¿Somos más estúpidos que nuestros ancestros? (II) Sobre disonancia cognitiva

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FOTOS: Internet.

La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Quizá los adultos culpan a los jóvenes de estúpidos porque piensan que nos los pudieron educar para que respondan a sus expectativas olvidando su pasado. El conflicto entre el ser y el deber ser resulta central como pugna entre ética y moral. De cualquier forma, su aseveración es sesgada y se enmarca en la disonancia cognitiva. Quizá la disonancia es necesaria en algunos casos para poder sobrevivir en un mundo hostil, sin embargo es una fuerza idealista cegadora que refuta el mundo y prefiere el modelo.

Así, no importa la observación de una barco que desaparece a niveles distintos en el horizonte, la sombra terrestre sobre la luna en los eclipses, los husos horarios o las fotografías satelitales; seguirán existiendo miles de personas que afirmen la no esfericidad del planeta. Así, no importa que en La Biblia se contabilicen más de dos millones de humanos asesinados por o bajo órdenes o en nombre del Dios judeocristiano, millones de judíos y cristianos seguirán afirmando que su dios es infinitamente bondadoso.

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La disonancia cognitiva es especialmente irritante en los discursos de los políticos, que aunando su hipocresía ofensiva con su avidez, a veces parecen fervientemente creerse sus propias mentiras.  Contraponer la estupidez a la inteligencia ha sido lógico, definir esta última no tanto.

Stephen Jay Gould mostró en La falsa medida del hombre la falacia que pasó por ser científica varias décadas (incluso algunos todavía creen en ella) de la inteligencia como entidad singular, su localización en el cerebro y su cuantificación en un cociente (IQ). El uso de ese número ha sido utilizado para clasificar individuos y grupos humanos por razas, sexos o clases sociales como inferiores o superiores. Gould se centra en el análisis de grandes conjuntos de datos utilizados para justificar una inteligencia unitaria como determinismo biológico.

También R. J. Sternberg muestra las limitaciones del IQ para resumir las habilidades y capacidades potenciales del hombre en su obra  Beyond IQ: A triarchic theory of human intelligence. Ningún número puede clasificar ni el funcionamiento mental ni el mérito general, por lo que sólo queda el pensamiento cualitativo y no cuantitativo sobre un noúmeno tan lábil como la “inteligencia”.

Pero clasificar a los humanos como “inteligentes” o “idiotas” va más allá de una discusión psicológica: tiene implicaciones políticas. Gould nos describe como el francés Alfred Binet, creador del test de IQ evitó la interpretación hereditaria de su teoría ya que esta sólo estigmatizaría a los niños tachándolos de “ineducables”. Cosa que fatalmente ocurrió en países como los Estados Unidos lo que pervirtió la propia teoría de Binet.

La interpretación hereditaria del IQ fue desarrollada por tres psicólogos estadounidenses, Goddard, Yerkes y Treman. Este último, L.M. Terman, fundó el “movimiento americano de valoración psicológica”. Encontró que un IQ entre 70 y 80 es “muy común en familias hispanoamericanas, indias y mejicanas, y también en las negras. Parece que la causa de su estupidez es racial o, al menos, atribuible a condiciones innatas de su familia (…) y, desde el punto de vista eugenésico, el hecho constituye un grave problema debido a la elevada proliferación de estas gentes”.

Subrayo al lector el término sobre la eugenesia, nos remite a la justificación de los nazis para exterminar a miles de niños y adultos que consideraban inferiores. Dos décadas después de El Holocausto, los psicólogos estadounidenses colocaban nuevas bases para justificar futuras matanzas.

A finales de los años 60 el psicólogo de la universidad de Harvard, Arthur Jensen, publicó: “¿Cuánto podemos elevar el cociente de inteligencia y el rendimiento escolar?” en el que defendía que la diferencia en las calificaciones del cociente de inteligencia entre blancos y negros está determinada genéticamente. Basándose en las ideas de Jensen, el físico de la universidad de Standford, William Shockley, propuso en 1972 la esterilización masiva de los individuos con cociente intelectual inferior a 100.

Entender la inteligencia

El conflicto entre Educación contra Naturaleza diluye la complejidad de la realidad y del mundo y nos lanza a una falacia de Falso Dilema. Así, la inteligencia no es un fenómeno mesurable sino más bien un concepto filosófico equivalente al entendimiento.

Tanto para Platón como para su discípulo Aristóteles el entendimiento era la capacidad de pensar dando límites, cosmos y medida a las cosas. El término era noesis (όησις) a este tipo de penetración intuitiva siempre racional.

