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La feminista, la que te incomoda

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Colaboración Especial

Por Diana Reneé Amao Esquivel

La Paz, Baja California Sur (BCS). Este texto puede hacerte sentir incómodo/a al leer su contenido, y esa es precisamente la intención: incomodar para reflexionar, cuestionar los privilegios de un orden social desequilibrado llamado patriarcado. Este texto también busca empatizar con las mujeres, particularmente con aquellas que nos asumimos como feministas, porque adoptar el feminismo como forma de vida no siempre resulta un proceso fácil.

Sí, soy feminista. No sigo los chistes machistas en las reuniones de oficina; tampoco le sigo el juego al pariente machirul que en navidad se sienta como patrón a que le sirvan y le limpien todo; tampoco tolero la comunicación violenta; ni tampoco tengo mucho aguante en esas fiestas en las que las mujeres están por un lado a cargo de la comida y los niños/as mientras ellos, los varones, se dedican a beber.

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No, ahí no hay espacio para las feministas como yo. Porque no me quedo callada, creo que el silencio ha sido el mejor aliado del patriarcado. Éste ha sellado los pactos más injustos y ha permitido que la balanza del poder se siga inclinando hacia ellos. Eso significa que voy a cuestionar los patrones de género, el orden familiar y trataré de establecer límites, y eso no es algo que caiga bien a la gente, porque todos/as quieren reír y hacer como que no pasa nada para llevarla “suave”, pero sí pasa y es por eso que yo decidí ser la hermana, prima, cuñada, la tía que incomoda, esa a la que no le tiembla la voz para decir: “lava tus platos” o “podrías ayudar más” o “tranquilo, estás gritando” esto me ha valido la antipatía de muchas personas en mi familia. También hace que mi lista de amigos/as sea reducida, no le caigo bien a varias personas en la oficina o en los pasillos de la escuela. Soy esa, la feminista que incomoda.

Ser la pariente o la amiga feminista, significa que tu mundo va a cambiar, que las relaciones como antes las concebías ya nunca serán las mismas porque ahora eres consciente y tus ojos afilados por el morado de las gafas feministas no toleran la violencia, el abuso y la injusticia ¡tremenda cosa! Porque en el camino me llegué a sentir rechazada, incomprendida, ignorada, en algunos momentos sola e incluso he sido violentada por señalar los privilegios y las cárceles que vivimos cotidianamente como sano/as hijos/as del patriarcado.

Ser feminista significa que si estás pensando en tener una pareja has de ser exigente con lo que deseas de tu compañero y que desde las primeras citas tienes que indagar si no es un potencial manipulador, golpeador, feminicida, o de esos de que se dicen deconstruídos [1] y que terminan siendo más de lo mismo… Y de pronto te enfrentas a que tu lista de posibilidades para tener un compañero se ha reducido de forma tremenda, porque tristemente, los varones en el proceso de cuestionar su lugar privilegiado en este sistema social que se llama patriarcado no han empezado aún su tarea o se ha tardado demasiado —a esos pocos que ya empezaron, sigan así, falta mucho por trabajar. Es así como tantas mujeres que ya abrimos los ojos y empezamos el cambio ya no encontramos el puente para el encuentro con los compañeros y preferimos estar solas aunque nuestro deseo es en realidad construir un lazo significativo libre de violencia machista.

Cuando has adoptado el feminismo como una forma de vida la relación con nuestros cuerpos cambia, también cambia nuestra idea de la maternidad, del trabajo, de nuestro lugar en los espacios públicos y privados. Así, de pronto, llega un momento en el que te miras al espejo y te das cuenta que nuestros cuerpos se encuentran llenos de las expectativas de una sociedad patriarcal en la cual los cuerpos de las mujeres han sido moldeados por estereotipos que hacen que nos rechacemos a nosotras mismas hasta matarnos: tienes arrugas, sobrepeso, imperfecciones, usa maquillaje, ve al gimnasio, vístete bien, píntate el pelo, usa tacones, uñas de gel y minifalda. Las revistas, las redes sociales y los medios de comunicación usan imágenes de mujeres delgadas y blancas, ese es el estereotipo de belleza, nada más alucinante como ese espejismo, las mujeres reales venimos en empaques de muy diversos en tamaños, colores, proporciones y texturas, negarlo hace que las mujeres terminemos odiando nuestros cuerpos. Ser feminista implica romper con eso y abrazar nuestros cuerpos, reconocernos como únicas y especiales.

Así que cuando empecé a abrir los ojos y la conciencia a las relaciones de poder desiguales entre hombres y mujeres no me di cuenta que era un camino sin retorno, que ya no vería los roles de género de una manera tradicional y que me iba a cuestionar todo; no sólo a mi, sino también a quienes me rodean, el feminismo es como una avalancha que transforma nuestra vida, y en el camino no estamos solas, en el camino de pronto te encuentras a una gran colectiva de mujeres que estamos en el mismo proceso y entonces dejas de sentirte el bicho raro de la familia, ahora tienes un grupo de amigas que se ha tejido contigo, conmigo, como una red que nos abraza y sostiene.

