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Las convicciones son cadenas…y (con frecuencia) falacias

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

La Paz, Baja California Sur (BCS). Con frecuencia se escucha decir a políticos, comentaristas, analistas, profetas de banqueta y especialistas en muchos campos, la frase reiterativa de: estoy convencido de… y luego vomitan su inferencia o convicción como dogma escrito en piedra.

Habría que recordar a Nietzsche cuando pensó que las convicciones son cadenas. Usted, lector puede estar convencido de cualquier cosa, pero enunciarla no la hace real ni mucho menos verdadera.

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En su libro La filosofía positiva, Auguste Comte predijo que jamás podríamos conocer detalles fisicoquímicos de las estrellas. Escribió: No seremos capaces en absoluto de determinar su composición química o su densidad y cualquier noción sobre la verdadera temperatura nos ha sido negada para siempre. Pero, cómo bien planteó Platón, doxa no es episteme: la opinión no es ciencia.

Es extraño, que el padre de la ciencia positiva, de la religión de la Humanidad que progresa, él que pensó en una Humanidad que alcanzaría la verdad y el grado más alto en su historia…haya también negado la posibilidad de un conocimiento astronómico. (¡Aun cuando el propio Comte arguyó que la astronomía era la más simple de las ciencias!).

Era 1835, ese año el joven Charles Darwin vivió el terremoto de Chile. La física estaba bajo la omnipotencia de la teoría de Newton y el determinismo de Laplace; mientras que la química era una ciencia muy joven después de separarse del idealismo alquimista. Dalton ya había publicado la lista de pesos atómicos, aunque los físicos desconfiaban de la noción del átomo y Avogadro estudiaba las reacciones de los gases. Faltaban años para tener una tabla periódica.

Han pasado más de 180 años. Hoy los astrónomos catalogan las estrellas y las galaxias de acuerdo con sus magnitudes determinadas por características de sus espectros. De acuerdo a su luminosidad las galaxias se dividen en gigantes brillantes, gigantes normales, enanas brillantes, enanas normales, enanas débiles y pigmeas. Mientras que existe una clasificación espectral bidimensional de las estrellas basada en dos índices: la temperatura estelar que determina las características fundamentales de su espectro; y la luminosidad. Actualmente hay más de 100 mil estrellas clasificadas por este sistema.

¿No es acaso un progreso en el sentido mismo del positivismo comtiano? ¿Entonces por qué el optimista francés, apóstol del progreso, fue tan determinante en su negativa?

Hay una especie de ceguera temporal, muy mediocre, en la que caen incluso algunas de las mentes más brillantes. Una especie de falacia ad novum o ad antiquetatem retorcida en la que piensan encerrados en sus propias coordenadas temporales como si no tuvieran en cuenta el porvenir o el universo muriera con ellos. También emerge una convicción a priori, que podría derivar en dogmas o axiomas sin otra base que la fe.

Somos animales de fe. La fe es condicionante de nuestra supervivencia, no sólo física sino hasta psíquica. Si no tuviéramos fe en que hoy no moriremos, muchos de nosotros no seríamos capaces de vivir por el miedo.

Filosóficamente la fe se define como una creencia religiosa, así que suplamos esta palabra por la simple creencia. Somos animales creyentes y la creencia se define como el compromiso en relación con una noción cualquiera.

Si pudiéramos materializar nuestro prejuicios y creencias, mezclados con deseos y falacias tendríamos una pirámide más alta que la Torre de Nemrod. La verdad de hoy es la mentira del futuro y nuestras certezas devienen polvo, anécdotas ridículas, profecías de cantamañanas.

Papías, supuesto discípulo del apóstol Juan previó un futuro utópico: Llegará un tiempo en el que…todos los animales, utilizando este alimento de la tierra (uvas), vivirán en paz y en armonía y estarán completamente sometidos al hombre.

Ya quiero ver a un tiburón comiendo uvas viviendo en paz con sus amigos peces y calamares como los tarados escualos de la película Finding Nemo. Joaquín da Fiore vaticinó que después de 1260 -inmediatamente después- llegaría una edad de paz y armonía.

Antonio Vieira esperó toda su vida, pues había profetizado que no moriría antes de que el rey de Portugal gobernara sobre todos los pueblos del mundo y Lisboa se convertiría en la Jerusalén terrestre como centro espiritual de una Cristiandad triunfante. Murió desencantado en 1697. Todavía hay masas que esperan la dictadura del proletariado como pensó Marx.

