Jorge Teillier, un poeta que olvidé 

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El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Uno olvida a veces poetas y poemas sustanciales que nos llamaron la atención en algún momento. También ocurre que dejamos de interesarnos por la poesía, más por el interés inicial de darse a conocer que por lo que estética y humanamente significa, es decir, que abandonamos la búsqueda desesperada del reconocimiento para sustituirla por el gozo inherente, el sentido que vamos adquiriendo conforme vamos avanzando en lecturas y en experiencias de vida. Porque he aprendido que sin vida no hay poesía, esto no como un cliché, sino como una auténtica conmoción de entrar en contacto con el acto poético.

Y justo me ha ocurrido que en estos días un contacto de Facebook me hizo recordar a un poeta enorme que había olvidado y que conocí gracias a un chileno con el que dialogué a mediados de los noventa en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM —durante una charla solitaria en la entonces cafetería Mascarones—, a quien por cierto nunca más volví a ver; ni siquiera me dijo su nombre ni yo a él. Lo que sí me viene a la memoria es que ese personaje era un chico culto, un voraz lector, admirador de los clásicos griegos y latinos, además de autores del Renacimiento y de poetas modernos a quien él veneraba. Entre las cosas que mencionó estaba el poeta chileno Jorge Teillier. Aquel desconocido fue generoso: habló de su poesía y de cómo había influido en él. Me recomendó sus libros.

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Hoy que me viene su recuerdo, me doy cuenta de que no cumplí con la promesa de leerlo; solo me había quedado absorto con la maestría de aquel joven intelectual que hablaba compulsivamente de narradores, poetas, filósofos. En estos días me puse a buscar algo de Teillier y me encontré con dos de sus obras: Los trenes de la noche y otros poemas (1961) y Para ángeles y gorriones (1956). En general su voz es nostálgica, de quien ha vivido profundamente y saboreado el instante desde la imagen y desde el gusto de desplegarlo en la poesía. En Los trenes…, por ejemplo, donde él tenía veintiséis años, escuchamos a un poeta con una voz anciana, de quien conoce las raíces profundas de la cotidianeidad y es capaz de expresarla con una madurez contundente. Mientras que en Para ángeles…, con veintiún años, se experimenta desde la vida diaria lo que nos dicen los objetos, el crecimiento de las exploraciones de la vida y de cómo cada instante nos ofrenda su eternidad, que se impregna de olores y sabores.

Jorge Octavio Teillier Sandoval nació en Lautaro en 1935 y murió a la edad de sesenta años en Viña del Mar en 1996, por los años en que conocí a aquel chileno desconocido. Fue de la generación de los nacidos en los cincuenta —como a muchos se les comenzó a catalogar a partir de entonces— y creador y exponente de la poesía lárica, influido seguramente por Vicente Huidobro —uno de sus referentes poéticos—, y su creacionismo. Lo cierto es que hay mucho que decir de este poeta que a mí me despierta el deseo de regresar a la poesía por necesidad y menos por el honor de premiarme y que me arrinconen en el olvido. Por hoy aquí lo dejo y más adelante les platicaré de sus libros y algo de su vida.

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Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña en Comunicación del Instituto Sudcaliforniano de Cultura. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

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