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El canto y la música en las Misiones Californianas

IMÁGENES: Cortesía

Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En la educación que se imparte actualmente en las escuelas, ocasionalmente se realizan actividades musicales como el canto y la danza. Su aprendizaje se reserva, por lo general, para ocasiones especiales como las famosas “asambleas” o para festivales artísticos, sin embargo, su enseñanza cotidiana se ha relegado para dar paso a una educación academicista. En la antigua California, los misioneros hacían de estas dos expresiones artísticas algo cotidiano.

Durante el establecimiento de las Misiones Californianas, los sacerdotes pensaron en diferentes estrategias para acercar a los naturales al aprendizaje de los rezos. Si bien es cierto que las largas recitaciones a cargo de un temastián del mismo grupo lograba este cometido, esto era muy tardado y no lograba el efecto de que lo realizaran con goce y alegría. Fieles observadores de las costumbres de los nativos, se dieron cuenta que el canto y la danza formaba parte de sus rituales inmemoriales y decidieron utilizarlos a su favor. Fue así como la enseñanza de los rezos empezó a hacerse por medio de la entonación de cantos. Fue la oportunidad idónea para practicar la gran cantidad de cantos de los que disponían los sacerdotes y una ocasión de goce por parte de los naturales.

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En las cartas y relaciones redactadas por los misioneros, se pueden leer una gran cantidad de referencias sobre las oportunidades que se tuvieron para practicar estos cantos e, incluso, la enseñanza formal de ellos en las instituciones educativas que crearon en sus Misiones. En el diario que llevó el almirante Isidro Atondo y Antillón en su exploración por la California reporta lo siguiente: Después de la noche de navidad de 1683, que se celebró con tres misas, cantos y bailes, los expedicionarios hicieron varios reconocimientos por los alrededores, se ocuparon en hacer adobes para levantar más viviendas. El anterior relato se dejó asentado durante la primera incursión que realizaron partiendo hacia el oeste del puerto de San Bruno.

El sacerdote Clemente Guillén, durante sus viajes de exploración hacia la región de Bahía Magdalena escribió lo siguiente: Esa noche, después de rezado el Rosario y dichas las Letanías Lauretanas se cantó El Alabado, lo que  impresionó agradablemente a los indios del lugar, que se acercaron al real para oír los cantos. Como podemos darnos cuenta el canto se convirtió en una actividad de práctica de la nueva religión, así como un momento de relajamiento para los catecúmenos. Uno de los sacerdotes que destacó en la enseñanza del canto fue el sacerdote veneciano Pedro María Nascimben, al cual recordaban sus compañeros de Misión por haber enseñado canto coral tanto a hombres como mujeres nativos en la misión de Mulegé.

Hasta el siempre mal humorado jesuita J. J. Baegert dejó un apartado en sus relaciones para hablar sobre la influencia benéfica de dos sacerdotes en la enseñanza del canto: …El padre Xavier Bischoff, de Glatz en Bohemia, y el padre Pedro Nascimben, de Venecia, Italia, fueron particularmente responsables de introducir el canto coral a California. Habían entrenado a los californios, tanto hombres como mujeres, con incomparable esfuerzo y paciencia... Se dice incluso que, cuando los franciscanos llegaron iniciaron su labor en la iglesia de Loreto, se sorprendieron agradablemente al escuchar el coro tan entonado y musicalmente educado que constituyó el sacerdote Bischoff en ese lugar.

Los sacerdotes Juan de Ugarte y Juan María de Salvatierra también destacaron en la enseñanza musical de los neófitos, lo cual fue relativamente fácil debido a la sensibilidad y predisposición de muchos de los niños y niñas del lugar, los cuales de buen agrado practicaban los cantos que les enseñaban y los ejecutaban con gran maestría. Otro sacerdote jesuita de nombre Gaspar Trujillo, durante su estancia en la Misión de Loreto adquirió varios instrumentos musicales, destacando en ello un órgano, con los cuales pudo acrecentar la capacidad de canto y el aprendizaje musical de los naturales. El jesuita José Mariano Rothea instaló una escuela en su misión de San Ignacio Kadakaamán, en donde instruía a los niños y niñas en las materias de español, historia, religión y canto, además de clases de costura para las niñas.

Digno de un estudio más profundo sería el poder saber cuáles eran las canciones que se les enseñaban a los Californios en las Misiones, así como la música de las mismas. Lo anterior complementaría en grado sumo la hermosa historia misional que poseemos.

 

Bibliografía:

Misioneros Jesuitas En Baja California – Antonio Ponce Aguilar

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Dialéctica de la California: Rousseau frente a Baegert (I)

FOTOS. Internet

Colaboración Especial

Por Francisco Draco Lizárraga Hernández

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La solitaria contemplación de la Naturaleza ha sido considerada desde la Antigüedad como una de las más sublimes fuentes de inspiración artística y filosófica, y posiblemente pocos pensadores han aprovechado la soledad del medio natural con tanto deleite como hizo Jean-Jacques Rousseau. En la última obra de este filósofo suizo, Ensoñaciones del caminante solitario, él mismo hace una reflexión general sobre su pensamiento a lo largo de sus caminatas por los Alpes; llega a la conclusión de que el Hombre provino de la Naturaleza como un animal solitario y que los únicos seres humanos que aún conservaban el estado prístino de la Humanidad eran los nativos de América que aún habitaban en las selvas, bosques, desiertos e islas alejadas de la civilización. De esta manera, Rousseau sentó las bases del romanticismo, movimiento que exaltó la soledad y los terrores del ser humano al enfrentarse a la majestuosidad e inclemencia de la Naturaleza, destacando particularmente dos ambientes aparentemente antitéticos: el desierto y el océano.