Roger Bacon, censurado por el papa por proponer estudios de química y matemáticas para conocer mejor la realidad, creía que el Islam desaparecería en el siglo XIII basado en la interpretación de un horóscopo árabe. Bacon aseguraba que la astrología era la rama más perfecta de las matemáticas y reflejaba el plan de Dios sobre la determinación universal. Han pasado 8 siglos y el Islam se mantiene como una de las religiones más populares en el mundo. Roger equivocó su planteamiento al correlacionar las seis religiones mayores de su época con los seis astros regidos por Júpiter. Claro, él pensaba que había siete astros, ahora nosotros pensamos que hay miríadas de ellos. Conocemos una porción mayor de la realidad, pero seguimos cometiendo una y otra vez falacias de correlación sin percatarnos de ellas.

Qué se tenga un corpus de conocimiento no significa que nos lleve a la sabiduría y mucho menos a la verdad. La ciencia no es verdad, es acción, investigación y modelaje. Las evidencias modifican las teorías aun cuando muchas de ellas se instauran mediante falacias ad hoc. Por eso, el científico debe cuidarse de afirmar algo tajantemente.

El brillante naturalista Edward Forbes descubrió y describió cientos de especies de medusas y equinodermos vivos y fósiles. Exploró y dragó las costas de Escocia e Irlanda. No era un bisoño, precisamente sino uno de los zoólogos más reconocidos de su época. Bien, pues Forbes, en 1840 propuso que por debajo de los 500 m de profundidad era imposible que existiera la vida. El mar era azoico, sin vida, un páramo acuático donde ninguna criatura podía sobrevivir a falta de luz y oxígeno. Parece lógico. El mar ha sido dividido en varias zonas según penetra la luz solar: la primera se extiende desde la superficie hasta 200 m de profundidad y recibe el nombre de zona eufótica La zona disfótica va de los 100 a los 200 m más o menos, y puede llegar en algunos lugares hasta los 1000 m. La zona afótica comienza a los 200 m y se amplía hasta los 4000 donde el agua ya no recibe ninguna luz. Bajo los 4 mil m se extiende la zona abisal. Si la fotosíntesis depende de la luz solar, y esta es la causa primaria de la oxigenación, las zonas afóticas son zonas anóxicas, parece entonces lógica la afirmación de Forbes.

Pues bien, en 1873, egregios naturalistas como Thomas Henry Huxley y Alfred Russel Wallace entre otros, planearon la expedición del buque Challenger con el objetivo de explorar los fondos marinos y avalar la teoría evolutiva. Con este viaje nació la oceanografía moderna al mando de Wyville Thompson. Navegando durante tres años, el Challenger exploró El Atlántico, el Pacífico, el Índico y el Antártico, descubrió la fosa de las Marianas y 4700 nuevas especies.

Tomó 19 años y 50 volúmenes publicar los resultados completos.

Las redes lanzadas a miles de metros de profundidad rebosaban de organismos, peces, moluscos, gusanos, equinodermos…había vida en las zonas más profundas. La teoría azoica se descartaba.

No es que existan falsos profetas solamente, es que nadie puede serlo si el tiempo no existe, si el tiempo y el espacio son intuiciones que nos sirven como coordenadas y las leyes físicas son el rigor que determinan las posibilidades de la materia. Pero la creencia es una diosa parásita, una garrapata mental.

Por sus frutos los conoceréis, reza el evangelio de Mateo. En él, Jesús clama También guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas. Quizá el maestro se mordió la lengua porque en el mismo Evangelio, cuando Pedro le preguntó cuándo aparecería el Hijo del hombre en el cielo, Jesús le contestó: “De cierto os digo que no pasará esta Generación hasta que todas estas cosas sucedan”. Bueno han pasado muchas generaciones y no sucedió…tal vez por esto los judíos consideran a Jesús como el más dañino de los falsos profetas.

Miles de voces defenderán el despropósito con falacias ad hoc en lugar de aceptar los hechos.

Cuando trabajaba en las librerías del viejo, me reía cuando acomodaba libros sobre el fin del mundo de forma cronológica. Todos decían más o menos lo mismo, fanfarrones al cesto del olvido.

En 1982 Pat Robertson, miembro de la Colación cristiana garantizó que a finales de ese año el mundo sería juzgado. Quizá fue juzgado por su abuela ya que enero de 1983 llegó y no hubo lamentaciones de almas, ni infiernos abiertos.

