Las cartas de Johann Baegert: La otra cara del libro negro de la California (II)

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Colaboración Especial

Por Francisco Draco Lizárraga Hernández

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). Al leer las cartas del padre Baegert, es posible percatarse de varias cosas que terminan por dar una imagen algo distinta a la que muchos tienen del misionero amargado e insensible. En primer lugar, un aspecto que llama mucho la atención es el gran cariño que sentía por su familia, pidiéndole a su hermano George, que tradujera sus cartas del latín al alemán para que todos pudieran saber que se encontraba bien de salud y muy contento de servir a Dios mediante su labor misional. Además, al leer la carta que escribió a su madre desde el puerto de Santa María, España, uno no puedo más que enternecerse con las palabras tan afectuosas que le dedica, particularmente con su afirmación de que, consciente que ya no la vería en vida al saber que su misión en América duraría muchos años, en todas las misas que oficiaba pedía por ella, y de igual manera él la invitaba a que rezara por él para que, de esta forma, pudieran volverse a abrazar en la eternidad ante la presencia de Dios Nuestro Señor.

Por otra parte, y contrariamente a lo que muchos pudieran pensar, en la segunda carta que escribió a su hermano George, aún en el puerto de Santa María, el padre Johann, dice explícitamente que después de enterarse de que se había asignado ir a servir en el reino de México, él pidió a Dios que lo enviaran como misionero a alguna de las fronteras jesuíticas, especialmente a Nuevo México o a la California. Posteriormente, en la carta que escribió durante la estancia que tuvo en la Ciudad de México, Baegert no sólo declara que su temor más grande era que, dadas sus aptitudes y cualificaciones para la docencia, hiciera que se quedara dando clases en los colegios de San Gregorio o San Ildefonso, en la capital, o en el aún inconcluso Colegio de San Javier, en Puebla. En contraste, en cuanto el padre Johann Anton Balthasar, provincial de la Compañía de Jesús en la Nueva España, le avisó al joven misionero que su apostolado sería en la California, el alsaciano dio gloria a Dios porque le otorgó la bendita California. En palabras del propio Johann Baegert: Sin haber dicho ninguna palabra al padre provincial –salvo las palabras comunes para saludar– me fue otorgada la bendita California. Digo California, porque de haberlo podido hacer, la hubiese escogido yo mismo. De las muchas misiones en la Provincia mexicana, es la que más viene a mi mente cuando pienso en una misión en el extranjero, y es lo que esperaba al dejar Europa. Pido a Dios su protección para esta labor.

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Con esto, el padre Johann Jacob Baegert, no sólo muestra que en ningún momento se sintió forzado a realizar una labor que a él le disgustaba, sino que inicialmente estaba muy entusiasmado por servir a Dios en las lejanas e ignotas tierras californianas. Si bien puede aducirse que aún no visitaba la California y que, hasta ése momento, todo lo que sabía de ella era por medio de los libros que circulaban en Europa –con todos sus errores e inexactitudes– y de los reportes escritos por los jesuitas que ya habían misionado en la península, especialmente los del padre Francisco María Píccolo. Éste último ignaciano de origen italiano, en sus cartas y reportes mantiene un tono muy optimista con respecto al potencial de la California; esto tal vez se deba a que estaba por un gran entusiasmo inicial debido a la fundación de las primeras misiones californianas, y porque tampoco vivió muchos de los acontecimientos más duros que enfrentaron los jesuitas durante su apostolado en la península, como la rebelión de los pericúes y las epidemias que diezmaron a los indígenas. Como es de esperarse, en cuanto el padre Baegert arribó a la California, y sobre todo al asumir su cargo en la misión de San Luis Gonzaga en el país de los guaycuras –el más árido y tórrido de la parte meridional de la península–, se percató de que el optimismo del padre Píccolo era desmesurado, lo cual lo molestó bastante.

