Mercado Madero de La Paz, la tradición de comprar

FOTOS: Brenda Covarrubias.
Colaboración Especial
Brenda Covarrubias
La Paz, Baja California Sur (BCS). Cualquier día, al inicio de la semana o al filo de esta, algo me llama a ir a ver qué compro en el centro de La Paz, y hacerlo es como usar una máquina del tiempo: es volver unas horas al momento en que los negocios grandes no existían, y menos las ventas en línea.
Cuando me toca ir al mercado Francisco I. Madero, es como ver de frente al ojo del huracán de recuerdos que permiten viajar décadas atrás. Allí, desde las cinco de la mañana, ya quema el aroma a tortillas de maíz y harina: el Chanel No. 5 de los manjares sudcalifornianos.
También te podría interesar: “¿Es cáncer del bueno o del malo?”
El lugar se puede vivir por dentro y por fuera. A quienes inician su día persignándose frente a la imagen de la Virgen de Guadalupe y otros se quedan viendo el mural de la ballena gris.
En las decenas de locales del Mercado Madero se combinan los colores primarios e infinitos de las frutas, verduras, vestidos y zapatos. Olores a pescado fresco y mezclilla nueva; sabores salados y dulces, y voces que parecen las de siempre, pero no lo son, porque muchas se han apagado en los 55 años de batalla de este espacio comercial que antes fue cuartel.
El sonido de una licuadora, a toda potencia, no apaga las pláticas y risas de locatarios que te dan los buenos días y te invitan a pasar a sus tiendas.
A las diez de la mañana, un abanico de techo con lámparas, me baila en la cabeza cuando decido comprar un medio kilo de cochito, y pienso que es temprano para irme.
Huaraches y alcancías se exhiben como joyas en la vitrina de un puesto. Una mujer de mi edad siempre me invita a pasar para que me anime, pero hay tanto para escoger que, al final, no me decido.
Allí, de un momento a otro, me siento como en un domingo de carnaval, donde todo sucede como si no existiera otra vida. Huele a vaca y a vaqueta; brillan los zapatos de charol y los chimangos con canela relucen también.
En un negocio ofrecen figuras de la Virgen de Guadalupe, y en otro, un veneno para ratas que se llama La Última Cena. No compro ninguno de los dos artículos y mejor decido desayunar en una de las loncherías que identifico como El comedor de Calafia, porque en la pared hay un pequeño mural que ilustra la imagen de la legendaria amazona peninsular.
No ocupo ver el menú. Unos burritos de machaca de res, frijol y un café con leche Clavel me hacen sentir acompañada, además de que, desde mi mesa, puedo ver cómo personas de todas las edades pasan caminando rápido, rumbo a no sé dónde, y otras toman un camión, como quien toma un último tren.

Afuera, los choferes del sitio de taxis no pierden la esperanza de que alguien les pida un viaje. Mientras tomo mi bebida, que siempre se me pasa de azúcar, ellos platican para matar el rato, como desde hace décadas. Parecen ser los mismos hombres, pero creo que no lo son. Tampoco soy la misma.
Cuando llega el momento de irme pienso que algo más debo hacer. Lamento que ya no exista el puesto de periódicos y revistas donde compraba el póster de Pablito Ruiz, mi cantante favorito en los años noventa.
Al filo de las once de la mañana, en un día octubre de otoño veraniego, al día todavía le quedan varias horas, volteó a la izquierda y veo una estampa del malecón, observo que muchos van bajando hacia allá, pienso en seguirlos para ver a dónde me llevan, aunque no compre mucho, porque lo que más disfruto es gratis.
Los mercados por tradición
La ciudad de La Paz tiene tres mercados municipales que llevan por nombre Agustín Olachea, en la colonia Los Olivos; Nicolás Bravo, también ubicado en la zona Centro, y el Mercado Madero, ubicado en las calles Revolución de 1910 y Santos Degollado.
Diariamente, cientos de personas, aunque no entren a comprar, viven su rutina caminando frente al mercado que tiene como grito de batalla el eslogan La mejor opción por tradición. El espacio es referencia obligada para los propios y extraños que se aventuran en el centro del Puerto de Ilusión.
—–
AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.