El término inteligencia como entendimiento ya es medieval y lo usa Tomás de Aquino como sinónimo de conocimiento íntimo. Intus legere sería un leer dentro de uno mismo.

En la actualidad, parece que cuando nos referimos a la inteligencia nos referimos a un entendimiento comprensivo por el cual entender significaría captar los significados simbólicos (proceso semiótico) la fuerza o la forma de los argumentos o el valor de las acciones. Es justo basándose en esta acepción que Binet soñó con medirla objetivamente con cocientes matemáticos.

De nuevo se complica el asunto pues la inteligencia estaría ligada al comprender. ¿Comprender qué? La verdad revelada de Dios, contestarían los escolásticos medievales que pelearon siglos sobre el valor y la posibilidad de dicha comprensión.

Es en el siglo XIX donde se resaltó la dificultad de aplicar la causalidad al dominio de los acontecimientos históricos o humanos. Allí se separó la comprensión filosófica de la comprensión como probable causalidad desde las ciencias naturales.

Definiciones y acercamientos hay incontables, algunos desde la fisiología neuronal como Antonio Damasio que antes de los pensamientos, la memoria o la inteligencia pondera el concepto de conciencia central como evidencia misma, sensación indisimulada de nuestro organismo individual en el acto de conocer.

La incapacidad de definir qué es inteligencia ha desembocado en un absurdo de multiplicar los entes. En la actualidad hay varios tipo de inteligencias según a que psicólogo uno acuda, la kinestésica, la emocional (?), la interpersonal, la intrapersonal, etcétera. Para unos hay ocho tipos para otros doce, para otros quince y así, dando palos de ciego resulta entonces que cualquiera de nosotros ya es inteligente de alguna manera y podemos ufanarnos como pavos.

Para algunos autores la estupidez es el peor de los crímenes. Arturo Pérez Reverté prefiere a los malvados que a los tontos pues estos últimos no se dan cuenta del daño que provocan.

Elogiando la estulticia

En El Renacimiento, la tesis de que el hombre es la criatura racional suprema fue central a partir de la obra de Pico della Mirandola pero no todos estuvieron de acuerdo…

Más serio en su burla fue Erasmo. Su libro, mal traducido como Elogia a la locura es una oda a la estupidez. Porque su título original es Stultitiae Laus y estulticia es tontería, necedad, estupidez, torpeza de entendimiento. Una de las obras más interesantes del Renacimiento.

Sin la estupidez este mundo sería triste y aburrido —es la tesis de Erasmo—, el hombre no es la quintaescencia de la razón sino su esencia radica en ser imbécil y orgulloso de serlo. La propia Estulticia es una diosa que en un monólogo se defiende a si misma: “Hable de mí como quiera el común de los mortales, pues no ignoro lo mal que se habla de la Estulticia, incluso entre los más estultos, pero yo soy la única, sí, la única —digo— que, cuando quiero, lleno de regocijo a dioses y a hombres”.

¿Quiénes son los más estúpidos según Erasmo? Los teólogos y los filósofos (hoy deberíamos catalogar también allí a los científicos teóricos) pues se dedican  a divagar sobre cuestiones complejas y formales (que en realidad no les sirven a nadie) y olvidan aspectos más prácticos. Se dedican a razonar de cosas inútiles y abstrusas, explicar historias asnales, discutir si el Padre es el hijo o el hijo es el Hijo, si debemos persignarnos con la mano izquierda o la derecha o si Lacan es mejor que Freud, si las ciencias sociales son ciencias, si el materialismo dialéctico es mejor que el ciclo económico de Hayek o si la evolución es por selección o por epigenética y provoca tumultos, heridas y riñas.

Pero también si el sabio habla de algo razonable o serio, el público se aburre, vomita, se asquea, bosteza, pero en el momento en que el vociferador comienza un debate y escupe estupideces el público se interesa y despierta, aplaude como mono y vocifera también. Hay sillazos, pitos, silbidos y el evento se convierte en un zoológico digno de reality show.

Erasmo concuerda con los viejos amargados en que es durante la juventud cuando está presente la estulticia. A ella se debe el encanto que tiene esta etapa, caracterizada por su falta de sensatez. Son los años más placenteros en la vida de cualquier persona, cuando se embriagan sin pena arrojándose a los peligros, llenan tinacos y albercas con vino para intoxicarse en ellas, filmarse rasurándose las axilas y alcanzar quince millones de likes, compran frasquitos con agua de la bañera de una influencer por 30 dólares…

Tal forma de ver a la juventud inunda a las librerías con títulos como: El triunfo de la estupidez (o ¿qué les pasa a los jóvenes?), ¿Por qué hacen cosas estúpidas los adolescentes?, Cosas que hacíamos en la secundaria – la estupidez de la juventud o ¿Son los millenials tan estúpidos como parecen?.

