1

La Casa del Trabajador. Casa llena en tiempos de aislamiento

FOTOS: Cortesía.

Colaboración Especial

Por Octavio Escalante

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). No es la primera vez que Ana entra al edificio, pero aunque todavía no lo sepa, esta ocasión tiene algo de memorable. Acaban de entregarle las llaves de la Casa del Trabajador (La Catra) y no sabe bien qué esperar. El proyecto está trazado en una decena de hojas explicativas, pero la realidad hace de toda especulación un diagrama nebuloso. Tal vez hallen neblina dentro del edificio de dos plantas y seis salones abandonados.

Hace cuatro años que se les ocurrió, a Ana y Alejandro, reabrir la Casa del Trabajador, en la colonia Fovissste de La Paz. Les pregunto cuál fue su motivación y me sorprende que no tengan muy claro el asunto. Me cuentan retazos anecdóticos, una plática con algún colono viejo que dice «lástima que esté cerrada, lástima que esté en desuso tanto espacio». Les insisto, porque yo mismo no puedo creer que la motivación principal ande extraviada, y ellos apenas me sepan responder.

También te podría interesar: Eco Parque Municipal de la Juventud de La Paz. Un santuario para las aves

Sin embargo, que no se piense que les tiembla la voz al hablar de La Catra. Al contrario, se me dificulta contenerlos, lograr que se detengan un poco. Han pasado ya cuatro años desde su apertura y en esos cuatro años han vivido experiencias diferentes, tanto como para que se les enrede la memoria. Formalmente, una prueba documental de su historia con La Catra es la presentación del proyecto de reapertura al Programa de Acciones Culturales Multilingües y Comunitarias, Pacmyc, que les fue concedido con un primer lugar y un monto de cincuenta y tantos mil pesos.

Maliciosamente, les pregunto si esa cantidad fue suficiente para darle empuje a lo que planeaban. «Independientemente de que nos dieran el Pacmyc –me responde Alejandro– nosotros ya teníamos contactados a todos los talleristas, y si no hubiese sido con ese recurso hubiéramos buscado por otro lado. Cuando abrimos el edificio, que llevaba sin actividad desde el 2014, nos dimos cuenta de la magnitud del reto que estaba frente a nosotros».

Conviene saber que La Catra fue concebido desde el inicio como un proyecto comunitario, sin fines de lucro y que los talleristas a los que se refiere Alejandro, debían tener muy claro que se les estaba invitando a dar parte de su tiempo y de su conocimiento sin paga alguna. Fue una primera inyección, un abanico que iba desde las clases de guitarra, alfabetización, taichí, grabado en madera, danza árabe, ¡análisis de posibles utopías!, cine, derechos humanos…

En términos coloquiales, el tema estaba apalabrado, sólo que tanto Alejandro como Ana no tenían en cuenta la capa de polvo plastificado que cubría todo el piso, paredes y techo de los salones, la inutilidad total del cableado eléctrico, la catastrófica apariencia del par de baños, los vidrios pintados con brocha hacía más de 5 años, una pintura que en algún momento desempeñó una función pero que ahora representaba uno de los defectos por solucionar. En La Catra estuvo por diez años una clínica del ISSSTE, pequeña y ruidosa como un gallinero, y al entrar Ana y Alejandro sólo era un almacén de recetas médicas. «Cajas de recetas –me dice Ana–, todo un cuarto estaba lleno de cajas con recetas. Movimos sillas, pintamos, pero para cosas como el cableado y la limpieza del piso tuvimos que llamar a profesionales».

«Me acuerdo –dice Alejandro– que debajo de las escaleras había muchas inscripciones, Sandra y Marco, 1998, encerrado en un corazón y cosas así». Casi treinta años sin pintar bajo los escalones, pienso. Me interesa que me cuenten del día en que abrieron y comenzaron a limpiar, pero veo que se hacen bolas, que se miran entre sí como queriendo acordarse de fechas y de gente. Trato de ayudarles un poco con una pregunta «¿Convocaron a los talleristas para que les ayudaran a limpiar? ¿Vinieron todos?» Se vuelven a mirar entre sí. «No, mira –dice Ana–. Es que al principio no convocamos a nadie. Y no fue sólo un día. Había que mover unas mesas, traerlas, y dimos una vuelta a la cuadra en el Pitufo, el carro de Alejandro, y vamos viendo como anillo al dedo a unos vatos con faja y todo para cargar, y ellos nos ayudaron. Otro día vimos a unos morros que se juntaban aquí abajo, y nos ayudaron a pintar. Otro día sí vinieron algunos talleristas. Pero las cosas que de plano no pudimos hacer solos por seguridad, como la de quitar la plasta de todo el piso, eso sí lo pagamos y ayudamos a sacar el agua».

