Los Mitchell contra las máquinas: un espectáculo divertidísimo y loco que provoca reflexiones profundas

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Kinetoscopio

Por Marco A. Hernández Maciel

La Paz, Baja California Sur (BCS). Por ahí escuché decir que este fin del mundo que estamos viviendo está muy aburrido. Es lento, inquietante, con gente que debería protegernos pensando solamente en elecciones y otros lucrando con la tragedia y el desencanto. Encerrados en casa, suspirando por volver a quitarnos el cubrebocas, ver a la gente sonreír —o darnos una mentada— y para ver los rostros completos de todos. Sí, este fin del mundo está siendo muy aburrido que parece sacado de la mente perversa de algún programador computacional multimillonario que cuando mira por la ventana solo ve ceros y unos.

Pero, entre todo este aburrimiento y donde el tremendamente caótico e hiperinflado catálogo de Netflix no es de mucha ayuda para librarnos de ese peso, de vez en cuando sale una producción por que la que decides no cancelar, todavía, la suscripción. Esta es sin duda Los Mitchell contra las máquinas. Una producción Phil Lord y Cristopher Miller, que nos han traído los filmes más originales y creativos de animación de los últimos años —lo siento, Pixar— como Lluvia de Hamburguesas, La Gran Aventura Lego y Spiderman, Into the Spiderverse. Esas mentes maestras están detrás de esta joyita que, desde ya, la catalogo como: clásico instantáneo.

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¿Y de qué va? Pues, de una inteligencia artificial muy parecida a Alexa —Alexa es mucho más simpática y elocuente que Siri, por cierto—, desarrollada por una compañía muy parecida a Apple, con prácticas de negocio muy parecidas a Facebook, y con recursos muy similares a los de Alphabet (Google, pa´los cuates), al verse superada por la versión 2.0 de ella misma y ser desechada, decide tomar el control y expulsar a los humanos del planeta. Y ante esto, sólo los Mitchell son los que pueden salvar el día, y de paso a la humanidad.

Con un guion dinámico y divertido, esta película construye personajes muy entrañables, logrando que mas allá de la trama, lo importante es la dinámica familiar y lo difícil que es en ocasiones comunicarnos entre nosotros. Si de repente algún miembro de tu familia te dice que necesita —inframundita— para construir su mesa de —crafteo— y que también lo —funaron— sin motivo, y no tienes reverenda idea que demonios significa eso,  sabes de lo que hablo. Esa brecha generacional es inamovible e inevitable, y empatar nuestros objetivos con los que los miembros más jóvenes van creando es complicado, muy difícil, pero también una fuente inagotable de amor y conocimiento.

Además, de ello, el estilo de animación contribuye muchísimo a sentir esta película como algo más auténtico y asequible que otras producciones. Si bien sigue siendo animación por computadora, los trazos utilizados semejan mucho los de un caricaturista callejero, lo que inunda de vida a la pantalla. Son fragmentos de trazos artesanales que sin necesidad de tratar de emular un aspecto realista, hacen mucho más humanos y entrañables a los personajes.

En una época donde cada quien tiene su tele, su teléfono, su tableta, su cuenta de Netflix, sus favoritos y la cosa se individualiza cada vez más, Los Mitchell contra las máquinas es un pretexto perfecto para preparar palomitas, sentarse todos frente a la televisión y disfrutar de un buen rato en familia.

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AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, esto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

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Kinetoscopio

Marco A. Hernández Maciel

Nació en La Paz a inicio de los 80’s. Es Licenciado en Ciencias de la Comunicación por el Tec de Monterrey. En 2006 dirigió el corto “Maldito Murphy” con la beca “Jóvenes Creadores”. Ha sido docente en la UABCS, Universidad de Tijuana y Universidad Mundial en guionismo y producción audiovisual. No puede evitar decir “I’m Batman” con voz rasposa, balbucear diálogos de “Volver al Futuro”, elogiar a Hitchcock o llorar al ver “Toy Story 3”.

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