En la primera carta que el padre Johann Baegert escribió a su hermano desde la misión de San Luis Gonzaga, enviada en septiembre de 1752, el misionero le cuenta la impresión que se llevó cuando recién llegó a éste sitio, llenándose de una profunda angustia al ver la desolación y aridez que imperaban en el lugar. Dado a que era evidente que el duro suelo mayormente de roca y la escasez de agua que existía en San Luis Gonzaga no permitirían un gran desarrollo agrícola y ganadero, el alsaciano le hizo saber a su hermano George que no se dejara engañar por los geógrafos europeos que jamás habían puesto un pie en la California y que sólo decían beldades de ella, o por los reportes del padre Píccolo, que exageraba el potencial de esta tierra. Por el contrario, Johann Jacob Baegert, afirmó a su hermano que la California es nada salvo innumerables rocas, y esto es lo que hallas en todas direcciones. Es una pila de piedras llena de espinas, porque esto es toda la California; esto quiere decir que, además de rocas y arbustos espinosos, no encontrarás nada más en la California; o para citar a las Escrituras, un peñasco sin caminos ni agua y lleno de espinas, erguido entre dos océanos. Asimismo, el padre Johann, luego de describir de manera muy general, la topografía, flora y fauna de los alrededores de su misión a su hermano, que en general le parecía agreste y espantosa, no tarda en comenzar sus observaciones sobre los nativos de su misión.

En contraparte a lo que puede interpretarse a partir de la lectura de las Noticias de la península americana de la California, en la correspondencia privada del padre Johann Baegert uno puede percibir que éste misionero, lejos de detestar a los californios, más bien tenía sentimientos encontrados hacia ellos; una combinación de condescendencia –en su sentido negativo–, lástima, frustración y, sorprendentemente, un ápice de admiración. Desde la primera carta que envió a su hermano George desde San Luis Gonzaga, el padre Baegert le dice a su hermano: De todo lo que has leído hasta el momento de éste país, pudieras llegar a la conclusión que el número de sus habitantes debe de ser pequeño, y que estos deben de ser gente depravada. Esto es verdadero. ¿Cómo puede existir cualquier ley u orden cuando carecen de lo más mínimo para su vida diaria, como el alimento, vestido y casa?.

Con esta cáustica introducción al carácter de los californios, el misionero alsaciano dedica las siguientes páginas de su primera epístola no solo a describir los usos, costumbres y particularidades físicas de los nativos de su misión, intercaladas con sus comentarios mordaces. En esta carta, Baegert da puntos de vista muy personales que no llega a plasmar en su libro, como lo es su muy personal frustración de que él, ante todo, estaba para servirles y ayudarlos en lo que necesitasen, como en darles comida y asistirlos en la enfermedad, pero que ellos simplemente no comprendían eso, y mucho menos mostraban el mínimo agradecimiento. Sin embargo, como lo menciona la maestra Nylsa Martínez en su excelente obra La California de Baegert, con todo esto Baegert no se convierte en un simple cronista, como lo había sido el padre Píccolo, sino que intenta comprender las causas por las que los californios habían llegado a su estado, planteando preguntas y explicaciones tanto a nivel geográfico, social y filosófico, convirtiéndose de esta manera en un etnógrafo y antropólogo; esto último si se entiende a la antropología como la ciencia en la que se estudia la naturaleza del ser humano desde un punto holístico, abarcando desde el aspecto biológico hasta el social.

Asimismo, al final de su primera descripción sobre los californios, el sacerdote alsaciano, contrariamente a lo pudiera pensarse, le comentó a su hermano que le dijera a sus hermanos de la Orden en Europa que no tengan miedo de ir a misionar al Nuevo Mundo; que por más miserable fuera la tierra en la que predicasen, o aún si los nativos fueran aún menos numerosos y más salvajes que los de la California, no se les debía de dejar solos, y por el contrario, había que ayudarlos material y espiritualmente. En palabras del propio Baegert: Mientras más depravado sea un pueblo, y mientras más miserable sea la tierra en la que viven, más digno es de compasión. No se debería de permitir que vayan de mal en peor, o que caigan del infierno temporal al eterno. […] Confieso que hasta el momento no me he arrepentido de haber venido aquí, y no sé cómo pudiese a llegar a sentir eso. Después de todo, vivo feliz, especialmente porque cada día me percato cada vez más como los jornaleros europeos pueden cosechar mucho y parecer muy importantes, pero tristemente no logran nada para ellos ni para su prójimo. Con esto, y en diametral contraposición a la opinión de don Pablo L. Martínez, el padre Johann Jacob Baegert no sólo deja claro que realmente valoraba su labor misional; y pese al agreste paisaje peninsular y a la fortísima incomprensión de él hacia los californios, lo movía un sentimiento de compasión hacia los nativos y un desprendimiento a los sentimientos egoístas que el percibía como imperantes en su natal Europa.