Doug Clark profetizó que los Estados Unidos colapsarían como imperio en 1976 y desaparecerían como estado. Hoy siguen rigiendo el dólar y jugando a las guerras. El fundador de los Santos de los Últimos Días fue un timador profesional. En 1835 juntó a su grey y les comunicó su conversación privada con el mismísimo Dios. Les auguró que Cristo regresaría en 56 años seguido por el fin del mundo. Smith fue linchado por una turba nueve años después.

Falsas creencias insertadas como caprichos pululan en cada humano que ha vivido en este loco mundo. Qué el vulgo habite emocionalmente de ellas, pase, pero las grandes mentes, los iluminados, los expertos…es el colmo.

Ahora, si las ciencias se constituyeran de hechos, serían una costumbre sin fundamento, pensaba Kant. La ciencia no sería valida, verdadera ni necesaria. Claro, Kant pensaba en la física matemática de su siglo, con su pretensión de axiomas y leyes universales. Pero, trasladar ese tipo de racionamiento hacia cualquier otro es un sesgo y un despropósito cuando se carece de argumentos y evidencias lógicas y racionales.

A veces no son los científicos sino los divulgadores que tergiversan y cantan desgracias exagerando los fundamentos.

En 1908, el astrónomo Daniel Walter Morehouse realizó un análisis espectroscópico del área brillante de un cometa. A partir de los resultados se infirió que el cometa estaba constituido por gases altamente tóxicos como el cianógeno. En 1910, el cometa Halley pasaría cerca de la Tierra y pronto, la tergiversación de ciertas opiniones se agrandó como bola de nieve y devino en paranoia. El fisiólogo Albert Dastré advirtió la posibilidad de que, si los gases de la cola de Halley se mezclasen con la atmósfera terrestre, el cianógeno se transformaría en ácido prúsico o cianhídrico causando la muerte de millones. En un artículo de periódico Camille Flammarion divulgó que la cola del cometa haría contacto con la Tierra el 18 de mayo. En enero aparecieron en el cielo tres cometas, el Drake, el Winnecke y el Daniel. Abundaron teorías y obsesiones. Entre febrero y mayo, varias personas se suicidaron en Valencia aduciendo el fin del mundo. En Estados Unidos, una mujer aterrorizada por la visita del cometa, se arrojó al mar desde el vapor Almirante Scheley ahogándose sin remedio. El cometa pasó y la humanidad no pereció.

Hegel anunció que con él acababa la filosofía y anunció el fin de la Historia (sic), concepto que retomó Fukuyama pensando en que la guerra cada vez sería más difícil en un mundo liberal y democrático (no te rías, lector), Foucault anunció la muerte del hombre y Arthur Danto la muerte del arte. Sin embargo, las guerras siguen, los hombres nacen, crecen, se matan y mueren poblando aún más el orbe, crean arte y como hormigas incansables caminan, escupen y ríen.

A finales del siglo XIX, Lord Kelvin afirmó que la física estaba acabada, que todo se entendía y que las teorías físicas habían alcanzado un grado de ley universal -sobre todo basándose en Newton como un modelo de bronce eterno. En pocas décadas su afirmación quedó ridiculizada con los espectaculares modelos de Einstein y la nueva mecánica cuántica. Hoy, los físicos conocen más y saben menos, se tienen más dudas, modelos casi demenciales sobre múltiples dimensiones y cosmologías que rayan en lo mágico. La física no sólo no acabó, sino que se convirtió en la ciencia más hermosa e impresionantemente especulativa.

Consideremos nuestras hipótesis, nuestras explicaciones, y antes de hablar, pensemos un poco. Y que la humildad nos ilumine para no asegurar sandeces pensando en que hemos llegado a verdades que no son sino un prejuicio más en el devenir de la marabunta humana.

Referencias

Comte, A. (1835). Cours de philosophie positive. Tome II. Discours sur l’esprit positif (No. Tome II). Classiques Garnier.

Delumeau, J. (2002). Historia del milenarismo en Occidente. Historia crítica, (23), 7-20.

Ralph, R. (1995). The Challenger Expedition 1872–1876: a visual index. The Natural History Museum, London: Historical Studies in the Life and Earth Sciences No. 2. 1994. Pp 198; illustrated.

Ruiz-Castell, P., Suay-Matallana, I., & Bonet Safont, J. M. (2013). El cometa de Halley y la imagen pública de la astronomía en la prensa diaria española de principios del siglo XX. Dynamis, 33(1), 169-193.

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Convoca UABCS a VII Congreso Internacional de Filosofía

FOTO: UABCS.

La Paz, Baja California Sur (BCS). La Universidad Autónoma de Baja California Sur (UABCS), a través del Departamento de Humanidades y la Academia de Filosofía, convoca al VII Congreso Internacional de Filosofía: Otredad, pensar desde el cuerpo que se llevará a cabo los días 24 y 25 de marzo, en modalidad virtual.

