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Entre Máscaras y Alegría: El Legado Festivo de los Carnavales Paceños (II)

 

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS).  A partir de la década de los sesenta, los Carnavales, experimentaron una transformación notable con la incorporación de los bailes de fantasía en los salones locales, marcando un giro significativo en la tradición festiva. Estos eventos adquirieron un esplendor particular gracias a los concursos de disfraces realizados en lugares cerrados, destacándose especialmente los martes de carnaval como el día cumbre de estas celebraciones. En esta nueva dimensión, diseñadores de renombre como Jaime Carrillo, Alejandro Balarezo, Nicolás Carrillo y Rodolfo de la Peña se convirtieron en maestros de la creatividad, elevando la festividad a través de sus habilidades en la confección de vestuarios. Los detalles meticulosos, desde bordados hasta arreglos de lentejuelas y plumas, todos realizados a mano, transformaban los salones en escenarios de gran colorido, encanto y magia. Los concursos de disfraces, presentados con solemnidad, se convertían en el distintivo de estos carnavales, deslumbrando a los asistentes con la maestría artística de los participantes. Mientras tanto, en los espacios abiertos de la festividad popular, los martes de carnaval presenciaban el desfile de carros alegóricos y comparsas, añadiendo un toque de diversión y esplendor al evento.

 

Con meses de anticipación, la maquinaria de los Carnavales, cobraba vida al registrar a las candidatas a reina del carnaval ante el meticuloso escrutinio del Comité de Carnaval. Este proceso no solo se limitaba a la mera elección, sino que se convertía en un espectáculo en sí mismo, desplegando campañas que incluían bailes, rifas, convivios y diversas funciones de diversión popular. El tejido social se entrelazaba con la tradición, mientras las ánforas de cooperación circulaban, recaudando fondos en apoyo a las aspirantes a reina. Con la acumulación de recursos, se llevaban a cabo recuentos públicos, donde la comunidad participaba con entusiasmo, aplaudiendo y celebrando a las candidatas que lideraban en las votaciones. Este proceso efervescente se repetía en dos o tres ceremonias de cómputos hasta llegar al término de la campaña, momento culminante en el que se declaraba a la triunfadora a través de un cómputo decisivo. Las demás concursantes, lejos de quedar en el olvido, eran honradas con el título de princesas de la Corte Real, subrayando la importancia de cada participante en esta vibrante tradición que fusiona la competencia con la camaradería, dejando un legado de alegría y unión comunitaria.

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La coronación de la reina, al inicio del festejo, emergía como el acto más solemne, inicialmente llevado a cabo frente al antiguo Palacio de Gobierno, donde se entrelazaban los bailes populares con la tradición arraigada en casas particulares. Con el tiempo, esta ceremonia evolucionó hacia los bailes de salón o bailes de gala, consolidándose como el epicentro de concursos de fachas y fantasía. La presencia de la reina y su corte real se convertían en el foco de atención y deleite de la sociedad en cada evento. En 1967, la Corte Real se enriqueció con la adición de la Reina de los Juegos Florales, marcando una expansión de la tradición. Aunque la plaza de armas o Jardín Velasco, posteriormente denominado Plaza de la Constitución, fue durante mucho tiempo el punto neurálgico de las celebraciones, los años sesenta presenciaron un cambio hacia el malecón. Este espacio más amplio permitió la incorporación de una variedad de juegos mecánicos y la introducción de la mercadotecnia moderna, transformando el carnaval en una experiencia más comercial con mayor venta de productos y mayor participación de firmas comerciales. Sin embargo, los años 1977, 1978 y 1979 marcaron tristezas en la historia del pueblo al suspenderse las festividades. A pesar de algunas interrupciones y cambios de sede, la tradición logró persistir y, desde 1997, se mantiene ininterrumpida en el malecón, consolidándose como el único espacio abierto que permite el esplendor de los eventos presididos por la Corte Real, compuesta por diversas figuras que engalanan el carnaval.