Me di cuenta que en el camino del feminismo hay muchas mujeres que lo viven de maneras muy diversas, aquellas que son artistas, las que pintan, danzan y cantan con su voz para denunciar o sanar; aquellas que han decidido irse por el camino de las leyes y las políticas públicas; aquellas que han decidido acompañar a otras mujeres que han vivido violencia; aquellas que han sido tan violentadas por el patriarcado que simplemente no quieren tener nada que ver con los hombres; hay mujeres de 60 años despertando así como chicas de 15 años, hay divorciadas, casadas, lesbianas y LGBT+ hay todo un arcoíris de mujeres que nos estamos inventando día a día el cómo vivir siendo feminista.

También hay mujeres que dicen que no son feministas aunque sean más feministas que la misma Simone de Beauvoir, pero su lucha es distinta, su apuesta es por una vida mejor para las mujeres, y aunque no se llamen feministas a sí mismas, su actuar es de lo más feminista que te puedas imaginar, como el grupo de mujeres en un barrio de la ciudad o en una comunidad rural que ha formado un grupo de apoyo y escucha para mujeres que han vivido violencia. Así que no importa si te reconoces o no como feminista, si vas o no a las marchas o si estás en una colectiva de mujeres o no; si usas un pañuelo verde, uno morado o los dos o ninguno, lo que nos hace feministas es buscar una vida buena, digna y justa para todas las mujeres y la lucha por esa vida se pelea en lo cotidiano, en la cama o la mesa del comedor con tu pareja, con la familia, con los compañeros/as en el trabajo, con las amistades, ¡vaya, con toda la gente con la que interactuamos!

Lo que importa es que vayas tras la idea de que podemos hacerlo mejor como mujeres. Dicho todo lo anterior, entonces sí, sí soy feminista y sí, soy incómoda para muchas personas, pero eso me ha liberado de una gran carga, la de las expectativas de la sociedad, y caminar sin ese peso es el mejor regalo que me ha dado el feminismo; también el derecho al voto, a la educación, a decidir sobre mi cuerpo, mi identidad sexual, a usar pantalones, y bueno la lista se puede hacer muy larga, lo importante es reconocer que todo eso ha sido gracias al feminismo incómodo que tiene más de tres siglos de lucha.

[1] En el contexto de la ruptura de los roles de género y la adopción de la mirada crítica feminista, hablar de deconstrucción, tanto para hombres como para mujeres, significa un proceso que conlleva primero el cuestionamiento de los privilegios propios y de las personas, instituciones o símbolos que ostentan mayor poder; segundo, buscar otros patrones de comportamiento que equilibren la balanza de poder; y por último, aplicar esos patrones y vivir con ellos de manera congruente.

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El tzompantli: arqueología de “lo rematadamente cíclico” (II)

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Colaboración Especial

Por Jorge Peredo y Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Para Mircea Eliade, el mito es sumamente complejo de conceptualizar, aunque brinda lo que él mismo considera, podría ser el término más amplio: El mito cuenta una historia sagrada; relata un acontecimiento que ha tenido lugar en el tiempo primordial, el tiempo fabuloso de los “comienzos” […] Es, pues, siempre el relato de una “creación”: se narra cómo algo ha sido producido, ha comenzado a ser. El mito no habla de lo que ha sucedido realmente, de lo que se ha manifestado plenamente […]En suma, los mitos describen las diversas, y a veces dramáticas, irrupciones de lo sagrado que fundamenta realmente el Mundo y lo que le hace tal como es hoy en día […] El mito se considera como una historia sagrada y, por tanto, una “historia verdadera” puesto que se refiere siempre a realidades.  (1992, p.12).

Eduardo Matos Moctezuma, empero, reconociendo que “detrás de cada rito, hay un mito”, no deja fuera el énfasis de que también formaron parte intrínseca del sistema cultural y político. Si bien, el tzompantli es de uso religioso, también pudo ser útil para presumir poderío y generar miedo: “no sería exagerado decir que estos cráneos expuestos a manera de trofeos estuvieron funcionando también como elemento coercitivo de tipo social” (2015, p.326). Michel Graulich es contundente al referirse específicamente al uso político del sacrificio humano, “a partir del momento en que se convirtió en un instrumento genocida y terrorista, sirvió sobre todo para cimentar el nuevo orden del imperio” (2016, p.266).

Ve la primera parte de este artículo aquí: El tzopantli: entre la sangre y las calaveritas de chocolate (I)

Por otra parte, para Emilie Carreón Blaine pareciera un tanto injusto privilegiar el tzompantli con el significado de ser un trofeo de guerra —el uso de un ritual para justificar las persecuciones de los aztecas hacia pueblos vecinos, de los que obtenían prisioneros que finalmente sacrificaban. Le parece controvertido el concepto en sí: si tzompantli es la práctica, los instrumentos o el lugar; de cualquier modo, usa el término de “espacio de muerte” de Michael Taussing para hablar del “lugar donde se ejecuta la muerte y/o la exposición de restos humanos, producto del sacrificio ritual público prehispánico o del castigo ejemplar novohispano” (2006, p.9). Puesto que, en su artículo, hace constar que exactamente los sitios usados para los sacrificios de los aztecas, fueron usados inmediatamente después por los conquistadores para castigar y matar mediante la horca o la picota; de tal manera que popularmente se ha confundido, malinterpretado o acentuado en exceso la violencia por sacrificio de los primeros, minimizando la violencia punitiva ejercida los segundos. Por supuesto, no ignora, respecto a los aztecas, que implicaba efectivamente un ritual para los dioses donde había derramamiento de sangre. Sin embargo, mientras que la picota tiene en definitiva el objeto de destruir, el tzompantli, como se dirá, estaba consagrado a la vida: al néctar para los dioses.