Meses antes de que les acepten el proyecto, a Alejandro se le ilumina la cara con la luz de la computadora. Está diseñando, bien o mal, un pequeño volante que imprimirán en papel bond, para repartir entre los colonos. Ana y él fueron personalmente a más de ochocientas puertas de las viviendas del Fovissste, una de las pocas colonias con edificios en La Paz, y dejaron como quien deja una promoción de pizza o sushi por debajo de la puerta, su propuesta, su solicitud de apoyo e invitarlos a la junta informativa para reabrir La Catra. A la gente, acostumbrada a que el viejo edificio de los 70 fuese manejado por dependencias para eventos políticos, de pronto le parece rara la idea de abrirla para clases de danza, de dibujo, para instalar una biblioteca. Pero aunque lo raro suele despertar precaución, van mostrando confianza y terminan diciendo a la rehabilitación del lugar.

Acaban de imprimir los volantes. Detrás de unas rejas, una señora tiene estanterías con latas de valvita, frijoles, arroz, un refrigerador lleno de refrescos, leche yaqui o caracol y unos kilos de queso que le trae un señor de Los Planes. Es de las pocas tienditas que quedan en el barrio, quizá en toda la ciudad. Por fuera de la reja está Alejandro, hablando con la señora sobre lo que planean hacer con ese espacio, y no parece funcionarle mal la labia. Ana va a la escuela primaria de la colonia, “Carlos Moreno Preciado”, en la que alguna vez desalojaron a los niños por una amenaza de bomba, y les informa sobre las clases y talleres que habrá próximamente.

La capa de pintura, la limpieza del piso, la reinstalación de la luz, el desalojo de lo que no está vivo, la fabricación en conjunto de libreros o la barnizada de las sillas y mesas que les han obsequiado y por las que fueron en el pick up de un amigo, es un gran avance, pero les ha revelado el tiempo que implicará meter en sus vidas al elemento Catra. El sábado tienen que trabajar en una boda. Son fotógrafos y suelen regresar pasada la media noche. También fabrican castillos de madera y rascaderas para gato, y a pesar de conocer tanto el mar, no se les quita el deseo y la costumbre de una acampada de vez en cuando, sin olvidar a Marcelino, el hijo de Ana, que quiere bucear, que quiere vivir.

Me dicen que la primera reunión que tuvieron con algunos voluntarios fue por la tarde y que, como no tenían luz, terminaron hablando casi a oscuras. Era todavía un espacio sin vida, que aún así servía para convocar a unos cuantos y decirles «imagínense lo que puede ser aquí». El instructor de guitarra mira al de taichí, y el de taichí mira a uno que no parece que venga a dar ninguna clase de nada, pero que al menos tiene las ganas de barrer cuando sea necesario, de mover, de ir por tornillos, de martillar, de colocar papel en el piso cuando venga la hora de usar las brochas o de conseguir de a gratis un bote de pintura. Y ya a oscuras, ¿qué más da para los talleristas que no se haga nada? Unos cuantos de ellos, por una u otra razón, no podrán hacerlo. Viven lejos, tienen un horario infranqueable o han sido desanimados por un montón de vidrios de espejo acumulados en una esquina de la sala. En esa misma sala, dos años después, habrá mesas de trabajo y se discutirá sobre la minería, la pesca indiscriminada, el despojo, la importancia de la lectura y la creación de nuevos espacios comunes. Y sin embargo, mientras la sala se va poniendo oscura porque viene la noche y el cableado está deshecho, Ana y Alejandro tampoco lo saben, tampoco imaginan el festival de Día de Muertos que habría un año después, con sus cantantes y altares, pero un montón de vidrios de espejo en un rincón de una sala sucia no iba a inmovilizarlos.