 

Una de las singularidades que distinguen las Fiestas del Carnaval es su decidido énfasis en el aspecto cultural, un matiz que se consolidó en 1967 con la instauración de los Juegos Florales y la elección de la Reina de la Poesía. Esta innovación, gestada por los organizadores liderados por Don Alfonso González, no solo enriqueció las festividades con premios a comparsas, bailes y un espectáculo impresionante en el martes de carnaval, sino que también logró atraer la participación de representaciones de instituciones públicas y privadas, embelleciendo el evento con carros alegóricos y comparsas de gran lucimiento. Aunque experimentó una suspensión temporal, en 1980 la celebración fue rescatada bajo la coordinación del Profesor Jesús Murillo Aguilar y la dirección del Comité Central a cargo del Sr. Carlos Ponce Macías, con una contribución destacada de Rubén Jaime Salgado. Esta revitalización trajo consigo una diversificación de las festividades y sentó las bases para las ediciones posteriores. A partir de 1980, se optó por trasladar la celebración al malecón, considerándolo el escenario ideal para estas festividades, y se introdujo un enfoque educativo que fomentaba la creatividad del pueblo, reflejado en los impresionantes vestuarios de la corte real, los carros alegóricos y la promoción general del evento. Además, desde 1980 se destacó el impulso a la calidad de los juegos culturales, liderados por el Profesor Fernando Escopinichi Osuna, dando origen al prestigioso Premio Internacional de Poesía de la Ciudad de La Paz, posteriormente transformado en el Premio Estatal de Poesía.

 

A lo largo de las décadas de los setentas y ochentas, dos destacados artífices contribuyeron de manera significativa al esplendor de los Carnavales en La Paz. En el ámbito de los vestuarios de la corte real, los diseñadores Alejandro Balarezo y Lupita Cosío se erigieron como figuras clave, dotando a la celebración de un despliegue de creatividad y estilo. En paralelo, en el diseño y la realización de los imponentes carros alegóricos, el señor Alfonso Cornejo desempeñó un papel fundamental, infundiendo a la festividad una estética visualmente impactante. En el año 1987, se introdujo la entrega de la Presea Valor Cultural, un reconocimiento que, a pesar de su puntualidad, experimentó breves interrupciones en los años 1994, 1995 y 1996, y más recientemente en los años 2012, 2013 y 2014, debido a la falta de interés de las autoridades municipales. Para consolidar el esplendor de estas festividades, el Ayuntamiento de La Paz creó la Coordinación General del Carnaval en 2002, presidida por el Profesor Marco Antonio Ojeda García hasta el año 2008. Durante su gestión, Ojeda García se esforzó por infundir a los desfiles un mayor colorido, influyendo en la sociedad con mensajes ecológicos, educativos y culturales para estimular la identidad local.

 

A lo largo de un extenso periodo, arraigó en la tradición de los Carnavales el evento conocido como Domingo Chiquito, celebrado el primer domingo después del martes de carnaval y dedicado exclusivamente a los niños pequeños. Con el tiempo, este evento fue renombrado como Carnaval Infantil, transformándose en una jornada lúdica que replicaba la pompa y esplendor de los Carnavales principales, pero enfocada específicamente en el deleite de los más pequeños. En este evento, se recreaban las figuras de la reina, la princesa y el rey feo, mientras que las maestras de jardines de niños y madres entusiastas se convertían en las artífices de la organización, creando un ambiente de juegos infantiles y diversión general.

Algunas de las reinas de los primeros carnavales de nuestro puerto se mencionan a continuación:

 

  • 1890, María González de la Toba
  • 1905, Laura Hidalgo
  • 1906, Lupe Savín
  • 1908, Margarita González Rubio
  • 1923, Tota Moreno
  • 1932, Susy Fernández
  • 1936, Jesusita Manríquez Mendoza
  • 1933, Chelo Nava
  • 1934, Manuelita “Chita” Boucíguez
  • 1935, Pilar Moreno
  • 1937, Flora Angulo
  • 1941, Lilí Torre
  • 1942, Aurora Viamontes
  • 1944, Socorro Lizardi
  • 1946 Chayito Rochín
  • 1947 Tichi Calderón
  • 1948 Arcadia “Nena” Beltrán
  • 1949 Beatriz Muñoz Milhe
  • 1950 Josefina Aragón Balarezo

 