Ya en la parte final de su primera carta, Johann Jacob Baegert le relata a su hermano sobre los trabajos que inició para construir la iglesia y casa de la misión de San Luis Gonzaga, la cual aún era de adobe y estaba muy dañada por un reciente huracán, y mencionó que no le era difícil encontrar materiales dada la abundancia de rocas en las cercanías de la zona. De igual manera, también le da pormenores sobre su día a día, como lo era su rutina como religioso, su magra alimentación Además, contaba con el apoyo de su vecino, el padre Lambert Hostell, quien estaba a cargo en la misión de Nuestra Señora de los Dolores, seis horas hacia el este del sitio donde vivía. Gracias a las atenciones que le dio éste otro sacerdote alemán a Baegert, como regalarle frutas y visitarlo una vez al mes, y a su vez por la sincera abnegación que tenía hacia los californios de su misión, pronto el alsaciano llegó a estimarlo y admirarlo, siendo el único amigo, exceptuando al padre Franz Inama, que tuvo durante su apostolado en la California. Pese a todo, el padre Jacob Baegert explicitó a su hermano que en ningún momento sentía que su salud desfalleciese desde que llegó a la península, y tampoco sentía que lo invadiese una melancolía a pesar de su constante añoranza por su querida Alsacia y su familia, además de experimentar una profunda soledad ante la falta de gente con la cual conversar sobre sus temas de interés.

Ya en la segunda que el padre Johann Baegert mandó a Alsacia desde la California en 1755, el jesuita alemán le comenta a su hermano George su hipótesis sobre el origen de la península a partir de sus observaciones de grandes cúmulos de conchas de bivalvos y caracoles en los cerros del territorio de su misión. Partiendo desde una visión escolástica al aducir que la California no fue creada desde el comienzo del mundo, ni que tampoco se había formado luego del Diluvio, Baegert propuso que la península de Baja California debió de haber emergido del mar mucho después de éste último evento como consecuencia de un fuerte fuego subterráneo. En palabras de él: Donde hay tierra ahora, otrora hubo mar. Sin tener la más remota idea de la tectónica de placas, el padre Baegert en cierta manera llegó a algunos puntos correctos sobre la formación geológica de la península.

Luego de plantear esta hipótesis, el misionero le relató a su hermano los avances que había tenido en la evangelización de los californios, que en su opinión eran muy magros ya que la miserable condición de éste país tiene como resultado que sus habitantes caigan en una eterna pereza y en perennes tentaciones. Muy a su pesar, Baegert escribió que sentía que sus homilías y catequesis eran casi vanas a oídos de los nativos por más que se esforzara en enseñarles la doctrina cristiana en su propia lengua, esto debido a que mencionó que no lograban aprender ni memorizar los dogmas de la Iglesia. Contrariamente a los padres Píccolo y Clavijero, quienes sostenían que una buena parte de los indígenas de la California –especialmente los cochimíes–  aceptaban con gusto la nueva religión, el jesuita alsaciano afirmó en esta segunda carta que esto sólo era aparente, y afirmó que: Estoy firmemente convencido que si los trece misioneros repartidos en las doce misiones de la California dejaran el país, en ése momento desaparecería el Cristianismo de esta tierra, y ningún infante sería bautizado en el futuro. Tal es mi abismal juicio.