«Es cansado, nos absorbe mucho tiempo», y les creo por sus caras y porque toda la semana he estado tratando de entrevistarlos. No podían, había que reabrir La Catra después de la pandemia. Y ahora, de pronto, requiere que la atiendan, organizándola, desde la limpieza hasta la difusión, las llamadas telefónicas, el diseño de la página, las inscripciones y de nuevo los talleristas, resbaladizos y volubles.

Me comentan que han ido descubriendo cosas durante el proceso. Una de ellas es que, sin demeritar a las instituciones culturales, hay un gran valor en que las cosas no estén dadas de buenas a primeras, que no estén como servicios a los que uno accede y luego se va. Sino que la batalla porque exista ese bien común, le da un valor de pertenencia a todos los implicados, «hasta a los que limpiaron la capa de polvo del piso», dice Ana, que comienza a hablar con un tono casi poético y conmovedor, mientras intento improvisar otra pregunta. A pesar del tono conmovedor, ni a ella ni a Alejandro les veo lágrimas asomándose entre expresiones melosas. Más bien veo coraje. Coraje en ambas acepciones: el de la valentía y el de la molestia. Valentía que han reforzado sabiendo que pueden hacer cosas, que se pueden lograr cosas. Y coraje, bueno, aquí es donde me dicen que esperarían del gobierno un mecanismo de apoyo, pagado con los impuestos de cada uno. Pero sin atenernos a ello. «Cuando veo un lugar abandonado, un edificio, un parque, un barrio entero, lo que veo es que la lógica de un sistema individualista ha triunfado. Lo que hacemos en La Catra es lo contrario a eso. En el abandono de inmuebles, de parques, lo que vemos es un ciudadano que está solo, y eso es lo que queremos romper».

Veo que Ana quiere comentar algo. «Bueno –dice–, primero pensé que era algo egoísta, pero está lejos de serlo. Una de las fuertes razones de esto, al menos para mí, es que mi hijo me movió a soñar en lo que no tuve, y que él y otros podrían tenerlo. Si hubiese estado al alcance… Otra cosa hubiera sido. De ahí lo de pensar en lo que carecemos y de lo que aspiramos para ellos, es de donde sale la idea de los talleres… No importa si no pones esto en el texto, pero quería mencionarlo. El tren va muy rápido y nos mantiene ocupados y dispersos. Quería mencionarlo, nada más».

La Catra ha contado con alrededor de 700 beneficiarios de sus talleres, y 150 a 200 por año, sin contar a los usuarios de su biblioteca Colibríes, de más de mil 500 libros. Ha sido apoyada con tres recursos: Pacmyc en 2018, Fasol en 2019 y de nuevo Pacmyc en 2020, lo demás ha sido levantado a pulso, puro peso muerto. Ha hecho de la naturalidad una de sus fuerzas, sin ninguna clase de sesgo elitista. La casa está abierta, pásele a lo barrido…

Ana acaba de enviarme un mensaje de audio. Insiste en que «el camino es parte de esas preguntas y esas respuestas que van apareciendo, sueños e ideas, participación en conjunto, y que va seguir experimentándose a sí mismo mientras dura lo que dure». Dicha así, con esa voluntad, me parece convincente la incertidumbre. Será idea mía, pero algo parecido les he escuchado decir a las personas que no le temen al amor.

__

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




Invitan a nuevos cursos en La Catra en colonia FOVISSSTE de La Paz

FOTOS Y PROMOCIONALES: Cortesía.

La Paz, Baja California Sur (BCS). En fechas próximas, el Centro Cultural Sudcalifornia —el edificio remodelado conocido popularmente como La Catra (“La Casa del Trabajador”) en la colonia FOVISSSTE de La Paz—, convoca a nuevos cursos y talleres de arte y cultura, da a conocer Ana Gabriela Bochm Jáuregui, representante de este proyecto.

A continuación se publican los promocionales de estos cursos que son completamente gratuitos, para diferentes edades y en diferentes horarios; es importante indicar que el proyecto se encuentra en la mitad de su proceso —habrá que recordar que se trata de un proyecto apoyado por un año— y los días y horarios podrían cambiar, por lo que se sugiere acudir directamente a despejar dudas y enterarse de otras posibles nuevas opciones.