La profunda soledad que suele caracterizar al desierto y al mar es la causa por la cual, según Immanuel Kant en su ensayo Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime, estos lugares son capaces de infundir el sentimiento de lo sublime terrorífico hasta llegar a la ofuscación de la Razón, con lo cual generan quimeras y visiones lóbregas y pesimistas de la realidad. Partiendo de lo anterior, una de las regiones del mundo donde pudiera llegarse a este extremo es la península de Baja California, tierra donde el desierto está rodeado por el inmenso Océano Pacífico y el Golfo de California, siendo posiblemente la península más aislada del mundo. Fue en esta tierra donde, provenientes de diversas partes del mundo, pero con una misma misión, muchos soldados de la Compañía de Jesús, replicaron el llamado de Abraham de dejar su casa para ir al lugar que le indicara el Señor y ahí construir una nueva nación. Hombres que, en su afán de asemejarse a Cristo y a los profetas, proclamaron la Palabra de Dios a pueblos ignotos e incivilizados en medio de tribulaciones y pobreza, con el fin de lograr la conversión y salvación de miles de almas; no obstante, al final fueron sólo voces que clamaron en el desierto.

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Expulsados de los dominios del Imperio español por las órdenes de Carlos III en 1767, denostados por la acerba pluma de los filósofos ilustrados encabezados por Voltaire —quien en diversas cartas y en su cuento filosófico La princesa de Babilonia encomió a los Borbones por expulsar a los ignacianos de sus reinos—, y al final desconocidos por la misma Iglesia católica tras la promulgación del breve apostólico Dominus ac Redemptor por parte del papa Clemente XIV en 1773, los jesuitas quedaron reducidos al clero secular e iniciaron una larga noche oscura del alma que se prolongaría por 40 años hasta la restauración de la Orden en 1814. Durante este extenso caminar por un desierto espiritual, muchos miembros de la extinta Compañía de Jesús, con la agónica esperanza de poder restaurar algo del prestigio perdido del regimiento de San Ignacio de Loyola, empezaron a redactar obras cuasi enciclopédicas donde se hacía apología de las conquistas apostólicas de la Orden en los países que les fueron encomendados para evangelizar. Dentro de toda esta miríada de apologetas jesuíticos, los antiguos misioneros de la California fueron posiblemente los que mejor expusieron los suplicios, miserias y calamidades a los que se enfrentaron una gran parte de los jesuitas durante su salvífica labor en tierras de paganos.

Con un aspecto “generalmente desagradable y hórrido”, como aseguró el padre Francisco Xavier Clavijero en su obra póstuma Historia de la Antigua o Baja California, la península de Baja California fue el escenario donde, a lo largo de 70 años, los jesuitas llevaron a cabo una de las conquistas evangélicas más arduas que se hayan realizado en la historia de la cristiandad. Se enfrentaron, en primer lugar, con una región casi totalmente aislada del resto del Nuevo Mundo y con condiciones extremadamente áridas e inclementes, a lo cual se añadía el muy exiguo desarrollo sociocultural de los californios, quienes permanecieron en lo que Miguel León Portilla denominó como un “paleolítico fosilizado” y que, según lo que ha sido constatado por las evidencias antropológicas, no tuvieron ningún contacto o noticia de las grandes civilizaciones prehispánicas del centro del país y viceversa.

Ante esta absoluta carencia de la más mínima sofisticación por parte de los californios, y aunado al aislamiento geográfico, a su dispersión poblacional y a la poca disposición por evangelizarse de algunos grupos, los misioneros de la California, hombres de excelsa formación académica y humanística, tuvieron que resignarse a sentirse solos en medio de tribus incivilizadas y rudos soldados; tenían únicamente el consuelo de la oración y el solaz de la correspondencia epistolar entre sus hermanos de la Compañía como medios para paliar su soledad y no caer en la desesperación o en el ofuscamiento de su razón; no obstante, posiblemente el misionero que experimentó con mayor profundidad los prolongados efectos de la recóndita soledad del desierto bajacaliforniano fue el alemán Johann Jacob Baegert —o Bägert, en la grafía original alemana—, párroco de la misión de San Luis Gonzaga de Chiriyaquí, establecida en medio del país de los Guaycuras, “el más seco y estéril de toda la California”, según lo recopilado por el padre Clavijero.

El padre Baegert —oriundo de la ciudad de Schlettstadt, Alsacia, conocida hoy en día como Sélestat, al oriente de Francia— fue, al igual que todos sus compañeros misioneros, un hombre docto versado en humanidades y teología. Baegert, a diferencia de la mayoría de los jesuitas que misionaron en la Antigua California, provenía de un ambiente intelectual altamente polemista ya que Alsacia, que en ese entonces su población era mayormente germánica pero dependiente de la Corona francesa; debido a su condición limítrofe con Alemania y Suiza, fue un centro de intercambio y combate cultural e ideológico entre las principales escuelas de pensamiento de su época: la apologética escolástica abrazada por los jesuitas desde su fundación durante la Contrarreforma, el protestantismo de corte humanista emanado de las obras de Calvino y Lutero, y el racionalismo ilustrado que rápidamente se extendía por Europa gracias a los esfuerzos de Voltaire, Diderot y D’Alembert.

