Pablo Aldaco, un poeta a secas

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El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Uno ha leído la poesía suficiente como para darnos cuenta de lo necesaria que es para limpiar las cañerías del alma, es decir, de las tormentas que conlleva y del impacto que produce su presencia. Algo así me sucede al leer la poesía de Pablo Aldaco, que antes de ser cantor, es un poeta que despliega sus alas ganadas a pulso desde la experiencia del verbo, desde los versos que se activan en dos de sus libros, La noche que se expande (Ediciones Los Ablucionistas, 2011) y Corazón, punto cero (Ediciones Aldamar, 2018).

Pablo Aldaco nació en Hermosillo, Sonora, en 1989. Es un raro artista que es difícil encontrar en el medio del espectáculo, pues tiene la virtud de ser un estupendo cantautor y un poeta que ha sabido darle voz a la poesía por sí misma, más como merecedora de sus atributos poéticos que como trovador de sus alcances musicales, que es decir bastante. En ese sentido, es un artista muy completo porque conoce perfectamente los significados de sus búsquedas literarias, un bardo que se vale de la armonía para darnos su versión de la realidad.

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Consciente de su capacidad y talento, hizo un diplomado de creación literaria en la Sogem, lo que le ha permitido acudir a encuentros nacionales e internacionales como en Cuba, Perú, Argentina, Chile y España, además de abundar con mayor calidad su obra musical, como en los discos Primeros vuelos, Pablo Aldaco, Nube de verano, Crepuscular y Hombre del paraíso, que pueden ser escuchados en las distintas plataformas digitales.

Su relación con la poesía lo ha llevado a experimentar con versos donde explora sus dilemas cotidianos y confronta sus demonios y fantasmas para limpiar el camino de sus inquietudes, en especial los dos libros que mencionamos al principio de esta nota, más en el de 2018, Corazón, punto cero, donde podemos ver a un poeta maduro, sabedor de que ha resuelto parte del misterio estético y de que con esa armadura bien vale la pena cantarle a sus seguidores no solo por oficio sino por devoción a la poesía misma.

Todos los poetas con oficio deberían tener un guitarra porque con ello sabríamos que el canto viene no solo de la poesía, sino de vivir la vida. ¿Qué poeta puede prescindir de su guitarra y abandonar el ritmo de sus versos?. De seguro ninguno, máxime si los poetas modernos han olvidado cantarle a la cotidianidad para abrevar un poco de esa escurridiza comprensión de lo que significa vivir, como en La noche que se expande, que con simpleza nos establece un recorrido por las cosas que se han ido para siempre, pero que mantienen su contacto con su propia experimentación dentro de las ciudades.

Es justo decir que Pablo Aldaco es un consumado diletante que encausa sus arreglos poéticos para socavarle un poco al significado de las cosas su estrategia de guardar el dulce sabor del fuego, que es lo que anima al poeta a rasgar las cuerdas de la música. Merece mucho la pena leer a Pablo Aldaco, aprender cómo es que un poeta logra llevar su voz fuera de sus libros para ofrecernos la oportunidad de esgrimir la poesía como un acto de entrega a las palabras, sostén de todo acto de entendimiento con el otro y con su espejo.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña en Comunicación del Instituto Sudcaliforniano de Cultura. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

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