Ciencia y religiones ¿Son compatibles? (I)

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Una religión es un sistema cultural de creencias en lo sobrenatural, teleológica y que funda una moral. Se caracteriza por ser grupal y ritualista. Hay religiones teístas y ateas.

Los rituales ligados a la religión son prácticas sociales, pero la base religiosa es la fe. La fe es la creencia ciega a ciertos dogmas, nociones o doctrinas, sin el uso del pensamiento crítico. ¿Es compatible con las metodologías científicas que se basan en la duda? Históricamente, la respuesta es sí.

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Tan sólo si revisamos la biografía de la mayoría de los naturalistas, filósofos y científicos, resulta que han sido personas religiosas. Sobre todo los matemáticos y físicos como Napier, que —al tiempo que desarrollaba los logaritmos—escribió un tratado sobre el día del juicio final. O Newton o Galileo. Quizá el alto índice de matemáticos que cree en Dios se deba no sólo a su educación, sino a la noción de cosmos, de estructura lógica que para ellos posee el universo, lo cual lo liga a una Creación ordenada.

La noción de causalidad del científico es compatible con la del mago. El pensar que los fenómenos son causados por otros, que pueden ser descubiertos, es un principio religioso. Platón, en el Sofista, sostiene que la naturaleza no engendra sin inteligencia pues, si no, el mundo no sería ordenado, por lo tanto la causa debe ser una divinidad artística, y en el Timeo nombra a este creador como: “Demiurgo”.

Algo similar ocurría entre los naturalistas como Cuvier o Agassiz, quienes, a pesar de sus nociones evolutivas, pensaban que Dios era el primer motor, ya que la belleza de la vida podía clasificarse.

Sin embargo, la ciencia moderna entendió la filosofía kantiana de no hacer de la relación causal un nexo ontológico, sino una conexión de las cosas como objetos de la experiencia. Según Kant, no hay medio para remontarse desde la causalidad empírica hasta una causalidad divina o, como lo interpreta Brunschvicg: un Dios que por hipótesis no lo es, es una operación imposible.

Las ideas sobre el origen y la estructura universal ya no son principal doctrina religiosa y, los dioses, para la mayoría de la población, no son entidades cósmicas que parten de ideas filosóficas sino ídolos reales, al servicio de los anhelos personales, que viven en lugares incognoscibles y existen atentos a las banalidades humanas.

Dios no sería un principio de movimiento sino un ídolo gigantesco y omnipotente, que ha creado humanos a su imagen y semejanza para regir el planeta con un sentido misterioso, pero especial. Según González Rojo, esta psicosis —tratar lo ficticio como real— proviene de una introyección mediante la educación o, en palabras groseras, i.e., lavado de cerebro.

Casi todas las doctrinas religiosas parten de los mitos institucionalizados. La única diferencia entre el mito de Zeus preñando a Dánae en forma de luz dorada y el dogma del Espíritu Santo preñando a María, es que en el primero ya nadie cree, mientras que el segundo es venerado como un hecho milagroso. Al institucionalizar los mitos, la religión se vuelve una charlatanería alienante.

Convertir una metáfora o un símbolo en una verdad se conoce como psicosis (creer que lo ficticio es real)[1]. Muchas religiones aluden a la resurrección o al regreso de los muertos, reencarnados de un más allá. La putrefacción de los cuerpos muertos ni siquiera es una teoría científica ¡es un hecho natural! Sin embargo, las religiones, al tomar los mitos como hechos, psicotizan al creyente.

De esta manera, la religión como sistema político puede condenar la observación y forma el sentido común. Como escribe Edward Gibbon en Decadencia del Imperio Romano, lo que más condenaba la Iglesia de Bizancio a partir del siglo VI, era el estudio de la naturaleza. Tristemente, somos animales que esculpen una verdad no basada en los hechos, sino en la interpretación de los hechos.

Los que piensan que ciencia como pensamiento crítico, y religión, pueden convivir de manera armónica, son ingenuos o ignorantes de los hechos históricos y de las doctrinas religiosas. Una cosa es que los científicos tengan una fe individual y otra es que la fe como institución no sea hostil a las teorías científicas.

La religión es una abstracción, lo que la sustenta son los creyentes. Y muchos creyentes siguen siendo hostiles a diversas consideraciones de conocimiento científico. Quizá, lo que algunas personas fanáticas atacan, no sea a la ciencia como tal sino al pensamiento crítico, que es la base del científico. Las preguntas son incómodas y las probables respuestas, o hipótesis, tienden a abrir panoramas más bastos que las doctrinas de religiones anquilosadas. Esa pérdida de certeza es lo que temen los sacerdotes, teólogos y autoridades eclesiásticas, pues el negocio se les viene abajo.

