Naufragios de Karla K. Sotelo

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FOTOS: Cortesía.

El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). No sé si la poesía puede salvarnos de nosotros mismos o si la poesía pueda salvarse a sí misma de nosotros. Lo cierto es que no dejamos de escribirla y de abismarnos en caída libre a través de los versos, de sembrar en sus tierras fértiles e infértiles algo que nos dé sentido, que signifique lo onírico, el erotismo, la muerte, la libertad y la opresión, las emociones y las sostenidas pasiones con que vivimos, la orfandad que nos persigue incluso estando rodeados de familia. Justamente todo lo que provoca la poesía de Karla K. Sotelo (La Paz, B.C.S., 1979) en el mar de su naufragio, el océano donde el desgarramiento del mundo adquiere una alta resonancia en quien la lee.

Karla K. Sotelo ha escrito un libro de poesía, Naufragios (Editorial Paquidermo, 2018), ganador de los Juegos Florales “Leopoldo Ramos Cota” 2017, de las Fiestas de Fundación de la Ciudad de La Paz, cuya estructura se desliza a través del tiempo, que viaja en la vida de la poeta como un devorador de instantes, o el instante como un creador de tiempos que urgen definirse como el instante mismo. Me explico: la poeta quiere conocer la eternidad, rascándole a la vida cotidiana su sustancia inasible para incorporarla al poema y así ser —tal vez— la poeta devoradora del tiempo, para que en una de ésas sea la recuperadora de esos instantes, del tal modo que pueda consumirlo para reconocerse en él: ser él. Sin embargo: sabe que no puede detenerlo, que está vulnerable y falible frente a él, que su materia orgánica desaparecerá pero no su poesía. Por eso el tiempo es tan importante para la poeta, porque aunque no puede escapar de él, sabe que puede hacer trampa escribiendo poesía.

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Al experimentar su lectura, su escritura, la poeta sufre en su recorrido por el tiempo, donde vive ahogada en él, se reconoce en él, en su soledad humana y en su orfandad temporal, donde sólo es ella y su espíritu que recurre a la poesía para darle forma a su timón, que le servirá para no ir a la deriva, evitar el naufragio a toda costa, que no obstante navega a pesar de ella misma. Es el tiempo el verdadero barco donde navega en las turbias y, al mismo tiempo, diáfanas aguas de la vida.

Karla Sotelo escribe una poesía nítida, honesta, dulcemente incómoda, donde el instante es la figura central porque sabe que nada se detiene, que sube y baja, que es elástico, que lo contiene la vida o la vida es un solo instante donde la poeta respira y escribe porque su aliento es efímero y escurridizo, donde la poeta es consciente de su fragilidad, de ese instante donde sólo cabe el amor onírico de la madrugada, que no es otra cosa que el tiempo activo e insaciable que avanza sin premura.

En ese ir hacia adelante, el naufragio es la confesión de un tiempo inasible y de una poesía que no es capaz de dar un rumbo debido a su misma fragilidad. La poeta se siente huérfana de sí misma, perdida, y quiere transformarse en agua y disolverse en el mar y confundirse en entre su sal y su transparencia, para de ahí salir convertida en la mujer poeta que afronta la vida como el fuego se convierte en estrellas, a pesar del temor recurrente al olvido, a ser invadida en su esencia femenina y ser despojada de su identidad de sangre. Sotelo observa el paso del tiempo como símbolo del desapego, del alejamiento de las cosas, ser libre para no deberle nada ni siquiera a la poesía, mucho menos a la realidad.

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El librero

Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS, en programas como “En Consulta” y “Libreta Cultural”. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

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