La ciencia y la corrupción en el imaginario colectivo

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La Última Trinchera

Por Roberto E. Galindo Domínguez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La percepción ciudadana que se tiene de los científicos va en su mayor parte aparejada a la de aquellos individuos de bata blanca y lentes; personas muy inteligentes e incapaces de causar daño, los típicos nerds de laboratorio o biblioteca. También pensamos en ellos a partir de personajes, esencialmente buenos, como aquellos de las series o películas que vimos cuando éramos niños. Para los adultos más jóvenes, qué tal el recuerdo del divertido científico de El Mundo de Beakman; y para los que ya pintan canas, les aseguro que el profesor Memelovsky de Odisea Burbujas los hará añorar aquellos felices días. ¿Cuántos de nosotros, clasemedieros afortunados, habremos jugado con Mi primer laboratorio Mi Alegría? ¿Cuántos niños pobres sólo lo habrán soñado? ¡Ah!, esa entrañable imagen del científico inteligente, bueno y honesto con los demás y consigo mismo.

En otros casos, los personajes son entes de ciencia que enloquecieron o que a partir de un acto de vileza en su contra o de alguno de sus seres queridos se fueron al lado oscuro; y, en consecuencia, dedicaron su intelecto y sus recursos económicos para erigirse en supervillanos. En la literatura tenemos varios y famosos casos ficcionales, por ejemplo, en las novelas de Sherlock Holmes, del escritor Arthur Conan Doyle, es el profesor James Moriarty, doctor superdotado intelectualmente, el más villano de todos sus enemigos. Otro asombroso científico literario, tal vez el más disparatado de su época, es el que se engendró en la mente de la escritora Mary Shelley, quien nos asombró con su Frankenstein, un monstruo, pero en todo caso bondadoso; creado por el apasionado científico Henry Frankenstein a partir del noble propósito de revivir a los muertos. Pero estos casos de científicos malvados o que crean monstruosidades nos llegaron ya más tarde, si acaso en la adolescencia, pero más seguro en la juventud y la adultez incipiente, cuando ya diferenciábamos a cabalidad entre realidad y ficción. Tal vez es por eso que como sociedad no estamos acostumbrados a la imagen del científico maléfico, y menos a la del científico corrupto; robaban los piratas, los ladrones de antifaz, pero no los científicos, ni siquiera los malvados.

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Esa imagen del científico de bata blanca, con lentes y en actitud de introspección, no permite que en el imaginario colectivo se ubique a este tipo de eruditos como parte del crimen organizado por desvío de recursos económicos de procedencia ilícita; pues desde niños nos enseñaron que los investigadores académicos son gente buena que busca el bienestar social mediante el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Debe ser en parte por eso, que la investigación de la Fiscalía General de la República (FGR) ha sido mal vista en amplios sectores de la sociedad; y si adicionamos que ha sido desvirtuada  en los medios por personajes muy relevantes o irrelevantes, pero famosos en el ámbito de la intelectualidad como es el caso de la ya devaluada académica Denise Dresser, quien ha denominado la investigación de la FGR como “espeluznante”; entre otros catedráticos como el biólogo Antonio Lazcano y el economista Rolando Cordera, quienes han tachado de persecución estalinista al proceder de la Fiscalía; entonces, tenemos que se está criminalizando mediáticamente una investigación que nos debería parecer de lo más normal, pues no se persigue a científicos por hacer ciencia, sino  que se investiga a individuos que mediante sus cargos públicos como facultativos universitarios e institucionales y amparándose en sus altos grados académicos, desviaron recursos económicos de su propósito fundamental: desarrollar la ciencia.

Es con los científicos y los académicos que defienden a capa y espada a los 31 imputados del Foro Consultivo Científico y Tecnológico A. C. (FCCyT) con los que más debemos tener una mirada crítica con respecto de sus opiniones, por dos razones fundamentales. Primero, debido a que son académicos o científicos, y, por ende, se sienten vulnerados, pues con este caso de corrupción en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt) se rompe la concepción generalizada de que los científicos son, por su investidura académica, honestos, moralmente probos e incorruptibles; y, segundo, debido a que como parte de la comunidad científica y académica puedan estar en contra de una profunda investigación de los manejos económicos de más instituciones de investigación, de las que ellos como individuos forman parte en un país de corrupción históricamente acendrada entre la sociedad. No debemos olvidar La Estafa Maestra, caso de corrupción mayor en el que están involucradas varias universidades de reconocido prestigio; la diferencia es que ahí la exposición del asunto se limitó a entidades académicas administrativas y no se expuso a profesores e investigadores.

Es muy posible que, como consecuencia de la denunciada corrupción en el Conacyt, se destapen más casos de corruptelas en la ciencia, pues el periodismo tiene ya sus miras en el ámbito académico; y el gobierno de la 4T todas las baterías enfocadas en combatir la corrupción. La sociedad debe tener en cuenta que los 31 acusados duplicaron el primer y original Foro Consultivo Científico y Tecnológico que fue creado dentro del organigrama del Conacyt. Los académicos imputados crearon una Asociación Civil del mismo nombre, a la cual, en contubernio con los entonces directivos del Conacyt, desviaron millonarias sumas de dinero para luego dilapidarlas en asuntos banales y caros. Recuérdese que, esta banda de científicos, aprobó dictámenes a favor de la Reforma Energética, así como evaluaciones favorables al gobierno y empresarios en asuntos tan delicados como el accidente en la mina Pasta de Conchos. Es importante tener presente que muchos de sus integrantes son muy cercanos a políticos, sobre todo, priístas y panistas.

Por lo anterior, es muy probable que esos científicos, aficionados a la buena vida, a los que les pagábamos gasolina, celulares y hasta su tintorería; además, de banquetes costosos y viajes alrededor del mundo con nuestros impuestos, tengan más blancas las batas que sus conciencias. Es plausible, por un tiempo y hasta que la corrupción y los dispendios en la ciencia se erradiquen, que nos tengamos que acostumbrar a otra imagen de los científicos, más acorde con la del doctor Jekyll y el señor Hyde, de la novela homónima del escritor Robert Louis Stevenson; ya saben, el científico de dos personalidades: la buena y la mala; para el caso de los 31 imputados y de los que a partir de ahora se descubran en transgresiones legales: paladines del desarrollo científico en una personalidad y corruptos saqueadores del erario en la otra.

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La Última Trinchera

Roberto E. Galindo Domínguez

Sudcaliforniano por decisión. Escritor. Maestro en Apreciación y Creación Literaria (Casa Lamm) y en Ciencias en Exploración y Geofísica Marina (Instituto de Geofísica-UNAM). Licenciado en Diseño Gráfico (Facultad de Artes Plásticas-UNAM), en Arqueología (ENAH) y en Letras Hispánicas (UAM). Investigó barcos hundidos y restos culturales sumergidos (INAH). Fue profesor en la ENAH y la UnADM. Tiene un libro y ensayos científicos en publicaciones nacionales e internacionales. Escribe en “Contralínea” y “El Organismo”. Ha colaborado en “Gatopardo”, “M Magazine” y otras revistas. Red Voltaire Internacional (París) seleccionó y publicó 29 de sus textos. Doctorante en Investigación y Creación de Novela (Casa Lamm). Miembro del Taller de la Serpiente y Mar Libre.

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