Entre Máscaras y Alegría: El Legado Festivo de los Carnavales Paceños

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). En el intrigante telón de la historia de Baja California Sur, los Carnavales de La Paz emergen como una joya enigmática, cuyo origen se desdibuja en la neblina temporal. Aunque las huellas precisas del año inaugural se han perdido en el transcurso de los tiempos, indicios aislados respaldan la noción de que este festín es uno de los más antiguos de la República Mexicana.

Datos documentales sugieren que en la década de 1870, específicamente en 1878 según un artículo del periódico local El Faro, el carnaval ya estaba arraigado en La Paz, siendo criticado por prácticas como la esparcida de harina en el rostro, una tradición que se gestó en esa época. La historia misma del puerto, ascendiendo a prominencia desde su designación como cabecera municipal en 1830 y capital del entonces Territorio de Baja California, traza un escenario donde estas festividades, en sus primeros días, se congregaban en la recién construida plaza pública, originalmente llamada Jardín Velasco. Posteriormente, el ajetreo festivo se trasladó al malecón, construido a partir de los trabajos de terraplén costero frente a la parte antigua del lugar, convirtiéndose con el tiempo en el centro de estas celebraciones.

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En el vibrante escenario de las festividades carnestolendas, la esencia de la tradición se manifiesta a lo largo de tres días efervescentes que anteceden al miércoles de ceniza, marcando un compás rítmico en los calendarios locales durante los meses de febrero o marzo.

A lo largo de las eras, estas celebraciones han persistido como una joya preciada en el corazón del puerto, convocando a la comunidad en alegres festejos que trascienden el tiempo. En este exquisito espectáculo, la figura central e icónica es la reina del carnaval, cuyo papel adquiere tintes de aristocracia entre las hijas de las familias acomodadas del puerto. La elección de esta distinguida dama no solo implica el reconocimiento de su belleza y elegancia, sino también la responsabilidad de la familia favorecida de proporcionar el vestuario y albergar los festejos en su finca. Aunque inicialmente este acto puede percibirse como una experiencia elitista con bailes de invitación, la reina del carnaval trasciende su papel, siendo presentada posteriormente en la fiesta popular, consolidándose como un símbolo de representatividad social que perdura más allá de los días festivos.

De estos primeros festejos se tiene una interesante crónica elaborada por la Profra. Rosa María Mendoza Salgado, en donde producto de sus investigaciones refiere cómo se vivió uno de estos festejos de Carnaval a finales del siglo XIX: En una artimaña ingeniosa, la reina del carnaval, María González de la Toba (1890), decidió jugar a los inocentes con sus amigas y sus pretendientes. Envió invitaciones con horarios distintos para cada grupo, mientras instruía a los jóvenes para que la escoltaran desde su hogar hasta el lugar de encuentro, dejando así a sus amigas sin pareja. Ante la revelación del juego, las muchachas decidieron contrarrestar la estratagema vistiéndose todas igual, eligiendo un llamativo rojo, con guantes negros, peinados altos con plumas y máscaras de gasa rebordadas en pedrería. El grupo rojo sorprendió llegando al baile antes que la reina, solicitando la ayuda de las señoritas Domínguez para resguardarse en una de las recámaras. Cuando la reina finalmente hizo su entrada escoltada por sus amigos, las damas escarlatas tomaron la pista de baile, abriendo el baile ante la sorpresa general y dejando a la reina perpleja en su trono. Tras recuperarse, la reina se unió al baile con el Sr. Gastón Vives, bajo una lluvia de confetis arrojados por sus amigas aún desconocidas. Los invitados, provenientes de diversas localidades e incluso extranjeros, todos portando máscaras, no sospechaban la identidad de las damas de rojo. La alegría alcanzó su punto máximo con las doce campanadas, momento en el que, siguiendo la tradición, todos se quitaron las máscaras, revelando así el ingenioso juego. Olvidando las bromas, la fiesta continuó hasta el amanecer, despidiéndose con la promesa de reunirse unas horas después en el último baile, que tendría lugar en el amplio patio de la casa de María, rodeado de corredores con altas columnas de cantera.