Nuestros Carnavales paceños se revelan como un capítulo vibrante y colorido de la historia local, donde la tradición, la creatividad y la comunidad convergen para celebrar la alegría de vivir. A lo largo de los años, estas festividades han evolucionado, adaptándose a los cambios sociales y culturales, pero siempre preservando su esencia festiva. Desde las primeras celebraciones en la década de 1870 hasta la institución de eventos como los Juegos Florales y el Carnaval Infantil, la rica historia de estos festejos refleja la capacidad de La Paz para reinventarse y mantener viva la llama de la celebración a lo largo del tiempo. A pesar de desafíos y suspensiones temporales, la resiliencia de esta tradición se manifiesta en la energía contagiosa que llena las calles, plazas y malecón cada año. En la actualidad estas festividades continúan siendo un testimonio de la vitalidad cultural y comunitaria de La Paz, proyectando su luz festiva sobre las futuras generaciones que añadirán nuevos capítulos a esta entrañable historia carnavalesca.

 

Referencias

Rosa María Mendoza Salgado. Crónicas de mi puerto La Paz 1830-1959

Gilberto Ibarra Rivera. La Paz, ciudad y puerto mexicano. Origen, proceso histórico y símbolos emblemáticos.

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Entre la Fe y los Desafíos: La Saga del Padre Juan de Ugarte en California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Baja California, tierra de contrastes y desafíos, guarda en sus raíces la historia de un hombre cuya dedicación marcó un parteaguas en la región. El padre Juan de Ugarte, misionero jesuita, arribó a estas tierras en el albor del siglo XVIII, llevando consigo la luz del cristianismo y el anhelo de convertir a los indígenas Californios, al mismo tiempo que sembraba las semillas de la agricultura y la ganadería en esta fértil tierra.

Durante tres décadas, el Padre Ugarte cultivó su obra misionera con devoción, destacando especialmente en la Misión de San Francisco Xavier de Viggé-Biaundó, ubicada majestuosamente en la Sierra de la Giganta. Aquí, entre las montañas que custodiaban su misión, enfrentó no sólo los desafíos de la conversión espiritual sino también peligros que amenazaban uno de los votos más sagrados de la Compañía de Jesús: el voto de castidad.

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Las mujeres indígenas de los parajes cercanos a la Misión de San Francisco Xavier tejieron historias de tentación alrededor del venerable padre. En las noches oscuras, el Padre Ugarte se vio sorprendido por una joven india que, con provocaciones maliciosas, intentó perturbar su serenidad. Sin embargo, con fervor y una reprensión firme, el padre apartó de sí la tentación, cerrando la puerta para que no se repitiera el asalto.

Otro incidente, protagonizado por los ministros de Satanás, puso a prueba la fortaleza del misionero. En sus momentos de oración en la Iglesia, tropezó con una presencia desconocida.

Una indígena, introducida maliciosamente, desafiaba la devoción del padre. Su reprimenda resonó en la oscuridad, enfrentando a los demonios tentadores que acechaban en la penumbra de la noche.

La narrativa se torna aún más intrigante al relatar la llegada de una mozuela enviada por un indio a la Misión. Aunque el padre Ugarte intentó guiarla hacia la enseñanza y el bautismo, la situación tomó un giro inesperado. Durante una supuesta lección de la persignación, la enseñanza se convirtió en risa y farsa, desconcertando al misionero. Después de indagar, descubrió que la joven no buscaba la fe, sino ser la mujer del padre. Este episodio, aunque peculiar, refleja la complejidad de las interacciones culturales y las percepciones erróneas.

En otro incidente, una mujer avivó el calor de la concupiscencia, desafiando la tolerancia del padre a ser despreciado. Con astucia, buscó la compañía de un indio al que el padre solía tener en alta estima. Entraron juntos, y con un pedido peculiar, la mujer solicitó al padre un hijo, desafiando los límites de la sagrada castidad. Ante esto, el padre Ugarte, con sabiduría y reprensión, apartó a los dos, recordándoles que el padre no entiende de tales asuntos.

