Crónicas del agandalle. El caso de Gabriela Fregoso y otros feminicidios

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FOTOS: Facebook.

El Desierto Crece

Por Rodrigo Rebolledo

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El que fue presentado como el primer feminicidio del año, bien pudiera ser considerado el último del 2021. La muerte de Gabriela Fregoso, no sucedió hasta la víspera del Año Nuevo, pero los hechos que terminaron con su vida duraron meses, y quizá, buena parte de su corta vida.

Lo poco sabemos del caso de Gabriela, es que fue golpeada al grado de que las autoridades tuvieron que iniciar una carpeta por el delito de feminicidio en tentativa tras evaluar la gravedad de las lesiones que la llevaron a padecer diversos problemas de salud hasta que falleció un día antes del 2022. La decisión legal fue declarar la muerte como “patológica”, pero la reacción de las personas que amaban a Gabriela no esperó más. Los llamados de atención iniciaron a circular en redes sociales señalando a quien fue esposo de Gabriela como el gandalla responsable y prófugo del hogar que dejó a un hijo huérfano.

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La Comisión Estatal de los Derechos Humanos recibió la visita de la madre de Gabriela Fregoso, quien ya había iniciado una carpeta paralela a la investigación judicial, y la comunidad de Mulegé se ha movilizado sumando este caso a la larga lista de exigencias de justicia que atraviesan tanto a Mulegé como al resto de un Estado que aparece fuera de la península como “el más seguro para vivir”.

Si consideramos la muerte de Gabriela como un feminicidio más ocurrido el año pasado, fueron siete los casos en lo que las autoridades investiga las condiciones de violencia en que se dieron sus muertes, para que los responsables cumplan condenas ejemplares.

Pero la verdad es que hay muchas responsabilidades a deslindar en una muerte como la de Gabriela cuyo nombre se suma a la decena de mujeres que fallecieron en condiciones cuya descripción atraviesa los límites de lo decible.

El 17 de diciembre del 2020, el cuerpo Daniela Lino, reportada como desaparecida, fue encontrado calcinado en las afueras de San José del Cabo.

Al inicio del 2021, Analuisa Gutiérrez, una trabajadora universitaria del departamento de humanidades de la UABCS perdió la vida degollada en su casa. El crimen sigue impune a casi un año de los sucesos.

El 15 de febrero, Monserrat Ortiz fue asesinada y violada en Los Cabos sin que hasta el momento se tenga información sobre el perpetrador.

También en febrero, Andrea Juárez Castillo fue asesinada por su propio hijo quien, tras esconder el cuerpo se sumó a los esfuerzos para dar con su paradero.

En junio del 2021, Annel Viridiana fue asesinada de un tiro con una pistola calibre 40.

El 17 de octubre, Nayeli Guerrero fue asesinada en pleno centro de San José del Cabo al interior de su negocio por su pareja sentimental.

Las autoridades todavía no saben ni la identidad del cuerpo de una mujer encontrada en el camino a Los Planes en avanzado estado de descomposición el 22 de junio del año pasado.

La lista sigue.

La cultura política mexicana ha construido un mecanismo que hacen de las conductas de liderazgo un artilugio de la corrupción que ha llegado a establecer un Estado que, en muchos sentidos, actúa como una organización criminal.

Que lo que vivimos no es “inseguridad”, sino algo distinto, es el corolario al que llegua Héctor Dominguez Ruvalcaba en un tratamiento reciente de la violencia en México vertido en su nuevo texto Gandallas, publicado por Ariel.

Para escribir sobre lo inenarrable, donde es urgente denunciar lo que no puede ser concebido, es mejor hundir las órbitas en el hipertexto. Recurrir al salvavidas del diálogo con lo ya dicho. Domínguez Ruvalcaba rescata un texto de Héctor de Mauleón para desmitificar la indecibilidad del horror que evoca la cultura de la violencia mexicana. Para los receptores del horror, el horror no tiene sentido.

Las imágenes intolerables, revelan actos que para el escritor no pueden ser vinculados directo con expresiones cabales.

El profesor de la Universidad de Texas se separa de su teoría queer para ofrecer en su nuevo texto un paseo por las fuentes culturales de la violencia en México.

El agandalle es presentado desde personajes emblemáticos de los nuevos límites que ha atravesado la violencia mexicana reciente, retomando una colección de fuentes que representan las historias de una asesina serial como La Mataviejitas, un secuestrador como El Mochaorejas, pero también de un depredador sexual que operaba bajo el cobijo de las instituciones religiosas como Marcial Maciel, e inclusive del político, corrupto como pocos, Javier Duarte, para representar; no para singularizarlos, sino para ver en ellos la contribución cultural que nuestro país ofreció para crearlos.

