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La Secretaría de Cultura, el FONCA, el SNCA y la carabina de Ambrosio

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La estructura del Conaculta salinista sigue intacto en la Secretaría de Cultura en los tiempos de la 4T. Existe aún una enorme red de compadrazgos, complicidades, cacicazgos, sicariatos culturales y grupos de la vieja élite que siguen incrustados dentro de sus oficinas y organigrama, incluso aquellos que como fantasmas dan golpes sobre la mesa en la toma de decisiones o para que las cosas no cambien, o mejor: no se transformen. La percepción que tenemos muchos es que esa área de gobierno es la que menos ha tocado la columna vertebral que sostuvo ese sistema neoliberal, para que sólo unos cuantos fueran beneficiados.

Salinas de Gortari creó el Conaculta para el control social (cooptación) de la intelectualidad mexicana, haciendo de ella la caja chica de prebendas de grupos exclusivos que estuvieran apegados o mantuvieran vínculos con la élite de Letras Libres o Nexos. Después de treinta años, podemos ver que un reducido grupo cercano a ellos disfrutó de las mieles del presupuesto; pocos tenían acceso, a menos que alguno de esa elite “te recomendara” a la antigua (modo priísta), o bien, según como el mismo Conaculta lo pedía: por escrito, que fue una exigencia al meter un proyecto personal o grupal.

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Hemos hecho una crítica pública hacia afuera todo el tiempo, grupos contra grupos, pero no hacia adentro. He visto poca autocrítica cuando se trata de buscar nuevas soluciones en la cosa cultural, en especial de la literatura, que es la que a mí me concierne. No hablaré de egos, vanidades o ser esclavos de eso, sino del necesario cuestionamiento al sistema literario que ha sobrevivido a lo largo de las últimas tres décadas. Un novelista, cuentista, poeta, ensayista, dramaturgo, cronista, está sujeto a que tenga golpes de suerte y obtenga una beca, un premio, un reconocimiento a su labor. Y ya no hablemos de publicaciones, de que alguna de las obras se imprima en un libro. Tal vez por eso Daniel Sada decía con desencanto que nos olvidáramos de las ediciones institucionales porque esas terminaban quedando en las bodegas, en el olvido o la basura.

Todos los años, miles de creadores mandan sus trabajos a una infinidad de concursos literarios con la esperanza de que la “Diosa Fortuna” les conceda el favor (aunque no siempre es la divinidad de la suerte, sino un jurado corrupto y complaciente), pero sólo hay un ganador. Por supuesto, muchos hemos ganado alguno, que más por el “honor” es por el monto que se recibe. Bueno, en realidad es por el monto que se crea la ilusión que la obra ha sido tocada por la diosa, dentro de un sistema literario de canonjías donde no todos tienen la misma oportunidad. La mayor parte de esos creadores viven en la necesidad, tienen familias y una entrada es una bendición a las situaciones precarias.

Claro, están los “encuentros” literarios anuales, donde podemos conocer a verdaderos talentos, con los que se puede hacer amistad y con los que se puede aprender bastante. También las salas de lectura, los promotores culturales que hacen una labor titánica y que ha tenido efectividad más por el entusiasmo de sus participantes que por los programas de los gobiernos que van y vienen. A los políticos, o esos que piensan que el gobierno les permite enriquecerse, no les interesa la cultura; son muy pocos quienes toman en serio una verdadera labor cultural para la comunidad: esos son los que en verdad sacarán adelante donde haga falta una transformación.

Esperar a que un día la Diosa Fortuna nos cubra con su manto es un dilema. Hay muchos creadores literarios que siguen bregando, escribiendo, compartiendo, haciendo esfuerzos y luchas en las cosas que creen y crean, pero esos no aparecen en las listas de becarios del FONCA o el SNCA, sino que continúan edificando desde sus comunidades, desde sus colonias maneras de que la obra pueda ser difundida. Los mecenas ya no existen, por lo que los Estados asumieron ese rol para proteger a los creadores de literatura, y en México ese sistema sigue intacto, a pesar de los esfuerzos de romper con el viejo régimen, como se hace en otras secretarías. En la Secretaría de Cultura podrá hacerse mucho, pero al esqueleto del FONCA y el SNCA no se le toca porque justamente esas mafias culturales se mueven en un perfecto nado sincronizado para que nada cambie.

Si estamos sujetos al privilegio del premio como único modo de acceder a la difusión de la obra, algo nos falla. Insisto: hay quienes lo ven como una oportunidad, pero hay otros que lo ven como un modo de vida, vividores a la caza de concursos que dejan sin oportunidad al resto de creadores. No sé si deban desaparecer los concursos, premios, becas, pero lo que sí es definitivo es que debe cambiar la manera en cómo nos hemos relacionado al respecto. El presidente Andrés Manuel López Obrador tiene un gran pendiente en esa área.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




La corruptible levedad del FONCA: ¿en verdad necesitamos becas literarias?

