Los dioses seguirán viviendo en Marte

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Si usted, lectorpe, cree que la virgencita se le apareció al indio Coromoto, que la burra le habló a Balaam, que Eva habló con una serpiente, que una niña está poseída por el diablo o que Mahoma subió a los cielos montado en el caballo Buraq seguramente es un psicótico.

La mayoría de los humanos los somos, confundimos la ficción con la realidad, confundimos los mitos con hechos y los modelos con fenómenos. 

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No solo eso, sino que miles de personas tienen alucinaciones producto de diversos procesos neurológicos y alcaloides externos. Después, alguien cree o confunde la alucinación con revelación y la fe se erige como una razón poética. 

Hay grados de psicosis, por supuesto, y estos pueden estar determinado por nuestra configuración neuronal y los múltiples factores en que la imaginación descuella como epifenómeno corporal. 

En 1988 Dean Hamer realizó estudios sobre adicción al tabaco en el Instituto Nacional de Cáncer. En los test psicológicos de 240 preguntas para analizar la personalidad descolló la trascendencia o espiritualidad que asumían tener individuos con fanáticas creencias religiosas o acendradas convicciones sobre Dios. Hamer realizó una escala de espiritualidad y encontró una relación entre un gen (VMAT2) y la escala. 

El gen VMAT2 codifica vesículas donde neurotransmisores como la serotonina y la dopamina se transportan entre las neuronas.  Una variación de la citosina en este gen determina que la neurotransmisión sea de una manera distinta respecto a los cerebros que tienen otro aminoácido en dicho gen. 

¿Es la variante de este VMAT2 una de las causas de la psicosis religiosa

En 2003, un grupo de investigación sueco relacionó el grado de creencia religiosa con la poca actividad de un receptor de serotonina (5-TH1A) mediante imágenes del cerebro. Es decir, entre más crédulo sea un individuo tendrá menos actividad este receptor. 

Ahora, hay pocos estudios que respalden estos hallazgos, sobre todo porque parece ser una falacia de correlación. El problema es el examen de personalidad y la fe, algo demasiado subjetivo como para partir de ahí. 

Lo relevante de estas investigaciones es una aproximación materialista a fenómenos que se han considerado durante milenios como espirituales. Aunque se han hablado de los genes de Dios o los neurotransmisores divinos, quizá no es un grupo de genes en específico sino un cúmulo de procesos intricados relacionados con el ambiente y los hechos que afectan nuestra conducta los que nos orilla a creen en ideales inexistentes. 

Se valora la función de las neuronas dopaminérgicas en las visiones místicas. Actualmente se relaciona la esquizofrenia con la actividad desenfrenada de la dopamina. La enfermedad de Parkinson se asocia a la degeneración de las neuronas dopaminérgicas. Algunos neurofisiólogos como Diego Golombek esperan que fármacos como el L-DOPA aumenten la espiritualidad de los pacientes. ¿Fueron San Pablo, Juana de Arco y Joseph Smith esquizofrénicos? 

Patrick McNamara de la Universidad de Boston describió que los pacientes de Parkinson eran menos religiosos que un grupo control debido a la disminución de las funciones en la corteza prefrontal. 

El papa Juan Pablo II tenía la enfermedad de Parkinson ¿fue perdiendo su fe? ¿era un hipócrita?

Sea como sea el Homo sapiens es más bien un Homo religiosus o un Homo mendacem. No solo hay una tendencia sino casi una necesidad de adorar algo o a alguien.  

En una lectura en Guanajuato un joven me preguntó si algún día los humanos dejarían de creer en dioses o ser religiosos. Es una pregunta incontestable, pero lo dudo. 

En su delirio o anhelo, Auguste Comte pensó a mitad del siglo XX que los humanos se volverían al ateísmo mientras lo tecnocientífico progresara. Lo llamó el estadio positivo histórico en contraposición del estadio teológico. Nada más falso. 

Nunca se han tenido tantos conocimientos sobre lo natural como hoy, sin embargo, la mayoría de la población mundial es religiosa. Se estima que 2400 millones de personas siguen los distintos cristianismos, 1900 millones las denominaciones islámicas, 1200 millones el Hinduismo, 535 millones los diferentes tipos de budismo, 407 millones el Taoísmo y unos 14 millones del Judaísmo sin contar a otras religiones menores.  En Estados Unidos, el país con más institutos de investigación científica y más estudios publicados al año, el 80 % de la población cree en un dios trascendental y el 74 % es cristiana.