Casi no existen registros de una incompatibilidad entre la ciencia y las religiones antiguas. Esto puede deberse a que la ciencia era considerada una actividad mística, que los propios iniciados ejercían en los colegios de sacerdotes, como las enseñanzas de Hermes en Egipto. La misma geometría era considerada dentro de los aspectos religiosos, cuyo conocimiento era tanto esotérico como exotérico entre las culturas sumerias, babilónicas y egipcias. Incluso los pitagóricos tenían la creencia de que el número era la esencia del universo, desde una estética doctrinal. En la Academia de Platón, por ejemplo, la ciencia —conocimiento— de la música, las matemáticas y la astronomía, estaba ligada al culto a las musas y se relacionaban con sacrificios rituales.

Dos ejemplos ilustran que no es tanto la ciencia como el ateísmo lo que sancionaba la sociedad: la condena a Anaximadro, por haber considerado al sol como una bola de fuego más que como un dios, y el desprecio de San Jerónimo al pensamiento atomista de Lucrecio, que negaba a los dioses o les restaba importancia. De aquí, podemos inferir que los científicos debían ser creyentes, por lo menos para la opinión pública, ya que de otra forma serían condenados a muerte por blasfemia.

El atomismo le horrorizaba a Platón, pues el agnosticismo de Leucipo y Demócrito consideraba que los dioses no eran necesarios y, según el cosmos platónico, la causa del orden es el Demiurgo o la Divinidad Creadora, que teólogos medievales identificaron como su propio Dios cristiano, falsificando o torciendo las doctrinas platónicas. Irónicamente, Newton contribuyó a establecer explicaciones no deístas para entender el movimiento físico, aun cuando él consideraba que no podía existir otra explicación que Dios.

La idea de que la religión es mera superstición se afianza en el siglo XVIII, gracias a materialistas como La Mettrie o el Barón de Holbach. Lo que critican, más que la filosofía como base de la doctrina religiosa, es a la religión como detentora del poder.

Los enciclopedistas sustituyeron a Dios por la Diosa Razón y se mostraron hostiles al clericalismo. Pero el sueño de Condorcet de que el Iluminismo sustituiría a las prácticas religiosas no se cumplió. Incluso la célebre muerte de Dios según Nietzsche, en una época donde el psicoanálisis freudiano atacaba a la religión como mecanismo represivo, el darwinismo social de Spencer se afianzaba como dominante, la tesis de Feuerbach sobre la religión como aparato de alienación y el anarquismo de Bakunin que clamaba que mientras existiera un dios en el cielo el hombre no sería libre en la Tierra; no llegó realmente a cumplirse.

¿Puede morir algo que no existe como realidad material? Pues sí, muchos dioses han muerto, ya no se les considera reales y sus ritos han sido abandonados, pero esto se debe a procesos de guerra en donde el conquistador somete al conquistado ideológicamente; recordemos cómo se expandieron Judaísmo, el Islam o el Cristianismo, mediante  rutas de sangre y genocidios.

Lo que los filósofos materialistas comenzaron a cuestionar, era que los dogmas eran invenciones. Ya Nietzsche pensó en que la moral era un invento de las clases poderosas para mantener su poder mediante las doctrinas y espetó a los sacerdotes de parásitos. La noción de que las religiones surgieron en una época de ignorancia absoluta no es del todo cierta, pues en la actualidad siguen surgiendo doctrinas y sectas, pero la noción de que toda aseveración metafísica es falsa, permea en un pensamiento crítico radical, tal como lo pregonaba Christopher Hitchens. Esta es una postura un tanto simple, ya que la misma concepción de vida y materia son también metafísicas y no han impedido el desarrollo de la biología ni de la química.

 

Continuará…

[1] Una discusión filosófica de este tipo ocurre en las matemáticas; la noción de si los números son reales (concretos y materiales)  o no.

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

Doctor en Ciencias Marinas. Recibió el Premio Internacional de Divulgación Científica “Ruy Pérez Tamayo” en 2012. Entre sus libros sobre temas científicos destacan “Tiburones, supervivientes en el tiempo” y “Ensayos en Filosofía Científica” en coautoría con David Siqueiros.

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