1

¿Somos más estúpidos que nuestros ancestros? (II) Sobre disonancia cognitiva

FOTOS: Internet.

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Quizá los adultos culpan a los jóvenes de estúpidos porque piensan que nos los pudieron educar para que respondan a sus expectativas olvidando su pasado. El conflicto entre el ser y el deber ser resulta central como pugna entre ética y moral. De cualquier forma, su aseveración es sesgada y se enmarca en la disonancia cognitiva. Quizá la disonancia es necesaria en algunos casos para poder sobrevivir en un mundo hostil, sin embargo es una fuerza idealista cegadora que refuta el mundo y prefiere el modelo.

Así, no importa la observación de una barco que desaparece a niveles distintos en el horizonte, la sombra terrestre sobre la luna en los eclipses, los husos horarios o las fotografías satelitales; seguirán existiendo miles de personas que afirmen la no esfericidad del planeta. Así, no importa que en La Biblia se contabilicen más de dos millones de humanos asesinados por o bajo órdenes o en nombre del Dios judeocristiano, millones de judíos y cristianos seguirán afirmando que su dios es infinitamente bondadoso.

También te podría interesar: ¿Somos más estúpidos que nuestros ancestros? 

La disonancia cognitiva es especialmente irritante en los discursos de los políticos, que aunando su hipocresía ofensiva con su avidez, a veces parecen fervientemente creerse sus propias mentiras.  Contraponer la estupidez a la inteligencia ha sido lógico, definir esta última no tanto.

Stephen Jay Gould mostró en La falsa medida del hombre la falacia que pasó por ser científica varias décadas (incluso algunos todavía creen en ella) de la inteligencia como entidad singular, su localización en el cerebro y su cuantificación en un cociente (IQ). El uso de ese número ha sido utilizado para clasificar individuos y grupos humanos por razas, sexos o clases sociales como inferiores o superiores. Gould se centra en el análisis de grandes conjuntos de datos utilizados para justificar una inteligencia unitaria como determinismo biológico.

También R. J. Sternberg muestra las limitaciones del IQ para resumir las habilidades y capacidades potenciales del hombre en su obra  Beyond IQ: A triarchic theory of human intelligence. Ningún número puede clasificar ni el funcionamiento mental ni el mérito general, por lo que sólo queda el pensamiento cualitativo y no cuantitativo sobre un noúmeno tan lábil como la “inteligencia”.

Pero clasificar a los humanos como “inteligentes” o “idiotas” va más allá de una discusión psicológica: tiene implicaciones políticas. Gould nos describe como el francés Alfred Binet, creador del test de IQ evitó la interpretación hereditaria de su teoría ya que esta sólo estigmatizaría a los niños tachándolos de “ineducables”. Cosa que fatalmente ocurrió en países como los Estados Unidos lo que pervirtió la propia teoría de Binet.

La interpretación hereditaria del IQ fue desarrollada por tres psicólogos estadounidenses, Goddard, Yerkes y Treman. Este último, L.M. Terman, fundó el “movimiento americano de valoración psicológica”. Encontró que un IQ entre 70 y 80 es “muy común en familias hispanoamericanas, indias y mejicanas, y también en las negras. Parece que la causa de su estupidez es racial o, al menos, atribuible a condiciones innatas de su familia (…) y, desde el punto de vista eugenésico, el hecho constituye un grave problema debido a la elevada proliferación de estas gentes”.

Subrayo al lector el término sobre la eugenesia, nos remite a la justificación de los nazis para exterminar a miles de niños y adultos que consideraban inferiores. Dos décadas después de El Holocausto, los psicólogos estadounidenses colocaban nuevas bases para justificar futuras matanzas.

A finales de los años 60 el psicólogo de la universidad de Harvard, Arthur Jensen, publicó: “¿Cuánto podemos elevar el cociente de inteligencia y el rendimiento escolar?” en el que defendía que la diferencia en las calificaciones del cociente de inteligencia entre blancos y negros está determinada genéticamente. Basándose en las ideas de Jensen, el físico de la universidad de Standford, William Shockley, propuso en 1972 la esterilización masiva de los individuos con cociente intelectual inferior a 100.

Entender la inteligencia

El conflicto entre Educación contra Naturaleza diluye la complejidad de la realidad y del mundo y nos lanza a una falacia de Falso Dilema. Así, la inteligencia no es un fenómeno mesurable sino más bien un concepto filosófico equivalente al entendimiento.