Fue en medio de esta palestra intelectual donde el joven Baegert, hijo de un talabartero, con apenas 19 años, inició su noviciado en 1736 en la ciudad de Maguncia, Alemania, que en ese entonces era la capital del electorado homónimo. Fue ahí donde, confinado tras las murallas de esta ciudad ante el asedio francés que padeció durante la Guerra de Sucesión Polaca, por cuatro años Baegert estudió arduamente los principios esenciales de las doctrinas católicas junto con todas las ramas de las humanidades y filosofía, lo cual le permitió que en 1740, con tan sólo 23 años, se le permitiese impartir materias fundamentales en la formación jesuítica —como gramática, poética y lógica— en el colegio de la Compañía de Jesús en Mannheim, en el Palatinado del Rin, la cual era una de las ciudades más cosmopolitas del Sacro Imperio Germánico, gracias a que su soberano, Carlos III Felipe de Neoburgo, la había convertido en la capital de sus dominios apenas 20 años antes. Con esto, Baegert tuvo la oportunidad de fraguar su enérgica y aguda vocación apologética frente a predicadores protestantes e intelectuales seguidores del Aufklärung -es decir, la Ilustración alemana según la definición de Kant- en la corte del príncipe palatino.

Tras tres fructíferos años como profesor en Mannheim, Baegert regresó a Alsacia para continuar con su formación sacerdotal al iniciar sus estudios teológicos en el prestigioso colegio de Molsheim, el mayor bastión de la Contrarreforma en su provincia natal. Una vez concluida su instrucción en teología, Baegert fue admitido en su totalidad a la Compañía de Jesús y se ordenó sacerdote en 1747, tras lo cual fue enviado a la cercana ciudad de Haguenau para que sirviera como vicario de la iglesia que la Orden administraba en el lugar y que impartiese materias de humanidades en el colegio jesuita de esa ciudad; sin embargo, su renovada labor docente tuvo que ser interrumpida debido a que recibió la orden de ir a Cádiz, España, para que le diesen instrucciones sobre su nueva labor misionera, con lo cual inició lo que muchos años después él consideró como un exilio por la gracia de Dios.

Con apenas tres años de haberse ordenado sacerdote, Johann Baegert llegó a la California luego de un viaje de casi dos años desde su natal Alsacia hasta la Nueva España, teniendo de por medio prolongadas estancias en Génova y Cádiz antes de llegar a América. Según lo que consta en una de las cartas que el padre Johann Baegert escribió a su hermano, George Baegert —quien también era jesuita—, el joven misionero estaba muy entusiasmado por su nueva labor, afirmando que su llamado a las conquistas apostólicas americanas provenía inconcusamente de Dios, alegrándose particularmente de haber sido llamado para evangelizar la península bajacaliforniana, de la cual afirmó: “California bendita me fue asignada, digo California, la cual, de haber podido, yo mismo hubiera elegido”. Jamás se imaginó que, 22 años más tarde, al inicio de su controversial obra Noticias de la península americana de la California —el “libro negro” de la historiografía misional de Baja California según el historiador sudcaliforniano Pablo L. Martínez—, él mismo escribiría: “Todo lo concerniente a la California es tan poca cosa, que no vale la pena alzar la pluma para escribir algo sobre ella”.

Al mismo tiempo que Baegert se sumergía en la más recóndita soledad en una tierra árida, estéril y miserable, aislada por el océano y poblada por gente que “es indistinguible de las bestias”; en Francia, la Academia de Dijon premiaba a un ginebrino poco conocido por una particular obra titulada Discurso sobre las Artes y las Ciencias; muy curiosamente, compartía el mismo nombre de pila del padre Johann Jacob Baegert —Juan Jacobo en castellano— y que, empero, no se escapó de la ácida e irónica pluma del alsaciano, quien lo llamó “un infame soñador”: Jean-Jacques Rousseau.

La ópera prima del filósofo suizo, justo antes del prefacio del autor, contiene una locución latina extraída de la obra elegíaca Las tristezas, escrita por Ovidio, en la cual se expresa: Barbarus hic ego sum quia non intelligor illis —que en castellano se traduciría como: “Aquí soy yo el bárbaro, porque nadie me entiende”. Con esto, de manera casi premonitoria, Rousseau anticipó las controversias de sus obras, que eventualmente le valieron la reprobación de la iglesia católica y los protestantes junto con el repudio de los filósofos ilustrados, especialmente de Voltaire.