La desilusión del padre Jacob Baegert sobre los alcances de su apostolado, y el de los misioneros en general, en la California fue en aumento conforme pasaron los años. En las siguientes dos cartas que escribió a su hermano, enviadas en 1757 y 1761, con profunda impotencia le cuenta que le parece humanamente imposible que se logre un cambio en la forma de vida de los californios. Para Baegert, a no ser que por un milagro la California dejase de ser una tierra árida y miserable, no veía posibilidad de enseñar a los nativos una forma de vida más semejante a la europea dado a que era extremadamente difícil hacer que se volviesen sedentarios; esto como consecuencia del tórrido y estéril paisaje de la península. Ante esto, el alsaciano no sólo se lamentaba del grado de incivilización al que creía que estaban condenados los californios, sino que también llegó a la conclusión que la salvación de sus almas era algo a lo que él sentía que no estaba contribuyendo lo suficiente. Con lágrimas en sus ojos al momento de escribir su última epístola, Baegert le confesó a su hermano que por ominoso que pareciese, se sentía más consolado por la idea de los niños californios recién bautizados que morían al poco tiempo de recibir éste sacramento, y que gracias a esto eran remitidos al Cielo, que por aquellos a los que había visto crecer y que ya en la adultez se daban a la depravación y los vicios. Pese a esto, el misionero no se daba por vencido, y le confirmó una vez más a su hermano George que para él era una verdadera gracia de Dios el poder servir a la evangelización de esta gente consideraba como desdichada.

Pero aún si el padre Johann Baegert consideraba que los californios eran dignos de compasión, y aunque nunca lo explicitara textualmente en sus cartas o en sus Noticias, no cabe duda que no sólo llegó a maravillarse, sino a inclusive a admirar a los nativos de la California por ser felices pese a que carecían de prácticamente todo lo que para él, desde su visión europea, se consideraría indispensable. Como le escribió a su hermano en su penúltima carta: El californio muestra en su forma de vivir que no puede o no quiere mejorar. Por pobres y rudos que nos parezcan a nosotros [los europeos], siempre están con buen ánimo y con un humor gracioso, y su naturaleza se contenta con pocas cosas, ¿Qué más pudiese desear un indio? También he de admitir que ellos son realmente felices porque siempre los veo contentos, lo cual se debe a que creen que no les hace falta nada. Con muy altas probabilidades, fue a partir de estas observaciones que el misionero alsaciano, ya en su exilio en Neustadt, luego de consultar las cartas que había enviado a su ya difunto hermano George, escribió: Es muy cierto que California tiene sus espinas, pero estas no molestan ni lastiman con tanta frecuencia, ni tan hondamente los pies de los californios, como aquellas otras que se guardan en los cofres de Europa y que desgarran los corazones de sus dueños, por medio de punzantes congojas, conforme a lo que está escrito en San Lucas 8, 14 […]. Así es que la extremada pobreza de los californios y la absoluta falta de todas las cosas que a nosotros nos parecen indispensables para la vida humana, nos dan una demostración, de ninguna manera despreciable, que nos enseña cómo la naturaleza se conforma con tan poco y cómo con tan poco puede uno mantenerse.

Luego de la última carta que Johann Baegert escribió en septiembre de 1761, la correspondencia con su hermano aparentemente termina. No se sabe si esto fue por el fallecimiento de George, o si esto haya sido porque, en palabras del mismo misionero, eran tan pocos los acontecimientos que ocurrían en la península que le costaba trabajo poder escribir algo que valiese la pena. Para él, en una década que llevaba viviendo en la California había visto pocos cambios, salvo que cada vez el número de los indígenas se reducía más y, anticipándose al explorador de la Alta California, san fray Junípero Serra, le mencionó a su hermano que era imperioso que continuasen las exploraciones hacia el septentrión peninsular. Sin embargo, no puede descartarse la idea de que es muy probable de que Baegert haya enviado más cartas a su familia luego de la de 1761, aunque estas, si siguen existiendo, están aún por encontrarse.