Tanto para Platón como para su discípulo Aristóteles el entendimiento era la capacidad de pensar dando límites, cosmos y medida a las cosas. El término era noesis (όησις) a este tipo de penetración intuitiva siempre racional.

El término inteligencia como entendimiento ya es medieval y lo usa Tomás de Aquino como sinónimo de conocimiento íntimo. Intus legere sería un leer dentro de uno mismo.

En la actualidad, parece que cuando nos referimos a la inteligencia nos referimos a un entendimiento comprensivo por el cual entender significaría captar los significados simbólicos (proceso semiótico) la fuerza o la forma de los argumentos o el valor de las acciones. Es justo basándose en esta acepción que Binet soñó con medirla objetivamente con cocientes matemáticos.

De nuevo se complica el asunto pues la inteligencia estaría ligada al comprender. ¿Comprender qué? La verdad revelada de Dios, contestarían los escolásticos medievales que pelearon siglos sobre el valor y la posibilidad de dicha comprensión.

Es en el siglo XIX donde se resaltó la dificultad de aplicar la causalidad al dominio de los acontecimientos históricos o humanos. Allí se separó la comprensión filosófica de la comprensión como probable causalidad desde las ciencias naturales.

Definiciones y acercamientos hay incontables, algunos desde la fisiología neuronal como Antonio Damasio que antes de los pensamientos, la memoria o la inteligencia pondera el concepto de conciencia central como evidencia misma, sensación indisimulada de nuestro organismo individual en el acto de conocer.

La incapacidad de definir qué es inteligencia ha desembocado en un absurdo de multiplicar los entes. En la actualidad hay varios tipo de inteligencias según a que psicólogo uno acuda, la kinestésica, la emocional (?), la interpersonal, la intrapersonal, etcétera. Para unos hay ocho tipos para otros doce, para otros quince y así, dando palos de ciego resulta entonces que cualquiera de nosotros ya es inteligente de alguna manera y podemos ufanarnos como pavos.

Para algunos autores la estupidez es el peor de los crímenes. Arturo Pérez Reverté prefiere a los malvados que a los tontos pues estos últimos no se dan cuenta del daño que provocan.

Elogiando la estulticia

En El Renacimiento, la tesis de que el hombre es la criatura racional suprema fue central a partir de la obra de Pico della Mirandola pero no todos estuvieron de acuerdo…

Más serio en su burla fue Erasmo. Su libro, mal traducido como Elogia a la locura es una oda a la estupidez. Porque su título original es Stultitiae Laus y estulticia es tontería, necedad, estupidez, torpeza de entendimiento. Una de las obras más interesantes del Renacimiento.

Sin la estupidez este mundo sería triste y aburrido —es la tesis de Erasmo—, el hombre no es la quintaescencia de la razón sino su esencia radica en ser imbécil y orgulloso de serlo. La propia Estulticia es una diosa que en un monólogo se defiende a si misma: “Hable de mí como quiera el común de los mortales, pues no ignoro lo mal que se habla de la Estulticia, incluso entre los más estultos, pero yo soy la única, sí, la única —digo— que, cuando quiero, lleno de regocijo a dioses y a hombres”.

¿Quiénes son los más estúpidos según Erasmo? Los teólogos y los filósofos (hoy deberíamos catalogar también allí a los científicos teóricos) pues se dedican  a divagar sobre cuestiones complejas y formales (que en realidad no les sirven a nadie) y olvidan aspectos más prácticos. Se dedican a razonar de cosas inútiles y abstrusas, explicar historias asnales, discutir si el Padre es el hijo o el hijo es el Hijo, si debemos persignarnos con la mano izquierda o la derecha o si Lacan es mejor que Freud, si las ciencias sociales son ciencias, si el materialismo dialéctico es mejor que el ciclo económico de Hayek o si la evolución es por selección o por epigenética y provoca tumultos, heridas y riñas.

Pero también si el sabio habla de algo razonable o serio, el público se aburre, vomita, se asquea, bosteza, pero en el momento en que el vociferador comienza un debate y escupe estupideces el público se interesa y despierta, aplaude como mono y vocifera también. Hay sillazos, pitos, silbidos y el evento se convierte en un zoológico digno de reality show.