La principal razón por la que el ginebrino fue anatemizado por los grupos más importantes de intelectuales de su tiempo se debió, en primer lugar, a que en una época donde se consideraba que las luces de la Razón y el conocimiento disiparían las tinieblas de la ignorancia y superstición para hacer que el Hombre alcanzara la mayoría de edad intelectual como lo señala Kant en su ensayo ¿Qué es la Ilustración?, Rousseau criticó fuertemente el progreso de las artes y las ciencias; consideró que, lejos de mejorar la naturaleza humana y purificar las costumbres, estas sólo desnaturalizan la bondad intrínseca del Hombre y lo convierten en esclavo de las vanidades y la sociedad “civilizada”. Partiendo de esto último, para Rousseau es más digno de admiración un guerrero atlético que combate desnudo con fiereza y coraje, que el literato más encumbrado y conocedor de las bellas artes y las ciencias en Europa—hace con esto una abierta referencia a Voltaire, a quien acusa de ser un esclavo de los gustos del público de su época— ya que este último, con todo su refinamiento y sapiencia, tiende a la ociosidad, al egoísmo y a los vicios, cargando con pesadas cadenas enguirnaldadas con la erudición y el lujo que lo separan de los atributos naturales del Hombre: la virtud, justicia y honor.

Dentro de esta misma obra, Rousseau afirma que las artes y ciencias han nacido como consecuencia de la ociosidad y las injusticias propias de la civilización; por lo cual el progreso del conocimiento no debe ser equiparado con el progreso moral ya que este retrocede mientras el otro avanza; además, considera que han sido el origen de la decadencia moral y social de los grandes imperios, razón por la cual afirma que ha sido la Naturaleza misma la que ha privado al Hombre de estos conocimientos desde sus orígenes a fin de evitar la disolución de las costumbres. Consecuentemente, este filósofo suizo considera que la enseñanza de las humanidades y ciencias no sólo deprava al ser humano y lo inclina a todos los vicios, sino que ésta debe ser sustituida por una educación en la que se privilegie la honestidad, justicia y valentía en el caso de los pueblos europeos; mientras que, en el caso de las naciones nativas del Nuevo Mundo, estas últimas deben permanecer sin influencia de la civilización occidental con la finalidad de que no se perviertan. De esta manera, Rousseau propone que es preferible un pueblo ignorante, pobre e inocente a un país sofisticado y cultivado pero corrompido.

Continuará…

Bibliografía

Baegert, J.J. (2013). Noticias de la península americana de la California. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez.

Clavijero, F.X. (2007). Historia de la Antigua o Baja California. Ciudad de México: Editorial Porrúa.

Gómez-Lomelí, L.F. (2018). La estética de la penuria: El colapso de la civilización occidental entre los guaycuras. Cuernavaca: Fondo Editorial del Estado de Morelos.

Kant, I. (2013). ¿Qué es la Ilustración? Madrid: Alianza Editorial.

Kant, I. (2018). Observaciones sobre el sentimiento de lo bello y lo sublime. Ciudad de México: Grupo Editorial Tomo.

Martínez-Morón, N. (2018). La California de Baegert. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Rousseau, J.J. (2001). Rêveries du promeneur solitaire. París: Le Livre de Poche.

Rousseau, J.J. (2011). Discours sur les Sciences et les Arts. Québec: Université Laval

Rousseau, J.J. (2011). Discours sur l’origine et les fondements de l’inégalité parmi les hommes. Québec: Université Laval.

Voltaire (2016). La princesse de Babylone. París: Éditions Gallimard.

Taraval, S. (2017). La rebelión de los californios 1734-1737. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

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Fragmentos del culto mortuorio de los Antiguos Californios

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Nuestra media península austral está llena de secretos, de historia, de tradición, sólo es cuestión que nos adentremos un poco en los libros que nos dejaron las personas que convivieron con los primeros pobladores para que desentrañemos este pasado increíble del cual nos debemos sentir orgullosos.

De acuerdo a textos escritos en el siglo XVIII, por personas que convivieron, algunos por más de 30 años, con los grupos primarios que poblaron la California, es que podemos conocer de primera mano sus tradiciones, creencias, mitos y aquello que los antropólogos conceptualizan como “Cosmovisión”.

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Me refiero a los textos escritos por los sacerdotes jesuitas que implantaron el régimen misional en estas tierras y que en la actualidad son libros valiosísimos: “Historia de la Antigua ó Baja California” de Francisco Javier Clavijero, “Historia natural y crónica de la Antigua California” de Miguel del Barco,Noticias de la península americana de California” de Juan Jacobo Baegert,Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente” (3 Tomos) de Miguel Venegas, “Informe del estado de la nueva cristiandad de California” de Francisco María Píccolo y otros más.

En sus páginas podemos encontrar muchas referencias al intrincado sistema de conceptos que formaban la cultura de los Californios y, aunque cada uno de estos jesuitas desde su personalidad y óptica particular hace referencias a ellas, podemos obtener conclusiones sumamente valiosas para comprender ese mundo en el que vivían los primeros pobladores. En estos días en que en nuestro país se conmemora el Día de Muertos he querido exponer algunos de los resultados de mis investigaciones sobre la cultura mortuoria de los Antiguos Californios.

