Acuérdate de la fuente

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FOTO: Cortesía.

Especial Día del Padre

Carta ganadora del Primer Lugar del concurso “Carta al Padre”

Por Christopher Amador Cervantes

 

Papá:

El día que salí de tu sangre debí haber sido algo similar a tus ganas tremendas de vivir aparatosamente, de aplastar a mi madre con todo el largo amor que corre por las venas cuando uno hace la mueca de Dios, ese grito seco desamparado (tan lleno de deseos inhóspitos y tristeza repentina) que nos abandona y acumula. Imagino también tu gesto, el modo sereno de apretar los ojos como quien exprime un limón con toda la sed de sabor en el vaso rutinario de la vida individual. Abrí los ojos y encontré tus manos. Aunque dudaste las mantuviste ahí, a la orilla del mundo, a los pies del continente inabarcable del amor de mi mamá. Mis ojos vieron los tuyos y debí sentir algo parecido a lo que vive el marinero al mirar la tierra. Puerto de carne cansada, de mirada alegre y ojos pesados de aguantar el llanto: estabas ahí. Como una gota repartiéndose en ondas por el estanque tu sonrisa era mi fuerza; nos quemaba la vida, nos unía la esperanza. Yo era todos tus sueños, el tacto en tus manos, el sabor de tu boca al decir que nací con tu signo.

Pero qué es ser padre… La ocasión de repetirnos o de reinventarnos, honrar en el otro el espacio que nos tocó llenar, volver los pasos con sabiduría y aprendizaje. Quiero ser mejor que tú en mi planteamiento. Recompensar a mamá, recogerle las lágrimas que le sembraste y ayudarla a sonreír en los paseos que la memoria nos devuelve y reconcilia.

Hiciste tu manera en este mundo, viviste como un hombre en libertad que sabe pagar (con su alma) los cadáveres que deja en la piel ajena. Escucho tu nombre y el monte se ensancha, corro por mis sentimientos como por mi vida y te siento pisando cada vez más cerca mis talones. Cómo nos pesa a los hijos la sombra del hombre mítico, la voz que nos llama hacia dentro; la fuerza moral de matar el pasado abrazando un minuto el presente. No te quiero extrañar con rencores, no te quiero escribir con las uñas la carne que se quedó doliendo. Busco la claridad del monte, busco tu canto para mi voz sin dueño.

Padre, enséñame a quererte como no te quiero, enséñame a ser lo que me merezco, a ver la playa, no por los niños que juegan alegres, sino por los barcos que ya se fueron. Ayúdame a prenderle fuego a todas las pangas en que te hundes, a mirar el cielo sin esperar la lluvia y agradecer la nube que me da sombra.

Sé que pude ser un mejor hijo. Tal vez la fruta amarga al árbol al concentrar todo el azúcar.

De raíz me enamoró tu abrazo. Que me cargaras me dio confianza en mi entrada al mundo. Todo lo podía cuando me abrías tu corazón en verbo. Llamarte es abrazar mi propia carne, sentir el viento recorrer mi piel con la autoridad del rastrillo sobre las hojas secas. Celebrarte es darte gracias por remar mis sentimientos bajo la tormenta de tu propia ruta, tu tragedia bien ganada.

Surcaste mares imposibles con la confianza de los viejos capitanes desafiando las tormentas en el diálogo pausado del cigarro. Aunque no te entiendo tienes mi respeto. Suplico tu presencia en mi última noche, te pido sea tu mano la que cierre estos ojos tuyos si me llaman antes. Que tu lengua se tropiece con las letras de mi nombre si me marcho. No me dejes lejos de tu ausencia como ahora, abrázame con tus silencios, con esa manera tan tuya de estar cuando no me tengo.

A veces te quiero decir papá pero no te palpo en su sonido artero, es como si te inventara, como si mi cuerpo no tuviera sombra, como si mi sangre estuviera contenida en una sola rosa. A veces te quiero decir que tal vez te amo pero no es justo porque lo sabes y no haces nada. Me ves con sed, cargas con agua y no he sido vaso.

Ayer mi hijo preguntó por ti. Yo sentí en ese momento que del pozo más profundo y olvidado aparecía una fuente.

Que las líneas que te dejo te refresquen la garganta y nos ayuden a seguir silbando. Que esta carta nos regrese unos minutos lo que había cuando cruzaba la autopista de tu mano.

POSDATA

Me levanta en las mañanas el recuerdo del silbido que regaba por el patio tu alegría. Hasta las aves se posan en los tendederos esperándote. Larga es la noche del alma. Yo aunque te amo ya no te espero.

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Christopher Amador Cervantes

Carta ganadora del Primer Lugar del concurso “Carta al Padre”

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