A 10 años del incendio de la guardería ABC. Testimonios de médicos de BCS

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FOTOS: Internet.

El Beso de la Mujer Araña

Por Modesto Peralta Delgado

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Fue hasta entrada la noche del día 5 de junio de 2009, cuando Srul Schcolnik Navarro, residente de Pediatría del Hospital Infantil de Sonora, supo que la causa del ingreso de decenas de niños y niñas severamente quemados había sido por el incendio de una guardería. Así le llegó el rumor. Estaba en Hermosillo; tenía 26 años. El nombre de ese lugar sigue tatuado en la memoria de los mexicanos. La tarde de ese mismo día, Naú Peralta Delgado —entonces, con 29 años de edad—, residente de Terapia Intensiva en el Hospital General del Estado de Sonora, cooperaba en la urgente labor de separar a los menores por los que ya no se podía hacer nada, de los que había qué atender de inmediato. La causa del siniestro les llegó luego de horas de vivir unos hechos que les parecieron, primero, inexplicables, pero que después han sido descritos, simplemente, como horripilantes: ver llegar ambulancias con lactantes totalmente calcinados, atender cuerpecitos irreconocibles; y también, atestiguar el reclamo desesperado de los padres y madres buscando a sus criaturas. 49 murieron. Que no se olvide.

A 10 años de la tragedia infantil más grande de México, el incendio de la guardería ABC en Hermosillo, Sonora, este medio contactó a dos doctores que estuvieron en esos momentos y que hoy en día radican en Baja California Sur. Schcolnik Navarro: médico pediatra intensivista, originario de Jalisco, quien lleva ya 5 años adscrito a Medicina Intensiva Pediatra del Hospital Salvatierra, en La Paz, BCS; y Peralta Delgado, médico internista originario de Ciudad Constitución, BCS, quien trabaja allí, en distintos hospitales de su ciudad natal. Ambos, hombres casados y con hijos, aún se estremecen al recordar el suceso. Estas memorias los cimbran. Luego de una década en el caso que continúa impune; en que se debería continuar vigilando la seguridad de las instalaciones donde cuidan a menores —en todo México, ¡en todo el mundo!—; en que algunos sobrevivientes siguen recuperándose, y otros quizá nunca se recuperarán de la dolorosa experiencia de la muerte; respetuosamente, CULCO BCS publica esta crónica, tomando prestado estos testimonios.

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Vacíen Urgencias, pasó algo grave

La tardenoche de ese viernes 5 de junio de 2009, Srul Schcolnik Navarro ya estaba con la mochila al hombro, listo para irse a descansar pues al siguiente día tenía guardia —de esas guardas maratónicas, pues cada tercer día se quedaban toda la tarde y noche del día siguiente y, a veces, seguir trabajando en la mañana. Ya tenía un pie afuera de Oncología Pediátrica del Hospital Infantil, cuando notó un “movimiento inusual”. Empezaron a subir a todos los que estaban en Urgencias: tenían que dejar vacío el espacio. ¿Qué había pasado? El procedimiento común —explicó—, es que si va a salir un paciente de esa área, lo presentan a médicos y enfermeras, sin excesiva prisa, para la revisión final y pasarlo al sitio más apto para su recuperación. Sin embargo, éste no era el caso: empezaron a sacarlos inmediatamente, “lo cual es una anormalidad total, porque todo indicaba que Urgencias necesitaba estar libre, necesitaba estar vacío porque algo había pasado”.

Bajó a Urgencias, para saber si podía ayudar en algo, y también —no menos importante—, porque su novia —hoy esposa— entraría a hacer guardia allí, y quería asegurarse que estaría bien. “Vi que estaba medio vacío: pocos médicos, pocas enfermeras, estaban ocupados en algo más, y en las camas no había prácticamente ningún niño internado en Urgencias. Mi primer pensamiento fue ¿Por qué no hay ningún niño en Urgencias? ¿Por qué pasaron todos a piso? ¿Por qué vaciaron? ¿Cuál era la urgencia? Después me enteraría que no estaban algunos de mis compañeros en Urgencias, porque habían salido en alguna ambulancia”. Vio cuando el Jefe de Residentes subió con dos o tres compañeros residentes a la primera ambulancia que estuvo libre hacia el Hospital General, “porque parecía que al Hospital General estaban llegando niños quemados para atenderlos”.