En primer lugar, he de mencionar que los antiguos pobladores creían que había una “vida” después de la muerte, esto es, que ellos habían construido unas interesantes creencias sobre lo que pasaba con el espíritu de la persona que moría. El sacerdote Miguel Venegas, en su obra, menciona que los Pericúes creían que existía un dios supremo de nombre “Niparaya”, este dios había concebido a 3 hijos y uno de ellos, de nombre “Quayaayp” estuvo entre estos, (indios del sur) y los enseñó. Era poderoso, y tenía mucha gente: porque se metía dentro de la tierra, y sacaba gente. Enojáronse con él, y lo mataron; y cuando lo mataron lo pusieron una toquilla de espinas. Esta hasta hoy muerto; pero muy hermoso, sin corrupción alguna, echando continuamente sangre: no habla por estar difunto; pero tiene un tecolote (o búho) que le habla.  También como parte de sus creencias, los Pericúes le mencionaban que “el gran señor Niparaya no quiere que la gente pelee, porque todos los que mueren flechados no van al cielo: por el contrario, Wac-Tuparán quiere, que la gente pelee, porque mueran flechados, y vayan donde él está”.

Miguel del Barco, jesuita que vivió por más de 30 años entre los Cochimíes de la misión de San Francisco Javier Vigge Biaundó, dejó escrito lo siguiente: “Creían los Californios en la inmortalidad del alma porque unos decían que las almas de los buenos iban al norte por creer que por allá siempre había abundancia de pitahayas. Y las de los malos iban al sur, teniéndola por tierra más desdichada. Otros creían (como los de Loreto y sus cercanías) que los que mueren van al Carmen, isla desierta situada en frente de Loreto y a poca distancia. Por eso a los muertos, cuando no los quemaban, los enterraban sentados con los instrumentos propios de su sexo; a los hombres con sus zapatos, o guaraches, arco y flechas en la mano, etcétera. A las mujeres con guarachas y su red, o aparejo en que suelen cargar mezcales y lo demás que recogen del monte.

De singular importancia es la siguiente anotación que nos dejó este mismo sacerdote de acuerdo a lo que pudo presenciar: “Después de unos días, hacía la gente sus exequias o fiestas al muerto, y estas se reducían a ciertos cantos y bailes de noche (en los bailes había licencia general para que, al concluirse se retirase cada uno con la mujer que quería). El hechicero daba alguna carrera lejos y después volvía diciendo que ya había hablado con el muerto, con que dejaba a todos consolados. Y la gente era tan simple que creía estos y otros embustes de los hechiceros. Estos decían, cuando llovía y aguardaban de resulta abundancia de sus comidas, que ellos habían subido allá arriba a las nubes, que habían llamado al agua, y que por eso llovía”. Finalmente, citaré una creencia muy interesante que tenían los Cochimíes. “Entre sus instrucciones supersticiosas enseñaban que no debía matarse un león, porque el león muerto haría morir al que le mataba”.

Estos y otros interesantes textos que he podido analizar, nos dicen que nuestros antiguos Californios eran seres inteligentes y que se preocupaban no sólo por hallar explicaciones a los sucesos que observaban cotidianamente, sino también de encontrar una explicación, aunque fuera de índole sobrenatural, para sucesos como la muerte y lo que pasaba posteriormente con su esencia. Espero que esta breve información sirva de motivación para que más personas incursionemos en este mundo maravilloso de la historia de nuestra Sudcalifornia ancestral.

 

Bibliografía:

“Historia de la Antigua ó Baja California” – Francisco Javier Clavijero

“Historia natural y crónica de la Antigua California” – Miguel del Barco

“Noticia de la California y de su conquista temporal y espiritual hasta el tiempo presente” (3 Tomos) – Miguel Venegas

 

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Festejos y danzas de los antiguos Californios

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La cultura de los habitantes primigenios de la antigua California fue amplia. Incluía ceremonias especiales para festejar el encuentro de rancherías, la llegada de ciertas estaciones del año, la conmemoración de eventos propios de su cosmogonía y algunas otras, que simplemente se realizaban por el gusto de estar reunidos y en paz.

Lamentablemente, de estas tradiciones no dejaron escritos y los pocos registros que se conservan están narrados a través de la óptica bastante prejuiciosa de los misioneros Jesuitas que convivieron con ellos durante 70 años. Es muy probable, que la nula lectura de estas narrativas misionales haga pronunciar a muchos de los jóvenes y no tan jóvenes ciudadanos de esta media península “que los grupos originarios, no tuvieron una cultura”. Comentarios totalmente errados y carentes de sustento.

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Como ya mencioné, fueron los jesuitas, llegados desde el año de 1697, los que fueron dando cuenta en sus constantes informes y correspondencia, sobre las ceremonias y danzas que realizaban los Californios, a las cuales catalogaban como “demoníacas y contrarias al buen espíritu cristiano”. Muchos de los datos que podrían interesarnos de estas manifestaciones culturales fueron omitidos en sus narrativas, puesto que los jesuitas, además de considerar “pecaminoso y ofensivo” el reproducir por escrito lo que habían presenciado, deseaban dar la imagen, a través de sus documentos, que la evangelización y la conversión de los naturales se realizaba de forma constante y permanente, cosa que no hubiera sido creíble si manifestaban que los Californios continuaban celebrando estas festividades y ritos.