Rescatan La Catra de la colonia FOVISSSTE. Nace así, el Centro Cultural Sudcalifornia

FOTOS: Cortesía.

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Este sábado 3 de marzo se inaugura una nueva etapa del edificio conocido popularmente como La Catra (“La Casa del Trabajador”) en la colonia FOVISSSTE de La Paz, al abrir sus puertas completamente renovado y utilizarse para realizar cursos y talleres culturales en el hoy denominado Centro Cultural Sudcalifornia; en exclusiva para este medio, Ana Gabriela Bochm Jáuregui, representante del proyecto, contó como éste ganó un concurso recibiendo fondos de 58 mil pesos, destacando la participación de la propia comunidad para su remodelación integral y su actual funcionamiento.

En 2017, casi 70 proyectos concursaron en el Programa de Apoyo a las Culturas Municipales y Comunitarias (PACMYC), y el de la Reactivación de La Catra fue considerado uno de los mejores de todo el Estado, señaló Ana Bochm. Con ello, obtuvieron 57 mi 828 pesos para renovar integralmente el inmueble y para los instrumentos que se ocuparán en los talleres que durarán 10 meses —de marzo a diciembre de 2018. Sin embargo, para optimizar los recursos y hacer más ambicioso el proyecto, pudieron tener desde voluntarios en la mano de obra hasta descuentos en su rehabilitación, además de que los instructores no cobrarán un peso. No hay fines de lucro, por lo que los 21 cursos serán gratuitos; habrá desde yoga y huertos urbanos hasta cursos deportivos y de filosofía. Todo el proceso se ha ido registrando para un material que habrá de concretarse en un documental.

También te podría interesar: Gente de El Valle con 100 años de edad. ¿Qué los ha hecho vivir tanto

CULCO BCS: ¿Cómo nace este proyecto? ¿Cuál es el principal propósito de rescatar este edificio?

ANA BOCHM: El proyecto surge con una conversación entre Giovanny Torres, Alejandro Escalante y yo. Platicamos sobre lo triste que se veía el inmueble de nuestra colonia y lo feo que estaba el Estado en la actual situación de violencia. Surge como una inquietud, como un sueño y el sueño se logró hacer una iniciativa, es decir, un proyecto; el proyecto fue haciéndose fuerte mientras íbamos invitando a los talleristas voluntarios. Este proyecto se consolida al ser aprobado también por PACMYC a través de su convocatoria 2017 en la cual decidimos participar.

El proyecto esta conformado por la comunidad, y la señal de que es así, es que el monto si bien está trazado para ser suficiente para el proyecto, empieza a ser insuficiente en cuanto surgen imprevistos, nuevos talleres y lo que pasa sobre la marcha. En ese sentido, hemos comprobado en el camino, satisfactoriamente, que la gente responde con lo que sabe hacer, con los descuentos en electricidad, plomería, difusión y todo lo que es parte del proyecto. Los voluntarios lo demostramos con hechos, creando lo valioso, dando lo invaluable de nuestro tiempo y conocimiento. Además de la gente que se ha sumado, existe un órgano interno denominado Consejo Directivo y coordinaciones que tenemos funciones especificas y en donde estamos Alejandro Escalante, como coordinador administrativo; Marco Antonio Reyes Gama, de coordinador jurídico; y yo, como coordinadora de Cultura Comunitaria y como responsable del proyecto ante PACMYC. Nosotros tres somos los miembros del Consejo Directivo y existen otras funciones como la coordinación de Educultura que es la coordinación de los talleristas en donde está a cargo Adrián Telechea, y la coordinación de las Salas de Lectura donde colabora Giovanny Torres.

Yo en lo personal, quiero hablar de mi hijo, quien me inspiró la idea. Con existir, me hace tratar de hacer cosas como éstas, cuando en su corta edad tomaba clases, hace un año en la explanada externa de debajo de La Catra, entre lo sucio de paloma, y porque, sin duda, ha tenido paciencia este tiempo de tanto trabajo.