En esos momentos, algunos compañeros que se cruzaron con Srul no sabían qué pasaba. “Se hablaba de un incendio o niños quemados”. No es algo tan poco común: el calor excesivo de Sonora los provocaba, por ejemplo, o las casuchas de gente humilde que se incendiaban, hacía que les llevaran niños con este tipo de lesiones. “Pero no terminaba de entender porqué era necesario vaciar Urgencias. ¡Nunca imaginé la magnitud de la tragedia que se venía!”.

Llegó la primera ambulancia. Sonó la alarma del cuarto de choque de Urgencias, que significa que viene un paciente sumamente grave y había que realizar medidas inmediatamente… “Y al entrar a la sala de choque era un paciente, un niño, un lactante, prácticamente quemado en su totalidad. No hubo tiempo de reaccionar para atender a ese paciente cuando empezaron a sonar muchas más ambulancias”. Su cuerpo estaba tan calcinado que sólo se le figuró que podría ser un lactante, menor de dos años, por el tamaño. De hecho, nunca supo los nombres de los atendidos, tanto daño en sus órganos los había dejado difíciles de reconocer: “no teníamos una relación de qué niño estábamos tratando o de qué nombre tenían”. Además, la reacción luego de una quemadura tan grave es una hinchazón que provoca que el rostro no sea fácil de reconocer: cejas, orejas, cabellos incinerados, hace imposible distinguirlos —explicó el médico. Y no terminaban de atender a este primer bebé, cuando empezaron a sonar las sirenas “otra vez, y otra sirena y otra sirena y otra sirena, y sólo escuchábamos el vaivén de las puertas de Urgencias”.

Al ver la magnitud de la tragedia, empezaron a localizar a los residentes que ya había salido de turno. Srul se incorporó allí mismo, de inmediato. La sala de Urgencias que había visto vacía, en cosa de una hora, estaba atestada de niños y niñas quemados; el área de choque ya era solamente un paso para entrar rápido a las camas de urgencias, conforme llegaban, a como podían. “Te mentiría si te diera el número exacto, porque no lo sé, perdí la noción”, aunque está seguro que de la cifra de los 49 menores fallecidos, decenas de éstos sí fueron trasladados allí. Algunos llegaron sin vida.

Le tocó atender a varios de heridos. Lo primero que tenían qué hacer era quitarle la ropita para atender las lesiones, aunque algunos llegaron sin sus prendas, auxiliados por los paramédicos que los trasladaban. El olor —relató Srul, ya con un nudo en la garganta—, era fuerte, indescriptible, inenarrable. “Es un olor quemado… No lo puedo describir con las palabras adecuadas pero es un olor muy particular… Puedo decir que nuestra ropa se quedó impregnada de ese olor a humo, de ese olor a los gases a los que estuvieron expuestos”. La mayoría de los pequeños llegaron inconscientes, pero otros emitían algunos sonidos, se quejaban quedito con las escasas fuerzas que les podían quedar. La tragedia conmocionaba al equipo médico, pero tenía que ser más fuerte la acción inmediata: salvar. “Nuestra prioridad era que pudieran respirar colocando un tubo y una vía para sedarlos, ponerles medicamentos para el dolor, analgesia y empezar los líquidos y los antibióticos lo más pronto posible”.

Las víctimas del incendio de la guardería ABC presentaban quemaduras sumamente graves. No sólo era perder la piel, perdieron también grandes cantidades de líquidos, y las lesiones internas provocaron severos daños, como tapar las vías respiratorias. “Había que tratar el dolor y asegurar la vía aérea del niño (…) Colocar un tubo a través de la boca, hacia la tráquea para darles oxígeno y aire con presión para que se puedan seguir expandiendo, y trabajar los pulmones a pesar de estar quemados (…) Cuando se empiezan a hinchar es muy difícil intubarlos, si toda la piel está quemada para encontrar una vena y colocar un acceso es difícil, entonces a varios de ellos se les colocaron accesos intraóseos, que significa que en el hueso en la superficie de uno de los huesos largos, introducían una aguja para llegar a la médula ósea”. Y todo, era hacerlo a la velocidad de la luz. Actuar con la mayor rapidez: todos eran urgentes; hacer lo que sabían, y si no, dar lugar al de más pericia; trabajar con la cabeza fría, a pesar de la impresión, de ni siquiera saber qué había pasado, porque en esas primeras horas, aún no sabían que todo procedía del incendio de una guardería. No sabían que algunas las víctimas del siniestro les llegaban por un “filtro” ubicado en el Hospital General del Estado de Sonora.

Separar a los vivos y a los muertos

En efecto, Srul Schcolnik Navarro, recibió en el Hospital Infantil a menores quemados que provenían del Hospital General. Allí estaba Naú Peralta Delgado, quien entonces era residente de Medicina Interna. No se conocían; nunca se conocieron. Tal vez esta crónica sea la primera vez que sus nombres y rostros se crucen.