A través de yun comunicado, se da a conocer que el Congreso girará en torno a los ejes temáticos: “Género, feminismo, masculinidades y diversidades sexuales”, “Afrodita, Eros y Filosofía, o del deseo como conocimiento”, “El poder sobre los cuerpos: sometimientos, revueltas, resistencias y rebeldías” “Razones del cuerpo, reflexiones de filósofos y filósofas”, “Intromisiones al cuerpo: tecnociencia, manipulación genética y cultura ciborg”, y “Subjetividades históricas: historia de las emociones y representaciones corporales”.

Quienes deseen presentar trabajos de investigación durante el congreso, tienen hasta el 15 de febrero para enviar un resumen máximo de 200 palabras, que incluya el título de la ponencia, nombre de la persona, grado, institución, adscripción académica y eje temático al que se inscribe.

El formato deberá escribirse con tipografía Times New Roman o Arial de 12 puntos e interlineado de 1.5. El envío de resumen deben hacerlo a los correos electrónicos: dgomez@uabcs.mx y mramirez@uabcs.mx

A su vez, el formato de ponencia debe incluir título, nombre del ponente, grado, institución, adscripción académica y línea temática. La extensión no deberá rebasar las 15 cuartillas.

Las cartas de aceptación serán enviadas a más tardar el 22 de febrero de 2022, junto con las instrucciones de cómo registrarse  y cubrir el costo de inscripción, mismo que cierra  el 19 de marzo. La cuota en este caso, es de 500 pesos.

Para obtener mayores informes al respecto, las personas pueden dirigirse al correo cif.bcs@gmail.com o a la página de Facebook, Cif Colaboradores.




No existe la mente, ni el alma

FOTOS: Internet.

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Parto del fisicalismo, postura filosófica monista en la que la mente es un noúmeno, una metáfora de las capacidades del cuerpo. Operativamente, sólo hay cuerpo, desde la neurofilosofía, sólo hay cerebro o solo hay células nerviosas. El monismo y el fisicalismo no han sido tan populares como el dualismo, quizá porque el Cristianismo, el Islam, el Hinduismo y el Budismo se adhieren a la existencia de fantasmas como el espíritu o el alma en contraposición del cuerpo.

El fisicalismo tiende al materialismo que se opone al idealismo. Han tendido al monismo grandes pensadores como Hipócrates, Thomas Hobbes, David Hume, Helmholtz, Antonio Damasio o Ernst Haeckel. Postulados como que todo se explica por causalidad mecánica o que la sustancia es materia-energía y psique al mismo tiempo, son clave para entenderlo. Desde el monismo la “mente” es lo que el cerebro realiza o… el cuerpo.

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Fue en la década de los 60 cuando la neurofisiología y la neurobiología se desarrollaron como ciencias maduras, a pesar de que las neuronas fueron descritas desde finales del siglo XIX por Golgi y Ramón y Cajal. Desde entonces, han surgido nuevos conocimientos, observaciones, experimentos y evidencias de que los procesos mentales, incluidos la memoria, la percepción, el aprendizaje, las emociones, la voluntad y el uso del lenguaje son procesos físicos del cerebro o de los sistemas nerviosos.

La biología demarca que los cerebros son el producto de una evolución. Las comparaciones anatómicas entre los sistemas nerviosos humanos con los no humanos a micro y macroniveles han revelado que la organización fundamental de éstos se ha conservado durante cientos de millones de años. El cerebro humano comparte con los demás mamíferos las mismas estructuras cerebrales, patrones de inervación, tipos de neuronas y neurotransmisores. Hasta donde se sabe, las neuronas de una mosca, de un calamar y las tuyas, Lector, funcionan de la misma manera.

Fue en la década de los 80 en que hubo un consenso entre los científicos del cerebro y algunos filósofos en que no existe algo así como un alma independiente del cuerpo. El materialismo desplaza poco a poco al vitalismo o al dualismo.

Pero nuestros prejuicios religiosos se niegan a morir, muchos filósofos actuales piensan (y predicen) que las neurociencias jamás explicarán las funciones cognitivas. Incluso algunos psicólogos aducen la independencia psicológica respecto a las neurociencias.

Para desgracia de estos dualistas, se han descrito mecanismos neurológicos que pueden explicar la atención, como los descubrimientos de Petersen y Mosner en 2021; la representación espacial por Moser en 2014; o la toma de decisiones (ver Glimcher y Feher, 2013).