“No se ha inventado aún el nombre que describa los montecillos de tierra que descansan junto a las fosas sembradas de huesos y dientes. de uñas y dientes”.

Hacia el final del texto, tras describir los métodos de disolución de cuerpos a través de procesos químicos la desaparición de las palabras se planta como un trago difícil de pasar.

El estado de enmudecimiento como renuncia a los signos que distingue al horror, como la sensación que provoca entumecimiento de la voluntad en contraste con la tendencia a la reacción de escapatoria inmediata a la que llamamos terror.

Domínguez Ruvalcaba estuvo en La Paz para presentar Gandallas, tuve la oportunidad de entrevistarle y cuando le pregunté por el caso de Gabriela, dio en el clavo de manera especial. Tomo sus palabras ante mi incapacidad para encontrar las mías ante el horror: El feminicida nos hace ver de una vez y por todas que el patriarcado no tiene una razón de ser, no hay una base de tipo legal, de tipo moral, de lo que tú quieras para decir, el patriarcado debe existir o debe continuar, al exacerbar su sexualidad y convertirla en una sexualidad letal […] porque lo que estamos viendo aquí es la semilla de las relaciones de género en todo ese discurso del patriarcado, que justifica la idea de familia, todos esos principios se desvanecen con sujetos hipermachistas que sólo conciben el acto sexual como un acto de feminicidio.

Pero el sujeto acabado del feminicidio no sólo es un sujeto emanado de ese patriarcado, para quien viene sobre escribir en la pauta del horror a la mexicana. Detrás de todo esto que es inenarrable, está el reflejo de nosotros mismos, las manos de una comunidad que permite y hasta celebra la violencia en la que pareciera que nos disolvemos todos en este país hasta desaparecer, hasta no dejar huella.

Nos está dando vueltas en la cabeza todo el tiempo el asunto sobre la crueldad, la pregunta sobre la crueldad, porque lo que está pasando en este país es una especie de crecimiento de la cultura de la crueldad, porque estamos aprendiendo a ser crueles de muchas maneras. Para mí, los feminicidios no son producto de que ‘el diablo anda suelto’ ni nada de eso, son producto de una ardua educación sentimental en donde lo más importante es desprenderse de las emociones amorosas, de las emociones que cultivan afectos, la solidaridad, la ayuda mutua, el cuidado, todo ello es justamente lo que se borra cuando sucede y se produce. Ahí veo algo que tiene que continuarse reflexionando.

Casos como el de Gabriela, dijo Domínguez Ruvalcaba, ponen de relieve la constitución de esta pedagogía de la crueldad; pero, quizá, las vías posibles para revertirla.

No sé qué tanto los otros pares del feminicidio sean buenos, en el sentido de que sean hombres amorosos, que cuidan a sus mujeres, que sepan controlar los celos, su ira. No creo que sea el único que no puede controlar su ira, que no piensa que su mujer es un par y no una sirvienta, una mujer inferior, lo que se necesita es que todos los hombres sean diferentes al feminicidio, sino lo único que pasa es la reproducción de esas actitudes feminicidios, es urgente revisar esas masculinidades, intervenir ahí.

Creo que, sin acallar la rabia de las mujeres que se organizan para desestructurar esa pedagogía canalla, como hombres, igualmente, debemos alzar otra voz, cambiar las estructuras de lo dado es urgente; no renunciar al silencio que impone el horror, por apremiante que sea.

El desierto crece.

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El Desierto Crece

Rodrigo Rebolledo

Rodrigo nació en una ciudad que se tragó el desierto: “El Distrito Federal”. De familia sudcaliforniana, su vida es de oscilaciones y ciclos. Actualmente pendula entre la academia y la crónica, a placer y sin ritmo. Tiene estudios en biología y filosofía que ha aplicado en la enseñanza y la investigación. Durante su Maestría y Doctorado en Ciencias Sociales (UABCS), indagó en la cultura de comunicación de la niñez y juventud sudcalifornianas, utilizando el modelo “Filosofía para niños”. Prófugo del confinamiento y en contradicción con el distanciamiento indicado, regresa al periodismo como ejercicio para levantarse del escritorio de vez en cuando. Ahora urde noticias desde las fuentes política, ambiental y de los movimientos sociales en su entrañable desierto florido.

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