Las sentinas del alma de Omar Castro

image_pdf

 

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La humanidad es una sucesión de historias; aún más: no tendríamos historia si no hubiera alguien que narrara. Somos esencialmente homolocuens, como apuntara hace años el filólogo Juan M. Lope Blanch (España, 1927-2002). Los nexos entre el entorno y las relaciones sociales son fundamentales para ubicar la dirección que deben tomar los personajes, hasta que estos se conviertan en seres soberanos, creíbles, ese espectro exigente que se llama verosimilitud. Incluso en los relatos fantásticos hay un dejo de realidad que permite asumir que lo que leemos tiene cimientos de dónde agarrarnos. Ese entorno en ocasiones toma partes a las que podemos darle juego para representar algo de nuestras inquietudes, algo que pueda expresar los puntos de vista, que es esencial en toda narrativa literaria.

Omar Castro (México, 1955) nos ofrece un nuevo libro —de una larga lista de obras publicadas y muy leídas en nuestro medio cultural—, Las sentinas del alma (Universidad Mundial, 2021). Su cuidadoso desarrollo nos muestra que el autor tiene oficio, que sabe delimitar sus espacios, los conflictos a los que somete a sus personajes, que son criaturas presas de sus pasiones humanas y de sus ambiciones desmedidas, todas girando en torno a sus pequeñeces cotidianas, pero sobredimensionadas por sus necesidades efímeras, que adquieren condición maloliente debido precisamente a ello. Para lograr este efecto, Omar Castro utiliza una mosca, que es una observadora casi omnipresente, como una pequeña diosa con vicios humanos y que traslapa el punto de vista del escritor para decirnos lo minúscula que es la vida, tan breve como la de ese insecto poco apreciado por las sociedades. Es decir, la mosca frecuenta las sentinas del alma porque persigue los tufos de su putrefacción. Es hombre y mujer la cloaca a la que las moscas husmean.

También te podría interesar: Crónica de los Versos de sol y viento, poemas de Érika Velázquez

Me gusta que sean los pequeños detalles los que expresen una novela que cuenta las tragedias y las oscuridades de las familias, las organizaciones religiosas y criminales, separados por un delgada línea que apenas los distingue, e incluso un poco las formas dialectales que el escritor utiliza como herramienta de identidad de la tercera persona. Hay algunas otras obras que recurren al uso de elementos del reino animal, como las memorias de aquella pulga sicalíptica del siglo XIX o bien la novela poética de Mario Jaime (México, 1977), Sangre en el Zafir (Gobierno de Guanajuato, 2014), donde el único personaje es un gran tiburón blanco; por supuesto hay otros, como el soliloquio del perro Orfeo en Niebla (1914) de Miguel de Unamuno (España, 1864-1936) o bien el zorro en El principito (1943) de Antoine de Saint-Exupéry (Francia, 1900-1944). Todos ellos no pretenden una fábula, sino que el animal es parte sustantiva de las inquietudes de los escritores para decirnos algo de la condición humana. La mosca de Omar Castro no escapa a esta categoría.

La mosca que revolotea de aquí para allá en Las sentinas del alma, es la especie que mira con ojos sorprendidos a esa otra especie extraña que es el homo sapiens sapiens. En su lapso de vida descubre los temores, alegrías, pleitos, venganzas, abusos, incongruencias de personas que están atrapadas en la vorágine de sus emociones, de las que no pueden huir porque no son conscientes de ellas, excepto la mosca que todo lo percibe desde su desprejuiciada manera de observarlas y atraída por el olor metafórico de las sentinas. La mosca pareciera muy interesada en lo que pasa, desea saber en qué terminará ese revoltijo de conflictos, cómo es que se destruyen y al mismo tiempo tratan de amarse, de supervivir en la selva cultural de las relaciones, que a veces se parecen más a un albañal. Desde la mirada múltiple de la mosca se puede apreciar fríamente que ninguno está a salvo, que tarde o temprano serán víctima de sus afrentas y errores. Se puede decir que por momentos el lector se convierte en la mosca y puede tomar distancia de los sucesos.

De este modo, el animalito al mismo tiempo trata de no ser aplastado de un manotazo, por lo que siempre está mirando desde puntos estratégicos, tal como un hombre o mujer que se cuidan de no ser destruidos en un santiamén, producto de sus propias desgracias sin control o bien por otros y otras que a la par se cuidan de lo mismo en una espiral interminable. La mosca, desde su postura privilegiada y aséptica de juicios de valor, ha aprendido muchas cosas de los humanos, que sin embargo al final no servirá absolutamente para nada porque habrá de morir y ni siquiera otras moscas, sus pares, se enterarán de sus experiencias. Y no es que la mosca esté sola o sienta algo parecido a la soledad, no, solo es un bicho que dejará su micromundo sin haber experimentado la conciencia de ser libre de su propia existencia, que para el caso es lo mismo porque a nadie le concernirá lo que le ocurra. Aquí no hay ningún efecto mariposa.

No es que los personajes no importen —la narración que nos están exponiendo—, sino que su contexto solo es útil como estructura para que la mosca viva su fugacidad, su pequeño latido de criatura que no tiene propósitos, salvo el de subsistir gracias a y a pesar de los humanos. Las sentinas del alma se trata, pues, de una perspectiva literaria sobre la naturaleza de nuestras vivencias, espejos concatenados uno tras otro, que proyectan la vida infinitamente, en un acto casi borgeano que despierta temores, donde las desgracias del pasado son tan presentes que nos sujetan y enredan con otros que ni siquiera tienen que ver con ellas, pero que a la vez también participan dejando su rastro. La vida humana es, en suma, una minúscula red de moscas perdidas en el espacio sideral de sus desventuras.

—–

AVISO: CULCO BCS no se hace responsable de las opiniones de los colaboradores, ésto es responsabilidad de cada autor; confiamos en sus argumentos y el tratamiento de la información, sin embargo, no necesariamente coinciden con los puntos de vista de esta revista digital.

Compartir en
Descargar
   Veces compartida: 74

El librero

Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña en Comunicación del Instituto Sudcaliforniano de Cultura. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

Compartir
Compartir