Aquellos que aún creen en espíritus o res extensa, deben explicar entonces como dos “sustancias” que no comparten propiedades pueden ser causa una de otra. Hoy, que entendemos la materia como un agregado de partículas elementales, la interacción de una sustancia no física con una física como los protones, electrones o neutrones implicaría una anomalía, una contradicción a las leyes físicas.

Patricia Churchland, neurofilósofa, piensa que si los cerebros pudieran modificar el ambiente físico habría una anomalía según el principio de conservación de la energía. Ninguna anomalía de este tipo ha sido observada hasta la fecha. La ausencia de datos anómalos en estudios neuropisquiátricos sugieren que la hipótesis de un alma, o una conciencia no física carece de credibilidad.

En 2013, Josef Parvizu activó el giro cingularGyrus cinguli– medio del cerebro de un paciente mediante pequeñísimos estímulos eléctricos. El paciente describió una emergencia de un estado consiente en el que deseaba resolver un problema con voluntad y valentía. Cuando se detuvo el estímulo el estado de conciencia se acabó.

Churchland reprodujo este experimento en otro paciente en el que se repitió la experiencia estimulando la misma región. Se infiere que los estímulos eléctricos causados en el giro cingular provocan cambios en los estados de conciencia.

Desde el materialismo, tener una mente no es poseer una sustancia especial, sino poseer ciertas capacidades, la interacción causal psicofísica es sólo física.

Las conductas son producidas por los sistemas nerviosos en los metazoarios, en ese sentido fundamental el Yo es un complejo sistema fisicoquímico determinista que puede autoreferenciarse.

Epicuro, hace más de dos milenios, que nada sabía de neuronas, ni de electricidad o de química, anticipó un materialismo estético cuando dedujo que la sensación es la base de todo el conocimiento y se produce cuando las imágenes que desprenden los cuerpos llegan hasta nuestros sentidos. Según el atomista, ante cada sensación el ser humano reacciona con placer o con dolor, dando lugar a los sentimientos.

Las explicaciones químicas de los cambios de percepción con sustancias alucinógenas como los enteógenos hasta las tomografías computarizadas de estados cerebrales correlacionados con estados sensoriales, han dado un punto a Epicuro.

Existen teorías filosóficas como el monismo anómalo de Davison en el que los predicados mentales intencionales y los conceptos no se reducen a predicados o conceptos físicos. Schiffer lo explica así: todo particular es físico pero las verdades mentales son irreductibles a verdades físicas.

Para discutir cómo percibimos la realidad debemos realizar un viaje en el tiempo para asistir a la evolución de los procesos neuronales y del sistema nervioso.

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Psicoanálisis como ciencia transempírica

Foto: lacentral.Com

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Ciencia transempírica. Un nuevo concepto que sería equivalente a las ideas metafísicas, según Kant. Engloba modelos que no tiene evidencias empíricas sólidas, sino que se infieren a partir de otras teorías, ecuaciones o intuiciones.

En medio del remolino filosófico que ha buscado implementar criterios que nos den la certeza del conocimiento de la realidad, dos hombres lúcidos, Alejandro Segura y Daniel Omar Stchigel, proponen defender el psicoanálisis como una ciencia transempírica.

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La mente como noúmeno, epifenómeno del cerebro, res cogitans o como una metáfora de “algo” de una “cosa en sí” que nos remite a la conciencia, ha sido por milenios pugna de debates racionales e irracionales. El psicoanálisis parte de la tesis de que el comportamiento es un reflejo del inconsciente.

El psicoanálisis como terapia —según Onfray—, tiene a su fundador en Antifón de Atenas en el 411 a.C. Se ha erigido como una técnica científico filosófica muy profunda, llena de subteorías, vericuetos y hasta pergeñada de alquimia.

Antifón entendió la felicidad como la búsqueda de la paz interior, una serenidad ante la turbulencia existencial. Escuchaba los problemas de sus pacientes para otorgar terapias verbales con el fuego de la palabra. Atribuyó a los sueños significados que pudieran combatir la tristeza de los hombres. La onirocrítica.

Fueron los románticos quienes, a partir de la conmoción que dejó Kant con su crítica de la razón pura, defendieron la noción del inconsciente. Uno de sus discípulos rebeldes, Johann Gottfried von Herder, arguyó que la filosofía de Kant era palabrería vacía,y en contra de la imposibilidad de la razón de encontrar una esencia propuso la teoría del genio, en la cual, tal genio puede simbolizar las pasiones como verdades universales de manera inconsciente.