La herencia del espanto

En relación al hallazgo del extremo Este y la fachada externa del tzompantli,  en el 2020, el titular del Programa de Arqueología Urbana (PAU), Raúl Barrera Rodríguez, y la jefa de campo en la excavación, Lorena Vázquez Vallín, declararon a través de un comunicado del INAH, que si bien el imponente monumento era una declaración de poder y principios bélicos para los enemigos de los mexicas, es  “un edificio de vida antes que de muerte” (2020). En ese mismo boletín de prensa, Alejandra Frausto, titular de la Secretaría de Cultura del Gobierno de México, declara que “el Huey Tzompantli es, sin duda, uno de los hallazgos arqueológicos más impactantes de los últimos años en nuestro país, pues es un importante testimonio del poderío y grandeza que alcanzó México-Tenochtitlán” (INAH, 2020).

Parecería que, con timidez, este monumento que regresa nos ofrece de nuevo al mito y comienza a disiparse la herencia del espanto de los conquistadores. Aparece la oportunidad de decir algo nuevo sobre lo antiguo, la posibilidad de enriquecer lo que se repite con una actitud diferente, pero hay una dubitación ante los significados que han sido fijados por la tradición. Ocurre en las vísperas de un año colmado de celebraciones históricas y míticas: la celebración simbólica de los 700 años de la fundación de México-Tenochtitlán en 1321, los 500 años de la conquista y los 200 años de la culminación de Guerra de Independencia. Además, ante el panorama de las elecciones intermedias de junio de 2021: las más grandes de la historia en México; y en plena pandemia por la COVID-19. Esas cuencas de cráneos humanos se asomaron entre las piedras en tiempos claves de la memoria patria.

El mundo “rematadamente cíclico” es un tiempo mítico que podría resumirse en estas líneas: “¿Qué es lo que se fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que se ha hecho? Lo mismo que se hará”, tal como se lee en Eclesiastés 1:5-9. Estas líneas sorprenden porque como hace notar Stephen Jay Gould, la metáfora predominante en la historia bíblica es la flecha del tiempo, una sucesión o encabalgamiento irreversible de acontecimientos irrepetibles donde cada momento ocupa una posición específica y diferenciada en la secuencia: “Dios crea la Tierra una vez, le instruye a Noé que resista una inundación en un arca particular, comunica a Moisés en un momento específico y envía a su hijo en un momento determinado, en un lugar determinado para morir por nosotros en la cruz y resucitar al tercer día”. Esta concepción ha sido considerada por muchos académicos como la contribución más importante del pensamiento judío, pues favorecen la cadena del tiempo lineal en oposición a la inmanencia del tiempo (Gould, 2020, p.32).

El tiempo cíclico, por el contrario, durante siglos fue la casa de los mexicas. En esta visión “los eventos no tienen significado como acontecimientos particulares con un impacto causal en una historia contingente. Los estados fundamentales son inmanentes en el tiempo, siempre están presentes y nunca cambian. Los movimientos aparentes forman parte de ciclos que se repiten y las diferencias del pasado serán realidades del futuro. El tiempo carece de dirección” (Gould, 2020, p.32). Puede referirse a una “permanencia verdadera e invariable o estructura inmanente” o “a ciclos recurrentes de acontecimientos separables que se repiten de modo preciso” (p.35). Para los aztecas, la destrucción del mundo, de la vida y de los macehuales no significaba otra cosa que el umbral de una nueva era.

Lo “rematadamente cíclico”

Eterno retorno es un tiempo en el que todo se extinguía para volver a crearse.  A nosotros nos parece que esta idea de que todo lo que ocurre y existe, fue ya y volverá a ser hasta el infinito, es rematada y a la vez resulta trágica, pero puede ser también gloriosa. Cada que el universo muere, es como cuando en la fábula de Nietzsche, Zaratustra duerme atormentado por la visión del eterno retorno de lo mismo y cada que inicia es una oportunidad de vivir sin miedo. Las mujeres y los hombres de la antigüedad vivían en dos clases de tiempo: el sagrado y el profano, de los cuales el más importante es el primero: “un tiempo circular, reversible y recuperable, como una especie de eterno presente mítico que se reintegra periódicamente mediante el artificio de los ritos” (Eliade, 1998, p.55) El rito es la efectuación, o si se prefiere, la re-efectuación del mito.