Erasmo concuerda con los viejos amargados en que es durante la juventud cuando está presente la estulticia. A ella se debe el encanto que tiene esta etapa, caracterizada por su falta de sensatez. Son los años más placenteros en la vida de cualquier persona, cuando se embriagan sin pena arrojándose a los peligros, llenan tinacos y albercas con vino para intoxicarse en ellas, filmarse rasurándose las axilas y alcanzar quince millones de likes, compran frasquitos con agua de la bañera de una influencer por 30 dólares…

Tal forma de ver a la juventud inunda a las librerías con títulos como: El triunfo de la estupidez (o ¿qué les pasa a los jóvenes?), ¿Por qué hacen cosas estúpidas los adolescentes?, Cosas que hacíamos en la secundaria – la estupidez de la juventud o ¿Son los millenials tan estúpidos como parecen?.

En 2016, Somerville publicó un estudio en el que teoriza sobre cómo el cerebro adulto procesa más información y funciona de manera más eficiente que el adolescente. La maduración del cerebro ocurre tardíamente, entre los 25 y los 30 años y afecta la forma de pensar de las personas. En el caso de los adolescentes, estos aún no desarrollan un sistema cerebral fuerte, con el cual puedan mantener bajo control sus emociones. ¿Entonces porque carajos debemos escoger una carrera profesional a los 17 años?

Embarazos no deseados, suicidios, robos, homicidios y hasta la guerra podrían relacionarse con nuestra tardía maduración cerebral. Pero esto no reduce la estupidez a la juventud. En 2012 un hombre de 43 años bebió de un bote de salsa pensando que era alcohol. En realidad bebió gasolina y para reponerse del susto encendió un cigarrillo. Murió quemado. En 2011 una mujer murió de hambre pensando que podría subsistir sólo alimentándose de la luz del sol como le recomendó un monje budista. En 2008, Adelir Antonio, sacerdote católico de 42 años intentó volar desde Brasil hasta Paraguay atado a mil globos. Su cuerpo sin vida se encontró en el mar. Puede buscar el video de su despedida en la red. Ejemplos bastarían para llenar una enciclopedia pero estos humanos no eran precisamente jovencitos y su cerebro debía ya estar suficientemente maduro.

Para Erasmo el amor es una estupidez, ciega al amante, enloquece y embrutece. El acto sexual es ridículo y aquel que desea tener hijos aún más: El más sabio debe volverse imbécil si quiere ser padre, pues es aquella otra parte tan estulta y tan ridícula, que no puede nombrarse sin suscitar risa, la que propaga el género humano. Los hombres que buscan casarse son completamente tontos pues: ¿Qué hombre ofrecería la cabeza al yugo del matrimonio si, como suelen hacer los sabios, meditase antes los inconvenientes que le traerá tal vida?.

Pero el hombre es todavía más idiota pues se enamora de la criatura más estúpida que existe: la mujer. Para Erasmo la mujer es irracional pues quiere tener hijos aun después de haberlos tenido y no piensa, solo se dedica a la jocosidad y la pasión: ¿Qué mujer permitiría el acceso de un varón si conociese o considerase los peligrosos trabajos del parto o la molestia de la educación de los hijos?  La mujer es estúpida porque acepta preñarse de un imbécil.

Si no fuéramos estúpidos no tendríamos amigos, no habría maestros que quisieran perder el tiempo enseñando a estúpidos, ni habría política, pues la gente quiere que la gobiernen estúpidos.

De esa forma los amigos son más estúpidos por querernos, los maestros más estúpidos que sus alumnos por perder el tiempo enseñando a lelos y el político totalmente enajenado al sentirse admirado por subnormales.

Y así el genial Desiderius Erasmus Roterodamus concluye: “Si el más torpe es el más satisfecho de sí y el rodeado de mayor admiración, ¿quién preferirá la verdadera sabiduría, que cuesta tanto trabajo adquirir, que vuelve luego más vergonzoso y más tímido, y que, en suma, complace a mucha menos gente?”.

En resumen, Erasmo nos demuestra con lógica pura como la humanidad es estúpida (irracional) pero cómo justamente en dicha estupidez radica la felicidad.

Ultimadamente… ¿Qué importa?

Referencias

Aquino, T. (1990). Summa theologica (Vol. 2, p. 104). Encyclopaedia Britannica.