Estas anécdotas, a pesar de sus tintes cómicos, ilustran la complejidad y los desafíos que enfrentó el padre Ugarte en su labor misionera. Su capacidad para sortear las tentaciones y mantener la pureza de su voto de castidad es un testimonio de su dedicación y vocación sacerdotal. Además, revelan la intrincada interacción entre las creencias indígenas y la influencia de la misión jesuita en la California del siglo XVIII.

El legado del padre Juan de Ugarte perdura en la historia de Baja California, marcando un capítulo en el cual la fe se entrelaza con las complejidades culturales y las luchas personales.

Su obra, más allá de las anécdotas curiosas, es un testimonio de la resistencia y la resiliencia que caracterizó la misión jesuita en esta tierra llena de desafíos.

Referencia

Vida y obra de Juan de Ugarte- J. de Villavicencio.

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Vaqueros y Paniolos: La Epopeya Ganadera Mexicana en las Islas Hawaianas

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En los verdes paisajes tropicales de las islas hawaianas, donde las olas acarician playas de arena fina y las selvas se entrelazan con el azul del cielo, se teje una fascinante epopeya ganadera que fusiona las raíces españolas, mexicanas y hawaianas. La historia de los paniolos, vaqueros que dejaron una marca indeleble en la cultura y la economía de Hawai, se remonta a finales del siglo XVIII y se entrelaza con la introducción del ganado en la Gran Isla.

En 1793, el capitán George Vancouver, navegante inglés y explorador intrépido, llevó ganado de la raza californiana longhorn a las tierras de Kamehameha I, rey de Hawai. Este gesto generoso estableció las bases para una industria ganadera que, con el tiempo, se convertiría en un pilar económico para las entonces llamadas islas Sandwich. Vancouver, acompañado por el también famoso capitán James Cook, fue testigo de los primeros encuentros europeos con estas paradisíacas islas, desatando una cadena de eventos que cambiaría el destino de la región.

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La aceptación entusiasta del ganado por parte del rey Kamehameha I llevó a Vancouver a regresar al año siguiente con más reses y ovejas. La visión del capitán inglés iba más allá del simple regalo; esperaba que estos animales se adaptaran y se multiplicaran, convirtiéndose en un recurso económico sostenible para las islas. Para garantizar el éxito de su proyecto, Vancouver propuso la implementación de un kapu, un tabú que prohibiría la matanza del ganado y facilitaría su rápida proliferación. La sabiduría del rey Kamehameha I reconoció la utilidad de esta medida y decretó el kapu, marcando el comienzo de una nueva era ganadera.

Las reses, de la imponente raza californiana longhorn, fueron bautizadas por los hawaianos como pua‘a pipi, traducido literalmente como cerdo grande. Respetando el kapu, el ganado deambulaba libremente, multiplicándose en número y convirtiéndose rápidamente en una plaga. Su libertad sin restricciones causó estragos en los bosques de las tierras mauka y en las huertas de las tierras makai, donde los aldeanos cultivaban batata, ñame, taro y otras hortalizas. Ni los muros de piedra volcánica ni las papipi (cercas de cactus) eran suficientes para contener a estas bestias robustas y obstinadas.

En 1815, el rey Kamehameha I, enfrentándose a los daños causados por el creciente número de reses, permitió a John Palmer Parker, un emprendedor de Nueva Inglaterra, emplear su nuevo mosquete norteamericano para controlar la población de ganado. Este astuto rey comprendió rápidamente el valor económico que poseían la carne, el sebo y la piel de estos animales. Con el tiempo, la carne conservada en sal reemplazó al sándalo como el producto estrella de la Gran Isla, marcando el inicio de la importancia económica de la ganadería en Hawai.

La década de 1830 trajo consigo nuevos desafíos. Los rebaños de reses salvajes, gigantes y peligrosos necesitaban ser controlados. El rey Kamehameha III, reconociendo la necesidad de experiencia en el manejo de rebaños, envió a un gran jefe a California, entonces perteneciente a la República Mexicana, en busca de expertos vaqueros. Su misión era clara: reunir el ganado y enseñar a los hawaianos las habilidades necesarias para lidiar con estas majestuosas bestias. Para 1831, llegaron a Hawai vaqueros experimentados de origen español, mexicano e indio, encabezados por el soldado y vaquero mexicano Joaquín Armas, quienes habían adquirido sus habilidades en haciendas hispanomexicanas. De esta manera, los paniolos entraron en escena, recibiendo su nombre de la pronunciación hawaiana de español.