Basado en esto, Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling en su sistema de idealismo trascendental retoma la teoría del genio justificando que en el arte no todo se hace de manera consiente.

Fue así como en la estética romántica, el arte es considerada una vía privilegiada de conocimiento del hombre a través de su inconsciente.

La literatura y las teorías del siglo XIX estuvieron pergeñadas por el inconsciente como motor irracional de nuestras conductas. Las novelas góticas simbolizaron el laberinto oscuro donde la conciencia se pierde. Schopenhauer, Nietzsche y Dostoievski fueron maestros consumados en teorizar sobre esto.

Fue en este contexto en que Sigmund Freud heredó todo el bagaje para desarrollar sus teorías y tratar de instaurar el psicoanálisis como una ciencia psicológica. A partir de su visión se escindieron escuelas y estéticas, algunas tan profundas como la de Jung o tan complejas como la de Lacan.

FOTO: CentroEleia.Edu.Mx

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La difícil ciencia de la psicología desarrolló varias escuelas para conocer la conducta humana. Con el descubrimiento de las neuronas, el genoma y la evolución de la bioquímica, aunado con la polémica sobre las enfermedades mentales, la psiquiatría médica y la anti psiquiatría como antítesis. La mera teoría psicoanalítica resultó insuficiente para totalizar las explicaciones del complejo devenir humano. Han surgido escuelas como la Gestalt, la psicología evolutiva, el cognitivismo, el funcionalismo, el conductismo, etcétera.

El psicoanálisis ha sufrido sendos ataques a los largo del siglo XX y XXI, tanto epistemológicos como filosóficos, por mentes egregias como Bunge, Onfray, Popper, Bueno o Sokal.

Desde un panorama gnoseológico sólido, Segura y Stchigel defienden la cientificidad del psicoanálisis paso a paso, contestando los argumentos más virulentos en su contra de manera racional y con ejemplos históricos.

Lo que logran es un tratado filosófico muy lúcido, que resulta apto no solo para el psicoanálisis, sino, para entender la base de la filosofía de las ciencias en general.

Al defender el psicoanálisis como ciencia transempírica, lo que Segura y Stchigel realizan no es solo argumentar en favor de su disciplina, sino aseverar que las más osadas teorías cosmológicas son en realidad noúmenos, antinomias imposibles de resolver por medios empíricos. Se lanzan al centro del remolino kantiano donde tiene sentido volver a dividir la realidad en fenómenos e ideas trascendentales. El psicoanálisis sería una metafísica imposible de resolver racional y empíricamente pero -gran ironía- esto no implica negar su cientificidad.

En su libro La cientificidad del psicoanálisis, Segura y Stchigel argumentan en contra de Onfray, Popper, Bunge, Lakatos, Sokal y Kuhn. Más que un ensayo, su libro es un tratado muy preciso y muy claro. Incluso podría ser usado como texto para todo un curso de filosofía de la ciencia. Es un libro placentero, bien escrito y sin rodeos.

Los autores proponen una triple demarcación, que se fundamenta en una idea infinita, a saber: que el Ser no está hecho a medida del Hombre por lo cual la astroconciencia específica nos limita de manera fatal para lograr una verdad contundente. Pero, no podemos más que justificar las ciencias a nuestra escala, lo que daría prioridad al instrumentalismo sobre el realismo.

Tal visión nos remite al psicoanálisis como un modelo más inserto en el fragor de nuestros conocimientos que se acumulan en forma de símbolos y mitos. Aun cuando el subtítulo del tratado es valiente y se atreve a proponer una respuesta definitiva, lo que sugiere al final es una dialéctica infinita que enriquece la filosofía con nuevas categorías que debemos explorar.

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El drama de la libertad como espacio entre el azar y la necesidad (II)

IMAGEN: EUGÈNE DELACROIX

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En toda indagación los conceptos deben aclararse. Parto del pensamiento kantiano de que “la libertad no es ni naturaleza ni azar” y de la precisión que Martín López Corredoira hace al sostener que la libertad no se encuentra entre el azar y la necesidad, sino que tiene que encontrar su lugar frente al azar y la necesidad.

Yo concibo la libertad como la distancia entre el azar y la necesidad. Específicamente propongo que la libertad es la distancia o el espacio de acción entre una necesidad material y un azar como insuficiencia de las probabilidades en la previsión.