Damasio, A. (2018). La sensación de lo que ocurre: cuerpo y emoción en la construcción de la conciencia. Ediciones Destino.

Gould, S. J., & Pochtar, R. (1984). La falsa medida del hombre (No. 159.92 GOU). Antoni Bosch.

Platón. (1992). Diálogos. Gredos.

Rotterdam, E. D. (2004). Elogio de la locura (No. 879.7 R851e). Madrid, ES: Mestas Ed.

Somerville, L. H. (2016). Searching for signatures of brain maturity: what are we searching for?. Neuron, 92(6), 1164-1167.

Sternberg, R. J. (1985). Beyond IQ: A triarchic theory of human intelligence. CUP Archive.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




¿Somos más estúpidos que nuestros ancestros?

FOTO: Internet

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Una tarde, enojada por la sandez de un grupo feminista en su preparatoria y la incongruencia entre su discurso y sus acciones, una muchacha aseveró: ¡Mi generación es tan estúpida! ¿Por qué somos más imbéciles ahora?

Yo me reí, le dije que eso no era cierto. Los adolescentes contemporáneos son tan estúpidos como los adolescentes de hace cinco mil años. Mi generación está también llena de estúpidos, de incongruentes, de arrogantes y de alienados por ideologías diversas… y ya no somos adolescentes.

También te podría interesar: Alicia y el ajedrez de las maravillas. Filosofía de las matemáticas en el ajedrez

Y eso sucedía hace mil años y hace diez mil y hace un millón y seguirá sucediendo mientras la especie humana habite el planeta y exporte su idiotez hacia otros mundos.

En las sala de profesores he escuchado a algunos que se quejan de sus alumnos por su ignorancia, falta de talento, por qué no desean leer, por su valemadrismo, etc. Asombrado, yo recuerdo al interlocutor cuando tenía veinte años menos. Él tampoco leía, es más, sigue sin leer más que artículos relacionados con lo que le importa pero su cultura general es bastante pobre, también le valía un sorbete el conocimiento en general y la política, se la pasaba en fiestas embriagándose y drogándose…y ahora es un doctor en ciencias. La diferencia es que ahora tiene un poder sobre otros, más experiencia, le pagan por esta experiencia pero se le ha olvidado que era igual o peor que aquellos a los que critica.

La falsa percepción de que los jóvenes son más tontos es una constante a lo largo de la historia y propongo que está basada en una falsa percepción, quizá provocada por la desesperación de aquellos con una conciencia diferente (en un instante determinado).

“La juventud de hoy ama el lujo. Es mal educada, desprecia la autoridad, no respeta a sus mayores, y chismea mientras debería trabajar. Los jóvenes ya no se ponen de pie cuando los mayores entran al cuarto. Contradicen a sus padres, fanfarronean en la sociedad, devoran en la mesa los postres, cruzan las piernas y tiranizan a sus maestros”. Este quejumbroso que acusaba a los jóvenes de displicentes e inmorales, que no les interesa pensar y caen en un retroceso inevitable era… Platón – que pone las palabras en boca de Sócrates – , y escribía esto hace 2400 años.

Aldous Huxley en los 50’s se quejaba de que los jóvenes cada vez eran más tontos. En 1995 Carl Sagan publicó El mundo y sus demonios, alegato en contra de las pseudociencias y el pensamiento mágico. Sagan se quejó de que las nuevas generaciones estaban declinando en sus facultades críticas incapaces de distinguir entre lo que se siente bien y lo que es verdad, deslizándonos entre la superstición y la oscuridad.

Umberto Eco se divertía en sus ensayos periodísticos que condensó de la estupidez a la locura. En uno de ellos analiza el infinito de tonterías que atascan las redes sociales, da la sensación de que la imbecilidad ha crecido pero en realidad es solo una interpretación comunicativa. Escribió: “Admitiendo que entre los 7 mil millones de habitantes del planeta haya una dosis inevitable de necios, muchísimos de ellos antaño comunicaban sus desvaríos a sus íntimos a sus amigos del bar, y de este modo sus opiniones quedaban limitadas a un círculo restringido. Ahora una consistente cantidad de estas personas tienen la posibilidad de expresar las propias opiniones”.