Los paniolos no sólo eran expertos en el manejo del ganado, sino que también eran amantes de la diversión, destacando por su destreza musical y vocal. Su llegada marcó el comienzo de una colaboración única entre la tradición vaquera y la rica cultura hawaiana. La filosofía de trabajo de los paniolos, encapsulada en la frase Si trabajas duro, vivirás mucho tiempo, reflejaba su dedicación a la labor de reunir, separar, lazar y marcar el ganado. Los días de trabajo eran largos, desde el amanecer hasta la noche, pero los paniolos no solo trabajaban, también se encargaban de levantar y reparar cercas, preparándose para la siguiente fase: la domesticación de las reses.

Pero la historia de los paniolos no estaría completa sin la presencia de un compañero indispensable: el caballo. En 1803, Richard J. Cleveland introdujo los primeros caballos en Hawai, de raza árabe y berberisca, a bordo del bergantín Lelia Byrd. El rey Kamehameha I, siendo el primer hawaiano en montar a caballo, dio inicio a una relación duradera entre los vaqueros y sus fieles compañeros equinos.

Estos caballos, veloces, ágiles y robustos, se adaptaron perfectamente al terreno irregular de las islas. Su contribución fue esencial para la ardua labor de manejar y domesticar las reses.

Con el tiempo, algunos caballos, al igual que el ganado, deambulaban libremente y se cruzaban con otras variedades importadas de Gran Bretaña y Estados Unidos, incluyendo purasangres y árabes. Estos cruces proporcionaron a los paniolos una amplia variedad de caballos, pero la raza quarter se destacó como favorita para las tareas de lazo y rodeo, gracias a sus rápidos reflejos y su capacidad para obedecer órdenes.

En la actualidad, la herencia de los paniolos perdura en las islas hawaianas. Su legado se refleja no solo en la economía local, sino también en la rica tradición cultural que fusiona la destreza vaquera con el espíritu hawaiano. Los paniolos, cuyo nombre se arraiga en la pronunciación hawaiana de español, son más que simples vaqueros; son guardianes de una historia única que sigue viva en las verdes colinas de Hawai. Con sus sombreros característicos, sillas de montar, lazos y espuelas, los paniolos siguen siendo una parte integral del tejido cultural de las islas, recordándonos que la historia de Hawai es tan diversa y fascinante como sus propios paisajes.

Referencias bibliográficas:

Paniolos, los vaqueros hawaianos 

PANIOLO DE HAWAI’I, UN MUNDO QUE SE RESISTE A DESAPARECER

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Aloha Vaquero: Un Encuentro Cultural entre Ranchos de México y Hawái

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Este sábado 13 de enero del 2024, los amantes de la cultura y la historia tuvieron el placer de sumergirse en el fascinante mundo de Aloha Vaquero, una exposición que revela la sorprendente conexión entre los rancheros mexicanos y la arraigada cultura vaquera que ha perdurado en las hermosas islas de Hawái durante casi dos siglos. La invitación, cortesía de nuestro buen amigo Miguel Ángel de la Cueva, nos permitió descubrir un capítulo poco conocido pero crucial en la historia de estas tierras paradisíacas.

La inauguración de la exposición tuvo lugar en un entorno acogedor, con el personal del museo desplegando calidez y profesionalismo desde nuestra llegada. Cada detalle en la organización fue cuidadosamente atendido, garantizando una experiencia inolvidable para todos los presentes.

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La ceremonia de apertura, puntualmente a las 13:00 hrs., nos brindó una visión integral del propósito de Aloha Vaquero. Se destacó la importancia de los rancheros mexicanos de la Alta California como pioneros fundamentales en la configuración de la tradición vaquera que aún perdura en Hawái. El resumen histórico ofrecido nos sumergió en un viaje a través del tiempo, revelando la conexión cultural única entre dos mundos aparentemente distantes.