Mientras que las alucinaciones sean parte de nuestra naturaleza mental (como actividad cerebral) y la medicina sea incapaz de derrotar a la muerte, los humanos seguirán creyendo en entes inexistentes como una esperanza irracional. Quizá esta psicosis sea benéfica para poder sobrevivir en una realidad sin sentido. No importan los avances tecnológicos o los conocimientos certeros, los dioses no se irán, las mitificaciones ni los espíritus. El ideal ilustrado de burlarse del mundo invisible es una quimera, los hombres seguimos matándonos por creencias absurdas. Las creencias en dioses y demonios soportan las disonancias cognitivas incluso de los mismos científicos. 

Si en un mundo con armas nucleares y medicina genética seguimos creyendo en fantasmas de hace milenios: ¿podemos esperar algo distinto en el futuro? 

Aunque los humanos conquisten otros cuerpos celestes, la religión brotará allí como un hongo. Es parte de nuestro cerebro, es parte de nuestra corteza prefrontal. En cierto sentido, los ateos son una rareza, una minoría que va en contra de la naturaleza humana. ¿Pero, realmente hay ateos? ¿Existe alguien que no idolatre o idealice incluso a otro humano como para divinizarlo?

Preveo colonias lunares o en Marte, ciudades terraformadas en naves gigantescas o asteroides. Aún allí habrá templos y rituales y los no terrícolas seguirán creyendo en los dioses antiguos y los nuevos dioses.

Es más fácil que las ciencias se colapsen a que las creencias se colapsen.

Lo que se llama secta mañana será respetado como una ideología política. Las pseudoterapias del Reiki basadas en energías universales incapaces de ser identificadas por la Física, el movimiento Wicca (una brujería light y benéfica), el zuismo (una mezcla neopagana de creencias sumerias) considerado como tecnología espiritual o la creencia en reptilianos comienzan su ascenso en el siglo XXI. 

El ecologismo o el feminismo woke amenazan en evolucionar hacia sectas religiosas en las próximas décadas como lo ha mostrado el llamado movimiento de la Diosa. 

Incluso payasadas como la iglesia Maradoniana en Argentina o el Templo Jedi (Jediismo) en Reino Unido y Estados Unidos pueden evolucionar hacia creencias más serias (si es que esto es serio).

¿Qué Mesías reptiles o espíritus cósmicos conquistarán el Sistema Solar?  

En lugar de borrar las doctrinas, los conocimientos científicos parecen enriquecer los delirios. Por ejemplo, descaradamente L. Ron Hubbard convirtió sus historias de ciencia ficción en una religión para salir de la bancarrota. En su doctrina hay una Confederación Galáctica, que hace 75 millones de años trajo miles de millones de personas a la Tierra en naves espaciales y conceptos como Incidente II o Muro de fuego. Otro ejemplo, es el mito contemporáneo de los Annunaki (dioses mesopotamios) redivivos como ingenieros genéticos que crearon a los humanos modificando el DNA de simios. Miles de personas que no saben un ápice de genética ni de paleontología ni de historia creen estas majaderías. 

Pero toda majadería se convierte en una doctrina seria que tendrá herejías y pugnará por conquistar un poder político y económico, mientras trata de aniquilar a creencias rivales. 

¿Qué guerras de religión verán nuestros descendientes? ¿Por qué creencias morirán?

Es una pregunta que ni tú ni yo, lector, podemos contestar, pero considerando lo que ha sido el humano no hay mucha posibilidad de pensar que cambiará en lo sustancial. 

La psicosis no es locura, es simplemente parte de nuestra naturaleza. 

Referencias

Golombek, D. (2019). Las neuronas de Dios: una neurociencia de la religión, la espiritualidad y la luz al final del túnel. Siglo XXI Editores.

McNamara, P. (Ed.). (2006). Where God and Science Meet [Three Volumes]. Greenwood Publishing Group.

Hamer, D. H. (2005). The God gene: How faith is hardwired into our genes. Anchor.

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La demencia de Atenea

Por Mario Jaime

 

Doctor en Ciencias Marinas. Recibió el Premio Internacional de Divulgación Científica “Ruy Pérez Tamayo” en 2012. Entre sus libros sobre temas científicos destacan “Tiburones, supervivientes en el tiempo” y “Ensayos en Filosofía Científica” en coautoría con David Siqueiros.

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