Más pesimista es Morris Berman en El crepúsculo de la cultura americana donde enumera estadísticas y hechos que le parecen el declive intelectual de los estadounidenses modernos.  Algunos de ellos parecerían escandalosos como que el 42 % de los adultos estadounidenses no puede señalar Japón en un mapamundi, el 14 % no puede localizar a los propios Estados Unidos; uno de cada diez votantes en 1996 no sabía quién era el candidato presidencial republicano o demócrata, el 40 % de los adultos en ese país (70 millones de personas en 1995) no sabía que Alemania fue su enemigo en la Segunda Guerra Mundial, el 84 % de los estudiantes universitarios en su último año no sabía quién era el presidente al iniciar la Guerra de Corea y el 58 % de los preparatorianos de último año no entienden una editorial de ningún periódico. En una encuesta de 1998, el 12 % de los estadounidenses respondieron a la pregunta ¿quién fue la esposa del patriarca bíblico Noé? Respondieron que Juana de Arco.

Ignorancia histórica… todos tenemos en grado sumo o mínimo. Eso no significa que seamos estúpidos, pero podría sugerir una cultura deficiente.

Berman también ejemplifica ignorancia de conocimientos científicos por parte de la mayoría de los adultos y se alarma, por ejemplo, una encuesta de la National Science Fundation en 1995 mostró que el 56 % de los entrevistados dijo que los electrones eran más grandes que los átomos, el 63 % creía que los primeros humanos vivieron junto a los dinosaurios equivocándose por 60 millones de años, el 53 % dijo que la Tierra gira alrededor del Sol en un día o en un mes y el 91 % fueron incapaces decir lo que era una molécula. Todavía en el siglo XXI el 21 % cree que el sol gira alrededor de la Tierra.

De los 158 países que conforman la ONU, los EU se situaron en el lugar 49 de alfabetización. Pero no es lo mismo el analfabetismo al analfabetismo funcional. Alrededor del 60 % de la población adulta nunca ha leído un libro de ningún tipo y sólo el 6 % lee en promedio un libro al año.

Y así Berman continua con hechos y datos al por mayor. No he encontrado encuestas de ese nivel para México en esta época pero no pienso que los resultados puedan variar significativamente.

En Sudáfrica conocí a una bióloga malaya que solo había leído el Corán en su vida y no podía reconocer a México en un mapa. Antes de que usted se enoje, lector, piense en si usted puede reconocer a Malasia en uno. En Bogotá, ante mi decepción, una mujer no sabía quién fue José Asunción Silva y en París conocí a una chica que no sabía quién era Víctor Hugo.

Abundan críticas a la incompetencia y estupideces de los políticos. Las contradicciones, falacias, y burradas que lanzan Trump, López Obrador, Maduro, Peña Nieto, Uribe, Johnson, Bolsonaro, Macri, Kirchner, Zapatero, Morales, Áñez, Museveni y demás fauna ciega por sus verdades ideológicas. Pero ¿no es una constante histórica la estulticia en los líderes, las autoridades, los generales? Más ridículo es alabarlos, seguirlos y hasta defenderlos. Más trágico es matar o morir por sus decisiones.

Albert Camus aseveró que la tiranía es para los mediocres más natural que el arte, quizá pensando en el analfabetismo funcional severo de Stalin o en Hitler que en los diarios alemanes de 1930 era tachado como un zoquete ridículo.

Hanna Arendt se decepcionó cuando se percató de la mediocridad gris y banalidad de los jerarcas nazis, en este caso Eichmann. Cosa que no agradó a muchos judíos que la acusaron de traidora.

Proverbial ha sido la inutilidad o la incapacidad mental de gobernantes históricos como Carlos II “el Hechizado”, Nerón, Calígula, Anna de Austria, Jorge III, Farouk, Honorio y una lista enorme de mentecatos.

Más desolado parece el hecho de que los humanos repetimos una y otra vez el error de creer en salvadores, de seguir, de lamer el piso, de obedecer y luego, furiosos culpar a aquellos que un día idolatramos.

El analfabetismo funcional es una constante. En cualquier discusión (vea comentarios de redes sociales o foros) es casi inevitable caer en falacias de todo tipo, argumentos inválidos que terminan en ataques personales.