El sacerdote Francisco María Píccolo es uno de los primeros en hacer referencia a una festividad que él denominó como “el repartimiento de pieles a las mujeres una vez al año”. Esta ceremonia la pudo apreciar en una entrada que realizó en el año de 1716 en el Valle de San Vicente, donde posteriormente se establecería la Misión de San Ignacio Kadakaamán. De acuerdo a lo reseñado por Píccolo, se lee lo siguiente: Juntábanse en un lugar determinado las rancherías confinantes, y allí formaban, de ramas de árboles y matorrales una casita o choza redonda, desde la cual desembarazaban la tierra por un trecho proporcionado formando camino ancho y llano para las carreras. Traían aquí todas las pieles de los venados que habían cazado aquel año, y con ellas se alfombraba el camino. Entraban los principales dentro de la choza y, acabado el convite de sus cazas, pescas y frutas, se medio emborrachaban, chupando del tabaco cimarrón. A la puerta de la choza tomaba su lugar uno de los hechiceros en traje de ceremonia y predicaba en descompasados gritos las alabanzas de los matadores de venados. Entretanto los demás indios iban y venían, corriendo como locos sobre las pieles, y las mujeres daban vueltas alrededor cantando y bailando.

En fatigándose demasiado el predicador, cesaba el sermón, y con él las carreras; y saliendo de la choza los principales, repartían a las mujeres las pieles para vestuario de aquel año, celebrándose el repartimiento con nuevas algazaras y alegrías, a pesar del descontento necesario de algunas. Toda esta fiesta se hacía por ser para aquellas miserables mujeres la mayor gala y riqueza una piel de venado, con que poder malcubrir su desnudez.

Como podemos apreciar, esta ceremonia obedecía a un complejo entramado que no obedecía a la casualidad, sino que había sido desarrollada de forma intencional a través de muchísimos años. En ella, se ponía de manifiesto al carácter comunal de los productos obtenidos en la cacería, el papel preponderante que tenía la mujer en este grupo, las jerarquías y su reafirmación de poder ante el grupo, la transmisión de creencias y costumbres por los guamas o hechiceros, las habilidades motrices, la práctica de la danza y cánticos tradicionales, etc.

El padre Juan María de Salvatierra no pasó por alto estas actividades, y menciona en su correspondencia la forma en que los Californios manifestaban su alegría y beneplácito en las temporadas de abundancia de alimentos y esto lo hacían a través de danzas: Y son sus bailes muy diferentes de los que usan las naciones de la otra banda; pues tienen más de treinta bailes, y todos diferentes, y todos en figura, ensaye y enseñanza de algunas cosas esenciales para la guerra, para la pesca, para caminar, enterrar, cargar y cosas semejantes; y se precia el niño de cuatro y de tres años de salir bien del papel de su baile, como si fueran ya mancebos de mucha emulación y juicio: cosa que nos dio a todos mucho divertimiento de verlos. Este párrafo es de gran importancia para corroborar que los grupos de Californios desarrollaron una cultura compleja, en donde la danza era una actividad sumamente valorada y en la que se representaban, como lo hicieron y hacen muchos grupos étnicos, pasajes de su vida cotidiana así como rituales de su cosmogonía. Muy singular resulta el entrenamiento de los integrantes de estos grupos, a edades muy tempranas, en los diferentes bailes e incluso el reconocimiento que se ganaban por la mejor ejecución de ellos.

Continúa Salvatierra: los tres meses de la pitahaya son como en algunas tierras de Europa los tiempos de carnestolendas, en que en buena parte salen de sí los hombres. Así estos naturales salen de sí, entregándose del todo a sus fiestas, bailes, convites de rancherías distantes, y sus géneros de comedias y bufonadas que hacen, en que suelen pasarse las noches enteras con risada y fiesta, siendo los comediantes los que mejor saben remedar, lo cual hacen con grande propiedad. Conforme los Californios fueron evangelizados y convertidos a la nueva fe, se fue realizando un proceso de integración de la forma en que ellos manifestaban su regocijo y reverencia hacia lo sagrado, al incorporar a las ceremonias del ritual católico sus danzas. Este proceso es muy semejante al que se llevó a cabo en otras partes de la Nueva España. Así lo relata el sacerdote Salvatierra: los bailes tenían suma variedad y no poca destreza. Tuvimos aquí las fiestas de pascua de Navidad con mucho gusto y devoción, y de los indios también, asistiendo algunos centenares de catecúmenos a las fiestas, haciendo también sus bailes los cristianitos más de ciento.

Miguel del Barco también se suma a la lista de los jesuitas que hicieron observaciones sobre los bailes y ceremonias de los Californios: no es extraño, que adelantasen en este oficio de bailes, pues es el único que tienen en tiempo de paz: natural es adelantarse en lo que siempre se ejercita. Ellos se divierten y bailan por sus bodas, por la fortuna en sus pesquerías y cazas, por el nacimiento de sus hijos, por la alegría de sus cosechas, por las victorias sobre sus enemigos o por otras cualesquiera causas cuya gravedad no se detenían mucho en pesar y medir. Para estos regocijos solían convidarse unas a otras las rancherías y también se desafiaban muchas veces a luchar y correr, a probar las fuerzas y la destreza en el arco y flechas y en éstos y otros juegos entretenidos, pasaban muchas veces días y noches, semanas y meses en tiempo de paz.  Como podemos inferir, los Californios eran sumamente festivos y tenían danzas para una gran cantidad de eventos.