En sí “el mito es la historia sagrada” de un acontecimiento cuyos personajes no son humanos, se trata de dioses o héroes civilizadores. Este carácter primordial hace de él un misterio que, al ser revelado, fundamenta “la verdad absoluta”. Eliade no se olvida de advertir que hay “historias sagradas trágicas” y “el hombre tiene una gran responsabilidad ante sí mismo y ante la naturaleza al reactualizarlas periódicamente” (p.80). El canibalismo, por supuesto es una consecuencia de esta clase de pactos cósmicos. Según ciertos mitos de los pueblos paleocultivadores, el primer árbol frutal brotó del cuerpo de un niño sacrificado.  Comer es un acto que participa de esa deidad que habita ahora en el mundo de los muertos. El ser humano, gracias al fruto que ingiere, participa de la existencia del ser fundante. Se narra lo realizado por estos seres divinos en el inicio del tiempo, el momento en que el mundo, el universo, los hombres, los pueblos comenzaron a ser (Eliade, 2018, p. 72). Siempre ha sido la narración de un evento, específicamente, el del advenimiento: “las sociedades que han vivido del mito y en el mito han vivido en la dimensión de un evento constitutivo” (Lacoue-Labarthe, 2011, p.14).

En la actualidad, cuando hablamos de mito, para muchas personas suele asociarse a algo ficticio o imaginario que tiene sus raíces en las sensibilidades de la antigüedad; este pensamiento proviene desde los griegos antiguos, para quienes había una clara oposición entre una cosa dicha por la boca (mythos) y su correlato (ergon, la cosa hecha, la obra) (Gentilli, 2015, p.69). Nosotros hablamos de una sociedad en la que el mito “tiene vida, en el sentido de proporcionar modelos a la conducta humana, y conferir por eso mismo significación y valor a la existencia” (Eliade, 1998, p.8). Es decir, la cosa hecha, es la cosa, no “una representación”. La batalla primordial contra el caos o el primer sacrificio atroz del que resurge el mundo. La primera se descubre en todas las grandes guerras, el segundo es un pecado que debe resarcirse una y otra vez. La función magistral del mito es, pues, la de fijar los modelos ejemplares de todos los ritos y todas las actividades humanas significativas (p.72).

En la cosmogonía azteca, hubo cuatro soles antes del nuestro —el Quinto Sol—, cada uno gobernado por un Dios. Cada uno de los soles terminó con un desastre siendo el último, por supuesto, el diluvio: “Y así cesaron de haber macehuales, y el cielo cesó porque cayó sobre la tierra” (Garibay K, 2015, p.33).  Tras esta hecatombe, los dioses volvieron a dar vida a la Tierra, pero como sólo tenían fuego para iluminarse decidieron que necesitaban hacer un Sol, sólo que antes necesitaría corazones para comer y sangre para beber, por lo que hicieron la guerra y crearon nuevos seres humanos para tuviese calaveritas con que alimentarse (p.34). La transición del día y de la noche era en sí la eterna repetición de la saga del Dios.  Alfonso Caso (2020) narra que cuándo Coatlicue, la Diosa de la Tierra, quedó preñada por una bola de plumas, su hija, la Luna Coyolxhauqui y sus hermanos, las estrellas Cenzonhuitznáhuac se enfurecieron y decidieron matarla (p.22). Cuando los enemigos llegaron, nació el gran Huitzilopochtli, quién, armado con la serpiente de fuego, decapitó a la Luna y puso en fuga a las estrellas. Cada nuevo día, él debe nacer, y para hacerlo, debe volver a derrotar del mismo modo a la Luna y las estrellas. El Dios necesita mantenerse fuerte para poder librar esta batalla interminable, por lo que debe recibir su alimento sagrado, el chalchíuatl: agua preciosa. Sólo así habrá alternancia entre los días y las noches, podrá dar frutos la Tierra y será posible en ella la vida (Graulich, 2016, p.117).

Los mexicas son el pueblo elegido por el Dios para proporcionarle su alimento. Desde el nacimiento son preparados para ser guerreros, pues su misión es obtener a través del combate la energía que alimenta al cosmos.  Así, el imperio azteca recurrió a una forma de guerra sagrada llamada Xochiyáoyotl —o “Guerra Florida”— cuyo único objeto era el de obtener prisioneros para el sacrificio. Hay que notar, cómo hemos saltado del mito a la acción: el mito se vive. La guerra sagrada es una reproducción de la lucha entre Huitzilopochtli, Coyolxhauqui y sus 400 hermanos: las estrellas. Los prisioneros eran llevados a Tenochtitlán para ser sacrificados en el Templo Mayor. El corazón, la sangre y las cabezas se ofrecían en oblación; eran el alimento de los dioses, junto con el maíz y el cacao (p.237). Las cabezas se colocaban en el tzompantli ante la pirámide. Graulich escribe que “este armazón representaba evidentemente un árbol con sus frutos y probablemente garantizaba el renacimiento de las víctimas” (p.227). Los cráneos eran comida para los dioses, sin embargo, eran los hombres quienes devoraban la carne. Según ellos, los cráneos desnudos ensartados en las vigas se convertían en semillas de las que surgiría nueva vida y vendrían con ella nuevos guerreros para ofrecerla y mantener con ella el orden cósmico (p.445).

Para terminar: calaveritas de chocolate

Como indicamos, nuestro esfuerzo por desentrañar ciertas declaraciones de figuras importantes de la ciencia y la cultura en México, no se puede considerar riguroso, pues partimos de la sombra y nuestros martillazos son decididos, pero en la oscuridad. Era inevitable que la ironía marcara la pauta, pues fueron unas líneas casuales, aparentemente inocuas, las que desataron nuestros afanes escriturales. En vez de perforar la ciudad, jugamos a excavar el discurso presente para descubrir las estructuras sobre las que se asienta. El problema del espacio nos llevó al del tiempo por mediación del lenguaje.