En los primeros años del siglo XX, el glamour de la realeza carnestolenda continuaba deslumbrando con la graciosa majestad de destacadas señoritas, como María Labastida en 1904, Laura Hidalgo en 1905 y Manuelita González de la Toba en 1906, todas provenientes de las cúpulas de las familias adineradas de la alta sociedad. Sin embargo, en una evolución natural, el sistema de designación experimentó un cambio significativo pocos años después. En 1908, se estableció el Comité Directivo de las Fiestas de Carnaval, marcando una transición hacia un proceso más democrático. Este año dejó constancia de candidatas a elección, entre las que destacaron Guadalupe Savín, respaldada por el Club Ideal, y Margarita Silver, apoyada por el Club Águilas, inaugurando así una tradición que perduraría en los años venideros. En 1910, el carnaval adquirió una nueva dimensión con la organización a cargo del Club Popular, presidido por J.C. Acevedo e Ignacio Bañuelos Cabezud como secretario. Otra interesante narrativa del carnaval de 1904 llega a nosotros de la pluma de la Profra.

Mendoza Salgado, donde nos comenta: Bajo la dirección del poeta californio D. Filemón C. Piñeda, las celebraciones fueron inauguradas con el arribo triunfal de Torote Ciruelo, rey del carnaval, y su elegante consorte, la deslumbrante reina de la hermosura, señorita María Labastida, junto a su distinguida corte. El muelle se transformó en un escenario encantador mientras las aclamaciones resonaban y la carroza real, adornada con exquisito gusto por el capitán Adolfo Labastida, desembarcaba a los soberanos. El cortejo real, seguido de Lanceros y carros alegóricos, desfiló por la ciudad, causando asombro y entusiasmo. El rey y la reina fueron conducidos a un trono levantado frente al Jardín Velazco, donde un jurado calificador evaluó los carros alegóricos premiando a destacados participantes. La noche culminó con una serenata y juegos de disfraces, marcando un carnaval inolvidable que fusionó la tradición con la creatividad de la comunidad, enriqueciendo así la historia de La Paz.

Las décadas de 1910 y 1920, se presentan como un misterioso capítulo en la historia de los Carnavales, donde las sombras del olvido y la escasez de registros históricos envuelven las celebraciones carnestolendas, lo anterior originado por los efectos del movimiento Revolucionario en nuestro estado. Estos periodos se erigen como las etapas más enigmáticas y desconocidas en cuanto a la organización, detalles de la festividad, nombres de reinas y animadores que participaron en estas efímeras pero vibrantes expresiones culturales. Los anales de estos años se ven marcados por la ausencia o la escasez de registros de los eventos carnavalescos, sumiendo a estas décadas en un velo de incertidumbre histórica. Solo se vislumbran tenues destellos de noticias, fragmentos que indican que, a pesar del silencio de los archivos, los Carnavales persistieron en ciertos años de manera intermitente.

En la antesala de las festividades carnestolendas, una singular tradición, cuyo origen se pierde en las brumas del tiempo, marca el inicio de las celebraciones. El día previo al inicio del carnaval se convierte en el escenario de una representación efervescente destinada a exorcizar el malhumor colectivo. En este ritual, un personaje público, encarnado en la figura de un muñeco caricaturesco, es sometido a un juicio popular ante un jurado conformado por la comunidad. En un festín de burlas y mofas, el muñeco es declarado culpable y, como acto principal, se procede a la lectura de su testamento. Este último acto se revela como un fascinante espectáculo donde el sarcasmo y la crítica social se entrelazan, dejando un legado festivo que se reparte entre las autoridades, personalidades de la alta sociedad y figuras populares. La ejecución de la sentencia se desata con la ardiente combustión del muñeco, acompañada por el estruendo de triques y la luminiscencia de fuegos artificiales que proclaman el inicio triunfal de la fiesta.