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Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando a principios de la década de los noventa se le quitó al Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) la rectoría de la actividad cultural en México para darle paso a la creación del Conaculta, muchos alzaron la voz para indicar que se estaba yendo en contra del bien común, pues el INBA sólo pasaba a ser un departamento cultural, casi nomás exclusivo del Distrito Federal. El primer presidente fue Víctor Flores Olea, que luego habría de ser destituido por el megaberrinche del poeta Octavio Paz porque no fue “invitado a tiempo” en el famoso Coloquio de Invierno organizado por la izquierda mexicana como respuesta al Encuentro Internacional “La experiencia de la libertad”, emprendido por el mismo Paz dos años antes, en el que daban las exequias y tocaban el Réquiem al socialismo (en ese donde el otrora Vargas Llosa dijo su famosa “el PRI es la dictadura perfecta”).

Lo cierto es que Paz sí fue invitado, a la par que todo el grupo de la revista Vuelta, y sólo aceptaron cuatro, mientras que otros cuatro se autoexcluyeron, entre ellos el propio Paz. El escándalo fue tan grande, que Flores Olea terminó renunciando en 1992, pero muchos intuimos e interpretamos por qué había sido; entre los alegatos estaba que dicho Coloquio lo financiaba el Estado mexicano. Eran los tiempos del sexenio del naciente neoliberalismo en México, donde Salinas de Gortari pasaría a ser “el padre” de ese sistema económico, aunque años atrás Miguel de la Madrid lo había implementado primero. Recuerdo que al dichoso Encuentro de Paz muchos no fuimos, mientras al Coloquio sí. Al Encuentro lo apoyó y transmitió Televisa, y al Coloquio no.

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La cría institucional llamada Conaculta pasaría a ser la entidad que organizara, fundamentara y repartiera el presupuesto “con transparencia y honestidad”. Los primeros cuatro años de Conaculta parecieron buenos en muchos sentidos y, al menos, se veía disposición de su presidente de hacer las cosas bien. Con la creación del fideicomiso del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA) muchos comenzamos a soñar con la posibilidad de una beca para poder dedicarnos más o menos de lleno a la creación literaria (en el caso de los escritores). No obstante, pronto se vio que una gran mayoría de esos apoyos se repartieron entre grupos intelectuales, que conformaron una élite que no requería recursos, pero que tenían relaciones, influencias y poder político para hacerse del presupuesto cultural.

Según la Secretaría de Cultura, desde 1989 y hasta 2019 el FONCA ha concedido 22 mil 826 apoyos, estímulos y becas a la creación artística en 96 disciplinas y especialidades, y ha apoyado a más de 19 mil creadores individuales y 3 mil 825 grupos artísticos con diferentes talentos, capacidades, lenguajes y categorías; es decir, muy poco con respecto a la gran gama de necesidades multiculturales de México, que son millones. En algunos encuentros de escritores donde estuve a lo largo de los años, escuché a escritores “consagrados y muy leídos” quejarse porque a fulanito sí le habían dado, y a zutanito no. Yo a esos escritores los veía con admiración, pero después de verlos como simples mortales que lloran por las becas, dejé de leerlos.

Y así veíamos cómo las becas a escritores comenzaron a repartirse entre unos cuantos, y cómo algunos la recibieron durante 25 años hasta en seis ocasiones. La ilusión de ser apoyado se diluyó con el paso de los años. Asimismo, nos preguntamos si en verdad era necesario recibir una beca por escribir, si sabíamos que hacerlo dependía sólo de nosotros y no de un recurso. Muchos vimos todo eso como una manera de control social o de “acallar voces” como se dijo en principio, aunque Flores Olea habría de negarlo. Nos centramos en la obtención de las becas y premios; escribíamos y proyectábamos para eso. Por supuesto, no todos, pero un buen número basó su carrera en ese prurito ya sea porque era para salir adelante por falta de trabajo, ya por la comodidad de un dinero extra, aunque le fuera muy bien (“poetas prósperos”, diría un amigo poeta) o ya para darle rienda suelta a una vida disipada, egocéntrica y adicta. Sí pienso que de algún modo olvidamos lo fundamental que era crear y ser leídos. Muchos caímos en esa trampa de perseguir el recurso, fincar nuestro talento en función del otorgamiento de becas o de premios.

A la larga el FONCA terminó corrompiéndose como casi todas las instituciones de México. Ahora la apuesta es salir del engaño, escribir porque nos importa la literatura y no el recurso económico.

El FONCA debe desaparecer sin duda alguna, de tajo y para siempre. No más presupuesto repartido entre una élite de intelectuales soberbia, clasista, racista y sin altura de miras. Un nuevo organismo que pueda abarcar y financiar todos los proyectos posibles y distintos cada año, sin que se repitan, con el fin de que la cultura nacional pueda seguirse moviendo con libertad. Propuestas podría haber miles, con la participación de todos y no dictados desde la burocracia. Evidentemente que la cultura nunca ha dejado de moverse, que los escritores siguen escribiendo a pesar de todo y en cualquier condición, pero sería pertinente replantearnos qué tipo de institución queremos: sin corrupción y que tenga la fuerza suficiente para dirigir los destinos de esa cultura, para que jamás caiga en manos de unos cuantos que terminan siendo los mimados de un sistema, críos que terminan siendo los Frankenstein de la literatura y monstruos voraces del erario que nadie lee. El fin es que exista difusión de la obra en todo momento. Escribir para ser leídos.

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