Quisimos explorar esa inquietud de vivir sobre mundos superpuestos en el tiempo y el espacio, mitos que fueron —aparentemente— expulsados de la historia y monumentos que iban destinados a ser ruinas. Su persistencia a manifestarse, de significar algo para nosotros. ¿Qué significa cuando se habla de esto? ¿Cuál es el sentido que se le da? Encontramos cierta lógica que explicaría las extrañas coincidencias, así como la tenacidad con la que la antigua Tenochtitlán se yuxtapone desde sus profundidades a la moderna Ciudad de México. Es terco el pasado. Ahora, con estos fragmentos entresacados de textos diversos, reconstruimos posibles narrativas de lo perdido que podrían expresar lo no dicho en lo dicho:

  1. Las calaveritas de chocolate que aún no se han vendido, pero que tal vez harán las delicias de los niños del futuro, serían una reiteración absurda del cacao de los dioses: una señal de que las cosmogonías antiguas fueron derrotadas, pero consiguen aferrarse con las ínfimas fuerzas que le quedan.  Sería como rebabas del poder de dioses famélicos.
  2. Las calaveritas de chocolate nunca serán, porque una vez más los dioses se han vengado al manifestarse en esta estructura que vuelve. Es el eco de las carcajadas de los dioses entre las piedras.
  3. Las calaveritas de chocolate como expresión de lo rematadamente cíclico sirven de pretexto para hacer patente cómo el orden actual y todo aquello que nos parece tan normal e inofensivo, se ha construido sobre la destrucción de un mundo anterior. Por más que intentemos borrarlo, los vestigios nos recuerdan que el pasado, por más lejano que lo percibamos, vive en el presente. Comer una calaverita de chocolate sería entrar en comunión con el
  4. Las calaveras de hombres, mujeres y niños unidas unas a otras con argamasa en un armazón siniestro, símbolo de la grandeza y el poderío azteca, forman parte de un renacimiento, de una era nueva que se nutre con la gloria del pasado. Podrían simbolizar semillas de vida, la transición entre el mundo perdido y el nuevo. Su emergencia se entendería como evidencia de que la grandeza de los aztecas no se desvaneció, sino que está disuelta en lo que somos ahora y que poco a poco vuelve a manifestarse. Quizás se trata de un pasaje retórico lleno de color y nostalgia, como de feria; la fiesta de la sangre, el dolor como tributo; que esa mole resultante de los sacrificios de quién sabe cuántas personas es una torre dedicada a la vida, testimonio de la grandeza de Tenochtitlán. Sin embargo, seguramente así, exactamente así, lo dijeron los sacerdotes y tlatoanis hace más de 500 años.

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 Referencias

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Tapia, A. de (1988), Relación de algunas cosas que sucedieron al muy ilustre señor don Hernando Cortés en la Conquista de Tenochtitlán.

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Garibay K. A.M (2015), Teogonía e Historia de los Mexicanos, Tres opúsculos del siglo XVI.  Ciudad de México, México: Porrúa.

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Graulich, M. (2016), El sacrificio humano entre los aztecas. Ciudad de México, México: FCE.

Labarthe-Lacoue, P. & y Nancy, J.L. (2011), El mito nazi. Barcelona, España: Anthropos.

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 Medios digitales

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_____(22 de diciembre de 2020), “Arqueólogos localizan el costado Este y la fachada externa de la torre de cráneos del Huey Tzompantli de Tenochtitlán”. Gobierno de México. Recuperado de

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Villatoro, M.P. (21 de mayo de 2015), “El curioso afrodisiaco que ansiaban los conquistadores”, ABC. Recuperado de  https://www.abc.es/cultura/20150521/abci-chocolate-afrodisiaco-conquistadores-espanoles-201505211001.html

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Día Mundial de la Salud Mental. ¿Cuándo necesitarías consultar a un psiquiatra?

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Sexo + Psique

Por Andrea Elizabeth Martínez Murillo 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El pasado 10 de octubre se conmemoró el Día Mundial de la Salud Mental, fecha que sirve para visibilizar y concientizar a la población sobre su importancia, sin embargo, pese al paso del tiempo y los avances científicos y tecnológicos en la materia, pareciera que la salud mental no es considerada como vital por parte del Estado, las instituciones, los lugares de trabajo, la escuela y hasta la familia. Aun se escuchan comentarios del tipo Sólo los locos van al psicólogo para seguir negando los problemas mentales que pueda tener. Pero, ¿por qué es tan importante?, ¿a qué nos referimos con una adecuada salud mental?

La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que la salud es un estado completo de bienestar físico, mental y social, no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades. Por lo tanto, la salud mental es un estado de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida, de trabajar de forma productiva y de contribuir a su comunidad. En este sentido, la salud mental es el fundamento del bienestar individual y del funcionamiento eficaz de la comunidad1.

