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El librero
Por Ramón Cuéllar Márquez
La Paz, Baja California Sur (BCS). Cuando conocí a Christopher Amador allá por 2004 durante un encuentro de escritores locales en el Teatro de la Ciudad, me impresionó que, con su juventud, tuviera tal poderío en sus versos y tanta energía para expresar lo que leía durante su participación en la mesa que le había tocado. Fue un largo poema juvenil pero cargado de una profundidad insólita, cuya cadencia atrapante me llamó la atención y me dejé conducir por ese fuego innato de su edad.
Debo confesar que nunca antes había presenciado que un joven lograra expresar tantísimas cosas a través no sólo de su poesía, de sus palabras y versos, sino de su expresión corporal que irradiaba fuerza y dejaba tras de sí un estupor en sus oyentes. Al menos a mí me dejó una grata idea de que los jóvenes poetas estaban dando una lección de vida a muchos otros. Desde entonces, Christopher ha sido un mago de la poesía capaz de influir en otros jóvenes y en otras poéticas. Es uno de los mejores poetas de su generación con varios premios en su carrera literaria, que sería lo de menos, pues su poesía tiene tal potencial para perdurar en el tiempo con o sin ellos.
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Una antología poética que reúna sus libros más emblemáticos y que contengan la base de lo que sería su poética, constataría su evolución. Así, en cada uno de ellos se apreciaría su evolución, en especial el carácter erótico y desenfadado que le imprime a cada verso. Ninguna de las palabras exhibidas en sus poemas están puestas al azar, muy al contrario, significan con precisión cada una de sus intenciones como poeta.
Eso he admirado en Christopher a lo largo de los años, que ha sido constante, preocupado por una estética y en romper sus propios paradigmas. Puede decirse que juega a ser poeta, que se divierte enormemente en cada poema, porque su estilo, a veces desparpajado, nos sugiere que se toma muy en serio lo que no es serio, y que con ello deslumbra con sus hallazgos. Ha sabido encontrar en su poesía la trascendencia del silencio, de sus gritos y signos expuestos en papel para goce de sus lectores.
Sin duda, es un poeta que debemos leer hasta convertirlo en nuestra manía literaria, en nuestra exclusiva obsesión por dejarnos seducir en el mar de sus embestidas contra la cotidianeidad.
Así, en esa reunión de poemas daría una muestra clara de que es un poeta que ha sabido experimentar con las emociones de un modo atrevido, rebelde en sus formas y amoroso en sus fondos. Para nada sería un libro que pretendiera una poesía banal o que se sumergiera en versos absortos por las cargas intelectuales con que muchos poetas apuestan para ser reconocidos. Quizá uno de sus libros menos afortunados que anda rondando por ahí sería un ejemplo claro de esto último: aquel que lleva como título una fórmula matemática.
Podría afirmar que es un poeta de la vida cotidiana que expone sus dilemas humanos con franqueza, yendo más allá de sí mismo y poniéndose en el diálogo literario que tanta falta hace en el medio. Su poesía audaz y madura desde sus comienzos, se mostraría en este tomo de versos que se hilvanarían como una sola forma de decirnos que la poesía puede ser revitalizadora y aun curarnos de la sombra de la ansiedad por la vida.
El asombro lo encontraremos, no saldremos indemnes y habremos aprendido que Christopher Amador es un aliento que todavía sigue dando saltos, para venir a un nuevo universo de cosas donde podremos abrevar y aprender de miles de maneras.
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