Conforme los jesuitas fueron adentrándose cada vez más en la parte sur de la península, descubrieron ciertos sucesos que los escandalizaron y que tenían una relación muy profunda con el motivo de ciertos bailes entre los Pericúes: el adulterio era mirado como delito, que por lo menos daba justo motivo a la venganza, a excepción de dos ocasiones: una de sus fiestas y bailes, y otra la de las luchas, a que algunas veces se desafiaban unas a otras las rancherías, porque en ésta era éste el vergonzoso premio del vencedor. Durante las fiestas (bailes) había una “licencia” tácita entre los moradores de aquellas rancherías en donde se permitía el intercambio libre de parejas; lo anterior, causaba una gran repulsión y era motivo de reproche público por parte de los Misioneros. Algunos investigadores sostienen que este tipo de intercambios sexuales, más que un acto de promiscuidad irracional, era una costumbre que se sostenía sobre las bases de la exogamia, esto es, el evitar las taras o deformaciones que se dan entre los hijos al ser concebidos entre personas consanguíneas (padres, hijos, hermanos, etc.).

El modo de ajustar sus casamientos en la nación de Loreto, era presentando el novio a la que pretendía, por vía de arras, una batea, que en lengua monqui llamaban “oló”. Si se admitía, era señal de consentimiento, debiendo volver ella al pretendiente una redecilla; y, con esta mutua entrega de alhajas, quedaba celebrado el casamiento. En otras naciones se hacía el ajuste al fin de un baile, a que convidaba a toda la ranchería el pretendiente. Como ya lo había reseñado Salvatierra y aquí lo expone Del Barco también, la danza estaba presente en las actividades más importantes en la vida de una ranchería y el “casamiento” era una de ellas. De la misma manera, cuando un integrante de una ranchería fallecía se realizan ceremonias en las que no podían faltar los bailes: después de unos días, hacía la gente sus exequias o fiestas al muerto, y estas se reducían a ciertos cantos y bailes de noche (en los bailes había licencia general para que al concluirse se retirase cada uno con la mujer que quería).

El sacerdote Francisco Javier Clavijero, a pesar de que nunca estuvo en la California, logró concentrar una gran cantidad de cartas e informes elaborados por Misioneros que sí estuvieron en esta península, y con ellos elaboró un libro titulado “Historia de la Antigua o Baja California”. En este libro, encontré la forma en la que los Californios poco a poco incluían en sus bailes algunos movimientos que representaran sucesos extraordinarios en la vida de su comunidad, tal es el siguiente caso: habiendo hallado algunos indios entre la arena de la playa del mar Pacífico unas tinajas grandes de barro dejadas allí sin duda por los marineros de algún navío de las islas Filipinas, se admiraron, como que jamás habían visto vasijas semejantes, las llevaron á una cueva poco distante de su habitación ordinaria, y las colocaron allí con las bocas vueltas hacia la entrada á fin de que todos las observasen bien. Después concurrían con frecuencia a verlas, sin dejar de admirar aquellas grandes bocas siempre abiertas, y en sus bailes, en donde imitan los movimientos y voces de los animales, remedaban con sus bocas las de las tinajas. Más adelante en esta misma obra nos comenta Cuando los niños llegaban a cierta edad, les agujeraban las orejas y el cartílago de la nariz para ponerles pendientes, lo cual se hacía en un gran baile a que asistía toda la parentela, a fin He que el ruido impidiese que se oyera el llanto causado por el dolor de la operación. Con lo anterior, se reafirma la importancia de los bailes incluso en estas “ceremonias de pase” de la niñez a la adolescencia.

El arraigo de las costumbres “fiesteras” de los Californios era tal, que las colocaban por encima de cualquier compromiso u otra actividad que estuvieran realizando. Lo anterior era poco o nada comprendido por los Colonos europeos recién llegados, los cuales los juzgaban con los criterios propios de su cultura. En una ocasión, este “choque cultural” tuvo graves repercusiones e incluso estuvo a punto de dar al traste con el establecimiento de la Misión de San Francisco Javier. Esta situación es relatada por el Sacerdote Clavijero de la siguiente manera: La necesidad se agravó por una sublevación de los indios ocasionada por la temeridad de un soldado. Este estaba casado con una California convertida al cristianismo, la cual en junio se ausentó sin permiso de su marido y sugerida por su madre para asistir al baile y otras diversiones que entonces hacían los salvajes por la cosecha de las pitahayas. El soldado, disgustado por la fuga de su mujer, pidió licencia para ir a buscarla y traerla a Loreto; y habiéndosele concedido para cierto término, volvió sin haberla hallado; pero a pocos días, impulsado de su pasión, marchó de nuevo sin permiso del capitán y acompañado de un Californio, y habiendo encontrado en el camino un indio anciano que procuraba disuadirle de aquel viaje manifestándole que le era muy peligroso, riñó con él y le mató de un balazo. Excitados con el trueno del arcabuz, todos los bárbaros que se hallaban en las cercanías, acudieron prontamente, é indignados contra aquel temerario soldado, le mataron, e hirieron al Californio que le acompañaba”. Poco después, este grupo de Californios destruyó la incipiente choza que se había levantado como impronta de la Misión de San Javier, y no acabaron con la vida del misionero porque este se hallaba de viaje. Al poco tiempo se logró calmar a los Californios y se regresó a la paz en aquella ranchería.

