Escolios, de Christopher Amador, la poesía como un ajuste de cuentas con la realidad

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El librero

Por Ramón Cuéllar Márquez

 

La Paz, Baja California Sur (BCS). La poesía no es cosa menor o más bien es cosa que creemos mayor, una forma supremacista por sobre las otras taras literarias. Digo taras porque los poetas que la esgrimen la construyen desde la lente que su realidad les impone, una realidad unipersonal, emocional, pasional que tiende la mayor parte de las veces a convertirse en espejo y en grito redentor que deja mirar las fallas de la vida cotidiana, o los deterioros y embates que nos afectan y construyen nuestra personalidad poética.

La poesía de Christopher Amador (La Paz, B.C.S., 1984) es esa generación de jóvenes poetas que ha crecido y madurado conforme se enfrenta a la realidad, que en principio es liberadora, pero que cuanto avanza en el tiempo la liberación se va convirtiendo en revelación pero también en costumbre, y ahí es donde viene la incomodidad para romper con ella a través de las preguntas necesarias y escapar a otro plano menos claustrofóbico. A veces se cae y se levanta, pero en todos sus poemas observamos a un poeta que no está tranquilo con el instante ni con la eternidad, que no desea establecerse en la gloria ni en el infierno sino en el lenguaje llano de la realidad que transforma, no sólo la de los libros, sino la de las relaciones humanas: romper las cadenas de las taras.

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Amador tiene una sólida carrera literaria que se ha ido acrecentando con los años. Es el más destacado de su generación, sin duda. En toda su obra hace hincapié en la necesidad de cuestionarnos a través del lenguaje, en especial con el lenguaje de la poesía, más bien: de la poesía. Sus temas recurrentes son indicio de que su camino tiene momentos de lucidez —los más— y de oscuridad, que son precisamente cuando tiene contacto con lo cotidiano, de donde surgen sus más precisos versos y contundentes afirmaciones de que la poesía es su más caro anhelo para comprender la existencia humana. En esta ocasión nos presenta su nuevo libro Escolios (Instituto Sinaloense de Cultura, 2019), una propuesta dividida en ocho partes, pero unidas por la voz y la continua insistencia de revelarse a sí mismo el misterio poético, una larga carrera que no termina desde que publicó su primer libro.

Escolio, según su significado, es un comentario a las notas o breves anotaciones de carácter gramatical, con sentido crítico y explicativo, que pueden ser sobre un documento original o extractos de comentarios ya existentes, que suelen adherirse en los márgenes de textos de un autor antiguo, a manera de glosa. Así, un escolio permite la reflexión, la anotación, el apunte sobre paradigmas escritos y sobre los mismos comentarios. Y el libro de Amador son poemas que hacen glosas de la realidad, una realidad que es antigua y al mismo tiempo reciente, es decir, tratar de explicarse el presente como una enorme antigüedad a la que estamos sujetos por la prisión del lenguaje: un presente viejo en sí mismo y que no tiene posibilidades de moverse al futuro porque se trata de una glosa en efecto.

No obstante esta intención deliberada de establecer el poema como un apunte y no como un poema en sí mismo, sino como una reflexión del poema, o aún más: de la poesía, de glosar la acción poética desde que se dijo y escribió el primer poema hasta hoy, un largo recorrido de la realidad, que es una sola, como un solo instante. Por ello Escolios es un Ars Poética, o arte poética, una declaración de principios sobre su postura y posición frente a la vida. A lo largo de cada poema defiende su visión poética, que es una revelación y un camino para cavilar sobre el significado de las cosas y del poeta como ente vivo; nos plantea una poesía que nazca de la realidad, que sea carne y hueso y menos imaginaria o fantástica, menos perseguidora de premios literarios. Es como si de pronto su poesía hubiera nacido del Tao Tê King, de Lao Tsé, un despertar inusitado de su ser en el mundo.

Dentro de sus versos, sus poemas-comentarios, hay un cuestionamiento sobre lo que le dejaron a la actual generación de poetas, lo que el pasado derrumbó y lo que ahora hay que rehacer desde los escombros. Se compara con otros poetas, se mira en ellos, y confiesa que no alcanzará su grandeza porque su poesía es cosmética, una replicación de otros versos que nunca será poesía, donde las lecturas de poesía como modo de entender y alcanzar la lucidez poética, no son suficientes.

Por momentos nos pide inmiscuirnos en el poema, pero al mismo tiempo nos exige que no solicitemos explicaciones porque la poesía es inasible. Con ello la poética de Christopher Amador está más cercana a la tradición que propone destruirlo todo para comenzar de nuevo y abrevar de la realidad como fuente inagotable de recursos poéticos, pues la poesía lo crea y destruye todo, lo emancipa y lo encausa, con un constante discurso para entrar y salir de la realidad, pero nunca para evitarla, con el sólo arbitrio de la poesía. Estos escolios muestran un salto en la poesía de Amador, una cambio en su voz sin perder la raíz principal que es el cuestionamiento a la realidad de los poetas, cualquiera que sea su posición o clase social, cargo o poder político y económico, así como la experiencia en la vida cotidiana, el matrimonio, las relaciones de pareja, el erotismo y el sexo, los hijos y la paternidad. En fin: hay un tono autocrítico y honesto frente a su oficio como poeta.

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Ramón Cuéllar Márquez

Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS, en programas como “Stradivarius” y “Libreta Cultural”. Ha publicado los libros de poesía: “La prohibición del santo”, “Los cadáveres siguen allí”, “Observaciones y apuntes para desnudar la materia” y “Los poemas son para jugar”; las novelas “Volverá el silencio”, “Los cuerpos” e “Indagación a los cocodrilos”; de cuentos “Los círculos”; y de ensayos: “De varia estirpe”.

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