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En una realidad material y corpórea basada en patrones estructurales que poco a poco se han podido dilucidar, a través de procesos fisicoquímicos existen limitaciones evidentes. Somos animales restringidos a procesos celulares y genéticos. La entropía como dispersión de energía nos impele a sobrevivir mediante la depredación. Nuestros procesos cognitivos dependen de nuestras estructuras neuronales y metabólicas. Tocamos el mundo o el universo nos toca, como pensaba Aristóteles, pero no podemos desvincularnos de la realidad material, pues nuestra mente es un epifenómeno de la materia.

¿Qué es la inteligencia? Una facultad práctica para resolver problemas a través de la acción, de escoger entre diversas alternativas. Por lo tanto, es subjetiva, imposible de medir objetivamente a pesar de diversos tests lógico matemáticos, e inconstante. La raíz latina inter – entre–  y legere– leer o acumular–, designa esta potestad, filosóficamente podría ser sinónimo de entendimiento.

Parménides y Anaxágoras definieron el entendimiento como la facultad de pensar relacionándola a un modelo cósmico; función ordenadora de la realidad.

Menos idealista es la noción del entendimiento como actividad técnica del pensar. Noción propuesta por Aristóteles como una facultad.

Pensar para Descartes era lo mismo que sentir. Definamos entonces pensamiento a partir de la neurobiología. Pensamiento es el flujo de imágenes mentales. Se entiende imagen no solo la visual sino todas las pautas mentales provenientes de los sentidos, pautas auditivas, olfativas, somatosensoriales y gustativas. Así, toda imagen proviene de los cerebros, por ende de la actividad neuronal. Esta concepción es de Antonio Damasio y partiré de allí por ser una noción materialista. Vivimos en un mundo material y real, somos cuerpos y construimos y programamos otros cuerpos artificiales.

Nuestra forma determina nuestras potencialidades, y por mucho que soñemos no somos omnipotentes ni omniscientes. De esta manera, la libertad no puede tener un origen espontáneo sin antecedentes causales ajenos a nosotros. La capacidad personal para elegir opciones nos lleva al drama, pero esta elección no es necesariamente espontánea ya que no podemos sustraernos a un cosmos del que no somos ajenos.

¿Hay un ego separado de la naturaleza o somos títeres de la misma? No hay respuesta definitiva sino matices que deben encontrarse entre nuestra potencia y lo indeterminado. Ha habido intentos para evitar la fatalidad de un determinismo absoluto sin tener que recurrir a explicaciones sobrenaturales o metafísicas. Desde Epicuro, que introdujo la teoría del clínamen como una desviación espontanea de los átomos, hasta John Thorp que defendió al albedrio contra el determinismo fisiológico mediante la lógica y las descripciones neurológicas.

Lo que me interesa no es bucear en las condiciones de libertad de decisión solamente, si no las consecuencias de esas decisiones y los efectos que consciente o inconscientemente afectan a los demás.

Es en este sentido donde aparece inevitablemente el aspecto ético de la cuestión, ya que no es lo mismo la libertad de decisión que la libertad de acción. Y es justamente esta última la que implicaría el drama de la libertad. Imaginemos a un hombre apuntando con su fusil a un prisionero atado. El potencial verdugo tiene la libertad de decidir si accionará el gatillo o no, pero su libertad de acción dependerá de las condiciones adecuadas a dicha acción.

Tradicionalmente, la indagación ética no intenta responder la pregunta: ¿Puedo hacerlo? o ¿cómo hacerlo? , si no ¿Debo hacerlo? o ¿por qué hacerlo?

Pero no podríamos contestarnos lo segundo sin tener la capacidad de realizarlo primero. Aquí es donde emerge como un monstruo inevitable la temible noción de poder.

Como animales tenemos necesidades básicas que cubrir. El deseo brota para acuciar la satisfacción de esa necesidad. Sus consecuencias son el placer o el sufrimiento que solo difieren en intensidad, ya que los dos son grados de dolor. Esta concepción aristotélica es realista y nos lleva a un esquema muy básico de un ciclo de deseos inagotables hasta la muerte. Para Schopenhauer la base del deseo es un movimiento primitivo y vital, un impulso sin conciencia que nombró voluntad. A partir de esta idea, lo real no está regido por la razón si no por la voluntad y el hombre como un animal más en las cadenas tróficas sería voluntad hecha cuerpo. En “Los dolores el mundo”, el amargado genial clama que la vida es una cacería incesante, una historia natural del dolor que se resume como un querer sin motivo, un sufrimiento perenne y así sucesivamente por los siglos de los siglos, hasta que nuestro planeta se haga trizas.