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Cómo se mencionó anteriormente, para hablar de salud mental, debemos de hablar de bienestar biopsicosocial, y aunque no tenga un trastorno de personalidad o una enfermedad mental, puede ser que no tenga una salud mental adecuada debido a experiencias pasadas, a la forma en la que percibo el mundo, a dolores que traiga arrastrando, a secretos que me vea obligado a guardar, que este viviendo una situación de violencia —de cualquier tipo— o simplemente que mis capacidades de afrontamiento al estrés de mi vida diaria no están resultando como yo lo planeaba.

Dentro de los factores externos de la mala salud mental encontramos condiciones de trabajo estresantes, discriminación, exclusión social, modos de vida poco saludables, riesgos de violencia, mala salud física, cambios rápidos que no me permitan un ajuste emocional, no tener cubiertas las necesidades básicas, entre otras, mientras que dentro de los factores internos podemos hallar poca tolerancia a la frustración, impaciencia, victimismo, proyección —sólo ver los problemas de los demás, pero no los propios—, problemas para conciliar el sueño, problemas para establecer límites, y más.

Es importante mencionar que los trastornos mentales tienen causas de carácter biológico, dependientes por ejemplo de factores genéticos o desequilibrios bioquímicos cerebrales, por lo que, una vez identificado el trastorno debe existir la medicación correcta —es decir, acudir al médico especialista, el psiquiatra—, recordemos que es una enfermedad, tal cual como si tuviéramos cáncer o diabetes, entre otras enfermedades crónico degenerativas, si yo no atiendo mi depresión, el trastorno bipolar de la personalidad u otros trastornos de ansiedad, se pueden salir de control y empezar a interferir en mi vida cotidiana.

Roger Aguilar, redactor de la revista El Comercio, recupera la entrevista de Carlos Bromley, médico psiquiatra del Minsa, en donde explica las causas usuales para el desarrollo de las enfermedades mentales, que, en orden cronológico, son tres:

  • En primer lugar, estas tienen que ver con una predisposición biológica, por lo que las personas con familiares cercanos que tienen depresión, por ejemplo, van a nacer con una predisposición a tener esta enfermedad.
  • En el segundo lugar se encuentran los factores de crianza, que están relacionados a cómo crecieron las personas en los ambientes familiares, del colegio y de sus barrios. “Esto es importante, porque dentro de toda la población adulta que sufre de problemas de salud mental he encontrado que alrededor del 50% la inició siendo menor de edad por el tema tanto de los factores biológicos y los factores de crianza”, explicó. “Lo que pasa en la infancia y adolescencia repercute en nosotros como adultos. Es por eso que se tiene ese porcentaje. En todos los adultos que tienen algún tipo de problema de salud mental, el 50% lo inició en la infancia o en la adolescencia”
  • La tercera causa está relacionada a los problemas de la vida cotidiana como adultos2.

Pero, ¿cómo medir la salud mental?, ¿cómo sé cuándo necesito ayuda?, recupero lo que expuse en el artículo sobre la importancia de acudir al psicólogo:

Cuando quieres cambiar y no puedes

Cuando el estrés domina tu vida

Cuando tus preocupaciones te rebasan

Cuando ejerces violencia o eres víctima de ella

Cuando no puedes hablar de tus emociones

Cuando la soledad pesa demasiado

Cuando no puedes decir cosas positivas de tu persona

Cuando la crítica es lo primero que piensas

Cuando no puedes decir no

Cuando te es difícil poner límites

Cuando no estas feliz con cómo eres o en el lugar donde estás

Cuando sientes un vacío existencial pese a tener lo que habías querido

Cuando tu pasado te atormenta

Cuando sientas que el futuro es aterrador o no te motiva pensar en el

Cuando tengo problemas para conciliar el sueño por estrés, ansiedad, preocupaciones del día, entre otras

Cuando sienta que las cosas o personas que antes me gustaban ahora ya no me motivan

Cuando me siento inútil o culpable continuamente

Cuando siento que no tengo la misma energía de antes para hacer las cosas

Cuando tengo sentimientos de desesperanza o tristeza frecuentemente

Cuando tenga problemas para concentrarme o sienta que estoy perdiendo la memoria

Cuando sienta que no me tenga en alta estima y las críticas de los demás pesen demasiado

Cuando mis pensamientos me lastiman

Cuando sientas que has perdido el rumbo

Los motivos para preocuparse por la salud mental personal son múltiples, pero en todos y cada uno de ellos, es necesario que yo me dé cuenta que no estoy a gusto con la vida o con el momento actual que estoy pasando y es esa incomodidad, la que da una señal de alerta para que haga las cosas de forma distinta y me movilice a buscar ayuda profesional.

Bibliografía

  1. (2018). Salud mental: fortalecer nuestra respuesta. https://www.who.int/es/news-room/fact-sheets/detail/mental-health-strengthening-our-response
  2. El Comercio. (2021). Salud mental: cada 60 minutos se atiende a 141 personas con problemas psicológicos en la pandemia. https://elcomercio.pe/lima/minsa-salud-mental-cada-60-minutos-se-atienden-a-141-personas-con-problemas-psicologicos-en-la-pandemia-noticia/?ref=ecr

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.