Aún hay espacio para las últimas las inscripciones a los diferentes cursos y talleres (informes en el celular 612 2198557) que se darán gratuitamente a los niños y adolescentes —y adultos mayores— de aproximadamente 800 viviendas que conforman la colonia FOVISSSTE de esta capital —a los que se sumarían alumnos de la Escuela Primaria “Carlos Moreno Preciado”— y que, aunque por ahora abarca diez meses y a esta población concreta, en un futuro podría abrirse a toda la ciudadanía paceña. Por ahora, se estima beneficiar a 300 participantes y el cupo a cada taller es limitado. Los cursos son: Jugando con las Letras, Artes Manuales en Migajón, Introducción a las Artes Plásticas, Movilización para Adultos Mayores, Comer de Mano Propia: Huertos Urbanos, Composición de Letras, Yoga para Todos, Cinetequita, Iniciación a la Guitarra, Danza Árabe, Grabado en Madera (Xilografía), Historia de la Literatura y Creación Literaria, Canto, Taller de Tahitiano, Iniciación a los Juegos Predeportivos y Recreación, Brake Dance, Creación de Esténciles, Ápeiron: Taller de Filosofía para Niños, Tallercitos, Hazlo tú Mismo, Taller de Reciclado y Educación Emocional para Adultos.

El edificio ¿desde cuánto existe y para qué fue originalmente? ¿Hace cuanto esta en abandono?

El inmueble se construye a la par de que se construyen las viviendas del FOVISSSTE. Se le llamó  La Catra por sus siglas —que significan “La Casa del Trabajador”—, y  mas o menos desde la década de los 70’s está por aquí.  Ha sido  muchas cosas, ha sido —según las investigaciones que empezamos a hacer para la parte histórica del documental—: un área común desde que nace la colonia, inclusive un área en la que se festejaban los cumpleaños  de las niñas y los niños en la parte baja del edificio. Yo recuerdo que también estaba Telégrafos desde los 80’s, ahí en las oficinas de abajo donde ahora esta Telecom. Y ha sido también un área destinada para talleres de diversos tipos. Nos tocó a muchos niños recibir esos talleres culturales ahí. Fue también lugar para una Unidad Médica del ISSSTE por un tiempo, incluyendo el servicio de consultorio médico y farmacia. También albergó una biblioteca llamada “Sudcalifornia”. Ya tiene cuatro años deshabitado, sin embargo, parecía que tenia 15 cuando lo encontramos.

El inmueble estaba en su estructura completa, obviamente, pero internamente tenía un descuido de higiene —con palomas vivas y muertas—, y en su funcionalidad debido al lamentable estado de todo el inmueble, el cual, era de abandono. Te daremos el ejemplo del asunto eléctrico: los cables ya eran muy viejos, entonces hemos tenido que hacer un proyecto eléctrico en el que le están haciendo una verificación de sus instalaciones para que el sea un lugar seguro. Se han tenido que comprar materiales para la instalación eléctrica y pagar la mano de obra. Se metió el cableado para el funcionamiento del ala derecha que es la parte del inmueble que vamos nosotros a ocupar (400 metros). Todo, todo, desde su caja que tiene su centro de carga. Esto ha sido algo imprevisto, pensábamos que nada mas íbamos a tener que dar de alta ante la Comisión Federal de Electricidad. En cuanto a la rehabilitación del inmueble en general, pues se ha tenido que acondicionar con mobiliario, sillas, espejos, vidrios, bocinas, guitarras. Se ha tenido que pintar porque se encontraba en muy mal estado, se ha hecho trabajo de herrería, de plomería para que funcione el agua, de limpieza. Está fue la parte más fuerte porque tuvimos que meter mangueras a presión ya que habían palomas muertas y bastante material orgánico en descomposición que puede resultar muy peligroso. Son muchos los detalles, pero en general, ya contamos con una estructura base para darle recepción a los talleristas y a los beneficiarios ya que faltan detalles a unos días de arrancar.

A la par del trabajo de rehabilitación y organización de los cursos, Ana Bochm —quién también es poeta y activista—, graba un documental sobre lo que ahora es el Centro Cultural Sudcalifornia, junto con Alejandro Escalante. Destacan en esta experiencia la participación filantrópica de vecinos del FOVISSSTE, desde quienes pusieron sus pick up para remover basura hasta quienes les realizaron hasta 50% de descuento, como el arreglo eléctrico, con tal de participar en su reactivación. Además, asegura que todo será transparentado y tendrán que pensar cómo operar —y extender los servicios— una vez que se acaben los recursos ganados en PACMYC.

