Sin lectura, no hay aventura: los cambios bruscos del mito del libro

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). El surgimiento del libro como entidad de comunicación y de información ha tenido sus mejores días en distintos tiempos, pero se ha mantenido como fuente inagotable de disfrute y sabiduría. La invención de la imprenta le dio una vida que antes no tuvo, y la idea misma de “libro” simplemente no existía, pues cualquier dato se guardaba de modo rústico, primero en tablillas de barro y luego en pergaminos enrollados, con diferentes tipos de papel. De alguna manera, su origen como fuente de conocimiento fue sagrado, donde sólo los instruidos o los elegidos tenían acceso, por supuesto pertenecientes a las elites de poder en las distintas civilizaciones humanas.

Poseer un libro antiguo es un placer que pocos tienen, que aprecian el valor no solo del contenido, sino por su valor histórico. Escribir un libro no solo era un reto, también lo era aventurarse en los gozos de estructurar para ofrecerlo a gente interesada o para despertar conciencias de nuevas maneras de ver el mundo. Hay cientos de historias donde el personaje central de toda la trama es un libro, precisamente por esa condición sagrada que alberga secretos y que todos desearan poseer. No obstante, eso fue cambiando con los años.

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Hoy en día cualquiera puede escribir un libro, o le pueden escribir uno, según al gusto del que paga porque se lo hagan. Los contenidos se han vuelto más comerciales, más encausados en que se vendan que en lo que traen dentro, una especie de seres sin espíritu o sin alma. Libros desalmados, sin sustancia, llenos de coloridas imágenes y frases ramplonas, facilonas, que atestiguan la decadencia de una parte de la sociedad de un país. A principios de los noventa se habló de literatura light, como un modo de designar libros suaves que no provocaban escozor a la inteligencia ni cimbraban la vida cotidiana; era como leer el contenido de una lata al alto vacío, desangelado y sin cochambre: libros Gerber para que no fueran digeridos sino simplemente tragados.

Hay millones de libros y cuando osamos escribir uno nuevo siempre le pensamos si valdrá la pena en agregar otro más, si valdrá la audacia de aventurarse a un nuevo ejercicio escritural, quizá porque el libro ha perdido una buena parte de su origen sagrado, pues muchos dejaron de aportar a la cultura social, mas no a la ganancia. Claro, el libro es un negocio porque si no, no tiene sentido publicarlo, pero ¿hasta dónde merece la pena lanzarlo a la selva de lectores? Hay algo que no nos detiene y ese es el sentido de sentirnos vivos. El libro electrónico ha venido a suplir un poco eso; en realidad, es el Internet la nueva biblioteca universal que ofrece mayores posibilidades de leer en tiempo real lo que se hace a cada minuto, no sólo literatura. ¿Eso hace que la gente esté leyendo más? Es probable, la idea misma de libro está transformándose para convertirse en algo todavía no definido, que lucha contra los gustos, la indiferencia y el mercado.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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El librero

Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

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