De las cartas del padre Johann Jacob Baegert, además de su inmenso valor etnográfico, pueden rescatarse múltiples aspectos. En primer lugar, éste cuerpo epistolar presenta una faceta mucho más íntima y humana del misionero alemán, que si bien no difiere tanto de lo que se trasluce luego de una lectura minuciosa de sus Noticias en cuanto a su personalidad colérica y poco afable, empero, sí muestra que sus opiniones hacia los californios eran mucho más matizadas a como se muestran en su libro. Además, el recelo que sentía hacia los españoles se hace mucho más evidente en sus cartas, dándole gracias a Dios que su trato con ellos era sólo para lo indispensable en lo que concernía a su apostolado, y prefiriendo pasar el tiempo en servicio hacia sus feligreses; no obstante, su perenne incomprensión hacia ellos, así como su tendencia huraña, hizo que jamás amistara con ellos y que más bien los estudiara a la distancia, casi como un zoólogo con los animales salvajes. Esto le trajo como consecuencia un gran aislamiento que pudo agriar aún más su carácter, sólo manteniendo amistad con su vecino el padre Hostell y con su brillante colega Franz Inama, llegando a llorar cuando se separó de ellos en Flandes.

A manera de una opinión personal, muy posiblemente la diatriba tan feroz que el padre Baegert escribió en gran parte de sus Noticias se deba al carácter apologético de la misma, que si bien él afirma no querer escribir una obra polémica, no hesita en emprender una filípica contra los protestantes y las ideas de Jean-Jacques Rousseau. Para lograr su cometido, Baegert tuvo que omitir en su obra sus sentimientos de lástima y compasión hacia los californios, resaltando mayormente lo negativo, empero, sin dejar de mencionar las pocas cualidades que les veía. Con esto, se explicarían aquellas líneas de su obra en las que menciona el momento en que tuvo que partir de la California: Luego de la misa, se produjo tal universal brote de sollozos entre los californios presentes, que entonces no sólo fui llevado a las lágrimas sin poder evitar el sollozar; sino que aún hoy, al escribir estas líneas, amargas lágrimas bañan mis ojos. Al final, muy a su manera y con unos claroscuros que recuerdan a los de la soberbia catedral de Estrasburgo, en su natal Alsacia, Baegert llegó a querer a los californios.

Finalmente, sería interesante que las instituciones culturales sudcalifornianas, buscaran la manera de reeditar las cartas de Baegert, ya sea desde su traducción al inglés, o aún mejor, traducirlas por primera vez al español. Con esto, se lograría dar a conocer a un mayor público estas epístolas de gran valor histórico-cultural para la Sudcalifornia, ya que el libro donde se compilan está descontinuado y tuvo un tiraje muy limitado, por lo cual es muy difícil de conseguir. En pocas palabras, el controversial padre Johann Baegert está lejos de ser un personaje agotado para futuros estudios de historia regional.

Bibliografía:

Baegert, J.J. (2013). Noticias de la península americana de la California. La Paz: Archivo Histórico Pablo L. Martínez.

Clavijero, F.X. (2007). Historia de la Antigua o Baja California. Ciudad de México: Editorial Porrúa.

Crosby, H.W. (1994). Antigua California: Mission and Colony on the Peninsular frontier, 1697-1768. Albuquerque: University of New Mexico Press.

Martínez, P.L. (2011). Historia de Baja California. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Martínez-Morón, N. (2018). La California de Baegert. La Paz: Instituto Sudcaliforniano de Cultura.

Nunis, D.B. (1982). The letters of Jacob Baegert 1749-1761: Jesuit missionary in Baja California. Los Ángeles: Dawson’s Bookshop

Ponce-Aguilar, A. (2011). Misioneros jesuitas en Baja California, 1683-1768. Tijuana: Bubok Publishing.

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Colaboración Especial

Francisco Draco Lizárraga Hernández 

Egresado de la licenciatura de biología marina en la UABCS. Nacido el 14 de diciembre de 1998, originario y criado en Mazatlán, Sinaloa. De vocación científica, pero con inclinaciones humanísticas, se considera un bibliófilo empedernido, así como un devoto del laboratorio. Mención Honorífica en el Primer Certamen de Ensayo de Divulgación sobre Temáticas Sociales y Ecológicas: “Mtro. Luis Alberto González Sotomayor” de la UABCS.

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