La Sala de Exposiciones Temporales del Museo del vaquero de las Californias en el poblado de El Triunfo, B.C.S., fue el marco de nuestro viaje visual y educativo. Allí, nos encontramos con el renombrado artista visual y fotógrafo naturalista, Miguel Ángel de la Cueva. Sus cautivadoras fotografías, tomadas en los ranchos de nuestra querida Sudcalifornia, sirvieron como puentes visuales entre dos culturas aparentemente divergentes. La similitud sorprendente entre la vestimenta y las herramientas de trabajo de los rancheros mexicanos y los vaqueros hawaianos se hizo evidente, creando una narrativa visual que ilustra la fusión de estos dos mundos aparentemente dispares.

La tarde transcurrió con una generosa oferta de alimentos y bebidas para los asistentes, creando un ambiente de camaradería y celebración. Un espectáculo artístico envolvente, con bailes alusivos y canciones típicas de Hawái, agregó un toque festivo a la experiencia, consolidando la conexión cultural entre estas dos regiones.

La exposición Aloha Vaquero no es solo un evento cultural; es un puente que une dos tierras distantes a través de una tradición compartida. Invitamos a toda la ciudadanía a sumergirse en esta reveladora exposición, que estará abierta al público a partir del lunes 15 de enero. Descubran la riqueza de la historia vaquera, la conexión entre ranchos mexicanos y la isla de Hawái, y la continuidad de esta fascinante tradición que ha resistido la prueba del tiempo. No se pierdan la oportunidad de explorar “Aloha Vaquero” y descubrir la inesperada hermandad entre estas dos culturas aparentemente dispares.

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Explorador, Cartógrafo y Misionero: El Legado de Juan de Ugarte en Baja California

Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el corazón de la rica historia de Baja California, la figura de Juan de Ugarte emerge como un pilar de exploración, cartografía y devoción misionera. Nacido el 22 de julio de 1662 en el Reino de Guatemala, y fallecido el 29 de diciembre de 1730 en la Misión de San Francisco Xavier, California, México, Juan de Ugarte dejó una huella indeleble en la península.

Hijo de Juan de Ugarte y María Vargas, Juan fue uno de los 14 hijos de este prolífico matrimonio. Su compromiso con la Compañía de Jesús comenzó en 1679 en Tepotzotlán, México, donde ingresó a la orden. Su camino se entrelaza con los padres misioneros Eusebio Francisco Kino y Juan María de Salvatierra, quienes lo llevaron consigo en la labor misionera que marcaría el destino de Baja California.

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Desempeñando un papel fundamental en la creación del Fondo Piadoso de las Californias, Ugarte recolectó fondos y abastecimientos para la misión. Su llegada a las Californias en 1700 marcó el inicio de una trayectoria ejemplar. No solo se dedicó a la construcción del asentamiento misional de San Francisco Xavier, sino que también introdujo técnicas agrícolas, hilado y tejido de lana, enseñando estos oficios a los cochimíes.

Con la muerte de Salvatierra en 1717, Juan de Ugarte se convirtió en el sucesor al frente de las misiones jesuitas en California. Su liderazgo se vio desafiado por adversidades como un huracán en el mismo año, pero su compromiso inquebrantable llevó a la consolidación y expansión de las misiones, incluyendo la fundación de San José de Comondú en 1708.

Apodado El Atlante de las Californias por Salvatierra, Ugarte demostró su espíritu explorador al aventurarse por la costa occidental de la península en 1703. Su deseo de entender la geografía de la región lo llevó a liderar una expedición en mayo de 1721 hacia el Golfo de California. A bordo del navío El Triunfo de la Cruz, Ugarte exploró las costas, confirmó la conexión terrestre entre la península y el continente y contribuyó significativamente a la cartografía de la zona.

El “Triunfo de la Cruz”, construido bajo la dirección de Ugarte en 1719, se convirtió en una pieza clave para viajes a lo largo de varios años en las costas de la península de California. El Padre Ugarte continuó trabajando incansablemente hasta su muerte a los 68 años, siendo sepultado en la Misión de San Francisco Xavier de Viggé-Biaundó.

En la memoria de Baja California, Juan de Ugarte perdura como un visionario y misionero cuyo legado se extiende más allá de las páginas de la historia, dejando una impronta imborrable en la tierra que exploró y amó.

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