Dentro de esa realidad tan cruda hay espacio para los actos y esos definen lo que podemos ser. Así, nuestra capacidad imaginativa, gracias al lóbulo frontal, neurocorteza y manos nos hacen animales sui generis con una capacidad para el cálculo, el razonamiento y poiesis tan admirables que nos consideramos como el súmmum de la inteligencia, la civilización y la estética. Una especie de animal superior en vías de convertirse en un dios, tal como pregonaron los estoicos y es el centro de la filosofía humanista cuyo campeón es Pico della Mirandola. Pero también podemos erigirnos como los animales más bondadosos, empáticos y respetuosos, como una de las pocas especies que no solo desea conservar a otras si no que las cuida y hasta llega a amarlas. Se concibe al hombre como amor, con una capacidad altruista y misericordiosa. Tal es la base ética del cristianismo o el budismo.

Pero también somos capaces de los actos más atroces y malignos. La historia de la humanidad puede resumirse como una serie de crímenes donde los infames desean incrementar su fortuna y su poder. El hombre puede ser visto como el peor de los demonios que goza con el sufrimiento ajeno y ha logrado la capacidad tecnológica para destruirse a sí mismo. Esta es la base de la concepción gnóstica o la tesis del Marqués de Sade.

Pero el hombre también se ha visto como un ser pasional, hipócrita cuya racionalidad es muy pobre tal como lo vio Hume. En general, todos estos conceptos no son antitéticos y nos remiten de nuevo a la concepción aristotélica de que el ser no se puede conocer si no solo sus accidentes; en este caso, la contingencia no sería solo lo que ocurre si no lo que el hombre puede lograr que ocurra. Así, en potencia, usted amable lector es un tirano, un santo, un asesino, un filántropo o un genio, pero esto depende si puede lograrlo y decide hacerlo en el limitado espacio entre el azar y la necesidad.

Algunos experimentos han mostrado que varias decisiones se originan en el sistema nervioso central, anticipándose desde milésimas de segundo hasta 10 segundos a la conciencia de la acción. Este retraso podría reflejar la operación de redes neuronales en áreas de control de alto nivel que comienzan a “preparar” una decisión mucho antes de que seamos conscientes de ella (Soon et al. 2008).

Por ello, algunos científicos piensan que somos mecanismos químicos, sistemas que producen conductas, tan compleja que caemos en autoreferencias sobre lo mismo que hace el sistema y le llamamos conciencia. La conciencia como el relato del pasado en donde nuestra libertad es ilusión.

Contrario a ello, algunos filósofos piensan que los actos no se derivan de impulsos electroquímicos, sino del propio agente personal que origina sensaciones superconscientes o subconscientes. En todo caso, el intelecto no se reduce a mero fenómeno neuronal (Seifert 2011), Karl Popper y Eccles coincidieron en que la inteligencia es irreductible a epifenómenos neuronales. La experiencia de dialogar, analizar y criticar equivale a un libre albedrio que da sentido a una argumentación no determinada. Aunque Eccles quiso hacer la causa de ello a una divinidad de acuerdo a su anglicismo, Popper prefirió aludir a la ignorancia. Que la mente sea un epifenómeno material no es nada nuevo, Hipócrates en el siglo V a.C enseñó que del cerebro, y nada más que del cerebro, vienen las alegrías, el placer, la risa y el ocio, las penas, el dolor, el abatimiento y las lamentaciones. Tomás de Aquino en el siglo XIII estaba convencido de que para realizar procesos de abstracción el intelecto debía posarse sobre la imagen sensible, cuerpo y alma sería una unidad sustancial.

La conciencia como el diálogo del alma consigo misma o la mente que se sabe mente es una noción estoica. Fue Crisipo quien separó la conciencia del pensamiento. ¿Puede haber pensamiento sin conciencia? Por supuesto, los estoicos defendían que los hombres la poseen, pero las bestias no. Por tanto, la razón estoica era basada en causas efectos y el hombre consiente de ellos. Esa filosofía fue también defendida por los neoplátónicos y así llegó al cristianismo. Los materialistas científicos como Comte o Pavlov rechazaron que exista alguna conciencia. Tan solo hay pensamiento y es solo producto de estímulos externos que podemos medir de manera objetiva. Roger Penrose sugirió que la conciencia era sinónimo de conocimiento.

Ahora, no es lo mismo deducir que escoger, pues la opción implica un hiato, una no determinación a posteriori. No tomamos decisiones mediante fórmulas algorítmicas como programas de cómputo. La realidad no necesariamente es lógica ni racional, entenderla racionalmente podría ser un truco para calmar una angustia insoportable, así como nombrar lo desconocido funciona como un placebo contra el horror.

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