La ciencia y la corrupción en el imaginario colectivo

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La Última Trinchera

Por Roberto E. Galindo Domínguez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La percepción ciudadana que se tiene de los científicos va en su mayor parte aparejada a la de aquellos individuos de bata blanca y lentes; personas muy inteligentes e incapaces de causar daño, los típicos nerds de laboratorio o biblioteca. También pensamos en ellos a partir de personajes, esencialmente buenos, como aquellos de las series o películas que vimos cuando éramos niños. Para los adultos más jóvenes, qué tal el recuerdo del divertido científico de El Mundo de Beakman; y para los que ya pintan canas, les aseguro que el profesor Memelovsky de Odisea Burbujas los hará añorar aquellos felices días. ¿Cuántos de nosotros, clasemedieros afortunados, habremos jugado con Mi primer laboratorio Mi Alegría? ¿Cuántos niños pobres sólo lo habrán soñado? ¡Ah!, esa entrañable imagen del científico inteligente, bueno y honesto con los demás y consigo mismo.

En otros casos, los personajes son entes de ciencia que enloquecieron o que a partir de un acto de vileza en su contra o de alguno de sus seres queridos se fueron al lado oscuro; y, en consecuencia, dedicaron su intelecto y sus recursos económicos para erigirse en supervillanos. En la literatura tenemos varios y famosos casos ficcionales, por ejemplo, en las novelas de Sherlock Holmes, del escritor Arthur Conan Doyle, es el profesor James Moriarty, doctor superdotado intelectualmente, el más villano de todos sus enemigos. Otro asombroso científico literario, tal vez el más disparatado de su época, es el que se engendró en la mente de la escritora Mary Shelley, quien nos asombró con su Frankenstein, un monstruo, pero en todo caso bondadoso; creado por el apasionado científico Henry Frankenstein a partir del noble propósito de revivir a los muertos. Pero estos casos de científicos malvados o que crean monstruosidades nos llegaron ya más tarde, si acaso en la adolescencia, pero más seguro en la juventud y la adultez incipiente, cuando ya diferenciábamos a cabalidad entre realidad y ficción. Tal vez es por eso que como sociedad no estamos acostumbrados a la imagen del científico maléfico, y menos a la del científico corrupto; robaban los piratas, los ladrones de antifaz, pero no los científicos, ni siquiera los malvados.

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Esa imagen del científico de bata blanca, con lentes y en actitud de introspección, no permite que en el imaginario colectivo se ubique a este tipo de eruditos como parte del crimen organizado por desvío de recursos económicos de procedencia ilícita; pues desde niños nos enseñaron que los investigadores académicos son gente buena que busca el bienestar social mediante el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Debe ser en parte por eso, que la investigación de la Fiscalía General de la República (FGR) ha sido mal vista en amplios sectores de la sociedad; y si adicionamos que ha sido desvirtuada  en los medios por personajes muy relevantes o irrelevantes, pero famosos en el ámbito de la intelectualidad como es el caso de la ya devaluada académica Denise Dresser, quien ha denominado la investigación de la FGR como “espeluznante”; entre otros catedráticos como el biólogo Antonio Lazcano y el economista Rolando Cordera, quienes han tachado de persecución estalinista al proceder de la Fiscalía; entonces, tenemos que se está criminalizando mediáticamente una investigación que nos debería parecer de lo más normal, pues no se persigue a científicos por hacer ciencia, sino  que se investiga a individuos que mediante sus cargos públicos como facultativos universitarios e institucionales y amparándose en sus altos grados académicos, desviaron recursos económicos de su propósito fundamental: desarrollar la ciencia.

Es con los científicos y los académicos que defienden a capa y espada a los 31 imputados del Foro Consultivo Científico y Tecnológico A. C. (FCCyT) con los que más debemos tener una mirada crítica con respecto de sus opiniones, por dos razones fundamentales. Primero, debido a que son académicos o científicos, y, por ende, se sienten vulnerados, pues con este caso de corrupción en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) se rompe la concepción generalizada de que los científicos son, por su investidura académica, honestos, moralmente probos e incorruptibles; y, segundo, debido a que como parte de la comunidad científica y académica puedan estar en contra de una profunda investigación de los manejos económicos de más instituciones de investigación, de las que ellos como individuos forman parte en un país de corrupción históricamente acendrada entre la sociedad. No debemos olvidar La Estafa Maestra, caso de corrupción mayor en el que están involucradas varias universidades de reconocido prestigio; la diferencia es que ahí la exposición del asunto se limitó a entidades académicas administrativas y no se expuso a profesores e investigadores.

Es muy posible que, como consecuencia de la denunciada corrupción en el Conacyt, se destapen más casos de corruptelas en la ciencia, pues el periodismo tiene ya sus miras en el ámbito académico; y el gobierno de la 4T todas las baterías enfocadas en combatir la corrupción. La sociedad debe tener en cuenta que los 31 acusados duplicaron el primer y original Foro Consultivo Científico y Tecnológico que fue creado dentro del organigrama del Conacyt. Los académicos imputados crearon una Asociación Civil del mismo nombre, a la cual, en contubernio con los entonces directivos del Conacyt, desviaron millonarias sumas de dinero para luego dilapidarlas en asuntos banales y caros. Recuérdese que, esta banda de científicos, aprobó dictámenes a favor de la Reforma Energética, así como evaluaciones favorables al gobierno y empresarios en asuntos tan delicados como el accidente en la mina Pasta de Conchos. Es importante tener presente que muchos de sus integrantes son muy cercanos a políticos, sobre todo, priístas y panistas.