Peralta Delgado también recuerda que estaba por irse de su guardia a descansar cuando llegaron las ambulancias. El Hospital General del Estado “Doctor Ernesto Ramos Burs”, quedaba relativamente cerca de la guardería ABC, por eso llevaron allí algunos menores. Además de su propia vocación de servicio de salud, ¿por qué llevarlos primero ahí, que era un hospital enfocado a los adultos? Para hacer un triage. ¿Qué es un triage? “Distinguir qué niño está muerto; qué niño está quemado gravemente; y de los que estén quemados, cuáles son recuperables (…)  Éste si es recuperable, llévenlo al Infantil; éste está muerto, póngalo ahí para que vengan las autoridades, que vengan padres para la identificación… Los poquitos con los que nos quedamos se murieron, las maestras se murieron, no recuerdo si una o dos (…) Siempre en una contingencia, en una catástrofe de ese tipo, se atiende a los que son recuperables, a los que tienes más posibilidades de que vivan. Entonces, esa fue de inicio lo que hicimos en el hospital, porque finalmente los pacientes pediátricos que se atendían que se identificaban y que se trataban, terminaba con el envío hacia el Hospital Infantil“.

En su caso, le tocó atender a tres niños que ya estaban intubados, seriamente quemados del cuerpo y de vías aéreas; no pudieron trasladarlos al Hospital Infantil, ya que por su gravedad ni siquiera podían moverlos de sus camillas; estaban totalmente dependientes del ventilador, con el oxígeno muy alto. Especializados en pacientes adultos, los médicos y residentes del Hospital General tuvieron la valiosa colaboración de un residente de Pediatría “que tampoco estaba de guardia, el médico fue como voluntario y nos estuvo ayudando bastante, porque él se quedó hasta que falleció el último paciente que teníamos. Así de ¿Sabes qué, Doctor? Pues ya no hay nada qué hacer, se apagó el ventilador, se envolvió el cuerpecito, de un niño de… Sería de unos 4 años, creo. Ya se murió, se murieron los que teníamos, ya no tengo nada qué hacer aquí, y se fue”. Otra población que a Naú le tocó atender fueron las maestras que también sufrieron quemaduras serias y que se quedaron en Terapia Intensiva. Algunas sobrevivieron.

La desesperante agonía de los papás

“Llegaban los papás… La sala de Urgencias era un caos, a donde los residentes, a donde ninguno de ni yo ni mis compañeros, yo al menos, no quería pararme…”, relató Srul Schcolnik. Ellos luchaban por rescatar a los niños, pero resultaba inevitable ignorar a padres y madres vueltos locos de la desesperación. “Se escuchaban hasta adentro algunos gritos, llantos… De repente se escuchaban golpes a las puertas… No podría decirte que era un llanto… Gritos que haya escuchado en otra circunstancia. ¡Eran alaridos, no sé cómo decirlo de otro modo!, de dolor porque una cosa era cuando sabían que probablemente sus hijos estaban adentro, porque tampoco había un buen flujo de información”.

Ya entrada la noche —y los días siguientes—, señores y señoras entraban desconsolados al Hospital Infantil a buscar a sus hijos. Pasaban a las camas con personal de apoyo, de Psicología o Psiquiatría. “Quien lograba identificar a su hijo era una gran ventaja, porque eran todos de similares edades, de similares tamaños, y un paciente con una quemadura cambia radicalmente, más aun con esa extensión de quemaduras es prácticamente imposible saber quién es, incluso un adulto”. Días después, Srul habló con su madre, le dijo que se sentía triste, abrumado, cansado, que era algo que nunca había visto, que no sabía explicar…

Por su parte, el doctor Peralta también regresó a casa a dormir unas cuantas horas y presentarse temprano al hospital, a recibir el turno. Sus compañeros que salían iban con la mirada perdida o los ojos rojos de haber llorado; lucían despeinados, manchados, como si hubieran salido de un campo de batalla. Uno de ellos le dijo No manches, cuando empecé a ver, nos salimos yo y una compañera que eran de los que tenían hijos, y lo primero que hicimos, así como instintivo, agarramos el celular y a marcarles a nuestras esposas o esposos, y a preguntar cómo está el niño o cómo está la niña, porque se nos enchinaba la piel y se nos revolvía el estómago de ver el espectáculo de lo que estábamos viendo. Fue una cuestión horripilante —dijo. Además, los médicos y residentes se iban yendo con un nudo en la garganta de ver que todavía, a temprana hora, seguían llegando padres de familia buscando a sus niños.

