para explicar la incongruencia de nuestros actos el psicólogo Leon Festinger propuso la teoría de la disonancia cognitiva en 1957.  Se basa en la idea de que los humanos nos sentimos mejor con las cogniciones consistentes que con las inconsistentes pero no podemos sostenerlas. Munné lo explicó así en 1989: “El tener que decidir supone un conflicto hasta cierto punto objetivo: el individuo está ante una alternativa y considera imparcialmente su atractivo. Sin embargo, al tomar una decisión aparece la disonancia, que es un conflicto muy distinto a aquél, porque las creencias sobre lo elegido se oponen a las creencias sobre lo no elegido, lo que genera presiones para reducir esta disonancia que aumenten el atractivo de la alternativa elegida, sobrevalorándose los aspectos consonantes e infravalorándose los disonantes”.

Otros ven esta disonancia en la justificación de los actos inmorales. Según Bandura hay cuatro mecanismos que explican esta disonancia: justificación del acto inmoral, negación y rechazo de las consecuencias negativas, negación y rechazo de la víctima y negación y rechazo de la responsabilidad individual.

 

Continuará…

 

Referencias

 

Bandura,   A.   (2002).   Selective   Moral   Disengagement   in   the   Exercise   of   Moral   Agency.  Journal of MoralEducation, 31, 101-119.

Berman, M. (2002). El crepúsculo de la cultura americana. Razón Cínica, (2).

Eco, U. (2010). A paso de cangrejo: Artículos, reflexiones y decepciones 2000-2006. Debate.

Festinger, L. (1957). A Theory of Cognitive Dissonance. Evanston, IL: Row, Perterson & Company.

Sagan, C. (2011). The demon-haunted world: Science as a candle in the dark. Ballantine Books.

 

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

 

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

Doctor en Ciencias Marinas. Recibió el Premio Internacional de Divulgación Científica “Ruy Pérez Tamayo” en 2012. Entre sus libros sobre temas científicos destacan “Tiburones, supervivientes en el tiempo” y “Ensayos en Filosofía Científica” en coautoría con David Siqueiros.

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