Por lo anterior, es muy probable que esos científicos, aficionados a la buena vida, a los que les pagábamos gasolina, celulares y hasta su tintorería; además, de banquetes costosos y viajes alrededor del mundo con nuestros impuestos, tengan más blancas las batas que sus conciencias. Es plausible, por un tiempo y hasta que la corrupción y los dispendios en la ciencia se erradiquen, que nos tengamos que acostumbrar a otra imagen de los científicos, más acorde con la del doctor Jekyll y el señor Hyde, de la novela homónima del escritor Robert Louis Stevenson; ya saben, el científico de dos personalidades: la buena y la mala; para el caso de los 31 imputados y de los que a partir de ahora se descubran en transgresiones legales: paladines del desarrollo científico en una personalidad y corruptos saqueadores del erario en la otra.

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Ted Lasso: la serie de Apple TV+ sobre fútbol, donde el fútbol es lo que menos importa

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Kinetoscopio

Por Marco A. Hernández Maciel

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Alguna vez, en una discusión sobre los deportes en el cine, alguien dijo que el fútbol es el deporte menos cinematográfico que existe. Y esto es totalmente cierto. No hay pausas de dos minutos como en el americano, no hay tiempos fuera como en el básket, no hay momentos decisivos en cada partido como en el último inning de un juego de béisbol, no hay momentos de explosividad apabullante como en el atletismo, no hay rounds de tres minutos y uno de descanso como en el box. Y todo eso ha producido grandes películas deportivas como Un domingo cualquiera, Campo de los sueños, Los hombres blancos no saben saltar, Rudy, Rocky, Carros de fuego, Días de trueno, Contra lo imposible y un largo etcétera.

En nuestro amado fútbol, el gol es el rey pero a veces no llega. Puede llegar al minuto 1, al 37, al 85 o al 96 en tiempo de compensación y nunca sabemos con seguridad en que jugada llegará. La pelota le puede llegar a cualquier jugador del campo y todos son importantes, por lo que centrarse en uno solo es difícil para llevar la narrativa. Por eso es que casi no hay películas ni producciones para televisión sobre balompié y salvo contadas excepciones como The Damned United, Bend It Like Beckham o Escape a la victoria, el panorama es reducido. Y si están pensando en Los Supercampeones o Shaolin Soccer, perdónenme pero eso no es fútbol.

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La serie, que actualmente acaba de estrenar el último capítulo de su segunda temporada y que ya tiene la tercera en producción, se centra en Ted Lasso, un entrenador semiprofesional de fútbol americano que es contratado por la dueña de un equipo de fútbol que pelea en la Liga Premier Inglesa. Cuando llega a dirigir, Lasso no sabe absolutamente nada de fútbol, no sabe que solo hay dos tiempos, que se puede empatar y que los goles solo cuentan como uno. Y eso para cualquier amante del fútbol es chocante, inverosímil y hasta estúpido. Y te dan ganas de apagar todo y buscar cualquier otra cosa porque realmente es incómodo ver como se burlan del amado deporte, como osan pisotear el pasto sagrado con tan aberrantes hechos.

Pero hay cierto encanto en cada uno de los personajes, que se sienten incluso más incómodos que tú, porque ninguno está donde cree que debería estar, que después de meditarlo un rato decides ver que rayos va a pasar con ese engendro de historia. Para el tercer capítulo el daño está hecho, aceptando que lo importante no es el fútbol, sino todo lo que lo rodea y en especial, con los personajes que estamos conviviendo. Ted Lasso es una distopía fubolística donde el verdadero reto es encontrarle sentido a la vida y donde el fútbol es un mero instrumento para dar el mensaje.

Así, para que esta distopía funcione, el guion y los personajes deben ser los suficientemente sólidos para logren cuajar, y en ese aspecto la serie no tiene falla. Jason Sudeikis es magistral en su caracterización como Ted Lasso y logra convertirse en el centro de la historia dando el empuje necesario a todos los que lo rodean. Tal como lo haría un entrenador en un equipo real, bajo la mano de Sudeikis quien es también productor, guionista y creador de la serie, todos los personajes van evolucionando y construyendo más profundamente el peculiar mundo en el que viven todos los involucrados con el Club AFC Richmond.

Al final, la serie es sobre sentirse y estar fuera de lugar. Cambiar de aires, emigrar y crecer. Es sobre huir para encontrar donde permanecer, sobre luchar contra lo que nos hace débiles.  El fútbol es un pretexto, un enorme macguffin que funciona como un magneto para unir a este grupo de personajes obligados a moverse ante el cambio y la incertidumbre. Es sobre enfrentarse a la vida y seguirse moviendo. Como se diría en argot futbolístico, “toca y muévete, toca y muévete”, uno de los conceptos básicos del fútbol que aplica también para la vida misma.

Jorge Valdano, futbolista argentino campeón del mundo en el Mundial de México 86 dijo alguna vez que “El fútbol es la cosa más importante entre las cosas menos importantes”, y aquí lo vemos retratado de manera magistral. Ted Lasso es una serie sobre fútbol, en la que el fútbol es lo menos importante de lo que pasa en ella y eso no tiene nada de malo.

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