No podía faltarnos en esta descripción de los bailes y danzas de los Californios, el punto de vista del colérico y bilioso sacerdote Juan Jacobo Baegert, el cual nos dice lo siguiente: También tienen sus canciones que llaman “ambéra didi”, y sus danzas que llaman “agénari”. Su canto sólo consiste en cuchicheos y exclamaciones inarticuladas, sin sentido preciso, que cada quien entona como le da la gana, para expresar su alegría y contento, porque ni su idioma, ni su inteligencia, permiten una verdadera poesía rimada. Y la danza que siempre acompaña a estas canciones, no es más que un extraño y absurdo gesticular, brincar y marchar; un ridículo caminar hacia adelante, hacia atrás y en círculos. Sin embargo, este modo de divertirse les da tanta satisfacción, que pasan una media noche y hasta noches enteras bailando sin cansarse. Más adelante el mismo sacerdote escribe lo siguiente: Estas canciones y estas danzas causan a primera vista la impresión de algo muy inofensivo, pero en el fondo, dan oportunidad a los más bestiales excesos, maldades y crímenes públicos, en gran número. Por tal motivo, les han sido prohibidas estrictamente, pero no es posible hacerlos desistirse de ellas. Dejando de lado el tono malgeniudo e intolerante del ignaciano, nos podemos dar cuenta de uno de los motivos por el cual estas danzas y festejos de los Californios no llegaron con más explicaciones y detalles hasta nuestro tiempo. Los prejuicios de algunos de estos sacerdotes los consideraban indignos y criminales, como para escribir más de ellos, por lo que simplemente los omitieron o describieron unas cuantas partes de ellos.

Como conclusión podemos decir que sí hubo festejos y danzas practicadas por los grupos naturales de la California. Que estas manifestaciones de su cultura obedecían, tal como lo hacen en la mayoría de los grupos de todo el mundo, a la conmemoración de sucesos destacados en la vida social o del ecosistema que les rodeaba. Finalmente, a pesar de lo prejuicioso y escueto de las referencias, los textos de los Misioneros Jesuitas dejaron constancia de estos hechos y nos han llegado hasta el día de hoy.

Ojalá que se den más estudios sobre el tema y, sobre todo, que algún experto en bailes y danzas pudiera hacer una recreación de las mismas retomando la poca información que existe pero apegándose al marco histórico de referencia. Nuestra historia Californiana bien merece este esfuerzo y un justo premio a aquel especialista que lo intente.

 

 

Bibliografía:

Barco, Miguel del, Historia natural y crónica de la antigua California. Adiciones y correcciones a la noticia de Miguel Venegas, 2a. ed. corregida, estudio preliminar, notas y apéndices por Miguel León-Portilla, México, Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Históricas, 1988, 482 p., dibujos y mapas (Serie Historiadores y Cronistas de las Indias 3).

Juan María Salvatierra, Misión de la California, edición de Constantino Bayle, Madrid, Editorial Católica, 1946, p. 141.

Francisco María Píccolo S. J., Informe del estado de la nueva cristiandad de California 1702, y otros documentos, edición de Ernest J. Burrus S. J., Madrid, José Porrúa Turanzas, 1962, p. 193-195.

Francisco Javier Clavijero, Historia de la Antigua ó Baja California. Méjico: Impr. de J. R. Navarro, 1852.

Juan Jacobo Baegert (2013). Noticias de la Península Americana de California. Edit. Instituto Sudcaliforniano de Cultura, La Paz, Baja California.  Pp. 266

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Invitan a la presentación de la APP “Los Antiguos Californios”

IMAGEN: Cortesía

La Paz, Baja California Sur (BCS). El profesor Sealtiel Enciso Pérez, ganador del premio de la Conferencia sobre la California del sur en el Concurso de la A.C. Californios Amigos de la Historia y los Estudios Locales (CAHEL) y creador de la antología “Piratas y corsarios en la Antigua California”, invita a todos los sudcalifornianos e interesados en la historia de nuestra península, a la presentación virtual de su innovadora aplicación “Los Antiguos Californios”, que se llevará a cabo el próximo jueves 24 de septiembre en punto de las 10:00 a.m. en su página de Facebook.

Esta aplicación, cuya descarga será totalmente gratuita y estará libre de publicidad, tiene el objetivo de promover el conocimiento sobre la historia de los grupos originarios de la península de Baja California desde su llegada hace aproximadamente 11 mil años, hasta mediados del siglo XIX, fecha en que se extinguieron. Es decir, aborda la historia de los habitantes nativos que a la llegada de los jesuitas fueron denominados como “Californios” y que posteriormente los dividieron en varias tribus o “naciones” entre las que destacan los Pericúes, Cochimíes y Guaycuras.

La app “Los Antiguos Californios” es la primera en su tipo en todo el mundo, ya que hasta ahora no existía ninguna aplicación para teléfono celular o tableta que trate sobre esta temática; cuenta con las secciones de migración y poblamiento de la península, la literatura jesuítica, los grupos de Californios, su aspecto físico, alimentos, actividades (pesca, cacería y recolección), vestimenta, tiempo, armas y utensilios, festejos, ceremonias, cosmovisión, pinturas rupestres, entierros, guerra, dirigentes, familia y su extinción.

Durante el evento se compartirá la dirección de internet desde donde se puede descargar la aplicación por todos los interesados. La aplicación estará disponible para los sistemas operativos de iOS y Android.

Para cualquier comentario o información comunicarse al correo: fundacioncaliforniosbcs@gmail.com