¿Aceptarían inversión privada o apoyada por instancias de gobierno? Quizás, más adelante, ¿se constituirían como asociación civil?

La respuesta está en ‘veremos’ porque depende mucho del modo y de la forma como medio, al respecto te comentamos que nos encontramos dándole las últimas afinaciones  a nuestra acta constitutiva en la que quedara decidido que sí y que no aceptaremos y bajo qué términos. Eso es muy importante. Lo que sí podemos decir ahorita antes de adelantarnos es que buscaremos mecanismos para darle continuidad, claro que sí, para fortalecerlo claro que sí (…) Sobre ser una asociación civil, no lo sabemos aún. Es una decisión que se tiene que tomar en su momento, ni muy tarde ni muy temprano. Lo que si sabemos ahorita es que por el momento hemos encontrado el mecanismo para que esto funcione en lo que esta propuesto —que serían diez meses. De que funcione a más plazo va a depender de los mecanismos de gestión, de participación; de la gente y de la respuesta de las personas que se inspiren y quieran involucrarse; y de otros muchos factores. 

¿No hay involucrados partidos políticos u otros organismos?

No tenemos involucrado a ningún partido político en este proyecto, ni permitiremos que se involucre alguno. En cuanto a donaciones somos y seremos muy cuidadosos y transparentes con cualquier apoyo social —como donaciones—, como datos —préstamos— que son y serán ciudadanos o instancias que sean afines a los objetivos del proyecto. Somos muy claros en esto: no permitiremos donaciones que tengan intereses o proyecciones políticos – partidistas. Te preciso que, como parte de nuestro acuerdo interno en el proyecto, hemos establecido la nula aceptación de participación de partidos políticos o personas que busquen un beneficio no altruista del proyecto.

¿Cuál sería la mayor aspiración del centro?

No es tanto lo que aspiramos, lo que queremos es inspirar. Del centro pensamos —lo hemos comentado— qué puede ser y creo qué queremos —lo que dure—, un refugio ante tanta violencia que se vive hoy en día en el país, en el Estado, en la ciudad a medida que nos construimos. Queremos que sea un espacio que, si bien, no es el de las Bellas Artes y su esplendor, pueda ser un mucho de todo: un detonador de vocaciones ¿por qué no? Con un proyecto así podemos ponernos románticos, sin duda. Que sea un lugar de convivencia entre la comunidad y cultura de lo social; una búsqueda del arte, de expresiones diversas; un espacio de canalización; un contenedor de libros que sueña a ser biblioteca; un proyecto que llame la atención de una política pública en el tintero; un espacio de educación ambiental; ¡Uy, mil cosas!, puros Derechos Humanos (…) Una historia linda qué vivir y qué contar, qué reproducir, qué contagiar, que inspire.

Se tiene que agradecer a todos los que ya conformamos el proyecto. Es un agradecimiento por estar participando en conjunto, por poder hacer algo tan curado, tan bonito. Nos referimos así al Consejo Directivo que es el que ha estado fortaleciendo el proceso para hacerlo mejor; a las coordinaciones; a los talleristas que son súper importantes; a toda la comunidad que se ha sumado con lo comentado; todo es súper valorado; pero también a los que vienen, porque también hay mucha gente que se va a sumar, que quiere hacer talleres o que quieren donar o que tiene ideas sobre recursos que se pueden canalizar a un proyecto como este para fortalecerlo. Agradecer a lo que difundan, a todos es el agradecimiento y es entre todos y para todos. Y claro, a PACMYC que valoró el proyecto, que le dio una oportunidad, es importante el fondo que fue aportado, por supuesto que sí, es fundamental y es el impulso para lo que sigue en el Centro Cultural Sudcalifornia.

Del arte a la medicina

El Centro operará en marzo próximo con cursos, sin embargo, buscarán ampliar sus servicios para que allí puedan haber presentaciones de libros, conferencias y conciertos, y por supuesto, más talleres artístico culturales. También hay  doctores que les han manifestado realizar allí consultas y/o charlas de salud preventiva, por lo que no descartan habilitar un espacio como consultorio y que participen también estudiantes haciendo su servicio social en áreas de Nutrición, Fisioterapia y Psicología.