Varios padres y madres se habían pasado la noche tratando de encontrar a sus pequeños en los diferentes hospitales de Hermosillo: todavía no daban con ellos, o a algunos no los podían identificar. Naú tenía hijos pequeños y no podía evitar compadecerlos en su impotencia. “¡La angustia! ¡¿Estará vivo?, ¿estará muerto?, ¿estarán quemados?, ¿podrán tener posibilidades?!”. Hubo casos de padres “que veían unos tenicitos y se tiraban a llorar ahí, con la ropa de niño quemado, que pudo haber sido su hijo… O no, ya no supe el desenlace”. Unos tenis, cualquier prenda, lo que fuera reconocible, en ese momento eran los únicos objetos dolorosos para asir con sus manos, objetos cargados de la premonición de la muerte. Uno de ellos era un compañero suyo, enfermero de Terapia Intensiva, a quien el médico describe como un “excelente enfermero”. Él era de esos padres de familia que pasó por ahí, con sus compañeros, con la mirada perdida, sin mirarlos, sin saludar. Y ellos estaban ante sus ojos, en shock, sin atreverse a preguntar por noticias de su hijo, menos aún dirigirle un saludo de cortesía. Alguien así “no te escucha en esos momentos, para esa persona no hay ninguna palabra, no cansancio, no hay nada. Solamente estás buscando a tu hijo”.

“Fue un caso muy horrible. Me tocó estar ahí, me tocó vivirlo, me tocó sentir el sentir de algunos padres que estuvieron en esas circunstancias, que obviamente jamás en la vida quisieras pasar por algo igual, que no se lo deseas a nadie, que tu dejas a tus hijos al cuidado de una empresa que se dedica a eso, tú lo que esperas que tu hijo este seguro mientras tu realizas tus labores, tu trabajo… ¡O sea, a eso se dedica la empresa: a cuidar tus hijos! Es algo delicado que requiere mucha responsabilidad, y que un día equis te hablen y te digan ¿Sabes qué?, necesitas venir, porque se quemó la guardería, ocurrió un accidente y tu hijo puede ser que esté muerto, esté quemado, no lo encontramos… Es de poner la piel chinita, es algo espantoso. Yo creo que con más razón se debieron de haber puesto muy firmes las autoridades en encontrar culpables, resolver el problema de raíz, escarbar todo lo necesario y encontrar, hacer veredictos… Fue algo muy serio que no tiene porqué quedar en el olvido”.

Ese día siguiente —recuerda Naú—, dejaron en el área de médicos una charola con sándwiches, botanas y jugos, “cuando en realidad a veces ni desayuno nos daban, pero como dijeron que iba a ir Felipe Calderón, que había llegado con la esposa y que iban a ir un séquito al hospital, pues obviamente, quedando bien, mandaron todo eso”. Al final, el entonces Presidente de México no fue a ese hospital, sino al Infantil. Al General, quienes llegaron fueron varias doctoras del Hospital de Magdalena de las Salinas de México —el hospital de quemados de concentración del IMSS en la Ciudad de México. “Llegaron, obviamente al estilo de hospital de México, queriéndonos corregir todo y regañar por todo. Pero no, la realidad es que los pacientes estaban bien atendidos, al final me acuerdo el comentario que hicieron es voltearon a verse entre ellas y dijeron Es que están bien manejados, o sea, no hay quejas“.

A 10 años del incendio de la Guardería ABC, el Movimiento Ciudadano por la Justicia Cinco de Junio acusa al hoy presidente Andrés Manuel López Obrador “de guardar silencio en la lucha por la justicia”, donde perdieron la vida, en total, 25 niñas y 24 niños. La Jornada, publicó que los padres y ciudadanos “demandan al Estado Mexicano negarle la justicia por sus nexos con los responsables de la tragedia, tanto con Marcia Matilde Altagracia Gómez del Campo, una de las dueñas de la estancia infantil (…) prima hermana de la ex candidata a la presidencia Margarita Zavala de Calderón; (…) al ex procurador Abel Murrieta y ex gobernador Eduardo Bours Castelo, que mantienen congelados los expedientes que investigan su responsabilidad en el incidente. Le recordamos que ha casi 10 años (…) a la fecha no se encuentra ni una persona en la cárcel pagando por este crimen, ni particulares, ni servidores públicos”.