Continuando con estas interesantes crónicas de anécdotas en el carnaval, la Profr. Rosa MaríaMendoza Salgado nos ilustra: El año 1936 quedó impregnado de entusiasmo y vivacidad en lasfestividades carnavalescas de La Paz. Jesusita Manríquez Mendoza y Manuelita Vázquez se postularon como candidatas, y mientras Jesusita y su comité organizaban animadas actividades en San José del Cabo, no pudieron llegar a tiempo para el cómputo final en La Paz debido a la distancia y los difíciles caminos de terracería. Sin embargo, su triunfo fue anunciado a su regreso a San Antonio mediante un emocionante telegrama. A su llegada a San Pedro, una vibrante caravana de automóviles la aguardaba para escoltarla hasta La Paz, marcando su entrada triunfal como nunca antes se había visto, con multitudes siguiéndola a pie y en carro, y bandas de música acompañándola. En una emotiva entrevista con la señora Jesusita Manríquez de Díaz Bonilla, recordó con emoción el diseño de su vestido estilo princesa en color blanco durante la coronación. El evento, inicialmente programado para las diez de la mañana frente al Palacio de Gobierno, se vio retrasado hasta las dos de la tarde debido al bullicio que generó su llegada a la plazuela, donde dio vueltas alrededor del quiosco aclamada por el pueblo. Posteriormente, se dirigió al malecón para un paseo en lancha por la ensenada, convirtiéndose en la primera reina en visitar la cárcel “Sobarzo” y a los enfermos del Hospital Salvatierra.

En la efervescente década de los cincuenta, el Jardín Velasco de La Paz se erigía como el foco palpitante de los Carnavales, una concentración social donde la comunidad se deleitaba con una mezcla encantadora de bailes populares, comparsas, y concursos de disfraces de “fachas” y “fantasía”. El jolgorio se desbordaba con juegos tradicionales como el palo encebado, mientras las calles se llenaban de mascaradas que coloreaban el panorama y desataban el bullicio. Entre los estruendos de cascarones y serpentinas, las risas y los gritos de niños, padres y turistas se entrelazaban armoniosamente. Las aceras fungían como escenario para los paseos de jóvenes, quienes caminaban en direcciones opuestas con la esperanza de cruzarse y lanzar serpentinas o quebrar cascarones llenos de confetis de colores. Estos juegos carnavalescos se convertían en los imanes irresistibles para los niños y jóvenes de la época.
Los puestos de comida, los juegos de lotería y aros, la búsqueda del puerco encebado y el sorteo de los intrépidos toritos de luces y petardos que zigzagueaban entre la multitud, agregaban un toque de emoción a la celebración, irradiando alegría en cada rincón del Jardín Velasco.

Referencia

Rosa María Mendoza Salgado. Crónicas de mi puerto La Paz 1830-1959 Gilberto Ibarra Rivera. La Paz, ciudad y puerto mexicano. Origen, proceso histórico y símbolos emblemáticos.

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

Profesor de Educación Primaria, Licenciado en Educación Especial y Maestro en Ciencias de la Educación. Labora en la Secretaría de Educación Pública y comparte su tiempo con su pasión por la historia de la California del Sur. Administra el grupo de Facebook “Conociendo Baja California Sur”. Nació el 22 de septiembre de 1969 en Puerto Vallarta, Jalisco, pero radica en Sudcalifornia desde hace 44 años. Actualmente, es Director de la Unidad de Servicios de Apoyo a la Educación Regular No. 17 y Maestro de Comunicación del Centro de Atención Múltiple “Gilberto Vega Martínez” en La Paz. Escribió la antología (Ebook) “Piratas, Corsarios y Filibusteros en la Antigua California”. Mención Honorífica en el VII Premio Estatal de Periodismo “Jesús Chávez Jiménez”, en Entrevista, por su trabajo “Graciela Tiburcio Pintos, la leyenda de la biología de las tortugas”.

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