En 2016, Somerville publicó un estudio en el que teoriza sobre cómo el cerebro adulto procesa más información y funciona de manera más eficiente que el adolescente. La maduración del cerebro ocurre tardíamente, entre los 25 y los 30 años y afecta la forma de pensar de las personas. En el caso de los adolescentes, estos aún no desarrollan un sistema cerebral fuerte, con el cual puedan mantener bajo control sus emociones. ¿Entonces porque carajos debemos escoger una carrera profesional a los 17 años?

Embarazos no deseados, suicidios, robos, homicidios y hasta la guerra podrían relacionarse con nuestra tardía maduración cerebral. Pero esto no reduce la estupidez a la juventud. En 2012 un hombre de 43 años bebió de un bote de salsa pensando que era alcohol. En realidad bebió gasolina y para reponerse del susto encendió un cigarrillo. Murió quemado. En 2011 una mujer murió de hambre pensando que podría subsistir sólo alimentándose de la luz del sol como le recomendó un monje budista. En 2008, Adelir Antonio, sacerdote católico de 42 años intentó volar desde Brasil hasta Paraguay atado a mil globos. Su cuerpo sin vida se encontró en el mar. Puede buscar el video de su despedida en la red. Ejemplos bastarían para llenar una enciclopedia pero estos humanos no eran precisamente jovencitos y su cerebro debía ya estar suficientemente maduro.

Para Erasmo el amor es una estupidez, ciega al amante, enloquece y embrutece. El acto sexual es ridículo y aquel que desea tener hijos aún más: El más sabio debe volverse imbécil si quiere ser padre, pues es aquella otra parte tan estulta y tan ridícula, que no puede nombrarse sin suscitar risa, la que propaga el género humano. Los hombres que buscan casarse son completamente tontos pues: ¿Qué hombre ofrecería la cabeza al yugo del matrimonio si, como suelen hacer los sabios, meditase antes los inconvenientes que le traerá tal vida?.

Pero el hombre es todavía más idiota pues se enamora de la criatura más estúpida que existe: la mujer. Para Erasmo la mujer es irracional pues quiere tener hijos aun después de haberlos tenido y no piensa, solo se dedica a la jocosidad y la pasión: ¿Qué mujer permitiría el acceso de un varón si conociese o considerase los peligrosos trabajos del parto o la molestia de la educación de los hijos?  La mujer es estúpida porque acepta preñarse de un imbécil.

Si no fuéramos estúpidos no tendríamos amigos, no habría maestros que quisieran perder el tiempo enseñando a estúpidos, ni habría política, pues la gente quiere que la gobiernen estúpidos.

De esa forma los amigos son más estúpidos por querernos, los maestros más estúpidos que sus alumnos por perder el tiempo enseñando a lelos y el político totalmente enajenado al sentirse admirado por subnormales.

Y así el genial Desiderius Erasmus Roterodamus concluye: “Si el más torpe es el más satisfecho de sí y el rodeado de mayor admiración, ¿quién preferirá la verdadera sabiduría, que cuesta tanto trabajo adquirir, que vuelve luego más vergonzoso y más tímido, y que, en suma, complace a mucha menos gente?”.

En resumen, Erasmo nos demuestra con lógica pura como la humanidad es estúpida (irracional) pero cómo justamente en dicha estupidez radica la felicidad.

Ultimadamente… ¿Qué importa?

Referencias

Aquino, T. (1990). Summa theologica (Vol. 2, p. 104). Encyclopaedia Britannica.

Damasio, A. (2018). La sensación de lo que ocurre: cuerpo y emoción en la construcción de la conciencia. Ediciones Destino.

Gould, S. J., & Pochtar, R. (1984). La falsa medida del hombre (No. 159.92 GOU). Antoni Bosch.

Platón. (1992). Diálogos. Gredos.

Rotterdam, E. D. (2004). Elogio de la locura (No. 879.7 R851e). Madrid, ES: Mestas Ed.

Somerville, L. H. (2016). Searching for signatures of brain maturity: what are we searching for?. Neuron, 92(6), 1164-1167.

Sternberg, R. J. (1985). Beyond IQ: A triarchic theory of human intelligence. CUP Archive.

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

Doctor en Ciencias Marinas. Recibió el Premio Internacional de Divulgación Científica “Ruy Pérez Tamayo” en 2012. Entre sus libros sobre temas científicos destacan “Tiburones, supervivientes en el tiempo” y “Ensayos en Filosofía Científica” en coautoría con David Siqueiros.

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