Los altares portátiles de los jesuitas en la California

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Tierra Incógnita

Por Sealtiel Enciso Pérez

La Paz, Baja California Sur (BCS). Leyendo el libro Historia natural y crónica de la Antigua California, que fue producto de los afanes del Dr. Miguel León-Portilla por traernos hacia nuestro tiempo los manuscritos del jesuita Miguel del Barco, quien por 30 años misionó en esta California.

Me llama mucho la atención que en sus frecuentes exploraciones dentro de la península, los misioneros no dejaban de celebrar las misas los domingos y fiestas de guardar aún se encontraran en parajes recónditos y en condiciones poco propicias para estas celebraciones. Inmediatamente, surge en mi mente la duda de cómo fue que oficiaban estas misas y cómo trasladaban los objetos litúrgicos que se necesitaban.

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Como bien sabemos, la Compañía de Jesús fue una orden misionera que se destacó en el terreno de la evangelización, sobre todo, de territorios que marcaban los límites de la civilización en las tierras que se iban “descubriendo” en América. Para llevar a cabo este proceso de evangelizar las diferentes etnias que encontraron a su paso se valían, principalmente, de la apropiación de su lenguaje para establecer un nexo de comunicación efectivo.

Una vez logrado lo anterior —aunque en muchos casos no de forma perfecta—, procedían a dar a conocer el catecismo y la doctrina cristiana a través del uso de la nemotecnia (memoria), pero también se apoyaban en pinturas, estandartes y esculturas con temas sacros. Los jesuitas como fieles representantes de la contrarreforma daban una especial preponderancia a las imágenes religiosas como intercesoras entre los hombres y la divinidad por lo que procuraban su difusión y culto en donde quiera que se plantaban.

Un artículo religioso que les fue de inigualable valor para realizar este “teatro religioso” entendido “teatro” en el sentido que se le atribuía en los libros religiosos del siglo XVII y XVIII como un conjunto de sucesos, significados y conceptos que giran en torno a una situación, fueron los altares portátiles. Estos artefactos eran objetos de reducido tamaño que podían ser transportados con facilidad, y que en su interior preservaban los paramentos litúrgicos necesarios para oficiar la misa y realizar el acto de la consagración eucarística.

En un sentido amplio el altar portátil puede trasladarse de un lugar a otro, pero en un sentido litúrgico es un ara consagrada, lo suficientemente, grande como para contener la sagrada hostia y la mayor parte de la base del cáliz. Se emplean estrictamente para el oficio divino, de modo tal que a partir de ellos se determina el centro del culto.

Los mencionados altares eran utilizados por todas las órdenes religiosas misioneras, ya que por llevar a cabo su trabajo en lugares muy apartados y en la construcción de un templo donde se pudieran guardar estos objetos de culto podría tardar decenios, era necesario que el misionero los llevara consigo a donde se trasladara.

Incluso, aún cuando el sacerdote tuviera una iglesia de cabecera, le era necesario contar con un altar portátil debido a que muchos de sus catecúmenos se encontraban diseminados por un territorio grandísimo, a veces de varios cientos de kilómetros, tenía la obligación de trasladarse regularmente a visitarlos con el propósito de realizar la misa como una ceremonia vinculante y reafirmadora de la evangelización.

En el caso de la California, se sabe que desde el trayecto en los barcos que transportaron a los primeros expedicionarios que llegaron a estas tierras, se celebraban misas en alta mar, lo cual sólo podía ser posible si contaban con estos altares portátiles. Durante la estancia de Eusebio Francisco Kino en La Paz, San Bruno y Londó, se lee en los diarios que escribió, que siempre se celebraron las misas ya sea para dar gracias de haber llegado a un buen lugar para sentar el campamento, como en los días que marcaba el calendario litúrgico.

Otro ejemplo de lo anterior lo encontramos en una carta escrita por Juan María de Salvatierra al padre Juan de Ugarte, donde menciona la celebración de una misa en el barco que los llevó a la California en octubre de 1697 y que ofició antes de desembarcar:

Hasta aquí habíamos caminado (teniendo) a nuestra vista la embarcación chica cuando, esta noche, tuvimos así aires como fuertes corrientes que iban para adentro; y así, amanecimos el día 13, domingo, sin tener a la vista la lancha ni poder saber más de ella.

El viento lo tuvimos contrario el domingo y, así, no pudimos entrar en San Bruno, en su media ensenada, y, así, por tanta fuerza del (viento) sudueste, nos dejamos llevar para arriba, de suerte que el lunes 14 nos hallamos a vista de la serranía que llaman de las Vírgenes, y por no coger más altura nos entramos en una grande bahía llamada La Concepción, muy asegurados del aire.

Y quiso la Virgen tomar posesión de ésa, su bahía, de suerte que allí dije misa el día de la gloriosa Santa Teresa y salté en tierra, comimos unas pitahayas y no vimos gente, aunque reconocimos mucho rastro, y fresco”.

Es obvio que para celebrar esta ceremonia se valieron de un altar portátil que debieron traer con ellos, el cual contenía todos los objetos requeridos para el culto. Lamentablemente, a la salida de los jesuitas de la California y de acuerdo a lo consignado en los inventarios que se levantaron de los objetos que había en las misiones, no se registra la existencia de uno sólo de estos altares portátiles.

Podemos especular que no se registraron como tales por ser denominados de otra forma o bien porque, paulatinamente, fueron dejados de usar ya que la mayoría de los californios estaban habituados a vivir en las misiones por lo que acudían a misa en el templo de la misma.

Bibliografía:

Los altares portátiles tras la expulsión de la Compañía de Jesús en el Río de la Plata y Chile (1780-1820): una historia de agencias y resignificaciones – Nicolás Hernán Perrone y Vanina Scocchera

California jesuita (Salvatierra, Venegas, Del Barco, Baegert) Selección, introducción y notas de Leonardo Varela Cabral

Descripción e Inventarios de Las Misiones de Baja California, 1773 – Eligio M. Coronado.

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Tierra Incógnita

Sealtiel Enciso Pérez

Profesor de Educación Primaria, Licenciado en Educación Especial y Maestro en Ciencias de la Educación. Labora en la Secretaría de Educación Pública y comparte su tiempo con su pasión por la historia de la California del Sur. Administra el grupo de Facebook “Conociendo Baja California Sur”. Nació el 22 de septiembre de 1969 en Puerto Vallarta, Jalisco, pero radica en Sudcalifornia desde hace 44 años. Actualmente es Director de la Unidad de Servicios de Apoyo a la Educación Regular No. 17 y Maestro de Comunicación del Centro de Atención Múltiple “Gilberto Vega Martínez” en La Paz. Escribió la antología (Ebook) “Piratas, Corsarios y Filibusteros en la Antigua California”. Mención Honorífica en el VII Premio Estatal de Periodismo “Jesús Chávez Jiménez”, en Entrevista, por su trabajo “Graciela Tiburcio Pintos, la leyenda de la biología de las tortugas”. 

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