A ninguno de nosotros nos gusta que nos digan estúpidos pero lo somos. No somos dioses omniscientes ni omnipotentes, nos equivocamos de manera continua, estamos determinados en gran medida por nuestras hormonas, nuestra forma física, nuestras moléculas, nuestra anatomía, las condiciones cerebrales, el capricho del sistema límbico, el fragor de la amígdala, las cataratas de neurotransmisores, las respuestas emocionales al entorno, la interpretación subjetiva de nuestra neocorteza, las condiciones azarosas de la alimentación, los instintos biológicos que ni los biólogos saben que son y que Schopenhauer llamó voluntad y los nuevos escolásticos programación genética. Sin embargo, creemos que somos libres, conscientes y poseedores de la verdad.

Es inevitable que cada generación deba aprender de novo, de cero, conocimientos que se acumulan cada vez más como montañas insostenibles. No nacemos con una enciclopedia integrada y aún ahítos de tanta información, es difícil el ordenarla en sistemas. Somos primates que copiamos, seguimos ciegamente, percibimos un espectro muy reducido de la realidad y no podemos interpretarla tal como es. ¿Cómo puedo tener la certeza de que mi pensamiento concuerda en efecto con el objeto que percibo? Esa pregunta ha enfermado por milenios a los hombres.

Es difícil definir la inteligencia de manera objetiva pues la mente es un noúmeno, un nombre que damos a un epifenómeno del cerebro y las condiciones de su existencia se valoran distintas según cultura, época y lugar. Tradicionalmente, la estupidez ha sido ligada a la incongruencia entre la doctrina que decimos profesar y nuestros actos o cuando nuestras tesis son contradictorias entre sí y aun así las defendemos como ciertas.                                                             

Por ejemplo, se ha intentado asociar la incongruencia de Newton con su fanatismo cristiano. ¿Cómo es posible que haya negado con tanta vehemencia la Trinidad cuando creía en cambio en el cumplimiento tácito de la Revelación? ¿Cómo es posible que al mismo tiempo deseara describir matemáticamente la gravitación excluyendo a Dios de su teoría y luego calcular la fecha de la Segunda Venida de Cristo y del Apocalipsis?

¿Cómo es posible que un físico pueda defender al mismo tiempo la teoría del Big-Bang y la primera ley de la conservación de la masa y la energía? ¿Cómo es posible que un químico que creen en los átomos defienda la existencia de espectros o de ángeles? ¿Cómo es posible que millones personas sigan creyendo en un dios benévolo cuando a diario los hechos sangrientos contradicen una y otra vez su creencia? ¿Cómo es posible que una mujer maltratada vuelva una y otra vez al lado de su maltratador y al mismo tiempo se victimice?

Para explicar la incongruencia de nuestros actos el psicólogo Leon Festinger propuso la teoría de la disonancia cognitiva en 1957.  Se basa en la idea de que los humanos nos sentimos mejor con las cogniciones consistentes que con las inconsistentes pero no podemos sostenerlas. Munné lo explicó así en 1989: “El tener que decidir supone un conflicto hasta cierto punto objetivo: el individuo está ante una alternativa y considera imparcialmente su atractivo. Sin embargo, al tomar una decisión aparece la disonancia, que es un conflicto muy distinto a aquél, porque las creencias sobre lo elegido se oponen a las creencias sobre lo no elegido, lo que genera presiones para reducir esta disonancia que aumenten el atractivo de la alternativa elegida, sobrevalorándose los aspectos consonantes e infravalorándose los disonantes”.

Otros ven esta disonancia en la justificación de los actos inmorales. Según Bandura hay cuatro mecanismos que explican esta disonancia: justificación del acto inmoral, negación y rechazo de las consecuencias negativas, negación y rechazo de la víctima y negación y rechazo de la responsabilidad individual.

 

Continuará…

 

Referencias

 

Bandura,   A.   (2002).   Selective   Moral   Disengagement   in   the   Exercise   of   Moral   Agency.  Journal of MoralEducation, 31, 101-119.

Berman, M. (2002). El crepúsculo de la cultura americana. Razón Cínica, (2).

Eco, U. (2010). A paso de cangrejo: Artículos, reflexiones y decepciones 2000-2006. Debate.

Festinger, L. (1957). A Theory of Cognitive Dissonance. Evanston, IL: Row, Perterson & Company.

Sagan, C. (2011). The demon-haunted world: Science as a candle in the dark. Ballantine Books.

 

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.