Funcionarios corruptos y héroes anónimos

¿Qué pasó después? ¿Cómo los marcó? Naú Peralta Delgado asegura nunca haber vivido un evento similar en su carrera: “puedes tener tragedias (…pero) lo más duro es que estás hablando de niños que no tenían la culpa. Niños que por una negligencia murieron y murieron de la peor forma, quemados. Y que si quedaron vivos, quedaron con múltiples secuelas, y algunos físicas, respiratorias, amputados. En ese momento teníamos poca información, al tiempo supimos que fue por una bodega que se quemó; que la guardería no tenía las mínimas medidas de protección en casos de contingencias de este tipo; que no era la única, que había muchas irregulares y entregadas a familias acomodadas; que nunca hubo culpables (…) La corrupción que hubo en el manejo de los casos, la falta de resolución y de empatía de las autoridades hacia los padres”.

Reclama que se le dé atención a otros problemas, que también lo ameritan, pero defiende: “se dio poca relevancia a los niños quemados”. Supo que después, algunos padres trasladaron a hospitales de Estados Unidos a algunos sobrevivientes. “Hubo padres que tenían dos o tres hijos en la misma guardería, y se les murieron dos y quedó uno vivo, ¿en qué condiciones está ese que quedó vivo? Ahorita, a diez años qué hace, qué secuelas tiene, cómo ha sido su vida después de esto. O sea las implicaciones van mucho más allá de Se quemaron y hasta ahí, ya pasó, vamos a arreglar las guarderías para que no vuelva a pasar. Creo que está subestimado este accidente”. Ya no le tocó, pero imagina que los pediatras que se quedaron atendiendo a los sobrevivientes tuvieron que manejar fuertes crisis también de los papás, “todo lo que tuvieron que pasar después, debió haber sido muy duro, durísimo. Finalmente uno es médico y dicen el médico se acostumbra y ya sabe, Está acostumbrado, pero uno no es sólo médico también es ser humano y aparte uno es donde más te puede doler que es un hijo”.

Srul Schcolnik Navarro y Naú Peralta Delgado. FOTOS: Cortesía.

¿Qué te deja? —responde Naú Peralta: “Te deja empatía. Yo vi mucha colaboración médica: médicos, y no médicos, personal de salud, enfermería, trabajo social, paramédicos, camilleros, médicos generales, especialistas, residentes, internos… Todos, se volcaron a atender a esta población. No hubo necesidad de pagos extras, de bonificaciones de premios de promesas, no, no, no (…) Yo siento que el sentido de colaboración en el ser humano siempre va a estar, en el gremio médico continua estando, a pesar de que somos muy golpeados últimamente, muy criticados, muy catalogados como fríos, como poco comprensivos, como médico de maquiladora, ignorantes iatrogénicos… Yo en esa ocasión vi mucha cooperación”. Días después de todo esta tragedia tuvo un fuerte dolor abdominal: resultó que fue una apendicitis, y terminó siendo operado.

Así que si hay algo positivo en medio de esta desgracia es la demostración de la vocación de salvar vidas. De repente, eso da un poco de esperanza en la humanidad. Srul Schcolnik contó, primero, que el Hospital Infantil de Sonora, no contaba con todo el equipo necesario ese 5 de junio de 2009. Sin embargo, al calor de la plática, pensó en voz alta después: “¡no creo que haya un hospital preparado para eso!”. Contó que no eran suficientes los residentes, pero, sin saber de dónde sacar la energía, se sumaron para trabajar por jornadas kilométricas cirujanos, cirujanos pediatras, neontatólogos, enfermeras… No puede recordar cuántos colaboraron. Apenas si recuerda la hora en que salió él: “serían las 10, tal vez, 11 de la noche”. Se fue a su casa para regresar al día siguiente temprano. Apenas unas horas para dormir y continuar la hazaña.

Luego de Pediatría, Srul estudió Terapia Intensiva. La tragedia lo marcó. Quiere estar más preparado. Atiende casos graves de niños y niñas en el Hospital Salvatierra, en La Paz. Era noche cuando platicamos él y yo sentados en una banca del malecón. Yo me estrujé mientras oía el relato. Cuando apagué la grabadora, prendí un cigarro. Le ofrecí, pero no fuma. Nos apretujamos los ojos, pero no por el humo. Y todavía, mientras escribo esto, he tenido que levantarme, fumar, relajar la mirada; intento tener la cabeza fría, pero es difícil. Si uno redacta tratando de reprimir el llanto, no me imagino a los doctores que tuvieron a esos pequeños calcinados, y creo que me será imposible ponerme en el lugar de esos padres y madres. Lo único que me es posible es ayudarlos a que esta tragedia no se olvide. Y que nunca se repita.

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